Terry Gilliam y el cine

Otro fabulador de cuentos oscuros o claros (yo me quedo con El rey pescador y Doce monos) es el ex-miembro de los Monty Python, Terry Gilliam. En un libro, de edición cuidada, de los críticos Jordi Costa y Sergi Sánchez (que publicaron en el año 1998 gracias a la colección de libros con los que deleita siempre  el Festival Internacional de cine de Donostia-San Sebastián), Terry Gilliam, el soñador rebelde, contiene una completa entrevista con el director y una de sus preguntas es cómo se despertó su pasión por el cine.

La contestación de Gilliam es linda, muy linda, habla que sus primeros recuerdos le llevan a Blancanieves o Pinocho pero que le dejó marcado El ladrón de Bagdad (1939) de Michael Powell, Ludwig Berger y Tim Whelan. Echa de menos la magia en el cine…, habla de esa magia de la sala oscura, de la sensación de ponerte frente a una especie de contador de historias.

Comenta cómo siempre le han encantado las películas de aventuras, los cómicos como Jerry Lewis o las películas épicas al estilo Ben Hur…, el poder del celuloide de trasladarte a otras civilizaciones, a otros tiempos, a otras épocas…, salir, a través del cine de las monotonías de tu vida…, pero, de pronto vive una transformación, y lo cuenta de manera preciosa:“Creo que la primera película en la que fui consciente de un verdadero trasfondo social –la primera película en que me di cuenta de que el cine podí hacer algo más que entretener– fue Senderos de Gloria (Stanley Kubrick, 1957). Tenía unos catorce años. Era sábado, pero yo me quedé en casa viendo la película, atónito. Luego fui corriendo a contárselo a todos mis amigos. Nadie la había visto. Pero, Dios mío, aquella película era algo distinto. Me hizo darme cuenta de dos cosas: de que podías tratar un tema social y de que podías mover la cámara de una forma en la que nadie lo había hecho antes. De repente fui consciente de eso que llaman técnica cinematográfica: aquellos travellings eran maravillosos”.

Me parece preciosa esa forma de descubrir por una parte las mil y una posibilidades del cine. No sólo el entretenimiento. Y la alucinación al empezar a comprender el lenguaje cinematográfico, otro modo de expresión.

A mí Gilliam me ha soñar…, y cuando quiere, se convierte en ese contador de cuentos que nos deja con los sentidos suspendidos en el aire u otra dimensión.