King Vidor, en varias pinceladas. Un árbol es un árbol (Paidós, 2003)

Un árbol es un árbol. Así de sencillo. Así de complejo. Páginas y páginas que desvelan a un King Vidor absolutamente directo, claro y transparente. Tras su sencillez, profundidad. Llevaba años detrás de estas memorias, Un árbol es un árbol, y por fin las encontré en una libreria que acaba de abrir sus puertas (¡alegría, todavía se abren!) hace unos meses. Y esas páginas las he devorado. Vidor me lleva de la mano a los años donde un nuevo modo de expresión estaba naciendo. Un nuevo arte, el cine. Y King estuvo ahí formando parte de algo que se iba creando, un lenguaje cinematográfico.

La emoción recorre cada palabra. Sinceridad. De un joven apasionado que no se le pone obstáculo por delante y que todo lo aprende y experimenta, al director de renombre, hasta el hombre desesperanzado y harto de los derroteros del sistema de estudios que se retira del mundo del cine en 1959. Y durante todos esos años hasta su muerte vuelve a experimentar con la cámara, escribe guiones y novelas que no ven la luz, piensa en su pasado y en su vida, pasea por las universidades y se entrega a la pintura.

King Vidor durante toda la vida tiene algo claro: “Me gusta hacer películas, ése ha sido mi gran amor, y sé manejar una cámara”. Y nos relata todo ese proceso, desde que se puso a trabajar como acomodador en una de las primeras salas de exhibición y empezó también a sustituir a veces al proyeccionista… y a fijarse en esas imágenes en movimiento y a aprender. Hasta su madurez artística en la cual se retira totalmente de Hollywood y decide experimentar con una cámara de 16 mm (y crea Truth and Illusion) o lleva a cabo Metaphor sobre la influencia que tiene en el pintor Andrew Wyeth su película El gran desfile.

King Vidor, en varias pinceladas… me emociona. Porque me habla de un Hollywood silente apasionante y lleno de contradicciones. De una época dorada en la que no para de trabajar y de un sistema de estudios que termina deprimiéndole porque no le deja expresar aquello que quiere y mutila sus obras cinematográficas.

Son muchos los episodios que me han fascinado. En la última parte del libro donde describe sus últimas obras cinematográficas y sus proyectos después del abandono de Hollywood (y, por otra parte, la parte más filosófica) que el director añadió a la edición francesa, King Vidor sorprende no sólo con sus proyectos, fuera del estudio, que no puede llevar a cabo (como esa historia de un Cervantes joven) sino también su amor a Fellini y a su 8 ½ porque se siente totalmente identificado con el director. Así nos cuenta cómo él trató también de levantar una historia sobre un director de cine acabado que trata de mirar atras y descubrir en qué se ha equivocado.

Y en esta última parte regresa a sus primeros años y un tema que le obsesiona: ese hombre entre la multitud que trata de crear su propio destino pero que vive presiones externas que dirigen inevitablemente el rumbo de su propia historia. Ése es el tema principal de esa joya maravillosa: … Y el mundo marcha. Una película que le marcó para siempre porque además le hizo conocer al actor principal, un desconocido extra, James Murray, que alcanzó la cima igual de pronto que cayó en el declive y en el olvido. A King Vidor le marcó Murray y los encuentros que tuvo con él… hasta que apareció muerto, ahogado, alcoholizado y solo. Tanto le obsesionó su historia que en los años en los que se retiró del cine trató de escribir un guion sobre la experiencia vital de Murray.

Cada página es una aventura, un relato sobre la vida en el Hollywood silente o en el dorado… o ya en el declive del sistema de estudios. Así aparecen episodios apasionantes como ese viaje en un coche destartalado con su primera esposa, Florence Vidor, un compañero y él hacia un Hollywood que da sus primeros pasos…, somos testigos de una buena road movie.

O el episodio absolutamente magistral de él con ropa de tenis y otro guionista entrando a todo correr en la limusina de Thalberg para explicarle durante el trayecto un proyecto cinematográfico… mientras les llevan a todo correr a un funeral… el de Mabel Normand. Ahí todos descienden del coche y Vidor ve un montón de rostros del cine silente. El tiempo se para, regresa el pasado. Después vuelven a la limusina… y Thalberg y demás vuelven a hablar del siguiente proyecto. Increíble.

A través de su pluma conocemos no sólo a Thalberg, el joven productor que inspiró a Fitzgerald para su última novela, El último magnate, sino a actores y actrices con los que trabajó durante su carrera cinematográfica. Y de una manera sencilla va derramando su sabiduría cinematográfica, enseña puro cine.

Saltas de la personalidad y drama de John Gilbert, al misterio de Greta Garbo, a la profesionalidad de Lilliam Gish, y al fastuoso mundo alrededor de Marion Davis y Hearst, a la profesionalidad y elegancia de Rober Donat, a unos Mel Ferrer y Audrey Hepburn que se implican en una historia, hasta la personalidad y muerte (que supone uno de los motores de la entrada en la crisis creativa de King Vidor) de Tyrone Power en España.

Y sobre todo te empapas de fascinación por sus películas. De algunas habla largo y tendido de otras de pasada. Pero su cuerpo cinematográfico está ahí presente. Se encienden irremediablemente los recuerdos asociados a su obra. Ahí, en las entrañas de sus películas, se encuentra King Vidor, en pinceladas. El horror de la guerra en El gran desfile, una guerra que devora la individualidad de los hombres. Aquel Hollywood dorado con pinceladas de diversión en Espejismos y risa asegurada en La que paga el pato. Un hombre entre la multitud en … Y el mundo marcha. Puro cine social en La calle y puro melodrama en Stella Dallas. Aires de comedia en Camarada X. Western y amor fou en Duelo al sol. Arquitectura, capitalismo y sensualidad en El manantial. Y Guerra y Paz como gran superproducción lastrada con escenas maravillosas… son sólo una pequeña muestra de toda su obra.

Son muchas las pinceladas que se tocan: la influencia de sus creencias religiosas (en numerosas ocasiones dice que profesa la Ciencia Cristiana pero desconozco absolutamente este terreno, así que seguro que es interesante su estudio. En la última etapa de su vida también trabajó en un guion donde se contaba la historia de la fundadora de esta corriente). El sentido que busca a toda su obra: “el hombre medio va por la vida y ve muchos sucesos dramáticos a su alrededor. Objetivamente la vida es una batalla, ¿no?”. La descripción de un Hollywood que nace y otro que muere… La exposición real de la crisis creativa de un hombre artista. Su pasión tardía por la pintura, confiesa que empezó a pintar cuando tuvo que estudiar el mundo de los colores y tonalidades para acometer su primera película en color, Paso al noroeste en 1940…

Leer las memorias de King Vidor son una continua e inolvidable lección de cine. Mereció la pena la espera.

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