Diccionario cinematográfico (189)

 

Amigos: grupo de personas que se suelen conocer de hace tiempo… y se conocen unos a otros con sus virtudes y defectos. Cuando se reúnen tienen algo claro: que se quieren. Sus reencuentros pueden ser tremendamente divertidos o pueden surgir un montón de miedos ocultos. En estos grupos de amigos sus miembros han vivido los mejores y peores momentos de su vida. A veces hay silencios. Ellos pueden encontrarse por una tragedia que les haga replantearse un montón de cosas. O puede ser una despedida o un hasta luego. O las reuniones son, quizá, motivo de nostalgia, o un momento para reflexionar sobre las equivocaciones, los sueños no alcanzados. Normalmente cuando les ves en pantalla saltan las lágrimas del espectador. Siempre se puede sentir identificado con uno del grupo, con varios o con un recuerdo, vivencia o experiencia. Las películas de grupos de amigos casi son un subgénero donde lo que importa suelen ser los personajes y lo que les acontece, cómo se relacionan entre ellos. Y es raro que uno no se emocione. Porque siempre se sabe que está ahí la nostalgia y el recuerdo… aunque sea también del momento presente o de los que quedan por vivir.

En las películas de grupos de amigos son importantes las veladas, las cenas y comidas alrededor de una buena mesa con tertulia incluida. La fiesta, la borrachera o la discusión brutal. Y como no una buena banda sonora repleta de canciones y recuerdos que acompañen al grupo por sus andanzas.

La última vez que me he emocionado, y mucho, con un grupo de amigos ha sido viendo Pequeñas mentiras sin importancia. Ese grupo de amigos que se reune siempre unos días en verano en la casa al lado del mar de uno de ellos… y que vuelven a reunirse como todos los años pero esta vez hay un fuerte motivo que va a hacer que esas vacaciones sean muy diferentes para cada uno de ellos.

Este verano también estuve con el grupo de amigos de una pequeña película que también me hizo llorar. Esta vez son unos amigos de toda la vida ya ancianos, en el último tramo de sus vidas, que toman una decisión: vivir todos juntos. Me estoy refiriendo a ¿Y si vivimos todos juntos?

A otros grupos de amigos tenemos la oportunidad de ver su evolución en el tiempo. Eso es lo que hace el director canadiense Denys Arcand con su dupla El declive del imperio americano (que aún no he visto) y la emocionante Las invasiones bárbaras que contiene una de las despedidas más emotivas a un amigo…

Después están las referentes. Las clásicas del género, digamos. Las que siempre vienen a la cabeza cuando se repasa el tema. La inmortal Los amigos de Peter y esa reunión de Fin de año de varios amigos de la Universidad que remueve y revuelve a todos por las diferentes circunstancias que están viviendo pero reunión en la que terminarán con algo seguro: sus lazos a pesar de los pesares siguen unidos fuertemente y más ante un anuncio inesperado. U otra de los ochenta, Reencuentro. Esta vez la reunión es por la muerte de uno del grupo. Y en ese fin de semana unidos de nuevo surgen todos los miedos, los reproches pero también los motivos por los que se quieren.

Imposible olvidar al actor que tiene grupos de amigos que hacen que sus películas ganen momentos entrañables. El actor en cuestión es Hugh Grant y los grupos de amigos que enriquecen las tramas románticas de este personaje de ojos azules son: Cuatro bodas y un funeral y Notting Hill.

Y otra que siempre viene a la cabeza son esos amigos de una localidad estadounidense donde todos los días parecen iguales pero donde atesoran lazos difíciles de cortar: Beautiful girls.

Si nos vamos por estos lares, de momento me vienen a la cabeza dos. Me voy a Asturias y recuerdo con cariño otra película pequeña: La torre de Suso y otro grupo de amigos desencantados que se vuelven a unir por la ausencia de uno de ellos. Y como recuperan esperanzas al tratar de levantar el sueño de aquel que falta. En la otra me voy con un grupo de amigos de Barcelona. Es un grupo de amigos que se quieren pero se callan muchas cosas, quedan ocultos demasiados miedos. Y cada cual se siente solo. Hablo de En la ciudad donde hay una reunión que hace estallar toda la melancolía y la incomodidad de unos amigos que tienen demasiadas puertas cerradas. Estalla pero no confiesan ni su soledad ni sus miedos…

Siempre hay un grupo de amigos con el que vivir uno de esos momentos que sirven para definir lo que puede significar la felicidad. Esos momentos felices vividos, algunos entre risas y otros entre lágrimas, con personas a tu lado que sabes que te quieren con todos tus defectos y virtudes.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Instantes de realidad en el cine

Estoy volviéndome a leer Momentos inolvidables del cine de Juan Marsé en el que el escritor capta 99 instantes que transcurren ante sus ojos en la pantalla blanca. 99 escenas de ficción que de alguna manera adquieren un significado propio. Y hay uno que centra su atención porque la cámara capta la realidad de un momento. Algo que realmente está ocurriendo y que además es adecuado para la trama. Nos cuenta cómo el director de fotografía Luis Cuadrado se puso frente a la niña de ojos enormes, Ana Torrent, mientras veía Frankenstein… era la primera vez del personaje pero también de Ana. En un momento de la película cuando el monstruo se acerca a la niña de tirabuzones, “Ana Torrent se sobresalta y la cámara de Luis Cuadrado recoge el instante, irrepetible, inolvidable, el más importante y esencial de la película y, según las palabras de su director, tal vez de toda su carrera profesional: ‘Y, sin embargo, es el único instante rodado sin una premeditación formal; eso es lo paradójico y extraordinario del cine’”.

Me gusta esto que nos cuenta Marsé y esa reflexión que señala de Victor Erice. En varias películas se intuyen esos momentos mágicos… por reales. Porque sabes que la cámara está captando un instante irrepetible. Algunos son fruto de la casualidad, otros de la improvisación genial de algunos actores, el de más allá de lo inesperado (ni se lo espera el actor o actriz que se encuentra ante su personaje), otros surgen de las entrañas del intérprete y sabes que no va a salir más… Igual que digo que son mágicos, pienso que son misteriosos. Sin explicación alguna.

Algunos forman parte de la mitología cinematográfica. Uno surge de la improvisación de un joven actor, James Dean, que con su ‘actuación improvisada’ descolocaba al actor profesional y metódico que tenía enfrente. Y ese maravilloso y real descoloque hace que la escena se transforme. La reacción de un Raymond Massey que no se espera que el joven actor le abrace y llore sobre su hombro y derrame billetes al suelo. Massey se muestra perplejo, se va echando para atrás y grita el nombre del personaje: “¡Carl, Carl!”. Y todos sentimos la misma indefensión de Massey ante ese hijo que no comprende. Dicen que además Elia Kazan fomentó el odio que se profesaban ambos y que tan bien venía a la historia compleja entre padre e hijo en Al este del Edén.

Elia Kazan, que creía en el método (en la escuela del Actor Studio), trabajaba entre otras cosas los miedos de sus actores protagonistas para lograr ‘realidad’ en una escena. Así cuentan cómo conocía el pánico que sentía Natalie Wood al agua y a ahogarse. Y esa angustia se nota durante toda la escena del pantano en Esplendor en la hierba. La actriz lo pasó fatal realmente y eso trasciende.

Otro momento documentado fue el que vivió una Audrey Hepburn destinada a convertirse en ‘ángel’ de la pantalla. Ese ‘momento real’ ocurre durante la escena de la Boca de la Verdad en Vacaciones en Roma… Gregory Peck le gasta esa broma a una Hepburn-princesa que no se espera que haga lo de la mano… Y ese susto con las risas posteriores muestran un instante mágico de realidad.

Esos rostros en los que se percibe un instante real y mágico en la expresión nos han dejado momentos memorables en los fotogramas. Esa cara entre sonriente y dolorosa que regala Charlot al final de Luces de la ciudad. La cara de Antoine Doinel congelado y mirando a todos los espectadores en Los cuatrocientos golpes. O esa lágrima que se desliza sobre el rostro demacrado y vencido de una Marquesa de Merteuil en Las amistades peligrosas.

… O esos monólogos tanto de palabras como de gestos que intuyes van más allá de la improvisación. Y por eso no los olvidas. Como un Robert de Niro ante el espejo en Taxi Driver o un inmenso y calvo Marlon Brando en la semipenumbra delirando palabras cuerdas en Apocalipsis Now. O regresando a Brando ese baile de tango que se marca con Maria Schneider y ambos borrachos perdidos en El último tango en París. Ahí en esa sala notamos el dolor y la pérdida de estos personajes fuera de lugar que contaron con los rostros de unos actores que también supieron expresar esa sensación de extrañamiento y pérdida, de desesperación… esa inquietud inexpresable.

A veces la química y el enamoramiento de los actores protagonistas es tan real que trasciende la pantalla y sus personajes. Una de mis escenas de amor-desamor bien guardadas en mi memoria por la ‘realidad’ que emana se encuentra en esa última escena de amor desesperado entre Julie Christie y Warren Beatty en la colina… en la película de Shampoo de Hal Ashby.

Esos momentos, esos instantes que encierran mucha realidad (y por eso son únicos e irrepetibles)… forman otra apasionante y bella historia del cine. Y cada uno de los espectadores los atesora con deleite… para formar una película diferente.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

¿Hasta ahora todo va bien?

Tres amigos.

24 horas tiene un día.

Vinz, Saïd y Hubert deambulan por la periferia…

… No hay salida.

Pero sueñan…

 

En ese día de 24 horas dejan por un momento los alrededores.

Y pasean por un centro que rápido vuelve a expulsarles.

Están fuera. Les hacen sentirse fuera.

 

Rodeados de un mundo sin futuro…

Rodeados de un mundo con violencia…

A veces piensan que algo bueno puede pasar.

 

El odio todo lo envuelve.

El odio todo lo malinterpreta.

El odio machaca.

El odio destruye.

El odio tiene efecto boomerang.

El odio mina a buenas personas y buenos sentimientos…

Con odio, no hay salida posible.

El odio hace trizas cualquier posibilidad de futuro.

 

Vinz, Saïd y Hubert.

Sus 24 horas rompen al espectador en pedazos…

Golpean.

Su historia fue rodada en 1995.

Y hoy todo sigue igual o quizá peor.

 

Oímos la voz de Saïd:

“Es la historia de un hombre que cae de un piso 50. El tío, según va cayendo, se repite sin cesar para tranquilizarse: ‘Hasta ahora todo va bien. Hasta ahora todo va bien. Hasta ahora todo va bien’. Pero lo importante no es la caída, sino el aterrizaje”.

 

¿Hasta ahora todo va bien?

 

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Una luz en el hampa (The naked kiss, 1964) de Samuel Fuller

Samuel Fuller tiene la capacidad de dejarme KO, fuera de juego. Samuel Fuller siempre logra removerme, inquietarme. Todavía me queda mucha filmografía por ver pero lo que voy descubriendo me va dando certeros puñetazos. En algunos momentos me deja en estado de shock. Casi siempre me descoloca. Y eso me ha pasado en Una luz en el hampa, una traducción del título a mi parecer desacertada (queriendo realizar una especie de metáfora con el papel de la protagonista, Kelly) y quitando la nota de inquietud que esconde su título original.

Me ha impactado entre otras causas porque desconocía absolutamente a la obra que me acercaba. Tan sólo sabía que la protagonista era Constance Towers (con la que ya había trabajado en el Corredor sin retorno) y que era uno de los trabajos donde Fuller contó con libertad creativa porque la hizo prácticamente con sus propios medios (como autor independiente). Nada conocía de su argumento, sólo que su protagonista era una prostituta.

Samuel Fuller te atrapa desde la primera escena presentando a su personaje, Kelly, de la manera más impactante, violenta y brutal posible… ya ante los títulos de crédito te quedas de piedra (escena que no quiero desvelar para no quitar el efecto sorpresa a futuros espectadores que como yo se sentirán alucinados desde el primer momento). Lo que no te esperas es que después de una presentación tan brutal de un personaje que parece que va a protagonizar un thriller duro o puro cine negro te veas hundido en el melodrama más exacerbado y barroco con escenas culminantes de emoción exaltada y rozando siempre la virguería visual. Y después un regreso ligero al cine de investigación policial más convencional aunque con una continuidad en soluciones visuales que atrapan.

Una luz en el hampa es de esas películas que irremediablemente no se olvidan. Dentro del melodrama forma parte de un esquema narrativo que siempre funciona: la tranquila localidad norteamericana de carácter idílico en la que sólo hace falta rascar un poco para encontrar toda la podredumbre que la corroe. Así descubrimos las luces y sombras de los personajes más representativos de la trama que guardan la doble moral y la hipocresía reinante. Por eso Fuller golpea porque nos ‘engaña’ sobre una posible redención de la prostituta que decide rehacer su vida en idílico lugar… y nos muestra la imposibilidad de redención en un mundo que la hunde de nuevo en el ostracismo. Así Fuller va dando giros de trama que nos van hundiendo más y más en el fondo de la butaca… y sin embargo a Kelly la mantiene intacta, siempre en pie a pesar de las bofetadas continuas que recibe.

Y la película constantemente inquieta. Ofrece momentos de relativa paz e idilio pero siempre con una nota inquietante que nos hace estar en un estado continuo de incomodidad. Impresionante es esa escena en el hospital donde trabaja la exprostituta como enfermera de niños con discapacidad física. Es una escena como un paréntesis emotivo y musical (Constance Towers siempre quiso se cantante y actuó posteriormente en varios musicales exitosos en Broadway) que desconcierta absolutamente al espectador. Los niños discapacitados físicos se encuentran perfectamente distribuidos en una habitación y a base de primeros planos van ejecutando una melancólica canción (Tell me please), de pronto, ante los rostros de las demás enfermeras y el prometido de la exprostituta (el millonario que realiza obras de caridad de la localidad) que está grabando esta sesión, Kelly va pasando entre cada uno de los niños cantando también la triste melodía. No sabes el qué es pero toda la escena te incomoda. Y además la canción melancólica y triste toma un cariz terrorífico cuando vuelve a repetirse de nuevo (pues ha sido grabada) en la casa del millonario. Es un día en el que Kelly entra entusiasmada en el que será su futuro hogar con su traje de novia en una caja… de fondo está la angelical pieza musical… Y entonces es cuando Kelly ve algo que rompe de nuevo con la narración que estábamos contemplando y nos golpea de manera brutal, como a la protagonista, en la cara.

Es increíble el juego que realiza Fuller (creador también del guion) con cada uno de los personajes. En todos hay luces pero sobre todo unas sombras que pesan como losas. Unas losas que todo lo ensucian. Sombras alargadas como las que porta Kelly, el personaje más transparente, pero también con unas sombras inquietantes (sufre varios momentos de una violencia inesperada que siempre nos pillan con brutal sorpresa). Kelly no puede huir de su pasado no tanto por ella como porque la podredumbre está anclada en cualquier sociedad que se quiere mostrar idílica… y esa podredumbre arrastra a todos a Kelly incluida. Samuel Fuller nos lleva de la mano a la historia de un ‘ángel’ redimido y nos golpea con la imposibilidad de esa redención en un mundo lleno de lodo e hipocresías sociales. Todos los personajes, incluso los niños, muestran notas discordantes, desde el policía machista e hipócrita (que rechaza continuamente a Kelly por lo que fue aunque se siente atraído por ella desde el primer instante en que la ve) hasta la anciana que alquila su habitación y le cuenta una historia de amor imposible y le recita un poema-oración alrededor de su cama.

Samuel Fuller, con el director de fotografía Stanley Cortez (presente en El cuarto mandamiento de Orson Welles o en La noche del cazador de Charles Laughton), crea momentos de puro cine para expresar momentos entre el idilio y la pesadilla e inquietud. Otro momento culminante (la película, la verdad, está lleno de ellos) es cuando el millonario de la localidad finalmente se entrega a la protagonista. Él le propone a ella, mientras comparten gustos culturales, un viaje por Venecia. Y entonces le proyecta una película de uno de sus viajes a dicha ciudad. Y la dice que imagine a un gondolero cantando. Kelly entra en estado de éxtasis y nos hace entrar a todos en su estado. Todo el idilio y el éxtasis… es cortado de golpe por el primer beso entre los futuros enamorados… pero Kelly sonríe confiada (ha salido un momento de la ensoñación) y vuelve a rodear en sus brazos al enamorado. Regresa a Venecia.

Sólo me queda decir que es de esas obras ocultas que merecen ser vistas cuanto antes. Merecen ser descubiertas. Porque sorprenden, remueven y golpean… Voy saliendo, aunque me cuesta, de mi estado de shock.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Inspiración (Inspiration, 1931) de Clarence Brown

Tengo como oro en paño una vieja edición de un libro del sociólogo y filósofo Edgar Morin que se llama Las estrellas del cine (Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1964) y ahí habla del fenómeno de las estrellas en la sociedad. De cómo construyen mitos y cómo se instalan en el pensamiento colectivo. Cómo hay una especie de liturgia alrededor de ellas. Y una de esas estrellas que influyó e influye en el imaginario colectivo fue sin duda Greta Garbo porque construyó un estereotipo en el que danzaban la mayoría de sus películas. Y ese estereotipo caló muy hondo. Dice Morin: “Entre la virgen y la mujer fatal surge la divina, tan misteriosa y soberana como la mujer fatal, tan profundamente pura y destinada al sufrimiento como la joven virgen. La divina sufre y hace sufrir. Greta Garbo encarna la ‘belleza del sufrimiento’, dice Balazs (Theory of films, p. 288). ‘Es el sufrimiento de la soledad… su rostro pensativo viene de lejos’ (ibídem). Está perdida en su sueño, lejana, inaccesible. De ahí su divino misterio”. Otro amante de las estrellas inmortales fue el querido Terenci Moix y en uno de sus maravillosos artículos dedicado a la diva de su serie genial Mis inmortales del cine dice que “el mito de la Garbo como objeto erótico debe ser cambiado inmediatamente por el homenaje a la mujer que mejor supo expresar todas las mutaciones del amor en la historia del cine”.

Y tanto las palabras de Morin como las de Moix son patentes en su tercera película hablada donde ‘la divina’ se convierte en musa-modelo de artistas parisinos, Yvonne, que de pronto encuentra un amor puro en un joven estudiante que se prepara para ser diplomático (Robert Montgomery). Pero todo se complica por el pasado que arrastra y por los distintos ambientes en los que se mueven y por lo tanto por su distinta filosofía de vida. Como acostumbra Garbo se enamora apasionadamente del bello y joven galán (casi afeminado por su belleza) y sufre por ello, hace sufrir al galán (que no deja de ser un hombre inmaduro… la Garbo tiene una talla demasiado gigante) y ella, finalmente, decide sacrificarse por amor. Y como acostumbra es en la soledad donde, liberada, decide lo que debe ser su vida en el futuro. Me estoy refiriendo a Inspiración de Clarence Brown. Una película al servicio de la diva y sobre todo de sus fans.

Pero no sólo brilla Greta Garbo como la parisina Yvonne sino que se nota un trabajo de dirección y puesta en escena. Y llama la atención una historia secundaria que resulta prácticamente más atractiva que la trama principal que protagonizan los amigos de la bohemia: una joven enamorada (Karen Morley) y un hombre maduro (Lewis Stone). Ambos protagonizan una escena magistral. Son muchos los puntos que convierte Inspiración en una pequeña sorpresa que merece la pena verse.

La película fue otra de las colaboraciones entre Clarence Brown y la divina que rodaron juntos siete películas. Brown era un director del sistema de estudios y trabajaba en la MGM. También trabajó numerosas veces con Joan Crawford, otra diva del estudio. Así que en Inspiración se le nota su buen oficio y su elegante puesta en escena. Destacaría tres momentos: toda la fiesta inicial hasta que los dos futuros amantes van a la habitación del joven estudiante. Una secuencia puramente cinematográfica, en la que se nos presenta a los principales protagonistas de la trama. Y además se desarrolla el principio del conflicto. Yvonne, solicitada modelo, que crea admiración y envidias, y que sin embargo no se siente satisfecha con su vida emocional y pasional conoce a un joven estudiante. El bullicio de la fiesta en la planta baja… el posible enamoramiento en lo alto de unas escaleras. Finalmente terminan yéndose de la fiesta y ella deja en plantón al hombre que en esos momentos la está ‘manteniendo’. Fuera en la calle están esperando los chóferes pero ellos deciden montar en un coche de caballos… llegan a la habitación del joven y consuman su amor (es lo que me pide esta cinta, que me exprese así).

El segundo momento (también una secuencia) es una Greta Garbo, gloriosa, posando como modelo, con los brazos en alto, para una enorme escultura. El artista la mira desde arriba y ella se muestra poderosa. En la habitación de al lado en el piso de arriba están todos los amigos de celebración deseando la presencia de ambos y salen a reclamarles. Entonces ella pasa a la habitación feliz (esperando a su joven amante) y se producen varios diálogos, algunos mordaces, sobre todo con una modelo destronada. Yvonne quiere claramente alejarse de su vida bohemia y teme que su nuevo amante no encaje con su ambiente. El joven va a buscarla pero oye a la modelo destronada referirse a varios capítulos oscuros de la vida de Yvonne… y sale de la habitación llevándose a la amada. Cuando descubre, por una mirada, que es verdad todo lo que ha dejado caer la modelo destronada; el joven se va despechado dejando sola a una Greta que entra lentamente en la habitación y pega una bofetada a la que ha desvelado un pasado que no la deja en paz.

Y la mejor escena a mi parecer es la protagonizada por Karen Morley y Lewis Stone. Él la está acompañando a casa para abandonarla, se va. Suben unas escaleras y abren la puerta. Ahí en la entrada, se despiden con rapidez, la deja un cheque con dinero para su manutención durante un año. Ella le dice que no quiere despedidas. Él la consuela diciéndole que pronto se le pasará el enamoramiento, que en un mes le habrá olvidado. Ella le dice que probablemente en una hora. Él no entiende. Pero la pide que sonría y que cierre los ojos, la besa, y cierra la puerta. Ella no ha armado ninguna escena melodramática. El caballero se arregla la ropa, se pone su sombrero, juguetea con su bastón y baja con tranquilidad las escaleras… cuando sale al portal, se encuentra el cadáver de la joven. Se ha tirado por la ventana. Brutal e increíblemente rodada. Esta historia secundaria pide un largometraje.

Además Karen Morley es una actriz de historia interesante. La descubrió Clarence Brown y ésta fue su primera oportunidad. Se fue haciendo un nombre en la MGM pero como consideraba que no la daban papeles adecuados decidió dejar el estudio e ir por su cuenta. Sin embargo no lo tuvo fácil sobre todo porque fue una de las actrices que se negó a decir si pertenecía o no al Partido Comunista y cuál era su actividad política  ante el comité de actividades antiamericanas y eso le costó su entrada en la lista negra y la falta de trabajo.

La película además está inspirada en la novela Sapho de Alphonse Daudet (que no conozco) con un argumento que en su momento produjo cierto escándalo. Se nota en la exposición de los temas y en la forma de exponer las relaciones que el código Hays todavía no existía.

Por último me gustaría señalar otra anécdota curiosa. El joven galán, Robert Montgomery, sería en el futuro también realizador. Me pregunto si ya se fijaba en cómo trabajaban los directores con los que actuaba. Esta pregunta me viene dada porque hay una escena en Inspiración en la que el amante que mantenía a Yvonne, abandonado en la fiestadel principio, va a la casa de ella para comprobar si se encuentra en alguno de los aposentos, va abriendo puertas hasta que llega al dormitorio. Y toda esta escena está rodada con cámara subjetiva… como años después Robert Montgomery rodaría toda una película, La dama del lago (1947).

… No sólo hay que disfrutar de Inspiración por una solitaria y divina Greta Garbo…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Blancanieves (2012) de Pablo Berger

Blancanieves tiene una cualidad mágica: y es que te lleva al éxtasis continuamente. Te conquista desde la emoción, una emoción tremendamente hermosa. Sales con lágrimas y dando palmas… y estas dos actividades tan distintas pueden conjugarse. Porque Blancanieves es un trabajo de orfebrería, de artista cuidadoso en extremo (con colaboradores que tienen el mismo concepto de arte), para dejar al espectador una obra completa y redonda. Y algo sumamente valioso es que te lleva a cotas extremas de sentimiento pero a la vez permite un análisis profundo de varios aspectos que hacen de esta obra cinematográfica un ejercicio intelectual grandioso.

Con Blancanieves te puedes meter en varios terrenos. Y yo me quedé enganchada a tres de ellos. Aún espero volver a meterme otra vez en la sala de cine y descubrir más caminos…

En Blancanieves se mueve una identidad fantasmal de un país que tiene una historia triste (como casi todos los países), un reflejo con una serie de claves que confluyen. El desgarro y el grito de esa España que supo reflejar un Federico García Lorca que se fundía con la Argentinita, el mundo de los toros y el folclore popular. La España deformada y trágica que extrajo Goya de sus pinturas negras y Valle Inclán de sus espejos deformantes hacia el esperpento. La picaresca de Quevedo de unos seres humanos que con miseria e ironía encaran una vida sórdida. Esa España negra… la España oculta de Cristina García Rodero que con una poderosa fuerza visual hizo que surgieran unas imágenes de un país anclado en el tiempo. Esa España de pandereta, copla y toreros que fue una de las únicas cosas exportables de un país bajo la dictadura que silenciaba voces. Así el cine de antes y después del dolor de una Guerra Civil mostraba un país que cantaba, daba palmas y donde el súmmum era la historia entre el torero y la coplera. Y así llegaba nuestra imagen a otras partes del mundo… del mito de Carmen (… visión de Sevilla de un francés a mediados del siglo XIX) se unía la novela del escritor español más internacional, Vicente Blasco Ibáñez, Sangre y arena. La España del cotilleo fácil y el famoseo falso y efímero que aleja al personal de la realidad que le rodea. La España que se ríe de la desgracia ajena para alejar la suya propia. Un cotilleo que destruye y crea falsos espejos y envidias insanas. Un cotilleo que arrastra víctimas por el camino. Blancanieves desgarra con un país triste que se consume entre vítores…

Blancanieves es cine silente puro que se construye con su lenguaje cinematográfico. Ahí nos topamos con el segundo terreno. Y es también una conjunción de la historia del cine universal. No sólo es un ejercicio absolutamente medido del montaje bien hecho sino que sus imágenes destilan esencia de estilos y referencias que finalmente confluyen en un estilo único que da una coherencia maravillosa a la ‘pieza’ cinematográfica. Hacía tiempo que no veía unas transiciones tan absolutamente hermosas… como esa visión de la luna que se convierte en la ostia sagrada que toma Carmen el día de su primera comunión. O ese maravilloso plano que anuncia un cambio desgarrador en la vida de la protagonista cuando un traje blanco se mete en una tina y aparece totalmente negro. O esa imagen hermosa del paso de la infancia a la adolescencia de Carmen.

Emoción es lo que destila toda una galería de primeros planos de diferentes rostros. Desde Eisenstein a Dreyer pasando por Abel Gance. A las espaldas de Blancanieves descansa el lenguaje del melodrama con esas divas del cine mudo que eran casi diosas (Lilliam Gish y sus personajes bondadosos que sufrían toda clase de desgracias, Greta Garbo y sus sacrificios por amor o la sensualidad de Joan Crawford que es imposible olvidar en Garras humanas).

El espíritu de ese otro Hollywood, un Hollywood que destilaba poesía de lo horrible, pulula por los fotogramas de Blancanieves. Y nos viene a la cabeza, de nuevo, imágenes de otra obra maravillosa de Tod Browning, La parada de los monstruos. Otras imágenes recrean la pátina de ese Hollywood también deformante y grotesco, de grand guignol a lo Aldrich. Así el personaje de la madrastra con rostro de Maribel Verdú nos trae a la mente Qué fue de Baby Jane o ese Hollywood decadente de El crepúsculo de los dioses.

También recorremos esa imagen de relato cinematográfico que recrea lo gótico, fantasmagórico y terrorífico. Esa imaginería de grandes mansiones y las historias desgarradas que ocurren en su interior. Como si nos topáramos de nuevo con Manderley o con Thornfield. O con los secretos tras la puerta a lo Lang.

Blancanieves pulula también por el cine patrio y desgarrado. Pinta de oscuro y poesía la España de la copla y el mundo del toreo. El espíritu de Buñuel pulula por los fotogramas pero también la tristeza y belleza de un Víctor Erice que mira a través de los enormes ojos de una niña (El espíritu de la colmena) o refleja de manera intensa la relación hermosa entre padre e hija (con ecos de El Sur). No puedo dejar de mencionar una de las escenas más hermosas, a mi parecer, que es esa niña de enormes ojos vestida de folclórica, que pone un disco donde canta su madre y baila con su padre que se encuentra en una silla de ruedas, en esa habitación prohibida.

Y el tercer terreno en el que me quedé absolutamente enganchada fue en cómo se conserva la esencia del cuento en el que se inspira. Pablo Berger introduce el universo que captaron los hermanos Grimm en su plasmación de este cuento y le dota de todo un sentido y una iconografía necesaria para trasladarlo a esa Sevilla ‘inventada’ de los años 20. Así se conservan todos los rasgos que dan identidad al cuento, no elimina la maldad implícita en los relatos populares (que sí eliminaron las versiones de Walt Disney) y deja un final entre hermoso y poético con un tamiz de crueldad, sin traicionar ni el espíritu del cuento ni de la historia que narra, que nos deja en el límite de la emoción intensa.

En esta inspiración del universo Blancanieves lo dota de sus claves (pero con estilo propio) y también deja otras huellas o ecos de otros cuentos populares (como Caperucita Roja, la Cenicienta, Barbazul u otros). En Blancanieves de Pablo Berger no falta la madrasta malvada, el cazador asesino, los ¿siete? enanitos, la manzana envenenada y un espejo muy especial, la revista Lecturas… y el elemento ‘mágico’ del cuento.

Mención aparte cada uno de los actores que encarnan a los distintos personajes de este ‘relato’ cinematográfico. Así como los innumerables rostros de extras que dejan unos primeros planos difíciles de olvidar. Pero haré mención especial a todas las generaciones posibles de actrices femeninas que tienen un rol especial e importante en Blancanieves y todas en su esplendor máximo: una madre coplera con el espíritu de las mujeres de Julio Romero de Torres con cara de Inma Cuesta, la abuela más hermosa, buena y sentida que tiene el rostro de Ángela Molina, la madrasta más perversa entre las perversas y más frívola (Maribel Verdú), una Blancanieves niña con ojos enormes (Sofia Oria) y la Blancanieves adulta con la intensidad y frescura de Macarena García. En el cuidado montaje, que tiene ritmo y rima como un buen poema, no podía faltar una cuidada obra musical de Alfonso de Vilallonga y la selección de melodías y cantos así como el descubrimiento de la voz de Silvia Pérez Cruz.

Blancanieves es una perfecta estructura cinematográfica, con todas las piezas en su sitio, que juntas disparan la emoción del espectador y le hace tocar prácticamente lo sublime, la obra bien hecha (ha sido un proyecto cinematográfico que ha costado años sacar adelante pero ahí está, vivo). Vuelvo a repetir salí llorando y dando palmas…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

King Vidor, en varias pinceladas. Un árbol es un árbol (Paidós, 2003)

Un árbol es un árbol. Así de sencillo. Así de complejo. Páginas y páginas que desvelan a un King Vidor absolutamente directo, claro y transparente. Tras su sencillez, profundidad. Llevaba años detrás de estas memorias, Un árbol es un árbol, y por fin las encontré en una libreria que acaba de abrir sus puertas (¡alegría, todavía se abren!) hace unos meses. Y esas páginas las he devorado. Vidor me lleva de la mano a los años donde un nuevo modo de expresión estaba naciendo. Un nuevo arte, el cine. Y King estuvo ahí formando parte de algo que se iba creando, un lenguaje cinematográfico.

La emoción recorre cada palabra. Sinceridad. De un joven apasionado que no se le pone obstáculo por delante y que todo lo aprende y experimenta, al director de renombre, hasta el hombre desesperanzado y harto de los derroteros del sistema de estudios que se retira del mundo del cine en 1959. Y durante todos esos años hasta su muerte vuelve a experimentar con la cámara, escribe guiones y novelas que no ven la luz, piensa en su pasado y en su vida, pasea por las universidades y se entrega a la pintura.

King Vidor durante toda la vida tiene algo claro: “Me gusta hacer películas, ése ha sido mi gran amor, y sé manejar una cámara”. Y nos relata todo ese proceso, desde que se puso a trabajar como acomodador en una de las primeras salas de exhibición y empezó también a sustituir a veces al proyeccionista… y a fijarse en esas imágenes en movimiento y a aprender. Hasta su madurez artística en la cual se retira totalmente de Hollywood y decide experimentar con una cámara de 16 mm (y crea Truth and Illusion) o lleva a cabo Metaphor sobre la influencia que tiene en el pintor Andrew Wyeth su película El gran desfile.

King Vidor, en varias pinceladas… me emociona. Porque me habla de un Hollywood silente apasionante y lleno de contradicciones. De una época dorada en la que no para de trabajar y de un sistema de estudios que termina deprimiéndole porque no le deja expresar aquello que quiere y mutila sus obras cinematográficas.

Son muchos los episodios que me han fascinado. En la última parte del libro donde describe sus últimas obras cinematográficas y sus proyectos después del abandono de Hollywood (y, por otra parte, la parte más filosófica) que el director añadió a la edición francesa, King Vidor sorprende no sólo con sus proyectos, fuera del estudio, que no puede llevar a cabo (como esa historia de un Cervantes joven) sino también su amor a Fellini y a su 8 ½ porque se siente totalmente identificado con el director. Así nos cuenta cómo él trató también de levantar una historia sobre un director de cine acabado que trata de mirar atras y descubrir en qué se ha equivocado.

Y en esta última parte regresa a sus primeros años y un tema que le obsesiona: ese hombre entre la multitud que trata de crear su propio destino pero que vive presiones externas que dirigen inevitablemente el rumbo de su propia historia. Ése es el tema principal de esa joya maravillosa: … Y el mundo marcha. Una película que le marcó para siempre porque además le hizo conocer al actor principal, un desconocido extra, James Murray, que alcanzó la cima igual de pronto que cayó en el declive y en el olvido. A King Vidor le marcó Murray y los encuentros que tuvo con él… hasta que apareció muerto, ahogado, alcoholizado y solo. Tanto le obsesionó su historia que en los años en los que se retiró del cine trató de escribir un guion sobre la experiencia vital de Murray.

Cada página es una aventura, un relato sobre la vida en el Hollywood silente o en el dorado… o ya en el declive del sistema de estudios. Así aparecen episodios apasionantes como ese viaje en un coche destartalado con su primera esposa, Florence Vidor, un compañero y él hacia un Hollywood que da sus primeros pasos…, somos testigos de una buena road movie.

O el episodio absolutamente magistral de él con ropa de tenis y otro guionista entrando a todo correr en la limusina de Thalberg para explicarle durante el trayecto un proyecto cinematográfico… mientras les llevan a todo correr a un funeral… el de Mabel Normand. Ahí todos descienden del coche y Vidor ve un montón de rostros del cine silente. El tiempo se para, regresa el pasado. Después vuelven a la limusina… y Thalberg y demás vuelven a hablar del siguiente proyecto. Increíble.

A través de su pluma conocemos no sólo a Thalberg, el joven productor que inspiró a Fitzgerald para su última novela, El último magnate, sino a actores y actrices con los que trabajó durante su carrera cinematográfica. Y de una manera sencilla va derramando su sabiduría cinematográfica, enseña puro cine.

Saltas de la personalidad y drama de John Gilbert, al misterio de Greta Garbo, a la profesionalidad de Lilliam Gish, y al fastuoso mundo alrededor de Marion Davis y Hearst, a la profesionalidad y elegancia de Rober Donat, a unos Mel Ferrer y Audrey Hepburn que se implican en una historia, hasta la personalidad y muerte (que supone uno de los motores de la entrada en la crisis creativa de King Vidor) de Tyrone Power en España.

Y sobre todo te empapas de fascinación por sus películas. De algunas habla largo y tendido de otras de pasada. Pero su cuerpo cinematográfico está ahí presente. Se encienden irremediablemente los recuerdos asociados a su obra. Ahí, en las entrañas de sus películas, se encuentra King Vidor, en pinceladas. El horror de la guerra en El gran desfile, una guerra que devora la individualidad de los hombres. Aquel Hollywood dorado con pinceladas de diversión en Espejismos y risa asegurada en La que paga el pato. Un hombre entre la multitud en … Y el mundo marcha. Puro cine social en La calle y puro melodrama en Stella Dallas. Aires de comedia en Camarada X. Western y amor fou en Duelo al sol. Arquitectura, capitalismo y sensualidad en El manantial. Y Guerra y Paz como gran superproducción lastrada con escenas maravillosas… son sólo una pequeña muestra de toda su obra.

Son muchas las pinceladas que se tocan: la influencia de sus creencias religiosas (en numerosas ocasiones dice que profesa la Ciencia Cristiana pero desconozco absolutamente este terreno, así que seguro que es interesante su estudio. En la última etapa de su vida también trabajó en un guion donde se contaba la historia de la fundadora de esta corriente). El sentido que busca a toda su obra: “el hombre medio va por la vida y ve muchos sucesos dramáticos a su alrededor. Objetivamente la vida es una batalla, ¿no?”. La descripción de un Hollywood que nace y otro que muere… La exposición real de la crisis creativa de un hombre artista. Su pasión tardía por la pintura, confiesa que empezó a pintar cuando tuvo que estudiar el mundo de los colores y tonalidades para acometer su primera película en color, Paso al noroeste en 1940…

Leer las memorias de King Vidor son una continua e inolvidable lección de cine. Mereció la pena la espera.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

El artista y la modelo de Fernando Trueba en tres momentos y un instante

A mí El artista y la modelo me atrapó sobre todo por tres momentos y un instante. Y antes de cualquier análisis los describo.

Primer momento. Sus dos protagonistas, Marc Cros (Jean Rochefort), el escultor y Mercè (Aida Folch), su joven modelo ante una postal donde se reproduce un dibujo a mano de Rembrandt. Y de pronto esos trazos cobran vida a través de las palabras del artista que va introduciendo a una cada vez más emocionada Mercè en el ‘alma’ del dibujo, construyendo ambos una pequeña historia. Así el anciano escultor logra que su modelo entienda a lo que se refiere cuando él dice que necesita atrapar la idea adecuada para poder llevar a cabo la creación artística.

Segundo momento. Una conversación de ambos en el patio de ese maravilloso estudio en las montañas mientras almuerzan. De nuevo el anciano escultor le cuenta una historia a su modelo. Le cuenta cuáles son las dos pruebas sobre la existencia de Dios… la primera es el cuerpo desnudo de una mujer. Y entonces relata su versión particular (y más entendible) del pecado original… y el origen de Adán. La segunda… me guardo el secreto.

Tercer momento. Cuando ya se ha producido la máxima comunicación y unión entre artista y modelo. Cuando ya ambos han alcanzado la idea, la creación artística… El escultor va hasta la cama donde la modelo duerme y se sienta junto a ella. Cuando Mercè abre los ojos se encuentra con el rostro de Marc. Y entonces alza sus manos, y en silencio, va recorriendo y acariciando su rostro.

El instante. Ante la obra ya terminada sentado frente a la naturaleza, en las montañas, al lado de una mesa, el escultor disfruta de uno de los mayores placeres, un pequeño placer (que son los mejores), corta un trozo de buen pan y le echa un chorrillo de aceite de oliva… y lo come intensamente…

Pequeño análisis. Más desnudez todavía y creo que entonces el propio Fernando Trueba hubiera alcanzado en su totalidad esa idea para la creación artística que sigue el anciano escultor… El artista y la modelo podría haber llegado a ser la obra totalmente desnuda que transmite la máxima emoción. A veces se intuye de manera demasiado evidente ese afán de Trueba por alcanzar la belleza.

Más desnudez y más confianza en la imaginación del espectador para el entendimiento de la historia (como confía el escultor en su modelo ante la visión de la postal con el dibujo de Rembrandt). Por eso me hubiera gustado prescindir de todas las tramas secundarias y sus personajes (sólo intuirlas, intuirlos). Me hubiera bastado con asistir al universo, en ese estudio, del artista y la modelo. Un universo que me llenaba una y otra vez, encerrada en ese habitáculo maravilloso. Quizá el único personaje secundario del que no hubiera prescindido (porque se intuye una historia preciosa y también emocionante) y que me parece que aporta a esa ‘esencia’ de la idea: es el de Léa, la esposa del escultor (una Claudia Cardinale ajada y bella con su voz áspera). Las risas de Mercè (aunque entiendo su función) me sacaban de la trama…

… No obstante contuve en todo momento una emoción en los ojos, un nudo en la garganta. Y en la mayoría de las escenas estaba a punto de tocar la idea… el secreto que hace de la creación artística un universo emocional que está por encima de todo…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.