Diccionario cinematográfico (56)

Erotismo (4ª parte): volamos rumbo a la década de los sesenta para descubrir un erotismo a punto de descubrirse al cien por cien ya queda poco tiempo para las censuras (por lo menos las que llamaríamos morales) en la cinematografía estadounidense, europea y de otros sitios del mundo. El erotismo y el deseo va dejando poco a poco sitio a una carnalidad al descubierto, casi, la imaginación del público todavía juega. Lo erótico y lo bello siguen de la mano. 

Desde Europa, ellas son las triunfadoras, desde Austria cuando Romy Schneider deja de lado a la cursi de Sissi, se descubre un erotismo elegante y bello…, triste. Su rostro y su cuerpo viaja por Italia, Francia, EEUU…, y ella, erótica, pero con una melancolía que nunca la abandona. Si seguimos por Francia descubrimos otro erotismo elegante y melancólico con rostro de Capucine. En este país con la nueva ola del cine francés y sin ola empieza a surgir el erotismo de la mujer francesa. Desde el más intelectual pero no por ello menos cálido, Jeanne Moreau, Catherine Deneuve se convierten en las musas de mujeres inolvidables de gran atractivo sexual. Una más cercana y loca, otra más fría y distante. Ambas reinas del erotismo intelectual francés. También, llegó el rostro perfecto y hermoso de Anouk Aimée que se prodigó poco en la pantalla pero protagonizó hitos del cine europeo y de cintas románticas que poblaron los sueños de los espectadores. Y, de pronto, Dios creo a la mujer, a la mujer carnal, que nada esconde, una lolita francesa con morritos ansiosos y cuerpo despampanante, nace el mito sexual de una jovencísima Brigitte Bardot. No debemos olvidar realizar una parada en Italia, la cuna de la sensualidad y el erotismo. La industria italiana pensó si los americanos nos dan heroínas con cuello de gacela o rubias como el hielo, nosotros exportaremos mujeres de carne y hueso, despampanantes, conscientes de su belleza y poder de seducción. E, Italia se convierte en cuna de actrices de un erotismo que traspasa pantallas y fronteras. La gran Anna Magnani, una de esas feas atractivas con fuerza y erotismo a flor de piel, cede su cetro a hermosas, y también actrices: una Silvana Mangano que evoluciona del erotismo más exacerbado a la elegancia más extrema (mismo camino siguió la gran Sophia Loren en todo el esplendor de su belleza y éxito). Por ahí, hace sus pinitos una Gina Lollobrigida, la más bella entre las bellas, y surge la chica de la maleta, el erotismo inocente y hermoso de una Claudia Cardinale que no deja de sorprender. El cine más intelectual (y cuando empleo esta palabra me refiero a aquellos directores que realizaban un cine que apuntaba más a la cabeza y a la distancia que apuntar al corazón) de la mano de un Michelango Antonioni tuvo su despampanante musa en una Monica Vitti al descubierto. 

Y, saltamos, por último a Gran Bretaña, que lanza la mujer moderna, liberada, que vive lo sexual, y que el erotismo lo tienen en la piel, en el rostro. Surgen dos bellezones, cada cual en su estilo, y además, intérpretes de prestigio y símbolos de estos años y de los setenta. Arrasa Julie Christie y sus labios carnosos y su pelo rubio.  Y Vanessa Redgrave es la heroina moderna de los sesenta. Ante salvaje competencia  por parte de sus compañeras europeas, los EEUU no se duermen en la inopía. También, quieren mostrar mucho más el erotismo de sus musas. Y aunque exportan bellezas con cuellos de gacela y sensualidad suave, cada vez más modernas claro está, junto a Mia Farrow, surgen damas poderosas (aunque a diferencia con sus colegas europeas con poca capacidad interpretativas) como Raquel Welch o Ursula Andress. Aunque, por supuesto, también exporta rostros de un erotismo cada vez más expresado y además con grandes cualidades interpretativas. La musa de la rebeldia, la mujer moderna y que vive su sexualidad libremente toma el rostro de una Jane Fonda que se hace con papeles reivindicativos sin rehusar al erotismo de los sesenta. La elegancia y un erotismo intelegente y pausado caracteriza a unas magníficas Anne Bancroft o Angie Dickinson. El erotismo extremo, ya en los cincuenta, tuvo el rostro de una desaprovechada y fantástica Baby Doll, Carroll Baker. 

¿Y ellos? Los clásicos pisaban con fuerza desde un Sean Connery con erotismo de caballero chuleta, un Robert Redford que empezaba a pasear descalzo por el parque con una sonrisa desarmente y un pelo rubio para ser tocado. O ese Warren Beatty, hermoso, hermoso, erótico con una mirada, que se convertiría en el hippy y moderno de los setenta. Lo exótico sigue llamando a la puerta de Hollywood y el estatismo y rostro egipcio de un Omar Sharif haría surgir un suspiro entre el público asistente.   Los rostros de los sesenta nacen con los ojos azules y el rostro encantador y travieso de un Ryan O’Neal que se transforma en héroe romántico de fama efímera. A finales de los sesenta empieza a surgir una serie de hombres que muestran que los tiempos han cambiado, y su erotismo también, hombres que mostrarían su esplendor o caída en los setenta. El rubio de cuerpo escultural y ternura erótica en el rostro de Jon Voight; el rostro aniñado pero dulce, de labios carnosos, como Michale Sarrazin…, está a punto de nacer una nueva generación pero lo dejamos para los setenta. En Europa, los caballeros también pisan muy, pero que muy fuerte, y si paramos en Gran Bretaña, ¿quién no quedó desarmado con la mirada intensa, el cuerpo de ensueño y la travesura constante de un vividor con cara de Peter O´Toole. Otro británico de rostro pícaro, alegria vital, y erotismo travieso es el de Albert Finney. Alan Bates era todo fuerza y cuerpo. La elegancia, dulce y erótica del efebo, correspondió al extraño rostro de Michael York.  Y, desde Francia la belleza y el erotismo se hizo hombre en la mirada, el cuerpo y los ojos del hermoso Alain Delon. Y, otro de los actractivos feos por antonomasia, con sonrisa delatora, fue un Jean Paul Belmondo inolvidable.

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