El color púrpura en cinco momentos

Corre el año 1985 y el niño bonito y comercial de la industria, el mago del espectáculo, se decanta por el melodrama. Adapta una novela de la ganadora del Premio Pulitzer de 1983, Alice Walker, escritora afroamericana. Steven Spielberg deja a un lado –o mejor dicho deja tan sólo entrever, de algunos sólo deja un trazo– los planteamientos ideológicos y feministas de la autora (sobre el papel de la mujer, la sexualidad, la violencia, la lucha afroamericana, el papel de la familia dominada por el patriarcado…) y crea una película de sentimientos, directa al corazón. Las lecturas y reflexiones vienen después.

El color púrpura es de esas películas que tienen muchas lecturas e interpretaciones. Lo que es innegable es que Spielberg se muestra maestro en el manejo del melodrama. Inolvidables melodías y canciones, sentimientos extremos, personajes sufridores, buenos, malos, familia desestructurada, intensas relaciones…, y mucha lágrima, a veces, incluso una sonrisa.

Desde los años ochenta –cuando se estrenó– no la había vuelto a ver pero no se me habían olvidado dos escenas. El otro día la volvieron a echar por la televisión y volví a quedarme atrapada en la vida melodramática de Celie (un debut inolvidable de Whoopi Goldberg que nunca ha vuelto a brillar con tal intensidad), junto a ella vivimos los años veinte y treinta del siglo pasado. El color púrpura la pienso en puro melodrama y siempre caigo en sus redes.

Las secuencias: Las dos escenas de las que me acordaba volvieron a entusiasmarme. Una es cuando Shug (interpretada por la cantante Margaret Avery), una cantante de cabaret, le dedica una hermosa canción a Celie, Sister, agradeciéndole sus cuidados y que es una confesión de esta mujer de un amor y una entrega hacia el personaje de Celie. Una relación que les sirve a ambas para enfrentarse a sus vidas llenas de dolor. El libro, no lo he leído, pero muestra más claramente la relación sexual que salva a ambas. En la película, Spielberg la apunta brevemente en otra hermosa escena entre ambas, en la que Shug consigue que Celie sonría sin ponerse la mano, sin taparse su sonrisa, y ambas se besan con una dulzura que arrastra.

La otra escena que se me quedó grabada tiene que ver con el personaje de Sofía (donde Oprah Winfrey deja su papel de showgirl televisiva y se transforma en actriz con buen personaje), una mujer fuerte, muy fuerte, con carácter que se niega a perder su dignidad de mujer, que se niega a que la peguen en su familia, fuera de ella, blancos o negros, que se niega a que la menosprecien tanto por ser mujer como por ser negra. Que se niega a doblegarse. Y por esa negación y por la situación histórica de opresión racial, Sofía, cuando muestra su fuerte carácter ante unos blancos (por supuesto, estúpidos) es doblegada a golpes. Su vuelta no puede ser más triste, de la mujer vital queda una sombra con pelo blanco. Brutal.

Otra escena que me encantó y que también por supuesto es puro melodrama (no tienen más que recordar otro post que realicé sobre el melodrama Imitación a la vida de Douglas Sirk donde el Gospell también es momento álgido) es la reconciliación entre Shug, la cantante de cabaret de vida disipada, con su padre un pastor de iglesia. Y la reconciliación es a través de la música Gospell, no podía ser de otra manera. Y se te saltan las lágrimas cuando Shug con todos los visitantes de una casa de mala vida van hasta la iglesia acompañando con sus voces al coro Gospell de la Iglesia. Inmensa.

Tampoco, son difíciles de olvidar dos escenas: una la separación brutal entre Celie y su hermana Nettie por parte de un brutal Albert (esposo a la fuerza de Celie con cara de un Danny Glover que da todos los matices necesarios al difícil papel de un odioso maltratador). Nettie grita desesperada “¿por qué?” y el corazón automáticamente se encoge. Y a gritos promete a Celie que no dejará de escribirla, sólo lo hará si se muere.

La otra escena es a una Celie golpeada y maltratada dos veces por marido brutal –al final, pero ya es tarde, hay en el personaje un cambio, algo que se parece al arrepentimiento– y cómo acomete la función de afeitarle. En la primera, es una mujer asustada, anulada y sumisa. En el segundo afeitado, Celie ha vivido su cambio, ya no tiene miedo sino que quiere rebelarse ante la brutal violencia doméstica que ha vivido durante años.

Como ven puro y duro melodrama…, y además película ideal para mil y un debates.