“Soy una especie de vagabundo del espacio. Soy el punto de contacto entre el tiempo y la eternidad”. Nunca había oido una definición de la muerte tan certera. Y es que La muerte de vacaciones está repleta de buenas frases para inmiscuirse en los significados de la vida y la muerte. Mitchell Leisen es un director delicado y elegante que siempre supo jugar con la comedia sofisticada (e incluso alocada) y el melodrama. A veces, como la vida misma, sabía mezclar las dos tendencias y podían surgir combinaciones especiales. Y en esta ocasión, una de sus primeras obras cinematográficas, iba un poco más allá: no sólo filosofa sobre la vida y la muerte sino que además echa unas gotas de humor, otras de ironía, un poco de fantasía revuelta con comedia romántica y un puntito de drama.
La muerte de vacaciones es la adaptación al cine de una obra teatral italiana… donde el protagonista de la función es la muerte. Si me dejaran elegir alguna representación de ésta creo que me quedaría con La Muerte según Mitchell Leisen. La Muerte tiene el rostro de Fredric March. Un hombre solitario al que le apena que todo lo que se acerque a él muera (emociona cuando se siente ilusionado porque al regalarle una flor ésta no se marchita). La Muerte quiere comprender por qué todos los hombre temen su llegada, él (porque cuando se va de vacaciones ocupa el cuerpo de un príncipe ruso) se siente incapacitado para averiguarlo porque “¿qué significa el miedo para mí si no tengo nada que temer?”. Es elegante, irónico (escuchen sus opiniones sobre la guerra), exótico… La muerte se emociona, siente y padece. Y se da cuenta de que el amor es tan poderoso como la muerte misma, como él mismo… La Muerte se convierte en una criatura bromista que confiesa a su cómplice en esta aventura que emprende: “Mis vacaciones son un capricho, una broma que le gasto a la vida”.
La muerte de vacaciones se mueve en una nebulosa entre onírica y mágica. Y refleja un romanticismo exacerbado y puro… amor fou. Amor fou entre la etérea Grazia y la muerte. Desde el principio notamos que Grazia es una heroína atraída por lo trascendente, por el más allá de la vida. Los personajes principales nos son presentados en pleno jolgorio, en unas calles en fiesta y llenas de alboroto. Nuestra heroína es ajena a lo terrenal, a las pasiones humanas… a ella nos la encontramos solitaria y en silencio en una iglesia. Pronto nos damos cuenta (como todos los personajes saben y admiten) que Grazia es extraña y distinta. De vuelta a la mansión donde transcurrirá la trama (porque todos los protagonistas son de alta alcurnia, la muerte no es tonta y de vacaciones quiere vivir bien) Grazia muestra un placer casi suicida ante la sensación de velocidad. Su novio conduce imprudentemente y veloz… ella le pide que acelere hasta el infinito casi en estado de éxtasis. Todos los personajes en los coches sienten una presencia sobrenatural, una sombra pero ninguno sabe expresar qué es. No es más que la muerte que ya ha elegido con quién quiere pasar sus tres días de vacaciones.
Y esas vacaciones lo son hasta el extremo de que durante tres días la muerte deja de trabajar… y nadie, absolutamente, nadie muere. Y eso se convierte en portada de los periódicos. Porque transcurren accidentes mortales, enfrentamientos y otros asuntos… pero todo el mundo se salva milagrosamente…
En la mansión donde se encuentra hospedada la muerte como un joven y misterioso príncipe, los habitantes se sienten fascinados ante su presencia (sobre todo las damas, ¿somos las mujeres más etéreas y más cercanas a la muerte o su comprensión?) pero a la vez recelosos y algunos muestran incomodidad o cierto temor. Otros se sienten (sobre todo los más mayores) más cercanos y tranquilos… como ese personaje con el rostro de un secundario de oro, Henry Travers (el ángel de Qué bello es vivir)… Y, por último, está Grazia que reacciona con una atracción irracional. Se obnubila con la muerte.
La muerte en sus tres días de vacaciones descubre la trascendencia del ser humano. Descubre que un hombre es algo más que carne con pasiones (al principio está perplejo porque siente que “la forma en que se entretienen me sigue pareciendo trivial y vacía”). Se da cuenta de que los “hombres llevan un sueño dentro. Un sueño que los eleva por encima del polvo y de sus vidas”.
Así Mitchell Leisen habla de la muerte, la vida, el amor, la guerra, las pasiones, la trascendencia en una película de apariencia ligera con toques oníricos y llena de momentos mágicos que descubren una dirección elegante y certera de un realizador que sabe emplear sutilmente la narración cinematográfica. Como la primera aparición de la muerte ante su cómplice: una sombra en el jardín que se va acercando y explica a su atribulado oyente que se toma unos días de vacaciones en su mansión como invitado de honor. O la escena romántica con Grazia en la que ambos se reflejan en el agua… y luego los recuperamos hasta unos primeros planos de sus rostros… El contraste de ella, casi angelical y de blanco pero cubierta con la capa negra de la muerte, y él pálido con unas ojeras que devuelven una mirada especial y vestido con un frac negro.
La muerte de vacaciones nos acerca a ese “vagabundo del espacio” y lo convierte en un fenómeno más natural y cercano a conceptos como la vida o el amor… Un fenómeno inevitable… La muerte con rostro de Fredric March hace que nos enfrentemos a ella con menos temor del necesario. Si nos da la mano… no olvidemos que un viaje a lo desconocido siempre causa una sensación de inquietud pero también una puerta a lo inexplicable…
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