La muerte de vacaciones (Death takes a holiday, 1934) de Mitchell Leisen

“Soy una especie de vagabundo del espacio. Soy el punto de contacto entre el tiempo y la eternidad”. Nunca había oido una definición de la muerte tan certera. Y es que La muerte de vacaciones está repleta de buenas frases para inmiscuirse en los significados de la vida y la muerte. Mitchell Leisen es un director delicado y elegante que siempre supo jugar con la comedia sofisticada (e incluso alocada) y el melodrama. A veces, como la vida misma, sabía mezclar las dos tendencias y podían surgir combinaciones especiales. Y en esta ocasión, una de sus primeras obras cinematográficas, iba un poco más allá: no sólo filosofa sobre la vida y la muerte sino que además echa unas gotas de humor, otras de ironía, un poco de fantasía revuelta con comedia romántica y un puntito de drama.

La muerte de vacaciones es la adaptación al cine de una obra teatral italiana… donde el protagonista de la función es la muerte. Si me dejaran elegir alguna representación de ésta creo que me quedaría con La Muerte según Mitchell Leisen. La Muerte tiene el rostro de Fredric March. Un hombre solitario al que le apena que todo lo que se acerque a él muera (emociona cuando se siente ilusionado porque al regalarle una flor ésta no se marchita). La Muerte quiere comprender por qué todos los hombre temen su llegada, él (porque cuando se va de vacaciones ocupa el cuerpo de un príncipe ruso) se siente incapacitado para averiguarlo porque “¿qué significa el miedo para mí si no tengo nada que temer?”. Es elegante, irónico (escuchen sus opiniones sobre la guerra), exótico… La muerte se emociona, siente y padece. Y se da cuenta de que el amor es tan poderoso como la muerte misma, como él mismo… La Muerte se convierte en una criatura bromista que confiesa a su cómplice en esta aventura que emprende: “Mis vacaciones son un capricho, una broma que le gasto a la vida”.

La muerte de vacaciones se mueve en una nebulosa entre onírica y mágica. Y refleja un romanticismo exacerbado y puro… amor fou. Amor fou entre la etérea Grazia y la muerte. Desde el principio notamos que Grazia es una heroína atraída por lo trascendente, por el más allá de la vida. Los personajes principales nos son presentados en pleno jolgorio, en unas calles en fiesta y llenas de alboroto. Nuestra heroína es ajena a lo terrenal, a las pasiones humanas… a ella nos la encontramos solitaria y en silencio en una iglesia. Pronto nos damos cuenta (como todos los personajes saben y admiten) que Grazia es extraña y distinta. De vuelta a la mansión donde transcurrirá la trama (porque todos los protagonistas son de alta alcurnia, la muerte no es tonta y de vacaciones quiere vivir bien) Grazia muestra un placer casi suicida ante la sensación de velocidad. Su novio conduce imprudentemente y veloz… ella le pide que acelere hasta el infinito casi en estado de éxtasis. Todos los personajes en los coches sienten una presencia sobrenatural, una sombra pero ninguno sabe expresar qué es. No es más que la muerte que ya ha elegido con quién quiere pasar sus tres días de vacaciones.

Y esas vacaciones lo son hasta el extremo de que durante tres días la muerte deja de trabajar… y nadie, absolutamente, nadie muere. Y eso se convierte en portada de los periódicos. Porque transcurren accidentes mortales, enfrentamientos y otros asuntos… pero todo el mundo se salva milagrosamente…

En la mansión donde se encuentra hospedada la muerte como un joven y misterioso príncipe, los habitantes se sienten fascinados ante su presencia (sobre todo las damas, ¿somos las mujeres más etéreas y más cercanas a la muerte o su comprensión?) pero a la vez recelosos y algunos muestran incomodidad o cierto temor. Otros se sienten (sobre todo los más mayores) más cercanos y tranquilos… como ese personaje con el rostro de un secundario de oro, Henry Travers (el ángel de Qué bello es vivir)… Y, por último, está Grazia que reacciona con una atracción irracional. Se obnubila con la muerte.

La muerte en sus tres días de vacaciones descubre la trascendencia del ser humano. Descubre que un hombre es algo más que carne con pasiones (al principio está perplejo porque siente que “la forma en que se entretienen me sigue pareciendo trivial y vacía”). Se da cuenta de que los “hombres llevan un sueño dentro. Un sueño que los eleva por encima del polvo y de sus vidas”.

Así Mitchell Leisen habla de la muerte, la vida, el amor, la guerra, las pasiones, la trascendencia en una película de apariencia ligera con toques oníricos y llena de momentos mágicos que descubren una dirección elegante y certera de un realizador que sabe emplear sutilmente la narración cinematográfica. Como la primera aparición de la muerte ante su cómplice: una sombra en el jardín que se va acercando y explica a su atribulado oyente que se toma unos días de vacaciones en su mansión como invitado de honor. O la escena romántica con Grazia en la que ambos se reflejan en el agua… y luego los recuperamos hasta unos primeros planos de sus rostros… El contraste de ella, casi angelical y de blanco pero cubierta con la capa negra de la muerte, y él pálido con unas ojeras que devuelven una mirada especial y vestido con un frac negro.

La muerte de vacaciones nos acerca a ese “vagabundo del espacio” y lo convierte en un fenómeno más natural y cercano a conceptos como la vida o el amor… Un fenómeno inevitable… La muerte con rostro de Fredric March hace que nos enfrentemos a ella con menos temor del necesario. Si nos da la mano… no olvidemos que un viaje a lo desconocido siempre causa una sensación de inquietud pero también una puerta a lo inexplicable…

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Diccionario cinematográfico (186)

Restaurantes: Hoy nos vamos de restaurantes… y el abanico está servido. Si quiere un restaurante de buena comida italiana podemos visitar uno especial en el Nueva York de El Padrino (1972). El problema es que no tendremos una sobremesa agradable. Michael Corleone comienza su venganza sin que le tiemble el pulso y dispara al policía corrupto McClusky y al mafioso Sollozo.

Si prefiere un ambiente nostálgico podemos irnos a Argentina al restaurante de Rafael. Le conocimos en El hijo de la novia. Seguro que su padre nos puede contar historias del pasado de cómo su esposa llevaba a los comensales a una mesa determinada y les hacía sentirse únicos. Todavía conserva el espíritu cercano. Y se siente cierta armonía y trabajo en equipo. A pesar de que a veces Rafael se echa todos los problemas sobre los hombros y es incapaz de pedir ayuda. Desde las cocinas salen unos aromas inolvidables…

Por el contrario si le apetece un restaurante elegante (y recargado también), clásico y con ciertas dosis de misterio, su local se encuentra en San Francisco. El sitio siempre nos lo encontramos si vemos una y otra vez Vértigo. No se olvide que sabremos cómo es un amor a primera vista: el detective Scottie se encontrará por primera vez a Madeleine.

Para una cena de negocios o para cerrar un trato sin duda el lugar indicado es un restaurante de Los Ángeles funcional y elegante. Sólo tiene que visionar Pretty Woman y ahí estará. Sin embargo sólo hay un peligro, que en su plato caigan varios moluscos, caracoles y otros alimentos similares si nos sentamos al lado de Vivian y su compañero el ejecutivo.

Por el contrario si lo que le apetece es uno de esos restaurantes pequeños, rústicos, que esconden el sabor local de la zona donde se ubican… puedo recomendarle uno en el seno de París. Sólo tiene que lanzarse a descubrir Ninotchka. Cuidado porque las sillas son frágiles y fomentan el desequilibrio… aunque si conseguimos hacer reír a una seria y bella comisaria rusa con cara de Greta Garbo quizá nos merezca la pena.

A lo mejor le apetece algo más movidito y divertido. Podemos elegir un restaurante automático de los años treinta que en un momento dado sus mecanismos se vuelven locos por una trepidante y divertida pelea en cocina. Así todos los compartimentos de comida preparada empezarán a lanzar platos de comida por doquier… Nadie se quedará con hambre. Y además veremos cómo uno de los trabajadores de cocina (un niño de papá que decide rebelarse) encontrará a la chica de sus sueños… Está invitado en Una chica afortunada.

Quizá lo que quiere es un restaurante más moderno y a ser posible de comida rápida pero algo sofisticado y que ofrezca además algún aliciente. Entonces le recomiendo que vea Pulp Fiction. Ahí encontraremos un restaurante donde un camarero puede ser Elvis Presley o Frank Sinatra o más allá una camarera a lo Marilyn Monroe o con pinta de Jayne Mansfield. En el centro hay un escenario donde pueden celebrarse concursos de baile o de karaoke. Podemos elegir mesas en forma de coches descapotables. Ahhh, nuestros compañeros de mesa pueden ser Vincent Vega y Mia, la chica de su jefe el mafioso.

Si no ha encontrado todavía lo que quiere no se preocupe. La oferta sigue siendo amplia. Los hay pequeños, familiares y muy románticos. Y, ojo, porque podemos ser testigos de una petición de mano. Un hombre puede retirar la silla y ponerse de rodillas ante la amada para ofrecerle el anillo. Nos lo vamos a pasar bien y quizá volvamos a creer en el amor. Este restaurante en concreto se encuentra en Nueva York y podemos acudir en una noche en que haga efecto el Hechizo de luna.

Si seguimos en Nueva York le sugiero encontrar otro restaurante elegante y minimalista. Sencillo. Velas en las mesas y una buena y selecta comida. Podemos conocerlo en Shame, una de las películas más tristes de los últimos tiempos. Nuestro vecino de mesa puede ser un desubicado Brandon incapaz de establecer una relación normal y natural con una compañera de trabajo que le atrae…

No se preocupe si lo ha pasado mal en esta última recomendación podemos viajar de nuevo a la vieja Europa y para recuperar viejas historias de amor irnos a Italia. En una pequeña localidad italiana hay un precioso y antiguo hotel con su correspondiente restaurante al que no le falta música en directo. Avanti, no pierda ocasión de conocerlo. Quizá conozcamos a la persona ideal… y quedemos con ella tan sólo una vez al año, un mes.

Como ve las sugerencias no acaban… La lista es mucho más larga. ¿Me sugiere alguno nuevo? ¿Qué nos encontraremos en él?

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… Una breve y pequeña noticia de cine: vuelven Jesse y Celine

He leído que vamos a saber más de Jesse y Celine… supimos de ellos antes del atardecer, antes del amanecer y ahora nos queda un anochecer en Grecia. ¿Qué les ha pasado en todo este tiempo? ¿Cómo continua su historia?… Han pasado ya nueve años desde que les dejamos a los dos en casa de Celine en París… ¿Cogió Jesse el avión? ¿Se quedó con Celine? ¿Se separaron? ¿Siguieron juntos? ¿Cómo serán ahora sus sueños, sus frustraciones, sus alegrías y sus dolores? Me apetece volver a escucharles… Tienen mucho que contarme.

Richard Linklater, Ethan Hawke y Julie Delpy siguen mimando a Jesse y Celine… y a su historia en común.

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The deep blue sea (The deep blue sea, 2011) de Terence Davies

La voz en off de Hester Collyer lee una carta de despedida a su amante Freddie. Paseamos por una calle londinense de posguerra que nos lleva hasta una ventana en la que asoma el rostro de una mujer, la propia Hester (Rachel Weisz), que cierra las cortinas de su apartamento y prepara cuidadosamente su suicidio. Fundido. Cierra el cerrojo de la puerta. Fundido. Coloca una toalla bajo la ranura. Fundido. Prepara la cama. Fundido. Enciende el gas. Fundido. Se toma unas pastillas. Fundido. Se tumba. Y aturdida entre el gas que se escapa, la depresión que arrastra y las pastillas que consume nos hunde en sus emociones más profundas. En unas emociones reconstruidas que nos sitúan en el alma de una mujer rota, cubista. Hester entre dos hombres en un país derrumbado como sus propias emociones. En un despacho un hombre mayor y metódico lee su correo, al lado, en un sillón se encuentra Hester. Los dos se miran y se sonríen. Después vemos el rostro de Hester. De sus ojos se deslizan las lágrimas. En una especie de club Hester está tumbada y se acerca un joven apuesto, ella se ilumina, y él como un héroe hermoso le dice palabras amables. Dos cuerpos desnudos se enredan y se aman. En diez minutos sin apenas palabras el director británico Terence Davies, con el romanticismo exacerbado que se desprende del concierto para violín y orquesta opus 14 de Samuel Baber, atrapa irremediablemente a un espectador que ya se encuentra atraido por el mundo interior de una mujer enamorada y rota a la vez.

The deep blue sea es un melodrama desatado y elegante que te mantiene en un estado catatónico desde el primer instante hasta que en una maravillosa estructura circular Hester vuelve a asomarse a la ventana pero esta vez para abrir las cortinas y devolvernos a esa calle devastada por la guerra (como el interior de la protagonista) en la que corretean unos niños que anuncian que la vida sigue…, continúa.

Cada uno de los personajes se encuentra en sus cárceles íntimas en un mundo que se ha ido desmoronando a su alrededor pero que ha sobrevivido a una dura guerra y ahora trata de hacer frente a una dura posguerra…: Hester, su marido el juez William Callyer (Simon Russell Beale) y el amante Freddie Page (Tom Hiddleston), un joven ex aviador que no se acostumbra a los tiempos de paz…

Y es que Hester trata desesperadamente de escapar de su encorsetada y aburrida vida que la hace permanecer segura pero vacía. Trata de huir de una educación conservadora y espartana donde no hay sitio para el placer, el deseo, los sentidos. Donde no hay posibilidades de sentir. Se encuentra con un marido que la protege y ama, la cuida, pero no la hace temblar. Y se enfrenta a una suegra castradora que representa la rígida moral que acompaña esos tiempos y a los recuerdos de un padre igual de represor… Entonces en su camino se cruza el bello héroe de guerra. Un hombre vital que disfruta de los placeres y la hace sentir y vibrar… Pero que esconde a un hombre frustrado, inseguro y perdido en tiempos de paz, que se deja llevar por la bebida… pero que vive, siente, toca, vuela y la arrastra a un mundo de sensaciones y sensualidad. Estar con su amante supone un pacto ilusorio de libertad, de no pedirse nada el uno al otro, de no pertenecer… Pero pronto descubre que se encuentra encerrada en dos tipos de amor… y que no logra ser feliz porque su jaula sigue cerrada.

Volver con su esposo, enamorado, supone ser una muerta en vida. Estar con su amante conlleva ser letales el uno con el otro, el otro con el uno. Porque uno siente la vida a lo cubista (Hester) y otro se escapa al impresionismo sensual de Monet (Freddie). Y en esa encrucijada… cuando se encuentra en absoluta soledad esperando al amante que ha olvidado su cumpleaños, nos encontramos a Hester. Todo el remolino de emociones transcurre en unas horas, apenas en un día (con su noche)… pero sólo a través del prisma emocional de Hester viajamos a los recuerdos y a la nostalgia que reconstruye su vida junto a William y a Freddie. Y entre esas emociones y recuerdos la acompañamos en un anochecer en el que su vida pega otro giro brutal pero que la permite, quizá, empezar desde cero.

El espectador se ve envuelto por cristales a través de los cuales ve a los protagonistas, pub llenos de gente que se agolpa y se acompaña, apartamentos oscuros con lámparas que iluminan lo justo, puertas que se cierran o se abren, ventanas con cortinas, espejos donde se reflejan los rostros (y mucho más), una cabina telefónica que se convierte en una pequeña cárcel, luces de velas y farolillos, todo envuelto por un color ténue (casi sombrío), escaleras por donde transcurre la vida, callejones oscuros, una estación de metro, lluvia y el humo envolvente de los cigarrillos. En el corazón de Hester habita la tristeza, la soledad y la melancolía pero también una sensibilidad especial para atrapar los recuerdos, las emociones y las sensaciones.

Terence Davies conoce los mecanismos del melodrama exacerbado y nos hace llegar al éxtasis en varios planos-secuencia donde la música sigue elevando las emociones hasta alturas insospechadas. Así vivimos una regresión en plena guerra donde una estación de metro se convierte en refugio y donde todos se unen para combatir el miedo entonando una canción tradicional triste, Molly Malone. O una de las veces que nos metemos en un pub en el que Hester es feliz con su amante. Ambos se funden en un cántico con todos los presentes que al unísono entonan un éxito de los cincuenta You belong to me. Entonces nos trasladamos a una escena íntima en la que los amantes bailan esta misma canción pero esta vez con la voz de una de las intérpretes que la convirtió en mítica, Jo Stafford.

Confieso que ha sido mi primera incursión en el cine de Terence Davies (y ahora me muero de ganas por conseguir otros títulos de su filmografía) pero he vibrado porque bebe de las raíces del melodrama y porque me ha contado una historia con un uso del lenguaje cinematográfico que me ha llegado hasta la médula. Terence Davies adapta una obra teatral del dramaturgo y también guionista Terence Rattigan. Yo el nombre de Terence Rattigan lo recuerdo porque Delbert Mann adaptó en cine otra de sus obras en una película que me gusta mucho Mesas separadas (1958) o porque el guion (que adaptaba una obra teatral propia) de El príncipe y la corista (1957) de Laurence Olivier lleva su nombre. Pero volviendo a lo que nos interesa Davies rescató entre todas sus obras como dramaturgo, The deep blue sea (1952) y la ha transformado en puro lenguaje cinematográfico. Curiosamente ya hubo otra Hester Collyer cinematográfica con cara de Vivien Leigh (y sinceramente me la imagino en este personaje) en la película del mismo título que dirigió en 1955 Anatole Litvak, película que todavía no he visto.

Pero fueron dos películas británicas, mientras me zambullía en el mundo de Hester, las que me vinieron a la cabeza. Dos películas británicas que además de ambientarse más o menos en la misma época también plantean un torbellino de emociones en las que siempre hay una protagonista femenina atrapada que se debate entre el amor conyugal y seguro y el amor pasional al lado del amante… rodeada de un mundo devastado por la guerra que trata de reconstruirse. Las raíces literarias de las tres historias son muy distintas (Terence Rattigan, Graham Greene y H. G. Wells) pero sin embargo las coincidencias narrativas las unen en una trilogía cinematográfica que nos ofrece tres retratos femeninos en la misma encrucijada que resuelven de distinta manera.

Una es Vivir un gran amor (1955) de Edward Dmytryk que adapta a Graham Greene y nos ofrece la historia de Sarah Miles (Deborah Kerr), esposa de un funcionario británico, que conoce en una fiesta a un escritor americano (Van Johnson) y en plena II Guerra Mundial se enamoran locamente y derriban todas las barreras. Pero inexplicablemente para un desolado amante, Sarah rompe bruscamente su historia en común. Y la otra, la descubrí hace muy poco, es Amigos apasionados (1949) de David Lean que relata las emociones de Mary Justin (Ann Todd) que vive cómodamente casada con un marido más mayor que ella (sin embargo ambos gozan de una evidente complicidad y pragmatismo respecto el matrimonio) pero se vuelve a cruzar en su camino un amor de juventud (Trevor Howard). El triángulo vuelve a estar servido. Mary Justin también vive un momento crucial en una estación de metro.

El melodrama sigue vivo y regresa con nuevas lecturas que enriquecen el género además de recuperar continuamente la mejor narración cinematográfica. Desde finales del siglo XX hasta la actualidad la veda del melodrama está abierta con obras cinematográficas tan significativas como El fin del romance de Neil Jordan (que vuelve a retomar la historia de Vivir un gran amor), Lejos del cielo donde Todd Haynes vuelve a leer el melo a lo Douglas Sirk en pleno siglo XXI o este mismo director nos regala la cuidada serie de televisión Mildred Pierce con un depurado y elegante uso de las claves del género.

The deep blue sea supone un paseo por emociones desatadas, amor fou, nostalgia, recuerdos y todo un abanico de imágenes que te sumergen a un estado de éxtasis difícil de controlar. El espectador acompaña irremediablemente a la catarsis emocional de Hester…

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Abbott y Costello contra los fantasmas (Abbott y Costello meet Frankenstein, 1948) de Charles Barton

… Sigamos con las risas. El lunes aproveché el ansiado día del espectador en los Verdi y me metí en una película terroríficamente divertida. ¡Y vaya si paré algún momento de carcajearme! Estos cines llevan a cabo una bonita labor que es proyectar clásicos en alta definición en una hermosa pantalla blanca.

Este estreno lo han hecho coincidir con el centenario de la productora de los monstruos: Universal Pictures. En esta productora vivían todas las criaturas amadas que poblaban nuestras pesadillas de infancia: Drácula, Frankenstein y su novia, El hombre lobo, La momia, El hombre invisible… pero hubo un momento en que estos monstruos después de una guerra cruel y de muchos momentos duros ya no daban el miedo que causaron en sus primeras apariciones… Eran más inocentes que los propios humanos y el público ya no se asustaba con ellos.

Así que las películas protagonizadas por estos míticos monstruos fueron fracasando en taquilla… Parecía que iban a quedarse sin trabajo. Ya no daban miedo. Entonces a la Universal se le ocurrió una idea ¿y si protagonizan una película donde se den situaciones divertidas? ¿Y si los monstruos nos divierten en vez de asustarnos? ¿Y si nos reímos de ellos y con ellos? ¿Y si metemos a dos cómicos muy cómicos y que vivan una y mil aventuras con los monstruos…? Y nació Abbot y Costello contra los fantasmas y una segunda carrera profesional para aquellos que nos dieron tanto miedo, les seguiríamos queriendo pero además esta vez moriríamos de la risa.

Abbott y Costello son dos transportistas a cada cual más tonto… y reciben dos cajas enormes bien embaladas que tienen que llevar a un museo del terror. Pero este encargo no es tan sencillo… Abbott y Costello se enfrentan ni más ni menos que con Drácula (Bela Lugosi), Frankenstein (Glenn Strange), el hombre lobo (Lon Chaney Jr) y por aparecer aparece hasta el hombre invisible. También se las tienen que ver con el dueño del museo, un hombre insoportable (Frank Fergunson) y con toda una mujer fatal (Lenore Aubert) y con otros secundarios que no pintan mucho pero así dan más dosis de surrealismo a la película.

Están absolutamente todas las claves de las películas de terror de la Universal, los ambientes tenebrosos, las apariciones, las sombras, las transformaciones… pero lloras de la risa porque en todo momento hay dos panolis que ponen patas arriba el mundo de las criaturas. Y en todo momento sientes la inocencia de esos monstruos.

Hay castillos tenebrosos, noches de luna llena, luchas terribles, un Frankenstein con toda su fuerza bruta, habitaciones con puertas falsas, laboratorios extraños, bosques tenebrosos, oscuridad, ataúdes, gritos… pero ves a Drácula, un Bela Lugosi que te trae a la memoria ese anciano decadente de Tim Burton, que trata de hipnotizar con sus ojos y sus manos a sus ‘víctimas’ y te entra una ternura increíble. Lo mismo pasa con un hombre que se transforma en lobo que pide por favor que le encierren en la habitación. O ya es el colmo con un Frankenstein agotado (siempre víctima) al que quieren trasplantar un cerebro con menos coeficiente intelectual que el suyo para que sea imposible que se rebele y siempre obedezca… Esos monstruos que tratan de seguir haciendo con la misma dignidad su trabajo… y lo consiguen.

Abbott y Costello nos divierten todo el rato a un ritmo vertiginoso (hacen reír ellos mismos con sus gestos, su manera de comportarse, su físico y viven además situaciones que nos causan risa). El director Charles Barton dirigiría a la pareja de cómicos en varias ocasiones y en varios éxitos. Y ya algo que me dio más ternura todavía fueron los buenos pero inocentes efectos especiales: ese Drácula que se transforma en murciélago (animado) o ese hombre que se convierte ante nuestros ojos en hombre lobo…

… Leo la hoja informativa de esta película y me corrobora algo que se intuye mientras la ves y es que fue una película pionera en mezclar el terror y la risa. Sentimos su influencia posterior. Así enseguida recuerdo esas series de televisión de reposición que me encantaban en mi infancia y me reconciliaban con los monstruos: la familia Monster y la familia Adams. Pero la influencia de esta película sigue siendo alargada…

Algún día hablaremos largo y tendido de parejas de cómicos que nos hicieron reír (o no) a lo largo de las décadas: del Gordo y el Flaco, de Abbott y Costello, de Bob Hope y Bing Crosby, de Jerry Lewis y Dean Martin…

… Lo importante es una cosa, lo importane es seguir riendo…

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Rubias… con risas

 

Las morenas debemos ser bastante más serias porque hay muchas más rubias con escenas cinematográficas desternillantes, extravagantes o inverosímiles que dejaron su huella en el celuloide con unos personajes deliciosos a la vez que alocados…

Ya lo decía un título (por cierto, creado por una morena), los caballeros las prefieren rubias… porque quizá sean más divertidas…

¿Cómo se teñía el pelo el colmo femenino de la extravagancia y el humor en los años treinta? ¿Quién era esa reina rubia oxigenada que era toda una artista de los diálogos de doble sentido? Una rubia, enorme y rechoncha Mae West… que nos dejaba bien claro que no era ningún ángel. Ahí se mostraba exuberante, exagerada, hortera… y divertida.

Pero de los gloriosos años treinta me pongo de rodillas ante las dos rubias más alocadas (con permiso de Jean Harlow que también supo ser pícara y mostrarse divertida): mi heroína (mi modelo de locura femenina) de las escenas extravagantes, es sin duda Irene Bullock con cara de la rubia Carole Lombard… No puedo parar de reír con ella en Al servicio de las damas. Y la otra es la maravillosa Jean Arthur que tampoco se queda corta en dosis de excentricidad en Una chica afortunada.

… ¿Y qué me dicen de la rubísima Ginger Rogers totalmente enloquecida y encantadora cuando retrocede a la infancia en Me siento rejuvenecer? Cuando volviendo a ser niña todo la da igual y expresa a voz en grito sus sentimientos y juguetea sin parar… Y su poder de control desaparece por las rabietas, las risas y las locuras…

¿Por qué las rubias tienden más a perder la cordura? A perder la cabeza descaramente. Y encima resultar encantadoras. Billy Wilder presenta varias de estas rubias en sus películas pero voy a quedarme con dos: una va a ser esa secretaria mega explosiva y rubia que baila encima de una mesa dejando ensinismados a tres comisarios rusos en la veloz Uno, dos, tres… Ella pasa de todo y masca fenomenal chicle… pero es fundamental en la trama y tiene escena de oro que la vuelve inolvidable. Esta rubia se llamaba Liselotte Pulver. Y la otra es la siempre fría y rubia Kim Novak… que perdió los papeles con Wilder para reflejar a una prostituta de corazón grande y con escenas desternillantes en Bésame Tonto. Su eslogan podría haber sido Kim Novak hace reír. Estuvo genial como Polly La Bomba.

Rubias increíbles que además no conocen el idioma de sus acompañantes y por eso dejan escenas memorables de diversión, locura y sensualidad elegimos a dos. Virna Lisi sale de un pastel y desbarata para siempre la vida de un soltero de oro, alegre de serlo en la sátira de Richard Quine, Cómo matar a la propia esposa. También nos regala escena de baile frenético encima de un piano… Y la segunda no podía ser otra: Anita Ekberg que no tiene ni idea de italiano pero se mete en la Fontana de Trevi, baila como una posesa y envuelve en su loco mundo a un desencantado frívolo con cara de Marcello Mastroianni en La Dolce Vita.

Otra rubia absolutamente fascinante en su faceta cómica pero olvidada muy olvidada es Judy Holliday. Yo nunca la olvidaré ni en Nacida ayer, como chica de mafioso de corazón grande o como alocada chica que quiere la fama a toda costa en Una rubia fenómeno.

Y no sería justo no nombrar a la rubia entre las rubias… con risas, Marilyn Monroe que se prodigó en el mundo de la comedia y fue deliciosamente alocada como secretaria explosiva en Me siento rejuvenecer (iba de rubias…), Cómo casarse con un millonario (la rubia miope) o ya saben, Los caballeros las prefieren rubias

Hummm, quizá en mi próxima visita a la peluquería me tiña de rubia porque tal y como están los tiempos habrá que cultivar la risa…

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… Sobre Habemus Papam de Nanni Moretti y la actualidad

El otro día leí una noticia que centró mi atención: había muerto el cardenal Carlo María Martini de 85 años y antes había dejado una última entrevista. En esa última entrevista Carlo María decía que la Iglesia actual es anticuada y cansada (dándole el significado de sin viveza alguna, trasnochada, acomodada) y que tenía que pensar seriamente en el cambio y para ello lo primero debía reconocer los propios errores. También advertía de que “nuestros rituales y nuestros vestidos son pomposos” y que más les valdría fijarse en hombres realmente libres y más cercanos al prójimo como Óscar Romero o los jesuitas de El Salvador y muchos más… Trataba todo tipo de temas, por ejemplo, comentaba que la Iglesia debía modernizarse y pensar: “las preguntas sobre la sexualidad y sobre todos los asuntos que competen al cuerpo son un ejemplo. Debemos preguntarnos si la gente escucha todavía los consejos de la Iglesia en materia sexual”… El cardenal Carlo María Martini se veía que dialogaba, pensaba y cuestionaba… Vamos este cardenal, creo, era y es toda una rareza en el Vaticano. No sé qué pensaría además de las noticias y la forma de actuar de las altas esferas religiosas aquí por estas tierras…

Y entonces me vino a la cabeza Habemus Papam de Nanni Moretti. Recuerdo que algunas cosas que se comentaron en su día sobre esta interesante película es que Moretti no había sido suficiente crítico y sin embargo para mí es demoledor de principio a fin presentando una Iglesia trasnochada, totalmente ajena a la realidad, y muy cercana a una representación teatral, donde ya no tiene sentido que se ofrezca un Papa como “guía espiritual”. Tiene varias escenas clave:

La reunión para la elección del siguiente Papa donde se oye la voz en off de los ancianos candidatos suplicando que no sean ellos los elegidos… Lo caricaturesco de sus rituales (y el tratamiento recibido en los medios de comunicación) que son presentados como una rareza y la propia extravagancia de cada uno de los personajes.

La visita a escondidas del nuevo candidato a Papa, que ha sufrido un ataque de pánico ‘escénico’, a una psicóloga. Ésta le pregunta que cuál es su profesión y él  sonriendo ilusionado contesta que actor de teatro. Y describe su ‘trabajo’.

La intrusión del psicoanalista ateo a un mundo totalmente aislado del exterior que provoca extrañeza al profesional y que encerrado de manera kafkiana se introduce de pleno en los rituales de los ancianos de la iglesia. E incluso les organiza ‘juegos’, organiza una especie de recreo para sobrellevar la espera… ante la imposibilidad que tiene de que cada uno emplee el razonamiento para entender por qué se encuentran en esa situación. La insistencia en ese aislamiento en el que viven, su desconocimiento del mundo exterior (que parece no importarles en absoluto)… Tal vez lo más llamativo del Vaticano de Nanni Moretti es que lo presenta de una manera naif e ‘inocente’, es decir, no refleja que además de lo obsoleto y del aislamiento, sí que es un reducto de poder donde existen las luchas internas y que este reducto sigue empeñado en mantenerse y perdurar…

En una escena, que a mí particularmente me gustó bastante, se escucha una canción de fondo de Mercedes Sosa que dice: “Cambia lo superficial/ Cambia también lo profundo/Cambia el modo de pensar/Cambia todo en este mundo/Cambia el clima con los años/Cambia el pastor su rebaño/Y así como todo cambia/Que yo cambie no es extraño”. Y que en definitiva es la clave de toda la película.

Y, por último, el demoledor discurso final de ese Papa que no quiere ser Papa: “En este momento la Iglesia necesita un guía que tenga la fuerza necesaria para hacer grandes cambios y que busque el encuentro con todos, que tenga amor y capacidad de comprensión…”. ¿No son muy parecidas estas palabras a las del cardenal Carlo María Martini?

El cine sí que ha reflejado esa ‘otra iglesia’ siempre silenciada, esa otra iglesia que razonó el cardenal Carlo María Martini debería existir. Una iglesia avanzada, más coherente con lo que dice, que avanza con los tiempos y que está al lado de ese prójimo que tanto nombran, una iglesia que muestra comprensión ante el mundo en el que habita… Hace relativamente poco volví a ver Lloviendo piedras de Ken Loach y el personaje clave es un cura de barrio que sí que se ‘moja’ y sí que conoce la realidad de aquellos que acuden a su parroquia. Y es el que protagoniza el momento clave de la película, el que escucha a un hombre roto y asustado y le aconseja cómo actuar y el espectador, creyente o no, le da toda la razón. Un cura que dice a este hombre roto y asustado: “Las personas como tú tienen hambre de justicia. En el nombre de Cristo, que da el pan de la vida… y tú lo mereces”. La justicia a la que se refiere es una justicia social.

Así que esto es todo lo que me hizo pensar una noticia del periódico…

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Una reflexión de septiembre y tres minicríticas (Elena, El amigo de mi hermana y Brave)

Antes de empezar con las minicríticas quiero señalar que soy una ciudadana con ‘hambre de cine’. Lo necesito para levantarme por las mañanas. Para mí el cine no es un ‘mero entrenimiento’ sino que me abre los ojos a otros mundos, me hace reflexionar sobre la realidad que vivimos, me proporciona conocimientos sobre el ser humano, me permite acercarme a otras doctrinas que enriquecen (filosofía, literatura, pintura, música…), me deja viajar, me da la posibilidad de crear… y me hace pensar.

El cine también cambia mi estado de ánimo y me hace crecer como persona. Y hay películas que me permiten atesorar una esperanza y que quizá hacen un clic en mi cabeza para no ver todo tan negro. Me crean la posibilidad de creer en que otro mundo es posible. Otras por el contrario me permiten que baje a la tierra y pise tierra firme, me enfrentan a un mundo y a una sociedad injusta. Películas que logran avivar el espíritu de indignación (entendiendo indignación como un estado contrario al de la pasividad y el sometimiento). Películas que animan a la implicación o a la acción para la transformación de un mundo que siempre parece que se derrumba y trágicamente frágil. Películas que descubren los mecanismos de poder y las estrategias del miedo…

Y para mí es todo un ritual sagrado ir al cine a una sala oscura con una pantalla grande. Y quiero seguir con este ritual sagrado. Porque sí que es cierto que hay otras plataformas y otros soportes para ver cine (sin irse más lejos… en el salón de mi casa) pero no se consigue totalmente la experiencia de ver una película en una sala con una pantalla blanca enorme…

Transcribo tan sólo un breve párrafo de un magnífico artículo de Enrique Urbizu en la revista Fotogramas del mes de agosto (nº 2026, pág 8, sección La firma invitada): “Ir al cine implica una aceptación temporal de una doble cautividad, física y sensorial: en el cine se nos ruega silencio, inmovilidad, invisibilidad. Dejar de estar en una sala que, a su vez, también dejará de existir. La luz se apaga gradualmente, el entorno desaparece y, obligatoriamente, nosotros también. Ahora, si la pantalla iluminada frente a nosotros nos cautiva, se produce el fenómeno de la hipnosis colectiva. Es el espejismo colectivo de mayor eficacia jamás inventado. Si el truco funciona te hará reír, llorar, desear, sufrir… Y aceptamos gustosos estos paréntesis”.

Quiero seguir acudiendo a la sala de cine y ver películas en la pantalla blanca… No quiero que se convierta en un lujo tan sólo para unos pocos. Recuerdo otro párrafo de un buen libro de cine (100 películas sobre historia contemporánea de José María Caparrós Lera. Alianza editorial) que se me quedó grabada: ciudadanos norteamericanos que durante el crack del 29 exigieron que el cine fuera gratuito porque para ellos era una necesidad básica como el pan y el vestido. Tenían que saciar ese ‘hambre de cine’ para salvaguarda su salud mental.

Relaciones familiares

Ahora mismo en cartelera hay tres películas que presentan desde diferentes ópticas las relaciones familiares. Una de la manera más cruda. Otra nos ofrece relaciones entre hermanos pivotando entre la comedia romántica y elegante y el cine independiente. Y la otra puro cine de animación que nos sumerge en un mundo de cuento para hablarnos de las relaciones madre-hija.

Elena (Elena, 2011) de Andrei Zvyagintsev

Primera incursión en la cinematografía del ruso Andrei Zvyagintsev. Elena es una película perfectamente construida de principio a fin. Elena desgarra e inquieta. Elena es el retrato de una madre, una esposa, una abuela de la Rusia contemporánea. Esa Rusia donde unos se subieron al carro del capitalismo salvaje y otros se quedaron en el camino de la supervivencia y la apatía. Una brecha enorme que destroza y que muestra el sálvese quien pueda de la manera más salvaje. Y esta brecha y estas decisiones para la posible supervivencia (para subirse al carro del bienestar), muy difíciles de juzgar moralmente, se personifican en Elena. Una Elena que elige sacar de la apatía a su hijo y dar un posible futuro a sus nietos. Y esa elección es brutal. Andrei Zvyagintsev emplea una narración cinematográfica que arrastra y lleva a una profunda tensión: la imagen idílica final da muchísimo miedo, es una escena que provoca terror. El empleo de la música, la presentación de la rutina de los personajes principales, el reflejo de las calles y de las casas, un ‘inocente’ paseo en coche u otro en tren, la visión de las ramas de un árbol al principio y al final, la visión de los edifcios donde vive la madre y donde vive su hijo, las conversaciones entre todos los personajes que se mueven en la trama… todo está al servicio de contar una historia muy potente cinematográficamente que además te acompañará días y días…

El amigo de mi hermana (Your sister’s sister, 2011) de Lynn Shelton

Primera incursión también en el cine de la directora Lynn Shelton. Y una incursión que me hizo reír y disfrutar un montón. Con pocos ingredientes surge una película de personajes elegante y bien elaborada. Una comedia romántica con diálogos geniales. Un bonita historia de hermanos (uno de ellos ausente) y hermanas. Ingredientes necesarios: 1.-. Una reunión de amigos recordando al ausente, un hermano herido que la arma, una mejor amiga que le da un toque porque lleva una vida sin rumbo y le ofrece un fin de semana de soledad en una casa aislada. 2.-. Llegada a esa casa aislada y descubrir nuestro protagonista que no está solo sino que se encuentra a la hermana mayor de su amiga, un poco de insomnio, una charla que descubre confesiones, intimidades y tristezas, unas risas, unos vasos de tequila y una cama. 3.-. El efecto sorpresa: la hermana pequeña aparece inesperadamente a la mañana siguiente en la casa para acompañar al amigo herido. Y ya tenemos una historia que transcurre de manera natural por tres actores que muestran toda su química: Emily Blunt, Rosemarie DeWitt y Mark Duplass. Tres personajes que muestran todas sus virtudes y todos sus defectos… y por eso te los crees. Geniales las escenas en la cama entre las dos hermanas…

Indomable (Brave, 2012) de Mark Andrews, Brenda Chapman, Steve Purcell

Con melena rizada y pelirroja al viento nace la princesa Mérida, primera de Pixar y no así de Walt Disney… Protagonista de un cuento en la antigua Escocia donde nos encontramos con clanes familiares, leyendas, tapices hechizados, fuegos fatuos, brujas, osos fieros, círculos de piedras monolíticas mágicas… Y en este cuento no cabe el romanticismo, Mérida no es una princesa guerrera en busca del amor verdadero o una dulce y sumisa princesa que necesita la protección del guerrero. Mérida es una adolescente que busca su independencia y libertad y sus deseos chocan con los de su madre (que es una princesa a la vieja usanza). Así el nuevo trabajo de Pixar con todos los ingredientes de un buen cuento lo que ofrece es un enfrentamiento entre madre e hija que va de la incomprensión absoluta al comprenderse mutuamente y afianzar su vínculo. A un aprendizaje de ambas de escucharse la una a la otra, y la otra a la una, y encontrar un punto de encuentro. Un cuento con toda la espectacularidad posible para hablarnos de un terreno íntimo. En este cuento escocés los hombres son meros comparsas cómicos, niños grandes o niños pequeños en un mundo mágico que es de las mujeres, que muestran que son las que tienen las cabezas y las riendas…

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