Instantes de realidad en el cine

Estoy volviéndome a leer Momentos inolvidables del cine de Juan Marsé en el que el escritor capta 99 instantes que transcurren ante sus ojos en la pantalla blanca. 99 escenas de ficción que de alguna manera adquieren un significado propio. Y hay uno que centra su atención porque la cámara capta la realidad de un momento. Algo que realmente está ocurriendo y que además es adecuado para la trama. Nos cuenta cómo el director de fotografía Luis Cuadrado se puso frente a la niña de ojos enormes, Ana Torrent, mientras veía Frankenstein… era la primera vez del personaje pero también de Ana. En un momento de la película cuando el monstruo se acerca a la niña de tirabuzones, “Ana Torrent se sobresalta y la cámara de Luis Cuadrado recoge el instante, irrepetible, inolvidable, el más importante y esencial de la película y, según las palabras de su director, tal vez de toda su carrera profesional: ‘Y, sin embargo, es el único instante rodado sin una premeditación formal; eso es lo paradójico y extraordinario del cine’”.

Me gusta esto que nos cuenta Marsé y esa reflexión que señala de Victor Erice. En varias películas se intuyen esos momentos mágicos… por reales. Porque sabes que la cámara está captando un instante irrepetible. Algunos son fruto de la casualidad, otros de la improvisación genial de algunos actores, el de más allá de lo inesperado (ni se lo espera el actor o actriz que se encuentra ante su personaje), otros surgen de las entrañas del intérprete y sabes que no va a salir más… Igual que digo que son mágicos, pienso que son misteriosos. Sin explicación alguna.

Algunos forman parte de la mitología cinematográfica. Uno surge de la improvisación de un joven actor, James Dean, que con su ‘actuación improvisada’ descolocaba al actor profesional y metódico que tenía enfrente. Y ese maravilloso y real descoloque hace que la escena se transforme. La reacción de un Raymond Massey que no se espera que el joven actor le abrace y llore sobre su hombro y derrame billetes al suelo. Massey se muestra perplejo, se va echando para atrás y grita el nombre del personaje: “¡Carl, Carl!”. Y todos sentimos la misma indefensión de Massey ante ese hijo que no comprende. Dicen que además Elia Kazan fomentó el odio que se profesaban ambos y que tan bien venía a la historia compleja entre padre e hijo en Al este del Edén.

Elia Kazan, que creía en el método (en la escuela del Actor Studio), trabajaba entre otras cosas los miedos de sus actores protagonistas para lograr ‘realidad’ en una escena. Así cuentan cómo conocía el pánico que sentía Natalie Wood al agua y a ahogarse. Y esa angustia se nota durante toda la escena del pantano en Esplendor en la hierba. La actriz lo pasó fatal realmente y eso trasciende.

Otro momento documentado fue el que vivió una Audrey Hepburn destinada a convertirse en ‘ángel’ de la pantalla. Ese ‘momento real’ ocurre durante la escena de la Boca de la Verdad en Vacaciones en Roma… Gregory Peck le gasta esa broma a una Hepburn-princesa que no se espera que haga lo de la mano… Y ese susto con las risas posteriores muestran un instante mágico de realidad.

Esos rostros en los que se percibe un instante real y mágico en la expresión nos han dejado momentos memorables en los fotogramas. Esa cara entre sonriente y dolorosa que regala Charlot al final de Luces de la ciudad. La cara de Antoine Doinel congelado y mirando a todos los espectadores en Los cuatrocientos golpes. O esa lágrima que se desliza sobre el rostro demacrado y vencido de una Marquesa de Merteuil en Las amistades peligrosas.

… O esos monólogos tanto de palabras como de gestos que intuyes van más allá de la improvisación. Y por eso no los olvidas. Como un Robert de Niro ante el espejo en Taxi Driver o un inmenso y calvo Marlon Brando en la semipenumbra delirando palabras cuerdas en Apocalipsis Now. O regresando a Brando ese baile de tango que se marca con Maria Schneider y ambos borrachos perdidos en El último tango en París. Ahí en esa sala notamos el dolor y la pérdida de estos personajes fuera de lugar que contaron con los rostros de unos actores que también supieron expresar esa sensación de extrañamiento y pérdida, de desesperación… esa inquietud inexpresable.

A veces la química y el enamoramiento de los actores protagonistas es tan real que trasciende la pantalla y sus personajes. Una de mis escenas de amor-desamor bien guardadas en mi memoria por la ‘realidad’ que emana se encuentra en esa última escena de amor desesperado entre Julie Christie y Warren Beatty en la colina… en la película de Shampoo de Hal Ashby.

Esos momentos, esos instantes que encierran mucha realidad (y por eso son únicos e irrepetibles)… forman otra apasionante y bella historia del cine. Y cada uno de los espectadores los atesora con deleite… para formar una película diferente.

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