4 Meses, 3 Semanas, 2 Días

Película de presupuesto mínimo y sentimiento intenso. Lo intenso es la angustia y el miedo. Cristian Mungiu se adentra en la historia de dos chicas jóvenes, muy diferentes, Otilia y Gabita, pero ambas amigas. Son estudiantes universitarias y su historia se enmarca en el año 1987 donde todavía se vive bajo la dictadura comunista de Ceaucescu. 

Cámara en mano, Bucarest frío, localizaciones distantes (¡¡¡Dios, qué hoteles tétricos!!!¡¡¡Qué recepcionistas más odiosos!!!! ¿Y qué me decís de la frialdad de la residencia de estudiantes?) y el rostro de Otilia (una actriz rumana afincada en Londres, Anamaria Marinca) llenando cada milímetro de las escenas. Desde la distancia, siendo testigos del periplo de ambas amigas, terminas implicándote en una historia que te deja KO. 

En ningún momento se menciona la dictadura, pero se siente. El conflicto es el siguiente: en 1966 se impuso una ley en Rumania que prohibía el aborto. A partir de ese momento surge el aborto ilegal. Las mujeres que toman esa decisión tienen que realizarlo de manera clandestina (poniendo en riesgo sus vidas, su seguridad en la salud, expuestas a malas prácticas…), el aborto se convierte en un acto de rebeldía y resistencia contra un régimen que vigila y prohíbe. 4 Meses, 3 Semanas, 2 Días forma parte de un proyecto más amplio, es el primer proyecto de una serie que llevará el nombre de Relatos de la Edad de Oro donde se contará, desde distintas vivencias y experiencias, el periodo histórico rumano bajo la dictadura de Ciaucescu. 

Sólo tres personajes principales: la amiga que se implica hasta límites insospechados, Otilia. Gabita (Laura Vasiliu), la muchacha tímida y, a veces, ausente, que tiene que abortar. Y, el médico (¿?) frío, calculador y hombre que se me hizo absolutamente odioso, señor Bebe (Vlad Ivanov). 

Esta película rumana está contada con un verismo y realismo (que no es lo mismo) similar a ciertas películas europeas, que son golpes secos a la cabeza y al corazón. El guión de Mengiu te va atrapando a través de la angustia y el miedo. Siempre parece que va a ocurrir lo peor (si ya no es horrible lo que realmente ocurre). Un teléfono que suena, una puerta que no abre, una navaja en el maletín, una mujer en la soledad que se siente perseguida sin serlo, unos carnés de identificación que bailan para crear dosis de estrés, un hombre que apela a la confianza, jovencita pero que se comparta como un ser frío y mercenario que sabe tiene el poder en sus manos, unos recepcionistas de hotel que parecen espías del orden, miradas, silencios, angustias, vómitos, inquietud…, y la soledad absoluta de dos mujeres que se encuentran ante una situación que las supera y las marcará para siempre. 

Película sencilla que tiene un valor sociológico e histórico de una época que pide a gritos ser contada. Desde la cotidianidad. No hay efectos especiales, no hay melodrama, una frialdad y una distancia –que si logras sobrepasarla– que te deja helado. Unos planos secuencia que acentúan la inquietud, el miedo y la soledad de los personajes. Otilia se descubre sola, vulnerable, humillada y con una angustia que transmite en cada expresión de su rostro, en esa cena tremenda en el cumpleaños de la madre de su novio. 

 

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