Diccionario cinematográfico (56)

Erotismo (4ª parte): volamos rumbo a la década de los sesenta para descubrir un erotismo a punto de descubrirse al cien por cien ya queda poco tiempo para las censuras (por lo menos las que llamaríamos morales) en la cinematografía estadounidense, europea y de otros sitios del mundo. El erotismo y el deseo va dejando poco a poco sitio a una carnalidad al descubierto, casi, la imaginación del público todavía juega. Lo erótico y lo bello siguen de la mano. 

Desde Europa, ellas son las triunfadoras, desde Austria cuando Romy Schneider deja de lado a la cursi de Sissi, se descubre un erotismo elegante y bello…, triste. Su rostro y su cuerpo viaja por Italia, Francia, EEUU…, y ella, erótica, pero con una melancolía que nunca la abandona. Si seguimos por Francia descubrimos otro erotismo elegante y melancólico con rostro de Capucine. En este país con la nueva ola del cine francés y sin ola empieza a surgir el erotismo de la mujer francesa. Desde el más intelectual pero no por ello menos cálido, Jeanne Moreau, Catherine Deneuve se convierten en las musas de mujeres inolvidables de gran atractivo sexual. Una más cercana y loca, otra más fría y distante. Ambas reinas del erotismo intelectual francés. También, llegó el rostro perfecto y hermoso de Anouk Aimée que se prodigó poco en la pantalla pero protagonizó hitos del cine europeo y de cintas románticas que poblaron los sueños de los espectadores. Y, de pronto, Dios creo a la mujer, a la mujer carnal, que nada esconde, una lolita francesa con morritos ansiosos y cuerpo despampanante, nace el mito sexual de una jovencísima Brigitte Bardot. No debemos olvidar realizar una parada en Italia, la cuna de la sensualidad y el erotismo. La industria italiana pensó si los americanos nos dan heroínas con cuello de gacela o rubias como el hielo, nosotros exportaremos mujeres de carne y hueso, despampanantes, conscientes de su belleza y poder de seducción. E, Italia se convierte en cuna de actrices de un erotismo que traspasa pantallas y fronteras. La gran Anna Magnani, una de esas feas atractivas con fuerza y erotismo a flor de piel, cede su cetro a hermosas, y también actrices: una Silvana Mangano que evoluciona del erotismo más exacerbado a la elegancia más extrema (mismo camino siguió la gran Sophia Loren en todo el esplendor de su belleza y éxito). Por ahí, hace sus pinitos una Gina Lollobrigida, la más bella entre las bellas, y surge la chica de la maleta, el erotismo inocente y hermoso de una Claudia Cardinale que no deja de sorprender. El cine más intelectual (y cuando empleo esta palabra me refiero a aquellos directores que realizaban un cine que apuntaba más a la cabeza y a la distancia que apuntar al corazón) de la mano de un Michelango Antonioni tuvo su despampanante musa en una Monica Vitti al descubierto. 

Y, saltamos, por último a Gran Bretaña, que lanza la mujer moderna, liberada, que vive lo sexual, y que el erotismo lo tienen en la piel, en el rostro. Surgen dos bellezones, cada cual en su estilo, y además, intérpretes de prestigio y símbolos de estos años y de los setenta. Arrasa Julie Christie y sus labios carnosos y su pelo rubio.  Y Vanessa Redgrave es la heroina moderna de los sesenta. Ante salvaje competencia  por parte de sus compañeras europeas, los EEUU no se duermen en la inopía. También, quieren mostrar mucho más el erotismo de sus musas. Y aunque exportan bellezas con cuellos de gacela y sensualidad suave, cada vez más modernas claro está, junto a Mia Farrow, surgen damas poderosas (aunque a diferencia con sus colegas europeas con poca capacidad interpretativas) como Raquel Welch o Ursula Andress. Aunque, por supuesto, también exporta rostros de un erotismo cada vez más expresado y además con grandes cualidades interpretativas. La musa de la rebeldia, la mujer moderna y que vive su sexualidad libremente toma el rostro de una Jane Fonda que se hace con papeles reivindicativos sin rehusar al erotismo de los sesenta. La elegancia y un erotismo intelegente y pausado caracteriza a unas magníficas Anne Bancroft o Angie Dickinson. El erotismo extremo, ya en los cincuenta, tuvo el rostro de una desaprovechada y fantástica Baby Doll, Carroll Baker. 

¿Y ellos? Los clásicos pisaban con fuerza desde un Sean Connery con erotismo de caballero chuleta, un Robert Redford que empezaba a pasear descalzo por el parque con una sonrisa desarmente y un pelo rubio para ser tocado. O ese Warren Beatty, hermoso, hermoso, erótico con una mirada, que se convertiría en el hippy y moderno de los setenta. Lo exótico sigue llamando a la puerta de Hollywood y el estatismo y rostro egipcio de un Omar Sharif haría surgir un suspiro entre el público asistente.   Los rostros de los sesenta nacen con los ojos azules y el rostro encantador y travieso de un Ryan O’Neal que se transforma en héroe romántico de fama efímera. A finales de los sesenta empieza a surgir una serie de hombres que muestran que los tiempos han cambiado, y su erotismo también, hombres que mostrarían su esplendor o caída en los setenta. El rubio de cuerpo escultural y ternura erótica en el rostro de Jon Voight; el rostro aniñado pero dulce, de labios carnosos, como Michale Sarrazin…, está a punto de nacer una nueva generación pero lo dejamos para los setenta. En Europa, los caballeros también pisan muy, pero que muy fuerte, y si paramos en Gran Bretaña, ¿quién no quedó desarmado con la mirada intensa, el cuerpo de ensueño y la travesura constante de un vividor con cara de Peter O´Toole. Otro británico de rostro pícaro, alegria vital, y erotismo travieso es el de Albert Finney. Alan Bates era todo fuerza y cuerpo. La elegancia, dulce y erótica del efebo, correspondió al extraño rostro de Michael York.  Y, desde Francia la belleza y el erotismo se hizo hombre en la mirada, el cuerpo y los ojos del hermoso Alain Delon. Y, otro de los actractivos feos por antonomasia, con sonrisa delatora, fue un Jean Paul Belmondo inolvidable.

Un rayo de luz (No way out,1950) de Joseph L. Mankiewicz

Me encanta sorprenderme una y otra vez con películas que van cayendo en mis manos. Y eso ha sucedido con una joya llamada Un rayo de luz. Una película del primer año de la década de los cincuenta cargada de contenido, maravillosamente interpretada y con una sólida historia. Una película que toca un tema candente en el momento con una mirada hacia el progreso y hacia la eliminación de la discriminación racial. 

Esta película fue una nueva apuesta del productor Darryl F. Zanuck que siempre apoyó películas que tocaban, con realismo, problemas sociales del momento o buenas historias que llegaban al público (El séptimo cielo –la versión de los años 30–, Las uvas de la ira, ¡Qué verde era mi valle!, La barrera invisible, Pinky, la película que nos ocupa, esa obra maestra que se llama Eva al desnudo, ¡Viva Zapata! o Confidencias de mujer). 

El director y coguionista es el gran Joseph L. Mankiewicz, un artesano y creador que ponía su creatividad al servicio de películas redondas. No se le resistía género alguno y casi siempre daba en el clavo a la hora de rodar, escribir y crear. Una revisión de su obra nos muestra un Mankiewicz, maestro en la narración clásica cinematográfica y un director de riesgo cuando la historia que iba a contar lo requería. Sólo un vistazo a su obra, nos pide a gritos un estudio en profundidad: siempre mágica El fantasma y la señora Muir, una joya Eva al desnudo, un acierto shakesperiano Julio Cesar, cine dentro del cine en La condesa descalza, un musical original Ellos y Ellas, un Tennesse Williams en toda su crudeza De repente el último verano o dos divertimentos maestros y juegos cinematográficos Mujeres en Venecia y La huella. 

En el terreno de la interpretación Un rayo de luz es un drama lleno de sorpresas. Es la primera vez que aparece en pantalla un jovencísimo Sydney Poitier, con 22 años, y ya tiene una presencia y una fuerza difícil de olvidar. Richard Widmark vuelve a sorprender con su versatilidad como intérprete en un papel magnífico como un malo malísimo, un delincuente de barrios bajos con un racismo rozando lo patológico, que finalmente logra presentarse como víctima y que de alguna manera se entienda su carácter. Otra agradable sorpresa es una Linda Darnell como una mujer que también ha llevado una vida dura y en barrio deprimido –pero que trata de huir de sus orígenes y sobrevivir a toda costa–, aparece y se comporta como mujer fatal y dura de corazón, pero se va transformando y toma conciencia. 

El argumento narra cómo dos delincuentes hermanos, tras una persecución policial, son ingresados en un hospital heridos de disparos, y son atendidos por un doctor negro (Sydney Poitier). Cuando el doctor está cuidando y tratando a uno de los hermanos, que está muy grave, éste muere. El otro hermano –Richard Widmark– que muestra desde el principio una actitud racista enfermiza le culpa de asesinato. Aquí se presenta el drama y el conflicto. 

Un rayo de luz no pierde en ningún momento su ritmo. Y, además, lo que me sedujo y me llenó absolutamente fue la presentación de la discriminación racial y el retrato de los personajes de la comunidad negra. Normalmente, en Hollywood era raro, y muchas veces hoy en día cuando se tocan películas que narran acontecimientos históricos del pasado, mostrar a personajes negros sin salirse de estereotipos marcados y dados por puntos de vista de población blanca (los ejemplos son interminables desde Lo que el viento se llevó a El color púrpura, Tomates verdes fritos o La milla verde). Aquí en esta película se adelanta en el tiempo y a la lucha contra la discriminación racial que llegaría a su punto álgido durante los años sesenta. Los personajes afroamericanos, conscientes de vivir una situación injusta y de discriminación, tratan de luchar para salir de esa situación, reaccionan a las injusticias, se defienden y tratan de encontrar su hueco en una sociedad que les rechaza aspirando a puestos de trabajo profesionales o exigiendo un trato de igualdad y poseer los mismos derechos y deberes. Sidney Poitier pone los cimientos para la representación cinematográfica del afroamericano de una manera más progresista y real. 

Un rayo de luz cuenta con un buen guión, una buena fotografía en blanco y negro, una música que llena la historia y secuencias de interés que hacen avanzar la historia y a la vez nos muestra la evolución de los distintos personajes en el drama. Imágenes inolvidables como el diálogo entre la cocinera afroamericana del doctor jefe (Stephen McNally, personaje mediador y quizá el menos rico en matices) y una confundida Linda Darnell; las escenas en la casa familiar de Sidney Portier; el enfrentamiento entre afroamericanos y la población blanca en un garaje de desguace de un barrio deprimido; todas las escenas que protagoniza Richard Widmarck, un delincuente sin escrúpulos pero que va mostrando un pasado miserable que explica su comportamiento y sus enraizadas y odiosas actitudes racistas hasta convertirse en una víctima enferma (impresionante cómo el doctor negro antepone su profesión médica y no cede al odio ante tal personaje) y muchas escenas más que hacen que la visión de esta película sea emocionante además de un documento visual para el debate y la reflexión.

4 Meses, 3 Semanas, 2 Días

Película de presupuesto mínimo y sentimiento intenso. Lo intenso es la angustia y el miedo. Cristian Mungiu se adentra en la historia de dos chicas jóvenes, muy diferentes, Otilia y Gabita, pero ambas amigas. Son estudiantes universitarias y su historia se enmarca en el año 1987 donde todavía se vive bajo la dictadura comunista de Ceaucescu. 

Cámara en mano, Bucarest frío, localizaciones distantes (¡¡¡Dios, qué hoteles tétricos!!!¡¡¡Qué recepcionistas más odiosos!!!! ¿Y qué me decís de la frialdad de la residencia de estudiantes?) y el rostro de Otilia (una actriz rumana afincada en Londres, Anamaria Marinca) llenando cada milímetro de las escenas. Desde la distancia, siendo testigos del periplo de ambas amigas, terminas implicándote en una historia que te deja KO. 

En ningún momento se menciona la dictadura, pero se siente. El conflicto es el siguiente: en 1966 se impuso una ley en Rumania que prohibía el aborto. A partir de ese momento surge el aborto ilegal. Las mujeres que toman esa decisión tienen que realizarlo de manera clandestina (poniendo en riesgo sus vidas, su seguridad en la salud, expuestas a malas prácticas…), el aborto se convierte en un acto de rebeldía y resistencia contra un régimen que vigila y prohíbe. 4 Meses, 3 Semanas, 2 Días forma parte de un proyecto más amplio, es el primer proyecto de una serie que llevará el nombre de Relatos de la Edad de Oro donde se contará, desde distintas vivencias y experiencias, el periodo histórico rumano bajo la dictadura de Ciaucescu. 

Sólo tres personajes principales: la amiga que se implica hasta límites insospechados, Otilia. Gabita (Laura Vasiliu), la muchacha tímida y, a veces, ausente, que tiene que abortar. Y, el médico (¿?) frío, calculador y hombre que se me hizo absolutamente odioso, señor Bebe (Vlad Ivanov). 

Esta película rumana está contada con un verismo y realismo (que no es lo mismo) similar a ciertas películas europeas, que son golpes secos a la cabeza y al corazón. El guión de Mengiu te va atrapando a través de la angustia y el miedo. Siempre parece que va a ocurrir lo peor (si ya no es horrible lo que realmente ocurre). Un teléfono que suena, una puerta que no abre, una navaja en el maletín, una mujer en la soledad que se siente perseguida sin serlo, unos carnés de identificación que bailan para crear dosis de estrés, un hombre que apela a la confianza, jovencita pero que se comparta como un ser frío y mercenario que sabe tiene el poder en sus manos, unos recepcionistas de hotel que parecen espías del orden, miradas, silencios, angustias, vómitos, inquietud…, y la soledad absoluta de dos mujeres que se encuentran ante una situación que las supera y las marcará para siempre. 

Película sencilla que tiene un valor sociológico e histórico de una época que pide a gritos ser contada. Desde la cotidianidad. No hay efectos especiales, no hay melodrama, una frialdad y una distancia –que si logras sobrepasarla– que te deja helado. Unos planos secuencia que acentúan la inquietud, el miedo y la soledad de los personajes. Otilia se descubre sola, vulnerable, humillada y con una angustia que transmite en cada expresión de su rostro, en esa cena tremenda en el cumpleaños de la madre de su novio. 

 

Recuerdos cinéfilos

Las sesiones de super 8 cuando mis hermanos y yo eramos pequeños, teníamos en casa un proyector y pantalla blanca. Mi abuelo y mis padres nos traían las películas de Tarzán, las de Charlot o La bruja novata. Y nosotros disfrutando frente la pantalla.

Aquellas sesiones en el salón de actos de nuestro colegio. Todos los meses proyección de película. Recuerdo que cuando se les olvidaba alquilar siempre nos ponían Con la muerte en los talones.

Las razones por las que me enamoré de West Side Story fue por dos sesiones especiales. Una reposición en un enorme cine, la primera vez que la ví, y otra en el cine al aire libre en la pequeña plaza del pueblo de mi padre.

Gracias a las reposiciones, en pantalla grande, que antes hacían los cines de barrio pude ver en sesiones dobles, cuando era más pequeña, practicamente todas las películas del mago del suspense o Casablanca y, por supuesto, todas las de Walt Disney.

Tampoco se me olvida, fíjense ustedes, los ciclos de cine que televisión dedicaba a horas prudentes de grandes directores o actores. Cómo lo disfrutaba. O las sesiones de cine en televisión los sábados al mediodía, siempre buenas películas clásicas.

Políticos en el cine

Después de la campaña electoral de 2008 y, después, de que ayer se celebraran las Elecciones Generales, me dedico a realizar, hoy, un pequeño recordatorio de algunas películas que han tenido a los políticos como protagonistas.

Lo primero que viene a la cabeza es Z, película de Costa Cravas Gavras en el año 1969. Cuando se habla de cine político suele venir a la cabeza las historias que narra este realizador franco-griego. El director suele poner en tela de juicio los tejemanejes de las altas esferas políticas para manejar según sus conveniencias el mundo. En Z toma el asesinato de un líder político pacifista que trata de camuflarse como accidente y no como movimiento político para eliminar a un candidato molesto.

Otro ejemplo de estos tejemanejes, lo vemos en Todos los hombres del presidente, popular película norteamericana de los años setenta dirigida por Pakula y que cuenta la investigación de dos reporteros del Washington Post que descubrieron el caso Watergate y tuvo como consecuencia la dimisión del presidente de los EEUU, Nixon.

Otras películas que nos dejan en el sitio donde se estudia la manipulación política en las campañas y otros asuntos tienen su reflejo en El candidato (1972) –con la famosa frase del candidato con cara de Robert Redford una vez que ha conseguido el poder, ¿y ahora qué?– o Ciudadano Bob Roberts (1993) con ese cantante de folk que aspira al Senado y como su campaña es un ejemplo de manipulación para un líder que sólo tiene ciertos fines económicos, racistas y militares. Y si nos vamos más lejos a 1949, nos encontramos con El político y la historia de como un hombre honrado se transforma al ser elegido gobernador y empleando todo tipo de estrategias para mantenerse en el poder (hace poco se realizó de nuevo un remake que pasó sin pena ni gloria con Sean Penn en el papel de Broderick Crawford).

Sobre lo fácil que es manipular al electorado existen interesantes películas. Elia Kazan nos dejó entre otras películas interesantes Un rostro en la multitud (1957) donde se nos cuenta la ascensión de un líder de opinión populista que termina asesorando a un político de extrema derecha. Bastante distinto es el retrato que nos ofrece Frank Capra en su idealista Juan Nadie. Que cuenta la ascensión de otro líder de opinión también populista pero que para y realmente cree en su mensaje cuando se da cuenta de que está siendo manejando para crear un partido político ultraconservador. Y, si seguimos con Capra, también, nos muestra a un senador idealista Jefferson Smith que empleando los recursos de la democracia lucha contra la corrupción política en un mundo que no se esperaba encontrar, él que sólo quería velar por una vida mejor para adolescentes, niños y demás ciudadanos. Hablo de Caballero sin espada (1939). Y si nos vamos al cine más actual, encontramos el papel de Tom Cruise como líder político y manipulador del papel de EEUU en la guerra en la interesante Leones por corderos.

No podemos dejar fuera otra interesante película del realizador Otto Preminger, Tempestad sobre Washington (1962) que muestra un retrato impagable de los políticos y su mundo. De cómo se mueven y funcionan en todos los ámbitos, incluso “entre pasillos”. Una película apasionante sobre cómo se toman decisiones, sobre presiones, corrupciones y humanidad. Sobre políticos honestos y otros que lo son menos. Sobre los enfrentamientos y los contactos…, muy interesante.En otros casos se muestra el lado humano, cómico y romántico del político o presidente de turno y otras veces se le da imagen de calma con cara de héroe.

Ahí están visiones simpáticas del Primer Ministro británico como las recientes Love Actually (donde Hugh Grant explota, de nuevo y como siempre bien, su lado romántico y seductor en su papel de Primer Ministro, no sólo comprometido y que no se deja manipular por el poderoso presidente –y desagradable– de los EEUU sino que además no se olvida de disfrutar de la vida y el amor) o The Queen (un curioso retrato de Tony Blair en su llegada al poder y las relaciones con la Reina). Por no hablar de las producciones estadounidenses que pintan a un presidente siempre heroico, uno de los últimos ejemplos por supuesto tenía la cara de Harrison Ford en la saga de Air force one. También, podemos ver el lado romántico de los presidentes en productos como El presidente y Miss Wade, con una Begning ecologista y reivindicativa que cae rendida a los pies de un presidente con cara de Michael Douglas.

El cine histórico también ha dejado retratos de políticos como Lincoln en una de las películas de 1939 de John Ford donde retrata los orígenes de un joven con aspiraciones políticas, la cara del futuro presidente era la de Henry Fonda y la película El joven Licoln. También, se ha contado desde distintos puntos de vista el asesinato del asesinato de John Kennedy desde JFK o como telón de fondo de Por encima de todo. El posible asesinato de un presidente ha tenido actualmente ejemplos cinematográficos como En el punto de mira o el falso documental Muerte de un presidente.

Los políticos o líderes políticos son, también, buenos personajes secundarios en distintas películas. Hombres y mujeres honestos/as ante difíciles situaciones, políticos que juegan a ser los buenos o los malos de la función. Los políticos no cabe duda son buen material cinematográfico. 

La sal de la tierra (Salt of the Earth, 1954) de Herbert J. Biberman

Hoy es 8 de marzo, día internacional de la mujer trabajadora, y podría hablar de muchas películas o muchos temas sobre mujer y cine, pero hoy va mi homenaje a las mujeres informando y recomendando una película americana de los años cincuenta: La sal de la tierra de Herbert J. Biberman. Así continuo con la pequeña serie que he comenzado en esta sección del viejo baúl comentando películas que pueden hacer entender algo más el periodo de Caza de brujas en Hollywood (no olvidemos que esta caza de brujas se dio en más sectores de trabajadores, pero el gobierno sabía que si se metían en la meca del cine sus acciones iban a tener mucha repercusión pública). 

Lo primero que te llama la atención de esta película es que cincuenta años después no ha perdido vigencia ni fuerza. La historia es de una honestidad que desarma: trata sobre lo injusto de que exista cualquier tipo de discriminación. En el trabajo, en este caso todos los mineros –tanto los mexicanos como los anglos– piden más condiciones de seguridad en su labor (tema todavía vigente como los otros planteados), a su vez los trabajadores mexicanos piden igual trato que el que tienen los trabajadores anglos.  

Ambas facciones se unen en la huelga para presionar a la compañía y lograr mejoras que beneficien a los trabajadores. Pero lo hermosísimo y bien contado en esta película es las reivindicaciones de derechos y deberes de las mujeres mexicanas y anglos de los mineros. De las amas de casa, madres y abuelas, que hacen abrir los ojos a los hombres en esta lucha contra la compañía. Las mujeres solicitan poder votar en el sindicato, logran –ante una trampa judicial tendida por la compañía a los trabajadores– formar piquetes de mujeres, igual de efectivos que los de sus maridos, piden organizarse y que sus maridos se den cuenta de que juntos pueden conseguir los objetivos de la huelga. 

Las mujeres se alzan con los mismos derechos y deberes a la hora de encarar la huelga, hacen que sus maridos traten de dejar su machismo a un lado y colaboren por igual en las tareas domésticas, tengan en cuenta sus derechos sexuales y no empleen la violencia doméstica porque en el hogar no tiene que haber liderazgo sino compañeros que comparten la lucha, las tareas, la vida… Caminan juntos. Aunque esta lucha de las mujeres les cuesta su trabajo (al igual que el conseguir que la compañía acceda a negociar), muchos hombres no entienden la iniciativa de sus mujeres. La protagonista le dice a su marido: “¿Por qué quieres que yo también me sienta inferior aquí en casa?” 

Lo segundo, de esta película emocionante y sencilla, es que Biberman empleó actores profesionales y no profesionales, se puso a contar un acontecimiento real –sobre una huelga de mineros del zinc en Nuevo México a principios de la década de los cincuenta– y consigue un tono realista y documental a la vez que ofrece puro cine.  

Sus imágenes y el guión son tan fuertes que te tienen pegados a la pantalla. Aquí Biberman emplea muchas técnicas y formas de contar las películas que años más tarde han empleado directores, por ejemplo, del cine británico (Ken Loach) o francés (B. Tavernier). En su montaje y uso de la fotografía podemos ver influencias de neorrealismo y del cine ruso de los años veinte y treinta. La sal de la tierra es una película humana, muy humana, y no cae en lo panfletario sino que trata temas de importancia universal para hombres y mujeres. 

Lo tercero, su rodaje y estreno fue toda una odisea pero al final el producto cinematográfico salió adelante. Todos los responsables de la película estaban siendo perseguidos, y algunos habían sido privados de libertad, por el Comité de Actividades Antiamericanas. Sufrieron todo tipo de presiones e impedimentos para que la película no se llevara a cabo. Desde una persecución atroz en la prensa estadounidense (sin saber realmente de qué iba la película –todo fruto de ambiente paranoico–) hasta todo tipo de problemas de producción que hacían imposible la consecución final del producto. Llegaron incluso a detener a una de las actrices profesionales y además protagonista de la película, la actriz mexicana Rosario Revueltas, la deportaron a México sin dejársela acabar (además en México tampoco encontró jamás trabajo como actriz y tuvo que emigrar a Europa donde hizo carrera en teatro en Alemania). Pero, una vez allí ella siguió dentro del proyecto, y lograron terminar el producto y lo que faltaba de su trabajo en su país de origen. Rosario Revueltas con su rostro transmite el paso de una mujer sumisa y decaída a una mujer que lucha por sus derechos y los de los demás con plena seguridad en sí misma. 

Por supuesto, no pudo tener un estreno y una distribución normal y fueron muy pocas salas las que exhibieron La sal de la tierra. A pesar de todas las dificultades, se terminó La sal de la tierra, un producto que destila magia y libertad creativa. Tanto el director Herbert J. Biberman y su esposa la actriz Gale Sondergaard, como el guionista Michael Wilson, como uno de sus productores Paul Jarrico (todos afectados por la Caza de Brujas) como los actores no profesionales –algunos de ellos mineros y sus esposas–, actores profesionales y todos los demás participantes de la película lucharon para que el producto llegará a su final, sin importarles las consecuencias que tendría para su vida futura. Desde la búsqueda de presupuesto (la película fue producida también por el sindicato internacional de mineros y trabajadores del metal) hasta el revelado de la película, todo eran obstáculos y dificultades que fueron salvando poco a poco.  

Hoy La sal de la tierra tiene un valor histórico, cultural, documental y social que le aseguran su permanencia en la memoria cinéfila.

Shirley MacLaine

Unos ojos especiales y vivarachos, una melena corta que fue su seña de identidad durante sus primeros años de éxito en los cincuenta y sesenta. Una cara distinta, fresca, tierna, moderna y buen cuerpo…, y algunos personajes inolvidables que la convierten en leyenda y musa cinéfila.

Shirley MacLaine cuenta con una larga filmografía donde toca absolutamente todos los géneros y recrea a todo tipo de mujeres: melodrama, comedia, musical, western, aventura, misterio, drama…, nada se la resiste. Es la mujer camaleónica que igual que se pega batacazos resurge con fuerza, como ave fénix. Será su espíritu voluble.

Alucinada me quedé cuando me enteré de que su hermano (tres años menor que ella) era el siempre bello Warren Beatty que siguió los pasos de su hermana en el mundo del cine. Cuenta una anécdota mil veces repetidas, que cuando Beatty era el soltero de oro (no olvidemos que ahora vive feliz al lado de Anne Begnin), Shirley bromeaba diciendo que debía ser una de las pocas mujeres que no se había acostado con él.

Aún sigue en activo, y no para, ahora parece que ha vuelto a dejar a un lado su espíritu y su dedicación a la escritura sobre temas trascendentales, y ha regresado a la pantalla. La esperamos, todavía, en un drama británico de Richard Attenborough, Cerrando el círculo.

La vimos aparecer en pantalla en una de las comedias negras del orondo director del suspense, Pero…¿quién mató a Harry? Corría el año 1955. Después se embarcó en una de las grandes superproducciones de la época, La vuelta al mundo en 80 días, como exótica princesa hindú (empieza a dar rienda suelta a su transformismo). Al final de la década embelesa a la academia que la nomina al oscar por su interpretación de prostituta con corazón en melodrama de Minelli, Como un torrente. Por cierto, actúa junto a Frank Sinatra, cuenta la leyenda cinematográfica que es una de las pocas elegidas en la banda de amigos del actor (los Rat pack de los sesenta).

En los sesenta empieza con una obra maestra y un tropezón. Todos la recordamos como la ascensorista Frank Kubelik que es la enamorada del oficinista gris con cara de Jack Lemmon. Su enternecedora recreación de una chica moderna con el corazón roto, que bajo su fortaleza y cinismo dulce se esconde una mujer vulnerable capaz de quitarse la vida al no sentirse amada, la subió a los altares de la sala oscura. Me refiero, por supuesto, a El apartamento de Billy Wilder. Pero patina con un aburrido musical sin pies ni cabeza que se llama Can can.

Dos años más tarde vuelve a enternecernos en dos dramas: junto a Audrey Hepburn es una de las profesoras perjudicadas por la calumnia de una niña odiosa. La película es una adaptación de una obra teatral de la Hellman y Wyler nos regala La Calumnia con una MacLaine que vive ocultando su homosexualidad, algo muy mal visto en un ambiente represor y conservador. La otra es una melancólica historia de amor en la que dos seres muy diferentes tratan de hacer frente a su soledad, Cualquier día en cualquier esquina.

Wilder vuelve a darla en 1963 uno de esos papeles que la han vuelto inolvidable en Irma la dulce, otra prostituta de buen corazón. Su carrera empieza a deslizarse por películas que no alcanzan el prestigio de sus obras anteriores. Películas, algunas, que están pidiendo una nueva mirada o revisión. Así Shirley es una de las propietarias del Rolls-Roy amarillo, se convierte en la protagonista absoluta de una comedia negra con reparto masculino de quitar el hipo, Ella y sus maridos; trabaja con el italiano De Sica en Siete veces mujer y se convierte en una Caribia americana en el musical Noches en la ciudad.

Los años setenta los empieza con buen pie al protagonizar un original western con el rey en aquellos momentos del género, Clint Eastwood. Ambos tienen una química especial y MacLaine enamora haciendo de una monja muy, muy especial. La recordamos en Dos mulas y una mujer.  Siete años después la nominan al oscar por su presencia en un drama hoy olvidado sobre ballet y mujeres, Paso decisivo. Y, consigue un pequeño éxito apareciendo en la obra de un buen director americano de los setenta, Hal Ashbi, con Bienvenido Mrs Chance. Pero la película es a mayor gloria de Peter Sellers.

Los años ochenta la llevan al oscar en un melodrama que hizo historia de la lágrima y de las relaciones entre madre e hija. El pañuelo preparado era la fórmula para dejarse llevar por La fuerza del cariño (en los noventa realizó una olvidable secuela). La MacLaine entra en el terreno de actriz para un roto y un descosido. Con papeles secundarios de prestigio en todo tipo de comedias y dramas y algún papel principal que la mantiene en forma. Así transcurre la década de los noventa y continúa en el siglo XXI. La MacLaine acompaña a todo un elenco de mujeres de distintas generaciones (y actrices también de diferentes épocas, todas grandes) en el melodrama moderno Magnolias de acero. Vuelve a reflejar una complicada relación entre madre e hija en Postales desde el filo (basada en las memorias de Carrie Fisher, alias princesa Leia). Protagoniza una comedia sobre dos personas muy diferentes, pareja imposible, pero que finalmente funciona, al estilo de Miss Daisy, MacLaine hace su papel de viuda insoportable pero con buen fondo en Tess y su guardaespalda. Y se sigue reciclando en sus papeles de madre o abuela para acompañar a las actrices de ahora en comedias como En sus zapatos, Dicen por ahí o Embrujada. Ahora regresa en papel romántico, mujer mayor que recuerda su pasado, en como dije al principio, Cerrando el círculo. Su mirada chispeante sigue enamorando a los espectadores de la sala oscura.

Diccionario cinematográfico (55)

Ginger y Fred: en el cielo o en la tierra, el hombre de frac y sombrero de copa, y un buen bastón, zapatea y zapatea para que su amada suba o baje a bailar con él. Para adormecerla con el claqué. Es delgadillo y feucho pero cuando baila vuela, y su sonrisa es pícara. Se llama Fred.La rubia con recogidos imposibles, enormes ojos, y mucho vestido de plumas o lamé. Se llama Ginger. Bella muy bella, siempre termina bailando con él, porque aunque feucho, la hace volar. La hace soñar. Y, ella le sigue y él la sigue. Ambos zapatean, una y otra vez. No se cansan. Y en cada zapateo se enamoran más y más. Ponen mejilla con mejilla y se susurran al oído en decorados artificiales, que a pesar de los equívocos, siempre bailarán juntos. No les importa se enamorarán una y otra vez. Porque son los años 30 y el mundo alrededor suyo se derrumba, y la gente llora, las familias empobrecen, pasan hambre y hay paro y desempleo y mucha violencia. Y el mundo no marcha. Pero ahí están por siempre Ginger y Fred, inmunes, en decorados de cartón piedra, en escenarios y hoteles art decó, sueñan y hacen soñar. Mejilla con mejilla. Ellos se aman y vuelan con el baile para ser vistos. Para hacer soñar.

Douglas Sirk de Jesús González Requena

Uno de los últimos libros de la serie Signo e Imagen/Cineastas de Cátedra está centrado en la figura del realizador Douglas Sirk. Jesús González Requena aborda la obra del autor no desde un análisis histórico del autor, su breve biografía y un estudio exhaustivo de cada una de las películas de su filmografía (como es habitual en este tipo de libros) sino que se centra en el uso del lenguaje cinematográfico del realizador. Una perspectiva muy interesante y original para conocer la obra de un creador coherente y consciente del empleo del cine como medio de expresión. 

Requena actualiza un trabajo ya publicado en 1987 y consigue que echemos una mirada nueva a la obra de Douglas Sirk. Así nos avisa ya en la introducción al libro que sólo prestará atención a los textos fílmicos y a la escritura que trabaja en el interior. De esta manera, descubrimos que nada en la manera de representar sus historias se encuentra al azar, que son productos muy bien hechos y pensados. Todo quiere decir algo y tiene una función dentro de la película. Mil y un símbolos que quedan a nuestra vista. Un viaje apasionante al mundo sirkiano. Un trabajo de investigación serio y documentado. 

En todo el libro se desprende una gran metáfora, la metáfora del espejo. Y, pronto descubrimos la cantidad de espejos/lecturas que tienen sus películas. Además de descubrir la presencia obsesiva del espejo en cada una de sus películas. 

Así realizamos camino cinematográfico a sus grandes obras y a otras más desconocidas (o más difíciles de acceder a ellas): iniciamos el recorrido con la película La novena sinfonía (1936), seguimos con La golondrina cautiva (1937), nos vamos ya a su etapa estadounidense con dos películas con la presencia de su primer actor fetiche: George Sanders en Tormenta de verano (1944) y Escándalo en París (1945); y finalizamos con la serie de películas por las que ha alcanzado el altar en el Olimpo cinematográfico (ya saben yo siempre tan exagerada) durante la década de los cincuenta con: Su gran deseo (1953), Obsesión (1953), Sólo el cielo lo sabe (1955), Siempre hay un mañana (1955), Escrito sobre el viento (1956), Interludio de amor (1956), Ángeles sin brillo (1957), Tiempo de amar, tiempo de morir (1957) e Imitación a la vida (1958). En esta segunda etapa sus actores fetiche serían Rod Hudson, Robert Stack y John Gavin. Y ellas tendrían los rostros de Jane Wyman, Barbara Stanwyck, Dorothy Malone o Lana Turner. Poco a poco entendemos cómo usa la escritura cinematográfica este gran autor del melodrama, que con sutilidad aborda la melancolía, emplea siempre a su favor la escenografía y las técnicas cinematográficas, y realiza un empleo de la luz…, para hablar, para contar, para que entendamos a sus personajes. Toca temas universales en sus películas como el amor, la muerte y el tiempo siempre desde perspectivas que nos seducen. 

Un libro para volver a tener una disculpa de acercarnos de nuevo, de buscar, indagar, revisitar e investigar la obra de Douglas Sirk. 

Bienvenido sea.

La barrera invisible (Gentleman’s Agreement, 1947) de Elia Kazan

La barrera invisible, en su momento, fue todo un acontecimiento y una película de prestigio que contó con tres de los oscars más importantes: mejor película, mejor director y mejor actriz secundaria (Celeste Holm), sin embargo, no se ha convertido en un clásico, ni es considerada entre las mejores de su director Elia Kazan. 

Más me llamó la atención cuando en la larga entrevista que realiza Jeff Young a Elia Kazan (Mis películas, Colección La memoria del cine, editorial Paidós, 2000), el entrevistador deja ver al director que le parece una mala película, simple y muchos calificativos negativos más. Y, que Elia Kazan no deja de darle la razón pero siempre advirtiendo al entrevistador que hay que situar la película en su contexto histórico para poder entender por qué funcionó en su momento. 

Yo la he visto hace apenas una semana por primera vez. Y rescato bastantes cosas de la película, que no me parece ni mucho menos mediocre y sí bastante olvidada. Sí que apunto que no es de las películas que más me han gustado de su director (me quedo entre toda su filmografía con La ley del silencio pero también rescato Un tranvía llamado deseo, Al este del edén o Esplendor en la hierba). Además, pienso que alguno de sus planteamientos se pueden seguir encontrando en el siglo XXI luego no creo que sea una película que haya envejecido mal. 

El planteamiento es muy sencillo (el guión es obra del dramaturgo Moss Hart que adapta al cine una novela de éxito de Laura Hobson): un periodista tiene que escribir una serie sobre antisemitismo en EEUU, trata de buscar un enfoque adecuado y lo encuentra cuando piensa que lo mejor es hacerse pasar por judío durante seis meses. En ese momento vive en sus carnes, de una manera que no espera, incluso en la mujer que ama, los resortes ocultos y profundos del antisemitismo. Imagínense el momento en que se rodó esta historia: poco después de la Segunda Guerra Mundial, después de que el mundo haya descubierto el horror del Holocausto, y que además EEUU ha luchado como aliado contra el fascismo nazi. Y, ahí, una película que escarba y pone el dedo en la llaga: ¡¡¡ehhh, americanos míos, clases medias y acomodadas, que también rechazamos, de manera sutil y directa, a los judíos!!!¡¡¡Ehhh, esos que vais de progresistas y liberales hurgar un poquito y veréis cómo sólo lo sois de boquita, aunque sabéis lo que ocurre vuestra ley es el silencio, el disimulo, el que no haya conflicto…, otra forma más sutil todavía de antisemitismo porque veis ser judío como problema y conflicto. Mejor ocultarlo!!! 

Durante ese periodo, otro director Dmytryk ya había tratado el tema en otra película, Encrucijada de odios, y décadas más tarde, en El baile de los malditos. Curiosamente, los dos directores serían perseguidos durante la Caza de Brujas, y los dos terminarían renegando de su pasado progresista y dando nombres de sus compañeros. 

En su momento, este tipo de películas fueron consideradas testimonios valientes. A La barrera invisible le pongo tres peros: el happy end –precipitado y que no pega en absoluto con el tono de la película– y quizá el recurso fácil que emplea el periodista y que desencadena la trama. El tercer pero es el propio personaje de Gregory Peck, el periodista, (y eso que adoro a este actor) demasiado rígido, moral, juzgador y héroe, que lo hace poco creíble. Pero el planteamiento del problema es válido y creo que todavía vigente (no hace falta poner la palabra judío o antisemitismo). 

De nuevo, el personaje más complejo es el más realista y el que veo más vigente, la enamorada de Peck, interpretada por Dorothy McGuire. La mujer de clase media con un discurso de mujer progresista y liberal (me valen igualmente los hombres), pero tan sólo aparentemente (a través de su discurso pero no de la acción), que oculta a una mujer vulnerable y asustada incapaz de enfrentarse al racismo latente en su familia, amigos e incluso en ella misma. Que se muestra asustada y que vive con el silencio y evitando el enfrentamiento y el conflicto para no perder su pertenencia a una comunidad. McGuire hace creíble un personaje real que no es difícil de encontrar hoy. Ella es un personaje absolutamente humano. 

El otro personaje que se lleva la película es John Garfield (también sufrió las consecuencias de la Caza de Brujas y sus presiones hasta tal punto que perdió la salud y la vida) como el mejor amigo judío y militar del periodista. Él es el que sufre a diario el rechazo y el racismo junto a su familia –por eso se queda de piedra ante la ingenuidad de su amigo aunque lo apoya, sabe que lo que él va a vivir por unos días, él lo tendrá que soportar siempre–. Y, por eso, solamente ellos dos, Garfield y McGuire, podían protagonizar la escena en que el personaje de McGuire queda al descubierto pero por otra parte reacciona. 

La amiga periodista (Celeste Holm que se llevó un oscar por su interpretación), verdadera progre y consecuente con sus palabras y sus acciones, deja una pregunta abierta en la trama y muchos piensan que mal solucionada (¡¡¡cielos, por qué el periodista Peck no se enamora de esta mujer de bandera!!!) pero es que entre ambos personajes no hay posibilidades de conflicto. Tampoco hay que dejar de nombrar a esa secundaria Anne Revere (también nominada) como madre recta y de personalidad magnánima que apoya en todo momento las decisiones y pensamientos de su hijo periodista. 

Otro momento clave e interesante para el debate son los protagonizados por la secretaria del periodista, judía y que cambia su nombre para no ser rechazada y conseguir trabajo pero que a su vez no ve con buenos ojos a otros judíos. Ella entra también en el mecanismo del antisemitismo. También, una actitud comprensible y tristemente humana. 

Así que a pesar de los peros, La barrera invisible es una película interesante que revela un sentir del momento, de un periodo postbélico al borde de la Guerra Fría (y en el que se pueden rescatar ciertas cosas que siguen vigentes en este siglo). 

Una película que cómo descubre el director en la entrevista que cito al principio tenía un claro mensaje, directo y si quieren simple, dejo sus palabras: “Yo les estaba diciendo: ‘Vosotros, que estáis ahí sentados viendo el estreno, con vuestras ropas lujosas y vuestra orondas cuentas bancarias, sois antisemitas. Lo haré con tanta delicadeza y suavidad que no habrá modo de que no aceptéis la culpabilidad’”.