Una reflexión de septiembre y tres minicríticas (Elena, El amigo de mi hermana y Brave)

Antes de empezar con las minicríticas quiero señalar que soy una ciudadana con ‘hambre de cine’. Lo necesito para levantarme por las mañanas. Para mí el cine no es un ‘mero entrenimiento’ sino que me abre los ojos a otros mundos, me hace reflexionar sobre la realidad que vivimos, me proporciona conocimientos sobre el ser humano, me permite acercarme a otras doctrinas que enriquecen (filosofía, literatura, pintura, música…), me deja viajar, me da la posibilidad de crear… y me hace pensar.

El cine también cambia mi estado de ánimo y me hace crecer como persona. Y hay películas que me permiten atesorar una esperanza y que quizá hacen un clic en mi cabeza para no ver todo tan negro. Me crean la posibilidad de creer en que otro mundo es posible. Otras por el contrario me permiten que baje a la tierra y pise tierra firme, me enfrentan a un mundo y a una sociedad injusta. Películas que logran avivar el espíritu de indignación (entendiendo indignación como un estado contrario al de la pasividad y el sometimiento). Películas que animan a la implicación o a la acción para la transformación de un mundo que siempre parece que se derrumba y trágicamente frágil. Películas que descubren los mecanismos de poder y las estrategias del miedo…

Y para mí es todo un ritual sagrado ir al cine a una sala oscura con una pantalla grande. Y quiero seguir con este ritual sagrado. Porque sí que es cierto que hay otras plataformas y otros soportes para ver cine (sin irse más lejos… en el salón de mi casa) pero no se consigue totalmente la experiencia de ver una película en una sala con una pantalla blanca enorme…

Transcribo tan sólo un breve párrafo de un magnífico artículo de Enrique Urbizu en la revista Fotogramas del mes de agosto (nº 2026, pág 8, sección La firma invitada): “Ir al cine implica una aceptación temporal de una doble cautividad, física y sensorial: en el cine se nos ruega silencio, inmovilidad, invisibilidad. Dejar de estar en una sala que, a su vez, también dejará de existir. La luz se apaga gradualmente, el entorno desaparece y, obligatoriamente, nosotros también. Ahora, si la pantalla iluminada frente a nosotros nos cautiva, se produce el fenómeno de la hipnosis colectiva. Es el espejismo colectivo de mayor eficacia jamás inventado. Si el truco funciona te hará reír, llorar, desear, sufrir… Y aceptamos gustosos estos paréntesis”.

Quiero seguir acudiendo a la sala de cine y ver películas en la pantalla blanca… No quiero que se convierta en un lujo tan sólo para unos pocos. Recuerdo otro párrafo de un buen libro de cine (100 películas sobre historia contemporánea de José María Caparrós Lera. Alianza editorial) que se me quedó grabada: ciudadanos norteamericanos que durante el crack del 29 exigieron que el cine fuera gratuito porque para ellos era una necesidad básica como el pan y el vestido. Tenían que saciar ese ‘hambre de cine’ para salvaguarda su salud mental.

Relaciones familiares

Ahora mismo en cartelera hay tres películas que presentan desde diferentes ópticas las relaciones familiares. Una de la manera más cruda. Otra nos ofrece relaciones entre hermanos pivotando entre la comedia romántica y elegante y el cine independiente. Y la otra puro cine de animación que nos sumerge en un mundo de cuento para hablarnos de las relaciones madre-hija.

Elena (Elena, 2011) de Andrei Zvyagintsev

Primera incursión en la cinematografía del ruso Andrei Zvyagintsev. Elena es una película perfectamente construida de principio a fin. Elena desgarra e inquieta. Elena es el retrato de una madre, una esposa, una abuela de la Rusia contemporánea. Esa Rusia donde unos se subieron al carro del capitalismo salvaje y otros se quedaron en el camino de la supervivencia y la apatía. Una brecha enorme que destroza y que muestra el sálvese quien pueda de la manera más salvaje. Y esta brecha y estas decisiones para la posible supervivencia (para subirse al carro del bienestar), muy difíciles de juzgar moralmente, se personifican en Elena. Una Elena que elige sacar de la apatía a su hijo y dar un posible futuro a sus nietos. Y esa elección es brutal. Andrei Zvyagintsev emplea una narración cinematográfica que arrastra y lleva a una profunda tensión: la imagen idílica final da muchísimo miedo, es una escena que provoca terror. El empleo de la música, la presentación de la rutina de los personajes principales, el reflejo de las calles y de las casas, un ‘inocente’ paseo en coche u otro en tren, la visión de las ramas de un árbol al principio y al final, la visión de los edifcios donde vive la madre y donde vive su hijo, las conversaciones entre todos los personajes que se mueven en la trama… todo está al servicio de contar una historia muy potente cinematográficamente que además te acompañará días y días…

El amigo de mi hermana (Your sister’s sister, 2011) de Lynn Shelton

Primera incursión también en el cine de la directora Lynn Shelton. Y una incursión que me hizo reír y disfrutar un montón. Con pocos ingredientes surge una película de personajes elegante y bien elaborada. Una comedia romántica con diálogos geniales. Un bonita historia de hermanos (uno de ellos ausente) y hermanas. Ingredientes necesarios: 1.-. Una reunión de amigos recordando al ausente, un hermano herido que la arma, una mejor amiga que le da un toque porque lleva una vida sin rumbo y le ofrece un fin de semana de soledad en una casa aislada. 2.-. Llegada a esa casa aislada y descubrir nuestro protagonista que no está solo sino que se encuentra a la hermana mayor de su amiga, un poco de insomnio, una charla que descubre confesiones, intimidades y tristezas, unas risas, unos vasos de tequila y una cama. 3.-. El efecto sorpresa: la hermana pequeña aparece inesperadamente a la mañana siguiente en la casa para acompañar al amigo herido. Y ya tenemos una historia que transcurre de manera natural por tres actores que muestran toda su química: Emily Blunt, Rosemarie DeWitt y Mark Duplass. Tres personajes que muestran todas sus virtudes y todos sus defectos… y por eso te los crees. Geniales las escenas en la cama entre las dos hermanas…

Indomable (Brave, 2012) de Mark Andrews, Brenda Chapman, Steve Purcell

Con melena rizada y pelirroja al viento nace la princesa Mérida, primera de Pixar y no así de Walt Disney… Protagonista de un cuento en la antigua Escocia donde nos encontramos con clanes familiares, leyendas, tapices hechizados, fuegos fatuos, brujas, osos fieros, círculos de piedras monolíticas mágicas… Y en este cuento no cabe el romanticismo, Mérida no es una princesa guerrera en busca del amor verdadero o una dulce y sumisa princesa que necesita la protección del guerrero. Mérida es una adolescente que busca su independencia y libertad y sus deseos chocan con los de su madre (que es una princesa a la vieja usanza). Así el nuevo trabajo de Pixar con todos los ingredientes de un buen cuento lo que ofrece es un enfrentamiento entre madre e hija que va de la incomprensión absoluta al comprenderse mutuamente y afianzar su vínculo. A un aprendizaje de ambas de escucharse la una a la otra, y la otra a la una, y encontrar un punto de encuentro. Un cuento con toda la espectacularidad posible para hablarnos de un terreno íntimo. En este cuento escocés los hombres son meros comparsas cómicos, niños grandes o niños pequeños en un mundo mágico que es de las mujeres, que muestran que son las que tienen las cabezas y las riendas…

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