Hasta el fin del tiempo (Till the End of Time,1946) de Edward Dmytryk

El mismo año que William Wyler estrenó Los mejores años de nuestra vida, el directo Edward Dmytryk realiza también Hasta el fin del tiempo. Mientras que la primera sigue siendo un referente de cómo el cine estadounidense presenta el regreso de soldados norteamericanos y su difícil integración en la sociedad después de la II Guerra Mundial, la segunda ha caído en el olvido. 

Las razones pueden ser varias: la primera está producida por un estudio fuerte como la Metro y en su reparto hay más estrellas que en el cielo como decía el eslogan de dicho estudio (en su reparto están Dana Andrews, Fredric March, Myrna Loy, Teresa Wright o Virginia Mayo). La segunda está rodada en uno de los estudios menores –que no menos importante–, la RKO y en su reparto no hay estrellas (un Robert Mitchum que todavía no es lo suficientemente conocido y reconocido y una actriz que pide ser revalorizada a gritos Dorothy McGuire son sus bazas). 

Además, Los mejores años de nuestra vida está dirigida por un director de oro en aquel momento (y, ahora, un poco olvidado y es una pena porque su filmografía merece la pena), William Wyler, que ya tenía en su haber joyas como Jezabel, La carta o La loba, y por otra parte, había demostrado su patriotismo en una de las películas más populares y propagandísticas durante la II Guerra Mundial, La señora Miniver. Un director de carrera imparable que seguiría dando clásicos como La heredera, Vacaciones en Roma o Ben Hur. 

Sin embargo, Hasta el fin del tiempo fue dirigida por Edward Dmytryk, uno de los directores afectados por la caza de brujas. Ésta fue una de las películas señaladas por el Comité de Actividades Antiamericanas para emitir sus juicios sobre la filmografía del director. Su popularidad, entre el público, era menor. Fue uno de los primeros en las listas negras, uno de los conocidos como Los diez de Hollywood que se negaron a declarar y se protegieron en la quinta enmienda (cuyo texto legal dice que “ni se obligará a declarar contra sí misma en ningún juicio criminal”). Uno de los que sufrió privación de libertad. Sin embargo, Dmytryk no pudo con la presión, como sus demás compañeros de lista, y sí llegó a declarar, a pedir perdón por su pasado y a dar nombres de sus compañeros. Esta actitud ha hecho que, en parte, no haya sido reconocida su obra como director (que aunque interesante nunca obtuvo los índices de popularidad y calidad de su compañero) que tiene películas como Historia de un detective, Encrucijada de odios, Vivir un gran amor (que luego se haría un remake reciente El fin del romance) o la magnífica El baile de los malditos. 

Sin embargo, Hasta el fin del tiempo es una película muy bien contada y, además, presenta este regreso nada heroico con un método más realista y cotidiano que Los mejores años de nuestra vida. Ayuda el planteamiento y la forma en que está contada y, curiosamente, es más creíble por la poca presencia de estrellas y glamour. El único pero es su final precipitado y además totalmente happy end que no corresponde en nada al tono que ha tenido la película. Un tono siempre al borde de la melancolía y la crispación. Los tres combatientes y sobre todo el protagonista, Cliff (interpretado por un guapo y desconocido actor, Guy Madison) viven perplejos su soledad, su inadaptación, las secuelas de la guerra y el sentimiento de los años que les ha hecho perder la guerra. Unos años que no podrán recuperar más. 

Cliff sólo se encuentra a gusto entre los camaradas de guerra, entre los que saben lo que vivieron. Toda la película roza el desencanto…, sobre todo en la exquisita composición de McGuire como la viuda de guerra que trata de superar la pérdida del amado, arrebatado por la guerra.  Cliff y la viuda intentarán recomponer sus vidas, volver a creer y encontrarse el uno al otro. Aunque a ambos les vence, muchas veces, la melancolía y el pasado. 

La película está repleta de escenas muy interesantes como la relación complicada que se establece entre Cliff y los padres. Cliff no conecta con ellos y fracasa las veces que les quiere hacer comprender que ahora no es el adolescente que se marchó hace unos años a la guerra. Los padres son incapaces de reconocer al Cliff que tienen delante, que no encuentra trabajo, que no se adapta, que no aparece por casa, y por otra parte, se niegan a escuchar lo que ha vivido su hijo. Quieren borrar el sufrimiento y que todo vuelva a ser igual. Como antes de la guerra. 

Impresionante la escena en que Cliff y su enamorada, una desencantada viuda, se acercan a tranquilizar y ayudar a un soldado que no soporta la idea del regreso, que se encuentra mal física y psíquicamente, y que no puede controlar sus temblores. 

También, es interesante como ahonda en las secuelas físicas y psíquicas que la guerra ha dejado a los combatientes que han regresado. Sobre todo en los papeles de Robert Mitchum que no logra situarse ni cumplir sus sueños y que va dejando deudas por donde pasa –además de tener una grave lesión en el cerebro que le produce secuelas– o el personaje de Perry (Bill Williams), un soldado sin piernas que se niega a volver a luchar, se encierra en su cuarto, y no quiere oír de ponerse unas piernas ortopédicas. 

Y, realista porque en una de las escenas pone en alerta de una sociedad que se está volviendo excesivamente conservadora y excluyente que está alentando el odio y que aprovecha para reclutar a estos individuos perdidos. 

Hasta el fin del tiempo deja un regusto amargo, y a pesar de su rápido Happy End, sabemos que los protagonistas no han solucionado sus problemas y que no lo van a tener nada fácil. Impacta la primera escena, la del regreso, unos soldados a los que preparan para ir al hogar sin nada de heroísmos ni puertas grandes o desfiles gloriosos sino informándoles fríamente sobre las instituciones que podrán prestarles ayuda, sobre las pagas que tienen derecho a recibir y subiéndoles a un autobús con petate al hombro.