Shirley MacLaine

Unos ojos especiales y vivarachos, una melena corta que fue su seña de identidad durante sus primeros años de éxito en los cincuenta y sesenta. Una cara distinta, fresca, tierna, moderna y buen cuerpo…, y algunos personajes inolvidables que la convierten en leyenda y musa cinéfila.

Shirley MacLaine cuenta con una larga filmografía donde toca absolutamente todos los géneros y recrea a todo tipo de mujeres: melodrama, comedia, musical, western, aventura, misterio, drama…, nada se la resiste. Es la mujer camaleónica que igual que se pega batacazos resurge con fuerza, como ave fénix. Será su espíritu voluble.

Alucinada me quedé cuando me enteré de que su hermano (tres años menor que ella) era el siempre bello Warren Beatty que siguió los pasos de su hermana en el mundo del cine. Cuenta una anécdota mil veces repetidas, que cuando Beatty era el soltero de oro (no olvidemos que ahora vive feliz al lado de Anne Begnin), Shirley bromeaba diciendo que debía ser una de las pocas mujeres que no se había acostado con él.

Aún sigue en activo, y no para, ahora parece que ha vuelto a dejar a un lado su espíritu y su dedicación a la escritura sobre temas trascendentales, y ha regresado a la pantalla. La esperamos, todavía, en un drama británico de Richard Attenborough, Cerrando el círculo.

La vimos aparecer en pantalla en una de las comedias negras del orondo director del suspense, Pero…¿quién mató a Harry? Corría el año 1955. Después se embarcó en una de las grandes superproducciones de la época, La vuelta al mundo en 80 días, como exótica princesa hindú (empieza a dar rienda suelta a su transformismo). Al final de la década embelesa a la academia que la nomina al oscar por su interpretación de prostituta con corazón en melodrama de Minelli, Como un torrente. Por cierto, actúa junto a Frank Sinatra, cuenta la leyenda cinematográfica que es una de las pocas elegidas en la banda de amigos del actor (los Rat pack de los sesenta).

En los sesenta empieza con una obra maestra y un tropezón. Todos la recordamos como la ascensorista Frank Kubelik que es la enamorada del oficinista gris con cara de Jack Lemmon. Su enternecedora recreación de una chica moderna con el corazón roto, que bajo su fortaleza y cinismo dulce se esconde una mujer vulnerable capaz de quitarse la vida al no sentirse amada, la subió a los altares de la sala oscura. Me refiero, por supuesto, a El apartamento de Billy Wilder. Pero patina con un aburrido musical sin pies ni cabeza que se llama Can can.

Dos años más tarde vuelve a enternecernos en dos dramas: junto a Audrey Hepburn es una de las profesoras perjudicadas por la calumnia de una niña odiosa. La película es una adaptación de una obra teatral de la Hellman y Wyler nos regala La Calumnia con una MacLaine que vive ocultando su homosexualidad, algo muy mal visto en un ambiente represor y conservador. La otra es una melancólica historia de amor en la que dos seres muy diferentes tratan de hacer frente a su soledad, Cualquier día en cualquier esquina.

Wilder vuelve a darla en 1963 uno de esos papeles que la han vuelto inolvidable en Irma la dulce, otra prostituta de buen corazón. Su carrera empieza a deslizarse por películas que no alcanzan el prestigio de sus obras anteriores. Películas, algunas, que están pidiendo una nueva mirada o revisión. Así Shirley es una de las propietarias del Rolls-Roy amarillo, se convierte en la protagonista absoluta de una comedia negra con reparto masculino de quitar el hipo, Ella y sus maridos; trabaja con el italiano De Sica en Siete veces mujer y se convierte en una Caribia americana en el musical Noches en la ciudad.

Los años setenta los empieza con buen pie al protagonizar un original western con el rey en aquellos momentos del género, Clint Eastwood. Ambos tienen una química especial y MacLaine enamora haciendo de una monja muy, muy especial. La recordamos en Dos mulas y una mujer.  Siete años después la nominan al oscar por su presencia en un drama hoy olvidado sobre ballet y mujeres, Paso decisivo. Y, consigue un pequeño éxito apareciendo en la obra de un buen director americano de los setenta, Hal Ashbi, con Bienvenido Mrs Chance. Pero la película es a mayor gloria de Peter Sellers.

Los años ochenta la llevan al oscar en un melodrama que hizo historia de la lágrima y de las relaciones entre madre e hija. El pañuelo preparado era la fórmula para dejarse llevar por La fuerza del cariño (en los noventa realizó una olvidable secuela). La MacLaine entra en el terreno de actriz para un roto y un descosido. Con papeles secundarios de prestigio en todo tipo de comedias y dramas y algún papel principal que la mantiene en forma. Así transcurre la década de los noventa y continúa en el siglo XXI. La MacLaine acompaña a todo un elenco de mujeres de distintas generaciones (y actrices también de diferentes épocas, todas grandes) en el melodrama moderno Magnolias de acero. Vuelve a reflejar una complicada relación entre madre e hija en Postales desde el filo (basada en las memorias de Carrie Fisher, alias princesa Leia). Protagoniza una comedia sobre dos personas muy diferentes, pareja imposible, pero que finalmente funciona, al estilo de Miss Daisy, MacLaine hace su papel de viuda insoportable pero con buen fondo en Tess y su guardaespalda. Y se sigue reciclando en sus papeles de madre o abuela para acompañar a las actrices de ahora en comedias como En sus zapatos, Dicen por ahí o Embrujada. Ahora regresa en papel romántico, mujer mayor que recuerda su pasado, en como dije al principio, Cerrando el círculo. Su mirada chispeante sigue enamorando a los espectadores de la sala oscura.

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