La ley de la calle (Rumble Fish, 1983) de Francis Ford Coppola

El chico de la moto ve la vida como un televisor en blanco y negro, a veces, no oye bien y se aísla aún más. Un Mickey Rourke (nunca volvió a estar igual) carismático es leyenda en el barrio. Fue el duro entre los duros en los buenos momentos de las bandas de barrio. Ahora, la heroína ha acabado con tiempos pasado, ¿sólo la heroína? 

El chico de la moto sale del barrio que atrapa. Y, un buen día vuelve. El chico de la moto ama a su hermano pequeño, un Rusty James (Matt Dillon, macarra y hermoso) lleno de energía que vive día a día la autodestrucción porque no sabe que hacer con tanta vitalidad, se ahoga, y no lo sabe. Él sólo desea volver a tiempos mejores, o pasados, cuando el chico de la moto era el rey. Rusty se imagina más libre entre un mundo feo que le ha tocado vivir. Vive en rebeldía permanente y no puede canalizarlo. 

Y el tiempo avanza, sin vuelta atrás, y esos tiempos no volverán. Y a Rusty James se le acaba el tiempo y no despierta. A pesar de que hay relojes que continuamente se lo recuerdan. No tiene miedo a la muerte, no tiene miedo a nada, la vida le consume. Pero Rusty es un niño, que sólo quiere ser caballero andante y libre, con dama a quien respetar hasta el fin de los tiempos (y su Patty –una jovencísima Diane Lane– no entiende su manera de ver la vida). Sólo quiere ser una leyenda como su hermano mayor, el chico de la moto. Y su hermano cuando regresa al mundo, del que se evade cuando puede, le dice que es cansado y aburrido ser el Flautista de Hamelin o el Robin Hood de turno. Muy cansado. El chico de la moto le advierte que para guiar a los demás, para ser líder, tienes que saber adónde vas. Tener una meta. Y ellos se pierden. 

Rusty adora a su hermano, y a su padre alcohólico (Dios, Dennis Hopper, siempre rebelde sin causa) y a su amigo Steve (Vicent Spano) tan distinto a él pero ambos leales a un amistad de por vida. A Rusty le asusta la soledad. Ya se lo dice su padre, el chico de la moto ha nacido en la época y en la orilla equivocada. Es un héroe en el exilio, comenta otro. El chico de la moto es una especie de ángel fugaz para el hermano pequeño. Le salva siempre y le pregunta que por qué siempre está amargado o enfadado con la vida. 

El chico de la moto, en un acto de romanticismo sin igual, trata de que su hermano comprenda lo que quiere decirle. Le muestra los peces de colores, los peces de Siam, en pecera pequeña, sin frontera alguna. Ahí, estalla la violencia entre los peces y se les pones frente a un espejo, se autodestruyen. El chico de la moto piensa que si salen de la pecera y del río llegan al mar, ya no tendrán necesidad de matarse entre ellos, ya no se autodestruirán, recorrerán el viaje. Serán libres. Rusty James tiene que entenderlo. Le dice que le prometa una cosa, porque va a liberar a los peces, que cuando él ya no esté coja su moto y llegue al mar. 

Y Rusty llora, y el hermano pequeño oye disparo lejano, y el chico de la moto yace en el suelo…, y Rusty comprende. Y coge su moto…, hasta llegar al mar. 

Francis Ford Coppola no sólo descubre talentos sino que hace una de sus películas más simbólicas, metafóricas y hermosas. En impecable blanco y negro llena la pantalla de futuras promesas u otras ya afianzadas y pone en imagen otra novela de S. E. Hinton (ya había llevado a pantalla, Rebeldes) sobre ambientes marginales, jóvenes adolescentes y reflexiona sobre el tiempo con ayuda de imágenes hipnóticas y diálogos geniales de un dueño de bar (el músico Tom Waits) u hombre alcoholizado (qué grande Dennis). Ante todo refleja una historia de amor entre hermanos con escenas emocionantes entre Dillon y Rourke. Una oportunidad para ver los primeros paso de Nicolas Cage, Chris Penn, Diane Lane o una pequeña Sofia Coppola. 

Como curiosidad, La ley de la calle se la dedicó el director a su hermano mayor. Con Rebeldes y La ley de la calle, Coppola pretendía salir del bache financiero que supuso Corazonada. 

El chico de la moto reina…, y Rusty James no vacila en buscar esa libertad aunque tenga que viajar solo.