Escrito sobre el viento (Writting on the wind, 1956) de Douglas Sirk/Vivir un gran amor (The end of the affair,1954) de Edward Dmytryk

¿Por qué razón pongo estas dos películas clásicas de los años cincuenta tan distintas, juntas? Por el tema: la narración de amores imposibles.

Una, la primera, es un melodrama en letras mayúsculas. La otra, no es tan conocida pero también es un gran melodrama (un asunto curioso es que es más recordada y famosa su remake posterior, que como ya he dicho alguna vez en otros post es la romántica El fin del romance de Neil Jordan).

También, las pongo juntas porque existen poderosos personajes que me encantan y sorprenden (en la primera las ovejas negras de la familia Hadley, unos impresionantes Robert Stack y Dorothy Malone. La segunda, un desconocido –en este tipo de rol– Peter Cushing y, por supuesto, siempre Deborah Kerr que hace como nadie su papel de mujer adúltera).  La primera nos atrapa con la magia de los colores que sabía imprimir, cuando le era necesario el director Douglas Sirk (de origen danés) con la colaboración de su director de fotografía Russell Metty (habitual en sus melodramas más carismáticos). La segunda en impecable blanco y negro por el olvidado director –poseedor de títulos a tener en cuenta y a reivindicar, también lo he dicho a lo largo de este blog– Edward Dmytryk (de origen ucraniano) con la colaboración de su director de fotografía Wilkie Cooper.

Escrito sobre el viento

Douglas Sirk, con su habitual elegancia, cuenta muchos amores imposibles. El de un padre, que se siente fracasado, por sus dos hijos-ovejas negras Kyle y Marylee. El padre sólo ha obtenido éxito en el petróleo pero no en su familia. Sus dos hijos son dos seres heridos y descarriados, ambos anclados en el pasado y con el dolor de sentirse menos, de no llegar a lo que pensaban que su padre quería que llegara. Uno, le da al alcohol, depresiones e inseguridades; la otra, al sexo, la soledad y los hombres.

El de Kyle por Lucy (una bella y perfecta Lauren Bacall), la mujer de sus sueños, con la única que se siente capaz de abrir su corazón, de contar sus miedos. Las inseguridades, los celos, su propia autodestrucción y el alcohol se la arrebatarán de las manos.

El de Kyle por Mitch y viceversa (un correcto y perfecto Rod Hudson), su mejor amigo de infancia. Se quieren, se odian. Cada uno envidia del otro, lo que no tienen. El talento, la posición, la seguridad, el ser un viva la vida, el dinero…, la misma mujer.

El de Lucy por Mitch y viceversa. Ambos se saben el uno para el otro pero las circunstancias y otros amores, otros pensamientos…, les separan. Los dos bellos y perfectos (tanto que duele) son los únicos a los que les depara un futuro abierto.

El de Marylee por Mitch, el amigo de la infancia. No soporta que la quiera como una hermana. No soporta no tenerle a su lado. No sabe cómo hacerle ver que sólo, sólo le quiere a él. Se va de unos brazos a otros porque no encuentra los suyos. Porque quiere espabilarle. Porque quiere gritarle. Porque quiere refugiarse con él en el río del pasado. Porque nunca quiso abandonar el juego de críos. Quizá por él es capaz de ser por una vez honesta y noble. Quizá por la felicidad de él, ella acepte quedarse rica pero sola para siempre.

El de Marylee por su hermano Kyle y viceversa. Ambos son tan desgraciados que se odian. Ambos viven tan aferrados al pasado y tan peleados por los favores de Mitch que se odian y si se pueden destruir poquito a poco, mejor. Ambos han vivido el menosprecio silencioso y aparente del padre, y les ha colmado de inseguridades. Saben que Mitch, sin ser hijo, es el favorito, el hijo deseado…, y por eso dejan que el padre muera en la soledad más absoluta. Uno, está deprimido y alcoholizado perdido, la otra danza con lujuria (por el amor y la libertad) no tiene tiempo de muertes.

Amores, celos, alcohol, sexo (tal y como lo permitía la época), familias rotas, violencia, peleas…, tienen cita en Escrito sobre el viento.

Vivir un gran amor

Si en la anterior película es todo sentimiento y pasión. En esta adaptación de novela de Graham Greene todo es reflexión y tristeza. Y, de esa reflexión, entendemos un amor imposible pero bello.

En una Gran Bretaña que está asediada por la Segunda Guerra Mundial, sólo hay vía de escape para un escritor americano en proceso de creación y una mujer casada con funcionario triste. Ambos tratan de amarse a pesar de los muertos y las bombas, a pesar, de un final que puede ser inevitable.

La película tiene momentos mágicos y delicados que narran una historia de amor que empieza, se interrumpe y termina. Un amor imposible, no por un marido funcionario que lo impida, no por una guerra o por otros asuntos que pueden darse para la imposibilidad del amor. Es un amor imposible por una promesa, una promesa que impide que ella siga viendo al amado. Que impide la continuidad de una historia –que a pesar de los celos, a veces, casi enfermizos del creador– quizá feliz. Una promesa que tiene a Dios de por medio, una promesa de una mujer no creyente pero que ante la posibilidad de perder al amado –no olvidemos que hay bombardeos sobre la ciudad y que cada habitante juega a la vida y a la muerte–, reza, grita por dentro. Porque ella, en un bombardeo, siente a su amante muerto, le ve bajo una puerta, y ve su mano inerte.

Y así como la película de Neil Jordan se iba por los derroteros del amor más allá del amor (era una película de romanticismo exacerbado y por ello maravillosa), Dmytryk nos lleva por los caminos del descubrimiento y la reflexión. El director trata de entender la decisión de Sarah (vuelvo a repetir, delicada y maravillosa Kerr). Y la trata de entender a través de la investigación del escritor (Van Johnson). Sarah no sólo se siente atrapada por una promesa, que de alguna manera, entiende que tiene que cumplir, sino que la atrapa un marido funcionario que dentro de su burocrática, seria y ordenada vida sólo tiene luz junto a ella. Y él lo sabe. Y a pesar de lo que sabe, no quiere que ella marche. Pero Sarah no puede, aunque lo intenta, romper esa promesa que la consume. No puede vivir junto a su amor. El escritor llega a entenderlo aunque se siente perplejo. Porque esa promesa nació del amor, casi irracional, que sentía Sarah por el amante.

Me llaman calle. Historia de una canción

Los making off son una faceta del cine a tener en cuenta. Algunos dvd los incluyen en sus contenidos extras. En unos se ve una única función de marketing y publicidad. Son correctos y fríos. Otros son todo un documento histórico de películas de ayer llenos de imágenes e información maravillosa para aquellos que el cine va más allá del arte. Y, otros, son producto de la ilusión, del trabajo bien hecho, del amor por una labor que significa tanto…, y que convierte la pieza en sí, en puro cine, en puro documental, en puro sentimiento y en pura pasión. Y eso ocurre con el making off que voy a comentar, Me llaman calle. Historia de una canción de Mamen Briz y Lucas Fuica.

Su historia es curiosa. Primero, es un director que quería contar una historia sobre la prostitución. Después, en su tarea de documentación y acercamiento al tema se pone en contacto con el colectivo Hetaira (que lleva años demostrando como a través de la militancia y la pasión por lo que creen salen cosas grandes y se avanza a pesar de los pesares, a pesar de los mil y un obstáculos…, las mujeres de la calle, las trabajadoras del sexo encuentran su propia voz en este colectivo que avanza siempre).

Después, fue la película –con un guión que por sólo el monólogo (que tan bien interpreta Candela Peña) sobre la nostalgia merece un monumento (me encanta la exageración, ya lo sabéis)–. A continuación, fue idea de ese director  que un cantante cuya música disfruta creara una canción para esta historia sobre dos prostitutas, dos princesas. El cantante se empapa y crea una “rumbita honesta”, en el momento. La inspiración le viene de golpe, rápido. El tema le llega a lo más hondo y lo expresa de la forma más bella.

Más tarde, Ceremonia de los Goya, la canción está nominada. Y gana. No sube el cantante ni el director sino una trabajadora del sexo que lo coge en nombre de todas las mujeres que ejercen la prostitución.

La canción sigue con su vida larga. Y no sólo se incluye en el último trabajo discográfico del cantante y se hace un video dirigido por el director sino que se realiza un making off maravilloso sobre la historia de esta canción, sobre el video, sobre las trabajadoras del sexo, sobre Hetaira (un colectivo siempre apasionado) y su lucha, sobre un director enamorado del tema y del cine y sobre un cantante, sonriente pero que dice cosas muy serias con un encanto y una honestidad que desarma.

El director entregado se llama Fernando León de Aranoa. La película fue nombrada Princesas. El cantante encantador es Manu Chao. Y la canción protagonista de esta pequeña historia, Me llaman calle.

El making off tiene momentos que difícilmente caen en el olvido. El casting de trabajadoras del sexo para ser figurantes en el video musical. Cada una debe escribir la frase de la canción con la que más se identifica y explicar por qué. Impagable. Los momentos de rodaje en ese bar mítico que es El Palentino y sus calles madrileñas. Los momentos de la entrevista a un Manu Chao sonriente (¡¡¡bendita sonrisa!!!) expresando y contando su experiencia con la canción, con los problemas de las trabajadoras del sexo, con el cine, con el director, con la grabación del video, con esa entrega del Goya. Los momentos recuperados de las manifestaciones y lucha de las trabajadoras del sexo…

Me llaman calle. Historia de una canción merece la pena porque es mucho más que un making off. Es un trabajo apasionado (me consta que lo es). Pasión en los que están detrás de las cámaras, pasión en los que están delante.

Os dejo un fragmento de una canción, que es poesía, que es una “rumbita honesta”.

“Me llaman siempre
y a cualquier hora,
me llaman guapa
siempre a deshora,
me llaman puta
también princesa
me llaman calle sin nobleza.
Me llaman calle
calle sufrida,
calle perdida de tanto amar.”

Robert Downey Jr.

Idilio extraño con niño malo del cine que igual nos hace protagonistas que se comen la pantalla o secundarios que se llevan de calle todo lo demás o aparece en bodrios o se hace rey de una serie ya asentada. 

A Downey siempre le ha arrastrado la fama de hombre conflictivo y problemático con el alcohol, las drogas y otros asuntos, es como si se hubiera quedado estancado en el primer papel que le dio éxito, allá en los años ochenta, aquel pijo drogodependiente en Golpe al sueño americano. Su sonrisa pícara y rostro atractivo hace todo lo demás. 

Cuando se hace con un buen papel, ya está todo hecho. A pesar de sus problemas de dependencias y con la ley los buenos directores siguen contando con él así ha trabajado con los reyes del cine independiente americano: Robert Altman, David Fincher, Richard Linkater, Julian Schabel, Steven Soderbergh, Mike Figgis…, y un largo etcétera. 

Tiene carrera irregular y cuando todos parece que nos hemos olvidado, surge película que le pone de nuevo en el objetivo. Y, nos recuerda a este joven eterno de ya 43 años. 

No es del actor que más películas he visto pero siempre que me le encuentro es un placer. De hecho le dedico este post porque ayer le vi inmenso en una película que me encantó, Memorias de Queen, él es un Dito Montiel, ya hombre, que se desnuda en la pantalla, desnuda su alma, desnuda su dolor, desnuda sus memorias, y nos trae la historia de un grupo de adolescentes en un barrio marginal, Astoria, en los años ochenta. Y Dito huye porque no soporta, y deja a todos y todo pero cuando regresa descubre que nadie, nadie, le dejó a él. Impresionante. Una sorpresa todo el trabajo interpretativo: desde los jóvenes hasta una impresionante Dianne Wiest o el siempre mágico Downey. 

Cuentan en las críticas que su interpretación era lo que se podía salvar de Chaplin. Resultaba excesivo pero capaz de mil y un matices en esa extraña película histórica que se llamó para el olvido, Restauración. A raro no le gana nadie en ese extraño (y para mí soporífero) musical que se llamó El detective cantante. Como personaje romántico y divertido no le ganó nadie en Sólo tú. 

Sus papeles secundarios quedan para la memoria: el amigo que se va muriendo poco a poco en la romántica Después de una noche, el hermano homosexual en A casa por vacaciones, el empleado casado con otra empleada de la misma empresa que oculta su matrimonio por los problemas laborales que le puede acarrear en Buenas noches y buena suerte, los dos amigos (el otro es el fallecido Chris Penn) en esa joya que es Vidas cruzadas, el reportero de Asesinos natos, el simpático y perdido editor (como todos los demás personajes) en Jóvenes prodigiosos…, y un largo etcétera. 

El último papel que le ha devuelto el nombre entre los grandes a tener en cuenta lo realiza en Zodiac. Downey se mete en la piel de un periodista estrella que investiga a un asesino en serie a lo largo de décadas y asistimos, también, a su decadencia personal. 

Por último, recordar su participación en la serie Ally McBeal (una de las pocas series que lograron engancharme)  después de varias temporadas (la cuarta) que causó impacto y revuelo además de volver a conseguir una buena audiencia. Su papel como el abogado Larry y nuevo amor de Ally le devolvió popularidad. 

Espero de nuevo papel secundario o principal que me dejé sin habla o respiración porque Downey Jr. sea inmenso y se coma la pantalla a base de sonrisa o rostro con historias.

La hija del minero y otras historias

Ayer vi en dvd uno de los papeles cumbre de Sissy Spacek en los años ochenta. En español se tituló Quiero ser libre (Coal miner’s daughter) y contaba los primeros años de la cantante de música country Loretta Lynn. Una película tierna al servicio de la actriz (con interpretación memorable) y junto a un joven Tommy Lee Jones. La película narra el ambiente pobrísimo en el que se crió Loretta en un duro mundo minero. Como se casó apenas adolescente con un joven de 21 años con ganas de comerse el mundo que luego fue devorado por el alcohol. Como enseguida empezó a tener hijos. Y, como, su marido la ánima a dar sus primeros pasos en la música. Su amistad con la diva del country Patsy Cline…Y, hablando de Patsy, tiene también su propia película con el rostro de Jessica Lange (no la he visto) y se llamó Dulces sueños.

Así me vienen a la cabeza otras dos películas de cantantes de los años setenta. Por una parte, la gran Bette Midler se transmutaba en La Rosa (estrella inspirada en Janis Joplin) y nos ofrece una historia sobre la soledad de la estrella de rock entre complejos, tristes amores, negocios, drogas, sexo y alcohol…, y por supuesto canciones y pasión en el escenario.

Y una de las primeras de Scorsese, Alicia ya no vive aquí, sobre una Ellen Burstyn que no consigue su sueño de seguir su carrera musical pero sí descubre muchas otras cosas junto a un hermoso Kris Kristofferson. Aquí está el bueno de Kris, el actor, compositor y cantante de country. Kris cuenta con una interesante carrera cinematográfica poblada de buenas películas y algún que otro tropezón. Yo ya le tengo en consideración y gran cariño porque es el creador de una canción que a mí me parece preciosa: Me and Bobby McGee (que después cantó de manera magistral Janis Joplin). En el mundo del cine hizo de cantante de rock decadente y dominado por las drogas en otro remake a los setenta del clásico Ha nacido una estrella. Su compañera, la también actriz, directora y cantante Barbra Streisand.

Diccionario cinematográfico (59)

Erotismo (5º parte): vuelo rumbo años setenta con flores en el pelo, larga melena y con ganas de cambio. Estos años fueron los del erotismo y amor libre. Cayeron muchas censuras. Lo explícito ya no estaba prohibido. Sin embargo, dentro de lo explícito seguía lo erótico y sensual. En ellos y ellas. Dejemos a un lado la cursilada que hizo historia Love Story pero fíjemonos en sus dos estrellas: Ryan O’Neil y Ali MacGraw. Y recordémoslos eróticos ellos en otras apariciones. Ella al lado de McQueen (La huida) y él si me apuran al lado de Barbra Straisand como hombre despistado y bello (¿Qué me pasa doctor?).

Por lo menos dos años antes, el cine americano ya estaba avisando que los tiempos estaban cambiando y que el erotismo caminaba de la mano de dos sex-symbol indiscutibles, ¿quién no recuerda a Bonnie&Clyde?¿Quién no suspira por Faye Dunaway con su boina y el siempre hermoso y perfecto Warren Beatty con esa sonrisa que a mí me puede?

Woody Allen nos trae una musa llena de encanto, atractivo y un erotismo suave. Siempre estará en esas películas de los setenta la gran Diane Keaton. Sorpresa de un nuevo erotismo. Y, sí, sí ahí está ella la que llaman patito feo pero que creo escenas de sensibilidad y erotismo cuando tenía química con sus compañeros de reparto. ¿Recuerdan Tal como eramos con el rubio Robert Redford?¿Yqué me dicen de esa mala pero curiosa película (yo siempre la recuerdo con cariño) donde Barbra era estrella de rock y recreaba la vieja historia de Ha nacido una estrella junto a un actractivo y erótico Kris Kristofferson?

De italia siguen exportando belleza por belleza, grandes maggioratas, y en los setenta le toca a Ornella Muti. No ha dejado grandes títulos ero sí imágenes para recordar. O Francia sigue dejando sus belleza frías a lo Isabelle Adjani. Y, Gran Bretaña regala grandes actrices, las señoras bellas y confusas con rostros de Vanessa Redgrave, Glenda Jackson o la genial Julie Christie.

No puedo dejar aquí sin nombrar dos obras del género musical que dieron otro concepto sobre lo erótico. El hortera y mítico por parte de un chulo John Travolta y una melosa Olivia Newton Jonh en Grease. Y, el trío maravilloso, en el musical por excelencia de estos años, Cabaret, con una Sally Bowles inmortal, con su pelo corto, su body negro y su sombrero ladeado (portentosa Liza Minelli), un joven escritor bixual con la dulzura de Michael York, y una figura inquietante, un maestro de ceremonias con rostro de Joe Gray.

De los setenta es el erotismo explícito y desgarrado de una joven Maria Schneider y un maduro Marlon Brando que se entregaron desnudos en apartamento vacío en la triste y desoladora El último tango en París.

Son los años del cuarteto de oro masculino. Los cuatro hombres feos pero enamorables y con escenas en el que el erotismo sube enteros. Da igual su altura, sus enormes narices, sus rasgos extraños… (sus sonrisas son siempre mágicas) yo me enamorado una y otra vez de Al Pacino, Dustin Hoffman, Jack Nicholson o Robert de Niro. Su lista de películas impecables es interminable. Por ahí, les sigue un Harvey Keitel. Y, de los bellos, Clint Eastwood no para, también ésta es su década y mención especial a Jon Voight, su pelo rubio, cuerpo despampanante, y sonrisa que desarma (¿se han dado cuenta lo erótico que me parece una buena sonrisa?) llenaron películas como Cowboy a Medianoche o la genial El regreso. Muchos le lloraron en otro remake de Campeón como boxador derrotado.

Shine a light

Ésta es la historia de un director de los setenta a quien le apasiona el cine y la música y de una banda de rock, de las de siempre, de las míticas, que recibe el nombre de los Rolling Stones. Y todos se unen en un proyecto común: Shine a light. 

Cuentan que el líder inmortal de la banda de rock, Mick Jagger, quería una película que inmortalizara la gira que llevaron a cabo en el 2006. Y que el director elegido fue el gran Martin Scorsese que ya los amaba desde hacía tiempo. Y es que el gran amante del cine, Scorsese, también es amante de la música de los años setenta y ya había dejado para la posteridad El último vals (el último concierto de The Band) y en el 2005 había sorprendido con un documental sobre Bob Dylan. 

Así que manos a la obra. Y esos hombres que van de un espectro de edad de los 67 a los 58 años regalaron al gran público su pasión: la música en concierto. La magia de unos rockeros que llevan toda la vida haciendo lo que les gusta: cantar y tocar en los escenarios, y el sueño de un director que ama el cine, filmar, contar y también un todoterreno en lo musical. Así nace un documental vital que se llama Shine a light. 

El director convenció a los rockeros que lo bonito sería atrapar la esencia de un concierto de los suyos en un gran teatro. Y los rockeros le hicieron caso. Así que Martin se rodeó de los mejores cámaras con los que podía contar (todos reputados directores de fotografía) y se metieron en la magia de un concierto que dieron los Stones en el teatro Beacon de New York. 

Y el documental atrapa la pasión, la vitalidad, la comunicación entre músicos, entre los Rolling y un público entregado, entre un cineasta enamorado de la imagen y de la música, para ofrecer puro espectáculo en Shine a light. 

Porque este documental no sólo permite escuchar nuevas y viejas canciones del grupo, o admirar cómo disfrutan con estrellas invitadas (un vital y alucinado Jack White, un fantástico Buddy Guy y una Christina Aguilera distinta a la que estamos acostumbrados) o dejarnos llevar por su sentido del espectáculo sino que este documental muestra cómo una pasión en la vida te mantiene vivo, entusiasmado y vital…, da igual los años que tengas. Mick Jagger tenga veinte o sesenta años siempre se seguirá moviendo como él lo hace. No hace falta tener 20 años para tener como filosofía de vida el desenfado, la anarquía y el dejarse llevar por las pasiones. No hace falta tener 20 años para tener sentido del humor para incluso cumplir con compromisos que te pueden traer al pairo (genial, el saludo a toda la familia Clinton incluida la mamá de Hilary –que se lo pregunten a un Keith Richards cariñoso y educado pero muerto de la risa o a un Charlie Watts despistado…, pasaba por ahí). No hace falta tener 20 años para sentirse joven y lleno de vida, para llenar un escenario, para hacer bien lo que siempre se ha sabido hacer bien. 

Además Scorsese corta las distintas intervenciones del concierto del Teatro Beacon con unas acertadas imágenes de archivo de los Rollings que nos los regalan divertidos, surrealistas, anarquistas, libres y apasionados por lo que hacen. Shine a light te regala los rostros siempre con múltiples mensajes de unos llamativos y divertidos Mick Jagger, Keith Richards (genial en su cuelgue perpetuo pero cómo dice su compañero Ronnie: es un tío muy moral y muy muy cariñoso), el dulce batería (con su cara de pasaba por ahí y estoy reventado) Charlie Watts, y un apasionado de la música como Ronnie Wood. Y, de fondo, las canciones de ayer, las de hoy, las de siempre…, rock, baladas, country, jazz…, y mucha música, mucha vida. 

Y, Scorsese, como siempre, hombre apasionado.

Todos estamos invitados

Una de las cosas que más me llama la atención cuando surge una película que trata el tema de ETA es que siempre, en los medios, se habla de las pocas producciones que tratan el tema en este país. Sin embargo, cada vez es más amplia la filmografía relacionada con ETA desde documentales a películas de ficción. Así sin consultar ni pensar se me ocurren: muchas de las películas de Uribe desde la estupenda Días contados hasta otras obras anteriores como La muerte de Mikel o El proceso de Burgos. Otras películas de ficción como El lobo, Yoyes, Vacas, El viaje de Arián o La voz de su amo. En el cine documental La pelota vasca, Asesinato en febrero, Trece entre mil, Voces sin libertad, Perseguidos…, la última película que ha rodado Jaime Rosales, después de La soledad, se llama Un tiro en la cabeza y la realizó a partir de leer en la prensa el atentado de dos guardias civiles el pasado dos de diciembre. También, en 2006 se dirigió la película Esos cielos, una adaptación de la novela de Bernardo Atxaga (novela que leí hace poco junto a El hombre solo y me gustaron y me resultaron interesantes).

No deja de ser un tema complejo con muchos matices, puntos de vista y análisis y sobre todo desconocimiento. Y un asunto político incomprensible. ¿Por qué sigue esa violencia y esos atentados horribles?¿Dónde está la raíz?¿Cómo entender este conflicto?¿Cómo analizarlo?¿Cómo buscar las soluciones?¿Por qué no se puede dar un parón en la espiral de la violencia?¿Por qué no se puede dialogar sobre el asunto?¿Por qué no hay puntos de encuentro? Hildy no entiende la violencia y no cree que sea solución para nada. Tampoco cree en alimentar odios en ninguna parte, en ningún lado. Con odio no se llega a ninguna sitio, a ninguna solución. Con odio no se llega al fin de la violencia. Y el cine, como siempre, puede ser una puerta de reflexión, debate y diálogo.

Manuel Gutiérrez Aragón ha dirigido Todos estamos invitados. También, ha escrito el guión junto a Ángeles González Sinde. Y, ha empleado la estructura de thriller para contarnos la historia de varios personajes que viven en San Sebastián-Donosti (para Hildy la ciudad más hermosa). Un joven gudari que, tras un accidente de tráfico, pierde la memoria. Un profesor universitario que vive su día a día con las amenazas de la banda terrorista porque no calla y da sus críticas opiniones sobre la situación del País Vasco. Su prometida, una psicóloga italiana que no puede entender lo que sucede, los amigos de cuadrilla del profesor, los jóvenes amigos del etarra con amnesia, la madre del joven, los escoltas…, un abanico de personajes que tratan de reflejar la complejidad del asunto.

La película no es redonda, cuenta con buenas escenas, buenas ideas y buenas interpretaciones…, pero no llega. No emociona. Algunos personajes secundarios son planos, muy planos. Ciertas situaciones no están bien resueltas. Pero…, hay actores y secuencias que salvan la película. Y viendo las buenas ideas que había, se nota lo que pudo ser.

Lo que no me llenó: la relación de amor entre el profesor (José Coronado) y la psicóloga italiana (Vanessa Incontrada) me resultó en todo momento fría, sin emoción y poco creíble. No me gustaron ni sus escenas ni sus diálogos. La relación platónica y los encuentros entre Josu (magnífico Oscar Jaenada) y la psicóloga italiana tampoco me parece bien resuelta ni desarrollada (aunque me encanta la idea). Son los puntos más débiles de la película y de algún modo minan el resultado final. Los compañeros de armas del joven etarra amnésico me parecen fríos y planos.  No me disgusta la idea de que la novia del profesor sea extranjera y mire la situación con otros ojos, desde fuera, y que le resulte complicado comprender.

Lo que me llenó: sobre todo me resulta magnífica –y no la cuento porque su estreno es reciente y puedo reventar la película a espectadores que aún no se hayan acercado a verla- la escena final de Josu con su madre (esa escena sí me emocionó). Me encanta la idea del joven amnésico (aunque me parece que se podría haber aprovechado mucho más). Oscar Jaenada está espléndido como ese muchacho sin memoria, que no entiende nada, y cómo es confundido y manipulado por unos y por otros (por sus jóvenes amigos, por la iglesia…) y, también, por sus propios confusos recuerdos. Me encanta la idea.

Sorprendente Iñaki Miramón: su escena en la sociedad gastronómica y su frase “son las últimas kokotxas que vas a tomar en tu vida” es absolutamente escalofriante. El reflejo de la cuadrilla y la gastronomía vasca es acertada aunque a mi gusto Donostia es mucho más bella de lo que aparece en pantalla. La situación de indefensión, miedo y soledad en el que se sumerge el profesor, un José Coronado acertadísimo está muy lograda. Me encanta la escena en que el ertzaina da las claves a los amenazados por ETA y una señora de la limpieza que, además, es concejala de su pueblo le pregunta que cómo va a ir a hacer la compra.

Así que Todos estamos invitados se queda en la superficie. En lo que podría haber sido: un buen thriller político con el tema de ETA de fondo, pero, para mí no llega. Su frialdad y algunas situaciones mal resueltas no hicieron que esta película me llegara.

Paso decisivo (The turning point, 1977) de Hebert Ross/Noches de sol (White nights, 1985) de Taylor Hackford

¿Qué tienen que ver estas dos películas para ponerlas juntas en un post? Milkhail Baryshnikov, el ballet clásico –rodado con la belleza que se merece un arte– y el cine. También, que son dos de esas películas que se disfrutan con gusto. Buenas historias, buenos personajes, mucho sentimiento y viva la danza. 

La primera de ellas acabo de conocerla, de verla, y encantada de ver ese enfrentamiento interpretativo entre dos divas del cine: Shirley MacLaine y Anne Bancroft. Una película sobre las elecciones de la vida. Sobre el éxito, el dedicarse a lo que más amas, el sacrificio, el llegar a lo más alto y caer, sobre el envejecimiento, la amistad, sobre los deseos y las desilusiones, sobre la juventud veloz y sobre una pasión, la danza clásica. Y ahí en personaje secundario, en primer bailarín de compañía, que se sabe bueno y ligón, destaca un hermoso Milkhail Baryshnikov, bello por un cuerpo pequeño pero hecho para la danza y con un rostro fuerte que expresa mil y un sentimientos o pasiones. Interpretación fugaz pero brillante sobre todo en la ejecución de números de baile que muestra por qué la danza clásica es un arte. Hebert Ross dirige esta película de personajes y sentimientos con delicadeza y pulso. Como él sabía hacerlo. Es el realizador de películas amables y bien hechas (para el recuerdo quedan Sueños de un seductor, Funny Lady, La chica del adiós, Footloose o Magnolias de acero).

Ocho años después la idea de unir a dos grandes bailarines de disciplinas muy diferentes en un musical único y distinto permite al bailarín de danza clásica un papel protagonista en una película musical trhiller político. La idea fue de Taylor Hackford, que además de conseguir una buena película, une con destreza –y con escenas muy hermosas– coreografías de danza clásica y de claqué (con el magnífico bailarín ya fallecido Gregory Hines, en un personaje maravilloso y enternecedor). Ahí Baryshnikov no sólo baila sino que es protagonista de una trama emocionante. 

Esta película me encantó cuando la vi hace muchos años en el televisor y ahora que la he vuelto a ver en dvd vuelve a emocionarme. La película es fruto de la época, cuando todavía existía la guerra fría. Pero Hackford logra alejarse del tufillo de  algunas producciones cinematográficas que en aquellos años cantaban a la política de ese raro personaje que fue Reagan. Y logra una película a tener en cuenta, compleja, como es la historia y la vida. Dos bailarines, uno que huyó de Rusia a EEUU para poder vivir su pasión con la danza sin ataduras, en libertad. Otro que huyó de EEUU a Rusia, huyó de un país que le mintió, que le golpeó con su racismo, y que le hizo ver que el cacareado sueño americano era un espejismo. En el caso de Baryshnikov, su personaje contiene datos autobiográficos evidentes. Y un thriller no funciona sin el grado de suspense que crea un personaje malo, malísimo, que responde al nombre de Chaiko (casi una caricatura). Un ruso de los de la guerra fría. 

Después dos damas. Una elegante rusa, Helen Mirren (que se convirtió en pareja y esposa del director), que también ama la danza pero se queda en el país. Ella vuelve a encontrarse con ese amante que la dejó por la libertad. Cada uno a su manera tratan de vivir su pasión y ambos se respetan y siguen ayudándose. 

El americano está casado con lo mejor que le ha pasado en su vida, una rusa dulce y encantadora (el debú de una bella Isabella Rosellini que sabía ocupar la pantalla como su madre, qué sonrisa). Y al final todos siguen lo mismo la libertad creativa, la libertad de elegir. Ya se lo dice Milkhail, en una de las escenas más bonitas de la película, a una Mirren que llora: Soy bailarín, no un héroe. Le dice que es lo único que sabe hacer y lo único que quiere hacer. Baila para ella un canto de libertad bajo la voz ronca de un cantante ruso prohibido. Magistral. 

La película es entretenida y se convierte en joya sólo con ver la coreografía que realiza Baryshnikov al principio. ¿Quién dice que danza clásica, romanticismo, claqué, política, miedo, libertad, tensión, miedo, amor…, no pueden ir juntos?

Tengo hambre…, comidas de cine

Llevo todo el día pasando de un trabajo a otro, hablando por teléfono, escribiendo mails y ahora tengo hambre, hambre. Y me viene a la cabeza ese festín que hizo Babette o esos vinos que toman los protagonistas de Entre copas o me relamo con los tomates verdes fríos. Pierdo el sentido en la pequeña tienda de chocolates, una onza me hace sentir mil experiencias. Tengo tanta hambre que perdería los modales como Julia Roberts en Pretty Woman con tal de comerme algo de marisco. No sé si aguantaría la etiqueta de La edad de la inocencia. Tampoco sé si prodría quedarme sin comer y sin palabras en Celebración familiar donde uno de mis cercanos diera un pequeño golpe de cucharilla a un copa para decir un disparate. Me apetece perder los modales como Robin Hood y sus amigos o como los piratas y cogerme un muslo de pavo o pollo, con las manos, rebosante de salsa…, me da igual fresa o chocolate. O que me dicen de un plato de macarrones en una gran familia italiana…, me voy a la cocina ya. Ojalá esté ahí Martha con sus delicadas recetas o el pequeño ratón Gourmet y me preparen una cena deliciosa…, por favor, voy a desfallecer.Mil perdones por la frivolidad de hoy.