Escrito sobre el viento (Writting on the wind, 1956) de Douglas Sirk/Vivir un gran amor (The end of the affair,1954) de Edward Dmytryk

¿Por qué razón pongo estas dos películas clásicas de los años cincuenta tan distintas, juntas? Por el tema: la narración de amores imposibles.

Una, la primera, es un melodrama en letras mayúsculas. La otra, no es tan conocida pero también es un gran melodrama (un asunto curioso es que es más recordada y famosa su remake posterior, que como ya he dicho alguna vez en otros post es la romántica El fin del romance de Neil Jordan).

También, las pongo juntas porque existen poderosos personajes que me encantan y sorprenden (en la primera las ovejas negras de la familia Hadley, unos impresionantes Robert Stack y Dorothy Malone. La segunda, un desconocido –en este tipo de rol– Peter Cushing y, por supuesto, siempre Deborah Kerr que hace como nadie su papel de mujer adúltera).  La primera nos atrapa con la magia de los colores que sabía imprimir, cuando le era necesario el director Douglas Sirk (de origen danés) con la colaboración de su director de fotografía Russell Metty (habitual en sus melodramas más carismáticos). La segunda en impecable blanco y negro por el olvidado director –poseedor de títulos a tener en cuenta y a reivindicar, también lo he dicho a lo largo de este blog– Edward Dmytryk (de origen ucraniano) con la colaboración de su director de fotografía Wilkie Cooper.

Escrito sobre el viento

Douglas Sirk, con su habitual elegancia, cuenta muchos amores imposibles. El de un padre, que se siente fracasado, por sus dos hijos-ovejas negras Kyle y Marylee. El padre sólo ha obtenido éxito en el petróleo pero no en su familia. Sus dos hijos son dos seres heridos y descarriados, ambos anclados en el pasado y con el dolor de sentirse menos, de no llegar a lo que pensaban que su padre quería que llegara. Uno, le da al alcohol, depresiones e inseguridades; la otra, al sexo, la soledad y los hombres.

El de Kyle por Lucy (una bella y perfecta Lauren Bacall), la mujer de sus sueños, con la única que se siente capaz de abrir su corazón, de contar sus miedos. Las inseguridades, los celos, su propia autodestrucción y el alcohol se la arrebatarán de las manos.

El de Kyle por Mitch y viceversa (un correcto y perfecto Rod Hudson), su mejor amigo de infancia. Se quieren, se odian. Cada uno envidia del otro, lo que no tienen. El talento, la posición, la seguridad, el ser un viva la vida, el dinero…, la misma mujer.

El de Lucy por Mitch y viceversa. Ambos se saben el uno para el otro pero las circunstancias y otros amores, otros pensamientos…, les separan. Los dos bellos y perfectos (tanto que duele) son los únicos a los que les depara un futuro abierto.

El de Marylee por Mitch, el amigo de la infancia. No soporta que la quiera como una hermana. No soporta no tenerle a su lado. No sabe cómo hacerle ver que sólo, sólo le quiere a él. Se va de unos brazos a otros porque no encuentra los suyos. Porque quiere espabilarle. Porque quiere gritarle. Porque quiere refugiarse con él en el río del pasado. Porque nunca quiso abandonar el juego de críos. Quizá por él es capaz de ser por una vez honesta y noble. Quizá por la felicidad de él, ella acepte quedarse rica pero sola para siempre.

El de Marylee por su hermano Kyle y viceversa. Ambos son tan desgraciados que se odian. Ambos viven tan aferrados al pasado y tan peleados por los favores de Mitch que se odian y si se pueden destruir poquito a poco, mejor. Ambos han vivido el menosprecio silencioso y aparente del padre, y les ha colmado de inseguridades. Saben que Mitch, sin ser hijo, es el favorito, el hijo deseado…, y por eso dejan que el padre muera en la soledad más absoluta. Uno, está deprimido y alcoholizado perdido, la otra danza con lujuria (por el amor y la libertad) no tiene tiempo de muertes.

Amores, celos, alcohol, sexo (tal y como lo permitía la época), familias rotas, violencia, peleas…, tienen cita en Escrito sobre el viento.

Vivir un gran amor

Si en la anterior película es todo sentimiento y pasión. En esta adaptación de novela de Graham Greene todo es reflexión y tristeza. Y, de esa reflexión, entendemos un amor imposible pero bello.

En una Gran Bretaña que está asediada por la Segunda Guerra Mundial, sólo hay vía de escape para un escritor americano en proceso de creación y una mujer casada con funcionario triste. Ambos tratan de amarse a pesar de los muertos y las bombas, a pesar, de un final que puede ser inevitable.

La película tiene momentos mágicos y delicados que narran una historia de amor que empieza, se interrumpe y termina. Un amor imposible, no por un marido funcionario que lo impida, no por una guerra o por otros asuntos que pueden darse para la imposibilidad del amor. Es un amor imposible por una promesa, una promesa que impide que ella siga viendo al amado. Que impide la continuidad de una historia –que a pesar de los celos, a veces, casi enfermizos del creador– quizá feliz. Una promesa que tiene a Dios de por medio, una promesa de una mujer no creyente pero que ante la posibilidad de perder al amado –no olvidemos que hay bombardeos sobre la ciudad y que cada habitante juega a la vida y a la muerte–, reza, grita por dentro. Porque ella, en un bombardeo, siente a su amante muerto, le ve bajo una puerta, y ve su mano inerte.

Y así como la película de Neil Jordan se iba por los derroteros del amor más allá del amor (era una película de romanticismo exacerbado y por ello maravillosa), Dmytryk nos lleva por los caminos del descubrimiento y la reflexión. El director trata de entender la decisión de Sarah (vuelvo a repetir, delicada y maravillosa Kerr). Y la trata de entender a través de la investigación del escritor (Van Johnson). Sarah no sólo se siente atrapada por una promesa, que de alguna manera, entiende que tiene que cumplir, sino que la atrapa un marido funcionario que dentro de su burocrática, seria y ordenada vida sólo tiene luz junto a ella. Y él lo sabe. Y a pesar de lo que sabe, no quiere que ella marche. Pero Sarah no puede, aunque lo intenta, romper esa promesa que la consume. No puede vivir junto a su amor. El escritor llega a entenderlo aunque se siente perplejo. Porque esa promesa nació del amor, casi irracional, que sentía Sarah por el amante.

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