El bueno, el feo y el malo (Il buono, il brutto, il cattivo, 1966) de Sergio Leone

Me acordé de 39escalones en su ‘debú’ como actor en un memorable trailer donde habitaba el espíritu de Leone

Pues sí creo que la vi hace un montón de años y no recordaba nada, así que aproveché que me la dejaba una enamorada de este spaghetti western para volver a recordarla y me lo he pasado estupendamente.

El western a la europea permitió que naciera un creador de la imagen que entendía el cine como puro lenguaje cinematográfico capaz de rodar escenas de más de diez minutos sin palabra alguna. Sin miedo a los silencios y aliado de la creación de unas bandas sonoras maravillosas. Este creador fue Sergio Leone y el compositor Ennio Morricone. El salvaje oeste se encontraba en tierras europeas, a veces, en Almería y sus duros y herméticos personajes danzaban en tierras deserticas a lomos de sus caballos en un gris, violento y crepuscular oeste.

Leone fue el creador de la Trilogía del dolar donde sus arquetípicos personajes que aguantaban un primer plano como nadie se movían por impulsos de supervivencia en busca de un botín. El dinero era su razón de vivir, de actuar o morir. La tercera película de dicha trilogía fue El bueno, el feo y el malo donde tres fuera de ley buscan, se unen y se traicionan para encontrar un botín de 200 mil dólares. Cada uno tiene una parte de información de tal modo que no pueden matarse hasta que llega el momento culminante cuando se encuentran cara a cara junto al preciado botín. De fondo una guerra sinsentido violenta y dura entre sudistas y yanquis (los confederados y los de la Unión) para ambientar un panorama desolador donde los tres fuera de ley funcionan con sus propios códigos y reflexiones.

En esta película y en la trilogía en general se encierra un mundo masculino y bestial donde no hay cábida para lo femenino. Apenas, en esta tercera película, aparecen mujeres o tienen una función determinante dentro de la trama. Muestra la búsqueda de tres supervivientes de una cantidad de dinero que quizá ni siquiera les cambie la vida y ésa es su única motivación para actuar. Una historia sin complicaciones y directa que nos muestra y nos presenta a través de acción y con unos rótulos a los tres personajes que nos acompañarán en el metraje.

El rubio, Tuco y Sentencia se baten en un duelo final de esos que tienen la emoción y la contención como elementos de viaje. No hacen falta palabras sino una banda sonora potente, las miradas de tres rostros con muchas arrugas de vida y existencia, sus manos en las pistolas…, una buena lección de montaje.

Y son esos rostros y los actores que los interpretan los que se llevan de calle esta película de tiempos duros. El rubio es un contenido, duro, joven y frío Clint Eastwood que se iba gestando su halo de estrella internacional en producciones europeas. El maravilloso Eli Wallach realiza el personaje más rico en mátices, el bufón mítico y pícaro revestido de humanidad, que responde al nombre de Tuco. Exagerado, divertido, desarrapado y superviviente máximo (para mí entró en mi Olimpo particular con su histriónica y sublime interpretación en la compleja Baby Doll). Y por último el elegante y altísimo malo, malísimo, de sonrisa terrorífica Lee Van Cleef y rey del género.

El bueno, el feo y el malo cuenta con replicas y frases geniales, medidas y justas. De esas sentencias que no se olvidan. En su extremada y poética violencia genera un catálogo de imágenes para el recuerdo. Como esa paliza que recibe Tuco de manos de uno de los secuaces de Sentencia cuando éste actúa como soldado yanqui de alta graduación en un campo de prisioneros y cómo fuera del barracón los presos sudistas tocan un concierto de música que tapa los golpes y los gritos. Esa última escena final, el gran duelo y encuentro de los tres personajes, que llega a un clímax emocional. La muerte de ese joven sudista bajo la mirada atenta de El rubio que acompaña su agonía, mirándole, tapándole, sonriéndole y dejándole dar una calada a su consumido cigarrillo. Ese baño accidentado de Tuco que tiene todas las alertas encendidas. O la primera aparición del malo malísimo que ejecuta a un padre de familia con fría elegancia.

De fondo una crítica al sinsentido de la guerra, a esas muertes inútiles por, por ejemplo, mantener un puente intacto, una guerra carente de heroísmo donde los soldados están sudorosos, heridos, llenos de polvo, desencantados y con litros de alcohol para combatir el miedo. Una guerra que deja un enorme cementerio lleno de tumbas de soldados que mueren sin poética alguna o heroísmo alguno. Ahí, en la tumba de un soldado cualquiera, está ese botín, por el que los tres protagonistas actúan y son capaces de todo hasta de morir…

Las relaciones entre los tres fuera de ley recogen ciertos matices y es cierto que El rubio no deja de ser un ángel para Tuco, el bufón (aunque ambos se pasen la vida puteándose), como dice sonriendo con cierta nostalgia porque sabe que no están solos un Sentencia solitario que va matando sin que le tiemble la mano ni le falle la sonrisa.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Hildy Johnson, un año más de inmortalidad

Hoy 14 de mayo, y cabezota como toda una tauro, la Johnson se felicita a sí misma por un año más de inmortalidad.

Alegre por poder un año más compartir aquí en este pequeñísimo rincón del ciber espacio su pasión por el cine.

Así se encuentra lista y preparada para una fiesta especial que se celebrará en la masión de los amigos de Peter.

Al piano, Dooley Wilson que no sólo tocará As time goes by.

Con actuaciones estelares de Ginger y Fred. Y una coreografía del gran Busby Berkeley. Gene Kelly me ha prometido sacarme a bailar y disimular que soy un pato mareado pero ¡¡¡con ritmo!!! Siempre con ritmo. También han confirmado que cantarán en la celebración Frank Sinatra y Dean Martin con un poco de guasa. Judy Gardland nos regalará Over the rainbow y Sugar ha prometido afinar su ukelele. Los Jets y los Sharks prometen no ser escandalosos y deleitarnos con sus juegos de baile. Les ayudadarán los hermanos Pontipee.

A mi lado no podían faltar mi querido y odiado esposo Walter Burns (con su gran parecido a Cary Grant) y mi ex novio que no me guarda rencor, Bruce Baldwin (sí, si el que se parece tanto a Ralph Bellamy). Seremos los maestros de ceremonias para cuidar y recibir a todos los invitados y dar paso a cada una de las actuaciones.

Los invitados podrán participar en una gymkhana de pruebas en las que sólo sea obligatorio reír y reír sin parar organizada por la señorita Carole Lombard con su inseparable mayordomo. Creta Garbo, Marlene Dietrich, Bette Davis y Joan Crawford harán una divertida demostración de cómo siempre ser divinas.

También estarán presentes Paul Newman, Marlon Brando, Montgomery Clift, Gary Cooper y John Gardfield que prometen preparar un número muy pero que muy especial donde harán malabarismos y otras sorpresas. Jean Harlow y Mae West junto a Groucho Marx y Harpo pondrán la nota picante a la fiesta.

Han prometido que saldrán para hacernos llorar de la risa y quizá hacernos saltar alguna lágrima Charles Chaplin con su baile de los panecillos y Buster Keaton con su cara de palo y su arte en la pantomima.

A pesar de sus compromisos Clark Gable, el Rey, y Jonh Wayne, el Duque han prometido leer un texto y sobre todo darme un beso. Sí, Natalie Wood junto a Katherine Hepburn también recitarán un poema para que se nos salten las lágrimas pero de alegría.

Janet Leigh ha mostrado su preocupación: no quiere que la dejemos ir sola al baño si hay una ducha y mi Walter se ha ofrecido ‘amablemente’ a no dejarla sola en ningún momento.

Durante toda la celebración se pasará por enormes pantallas miles y miles de metros de celuloide con aquellas escenas que más nos emocionen.

Y sobre todo habrá mucho pero que mucho amor por ese cine que cada día me hace ponerme en pie y cumplir con mucha alegría un año más.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Zapatos rotos de Mónica Sánchez

De nuevo me permito un paréntesis literario para hablar de un libro muy importante porque dispara directamente a mis emociones. De nuevo, mi hermana, la hermana de Hildy Johnson, de la que me separan miles de kilómetros y un océano, me deja el corazón encogido con su pluma que vuela en su segunda novela de ficción, Zapatos rotos.

Y es que entre las páginas de este libro revolotea el espíritu de un personaje femenino fuerte y de dimensiones enormes inspirado en la que fue mi abuela. La génesis de esta novela cumple ya casi tres años. Mi padre, castellano y de pocas palabras, siempre bueno pero diciendo lo justo empezó a escribir largos y nostálgicos mails a mi hermana lejana. Y ella le fue alentando a que le contara todos los recuerdos que le venían a la cabeza de su niñez. Mi padre le empezó a relatar sus vivencias cuando era un niño tirillas que deambulaba entre un pequeño pueblo castellano y la gran ciudad. Y mi hermana fue elaborando el regalo que queríamos ofrecer a mi padre por su setenta cumpleaños. Una novela de ficción inspirada desde su memoria.

Con ilusión autoeditamos entre todos los hermanos y nuestra madre veinte ejemplares para dárselos a mi padre. Él recibió el regalo con su cara de asombro, con su castellanismo habitual, y cuando terminó su lectura, tan sólo nos dijo que si podría tener algún libro más porque quería regalársela a sus amigos más cercanos y no tenía suficientes. Después poco a poco le fue diciendo a mi hermana que por qué no trataba de moverla, que él se sentía orgulloso de esas páginas.

Y la novela empezó a andar despacito hasta que entre los miles y miles de novedades literarias ha empezado una difícil andadura (en la que son muchos los factores que dificultan su visibilidad) pero Zapatos rotos (JPlibros, 2010 Barcelona) es un hecho real y físico.

Ficción inspirada en recuerdos y memorias. Recreación de un tiempo de posguerra a través de la mirada de un hombre que cumple setenta años donde surge el retrato de una mujer castellana de manos enormes, ignorante pero con un espíritu fuerte y orgulloso que calló mucho y vivió con una obsesión que la quebró la sonrisa pero nunca su fuerza: que sus hijos nunca sirvieran a nadie, que sus hijos tuvieran una formación, que sus hijos le señalaran los países que ella nunca conoció en un mapa…, que sus hijos no pertenecieran al bando de los siempre vencidos, de los que no tienen nada, de los que una guerra que empezaron con el estómago vacío, les dejó de herencia su estómago de nuevo vacío.

Y la pluma recrea un tiempo pasado desde el presente. Una pluma cargada de emoción que a mí me provoca lágrima y me deja el músculo del corazón acelerado. Pero esa emoción que a mí me surge, por reconocer un espíritu, es una emoción que rebosa y se transmite a todos aquellos que son ajenos a ese espíritu de mujer o a esos recuerdos en la cabeza de un hombre mayor que nunca ha dejado escapar al niño que lleva dentro.

Y como no, en la novela aparece el cine. Me permito regalar un fragmento pequeño:

“Su primer salario, trescientas pesetas con treinta y tres, se lo entregó íntegro a su madre. Ella sacó su pañuelito, ocultó la mayor parte del dinero en él, dejó fuera unas monedas y le dijo: hijo, ya va siendo hora, nunca he ido al cine. Aquel día, cambió el negro por una rebeca gris, lustró sus zapatos de batalla como hacía tiempo que no los limpiaba, buscó un lazo coqueto con el que adornar su lengüeta, se ajustó los pendientes, único regalo de su difunto esposo, se aferró al brazo de su hijo adolescente, bajó las escaleras con renovadas energías, y a cada vecina que encontraba a su paso le decía sabe usted, es que hoy mi hijo me invita al cine. Esa tarde, tras la película, que Belicia no entendió, pero a quién le importa entender, acabaron en una chocolatería”.

Que quieren que les diga, Zapatos rotos deja que vuele esa mujer castellana, mujer dura de manos enormes, que con sus nietos se enterneció y le salió la risa. Ella nunca con nadie quiso hablar de sus vivencias y sentimientos. Nunca. Siempre decía que cuando fuéramos mayores ya nos contaría…, y nos hicimos mayores pero la abuela nunca nos debió ver demasiado maduros. Con mi padre, también calló pero él la tuvo cerca muchos años y a veces intuyó y leyó que se escondía tras el férreo rostro duro, serio y orgulloso de esa mujer que aunque ignorante se comió la vida muy puta a dentelladas y defendió lo que creía mejor para sus hijos con uñas y dientes. Tragándose palabras y lágrimas. Con el orgullo intacto. Y bueno gracias a la pluma, a la imaginación, a los recuerdos, al hijo que siempre se mantuvo cerca muy cerca…, quizá algo hemos podido acercarnos a esas vivencias que nunca quiso compartir por demasiado tristes. Quizá ese personaje de ficción, Belicia, atrapa algo los sentimientos que pudo abrigar.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Lillian Gish

Tengo muy abandonada la sección de Joyas silentes y no lo merece. El cine silente es riquísimo en diferentes aspectos y fueron estos años en los que se fue construyendo el lenguaje cinematográfico llegando a niveles altísimos de arte y calidad.

En estos años donde los grandes estudios se estaban formando, donde todavía no había códigos de censura aplicados a rajatabla, donde el campo creativo y experimental estaba siempre en ebullición, se creo un star system potente. Miles de leyendas pueblan los primeros rostros que dejaron de ser anónimos.

La pena es que muchas de las obras de este peculiar star system o se perdieron o el dar con los dvd adecuados es toda una aventura (aunque hay sellos que están realizando una labor maravillosa dando a conocer los inicios y la evolución de un arte) y ya no digamos el que se emitan por televisión actualmente, misión imposible. No olvido que hay circuitos como, por ejemplo, la Filmoteca que permite descubrir obras del periodo silente.

Uno de los rostros del cine silente fue sin duda Lillian Gish, que empezó en escenarios de teatro (a los que volvió asiduamente) junto a su hermana Dorothy. Ambas fueron presentadas por la futura mega estrella del cine silente, Mary Pickford, al mega director de aquellos tiempos David W. Griffith. Una figura importante y compleja que merece un estudio pormenorizado de lo que supuso su obra y también el porqué de su importancia (que aquí de momento no vamos a desarrollar). Desgraciadamente para mí conozco una pequeña parte de su obra que me hace intuir el porqué además de lecturas sobre su vida y obra. Normalmente de Griffith se destacan dos elementos y punto: era racista, muy racista, —su película más difundida y por la que se radiografía su ideología es El nacimiento de una nación— pero muy virtuoso a la hora de contar historias en imágenes. Esto ha provocado un empobrecimiento, junto al desconocimiento o dificultad de acceder a su amplía obra, de su figura y contribución. Algo en lo que todavía, confieso, debo indagar, descubrir y aprender muchísimo. El nacimiento de una nación me enerva el fondo y la interpretación de la historia pero es interesante descubrir que incluso en la época de su estreno hubo muchas voces en contra de la película pero reconozco o voy descubriendo la narrativa y el empleo del lenguaje cinematográfico que construye y arma una historia épica.

Pero volviendo a Lillian Gish, a Griffith le encantó, y le sirvió para encarnar uno de los primeros prototipos de personaje que ha perdurado años y años: la ingenua y virginal. La mujer como encarnación de la inocencia. Prototipo femenino de la literatura victoriana que casaba con la imagen o ideal de la mujer sureña (Griffith pertenecía a una familia del Sur de los Estados Unidos y su padre fue combatiente y vencido en la guerra de Secesión). Así Lillian se convierte en heroína imprescindible, en la mujer virginal e inocente, pero que lejos de caer en el ridículo, la Gish la reviste y la interpreta con un sentido de la emoción e interiorización de sentimientos que todavía hoy conmueve.

La Gish se convirtió en dama dramática y trabajó desde 1913 en numerosos films de Griffith. Pero confieso, estoy siendo osada, son pocas las obras del cine silente de Gish que he podido rescatar y ver pero sólo por ellas me atrevo a decir lo que estoy escribiendo. Su hermana Dorothy dicen que era mejor comediante aunque el estudio de su obra se ha visto resentido porque se han perdido muchas más películas en las que actuó. Incluso una rareza, que es una pena, Lillian Gish se convirtió en mujer con poder e influyente en este star system y llegó a ponerse tras las cámaras en 1920 para dirigir a su hermana en una comedia, Remodeling her husband.

Además Lillian Gish, que murió casi centenaria en 1993, tuvo también una interesante carrera en el cine sonoro al que regresó con fuerza en 1946 después de un prolongado retiro que la hizo volver a subirse a los escenarios. Con lo cual es una mujer con una carrera rica y longeva donde su rostro de otra época creo personajes fascinantes en obras de alto nivel.

De su etapa silente mis carencias son bastante vergonzosas, sin embargo, he podido ver su ingenua virginal y compleja en algunas de sus obras más conocidas y a las que se puede acceder más fácilmente: El nacimiento de una nación (1915) donde su personaje Elsie es ‘salvada’ de un secuestro y una unión no deseada (por supuesto, con un hombre negro) por los ‘héroes’ de la función, el Ku-klux-klan en la controvertida y vergonzosa reinterpretación de la historia americana por parte de Griffith (única obra por la que suele ser recordado). En Intolerancia (1916), la Gish es mujer simbólica de inocencia, sumisión y bondad que mece la cuna para enlazar cuatro historias y también la Virgen María en una de ellas que cuenta la pasión de Cristo. Intolerancia fue la respuesta de Griffith a aquellos que criticaron El nacimiento de una nación. La Gish fue también la maravillosa niña maltratada en esa historia trágica de amor que es Lirios Rotos, donde en un Londres brutal una niña-mujer sólo es tratada con ternura por hombre del lejano y exótico oriente. Así continuó con roles dramáticos en Las dos huérfanas o Las dos tormentas. Después en manos del sueco Sjöström fue la heroína con la letra escarlata de adulterio y la que luchó contra el viento.

Hizo alguna incursión en el cine sonoro pero le parecía que desvirtuaba este arte y prefirió volver a los escenarios. También, su prototipo y la manera de interpretarlo o reflejarlo ya no casaba con los años treinta. Fue una de las que no olvidó a Griffith que acabó al margen de la industria, solo y en la ruina. Hasta el año 1946 en que renace con un papel de mujer frágil en apariencia y físico, dama antigua y sureña, pero con fortaleza y dureza de carácter. Así es melancólica y nostálgica su presencia en Duelo al sol, inquietante su rol de madre coraje en Los que no perdonan e igual de compleja e inquietante (vuelvo a repetir el adjetivo) en la perturbadora La noche del cazador. Siguió en el cine hasta 1987 donde protagonizó su última película junto a Bette Davis, Las ballenas de agosto.

De mujer poderosa en el star system silente (aunque nunca alcanzó la popularidad de la Pickford) a actriz reconocida y siempre profesional que se pasó casi 100 años entre bambalinas y cámaras. Nunca se casó, según ella porque entre matrimonio y profesión, eligió su profesión

Espero descubrirla mucho más… Lillian Gish espera ser de nuevo una sombra vista del pasado.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Una chica angelical (The good fairy, 1935)/La gran prueba (Friendly persuasión, 1956) de William Wyler

Ya he escrito en ocasiones mi predilección y cariño por la obra cinematográfica de William Wyler. Esta vez escribo sobre dos obras: una de sus primeras creaciones en las que ya apuntaba como director de prestigio y una de sus últimas obras. Ninguna de las dos es excesivamente recordada y las dos se salen de las coordenadas más conocidas de este autor cinematográfico. Además las inscribo en la lista de películas-medicina o películas que elevan el ánimo. No son obras redondas pero logran que durante su visionado no pierdas una sonrisa.

Una chica angelical y La gran prueba además tienen unos ingredientes no muy habituales en el cine de Wyler cierto sentido del humor. William se prodigó muy poco en el campo de la comedia siendo especialmente recordado por sus magníficos melodramas o dramas a secas.

Por otra parte, ambas películas logran recuperar los rostros de dos actrices muy olvidadas que raramente, en la actualidad, son recordadas pero que en su momento fueron actrices de relevancia: Margaret Sullavan y Dorothy McGuire.

William Wyler, como digo, no es recordado por la comedia, tan sólo, hay una comedia romántica que ha perdurado en la memoria cinéfila y es Vacaciones en Roma, un cuento de princesa que fue el descubrimiento de un rostro, el de Audrey Hepburn. Una obra que le hizo volver a su pasado y recordar una de las películas que le dio cierto prestigio y también con aires de cuento de hadas contemporáneo, Una chica angelical que contó con un guión del futuro director Preston Sturges.

Como varias obras del director, Una chica angelical era una adaptación de una famosa obra teatral. Una obra europea del húngaro Ferenc Molnár. Autor de un puñado de obras de teatro que fueron adaptadas al cine como Liliom que dio el musical Carrusel. El cisne, sobre todo recordada por se la última aparición cinematográfica de Grace Kelly. Uno, dos, tres, una de las comedias de Billy Wilder o la adaptación de su novela en la fallida Escándalo en la corte.

Una chica angelical tiene un cierto aire añejo que la reviste todavía de un encanto mágico. Es una película llena de inocencia, frescura y espontaneidad donde es inevitable no dejar escapar una sonrisa. La protagonista es una huérfana con cara de Sullavan que sale del centro en el que ha estado encerrada para enfrentarse a un mundo desconocido y hostil. Ya la avisa la buena directora del centro, ojo con los hombres. La huerfana de nombre Luisa y apellido impronunciable (uno de los gags de la película) sale para trabajar como acomodadora en un gran cine de más de 3000 espectadores, cuando los cines eran verdaderos y enormes templos (las escenas en el gran cine tienen mucho encanto y desprenden nostalgia además del poder hipnotizador de las películas). A partir de ahí, con una inocencia espontánea empieza a relacionarse con distintos hombres…, pero ella sólo tiene un deseo: convertirse en un hada contemporánea, hacer feliz a otro. Así capea entre un camarero de un hotel de lujo (que se convierte en un divertido padre adoptivo y pepito grillo), un millonario empresario de la carne absolutamente excéntrico que quiere llenarla de caprichos y pieles y un honrado, honesto, gris y joven abogado.

Preston Sturges tuvo que sortear a la censura y suavizar ‘esas relaciones inocentes’ que establece Luisa con los hombres que en resumidas cuentas la quieren llevar al huerto y logra una fórmula amable llena de momentos entrañables. Así la Sullavan toda candidez toda inocencia, pizpireta y divertida, ofrece una interpretación llena de matices que la convierten en dama encantadora en su inconsciente inocencia. La Sullavan, mujer de vida desgraciada y personalidad compleja que fue una reconocida actriz de melodrama en su momento (pero que siempre será recordada por una maravillosa comedia, también adaptación de una obra teatral húngara de éxito, El bazar de las sorpresas), empezó un romance que terminó en boda con Wyler. La acompañan actores también ahora olvidados pero que realizaron papeles secundarios inolvidables como el exagerado y divertido Frank Morgan (maravilloso también como la Sullavan en El bazar de las sorpresas), el galán que se transforma en un elegante abogado con ilusiones, Hebert Marshall o ese camarero-pepito grillo con rostro de Reginald Owen.

En La gran prueba, Wyler se sumerge en una cultura y forma de vida distinta y distante así pone en pantalla la vida cotidiana de una familia de cuáqueros en el momento histórico en el que se desarrolla la guerra de secesión americana. Momento en que deben enfrentarse a sus creencias y a distintas cuestiones morales (todas ellas interesantes) sobre todo porque son absolutamente contrarios al empleo y uso de la violencia.

Película que conserva una mirada inocente, empieza desde la mirada del miembro más pequeño y travieso de la familia de cuáqueros. Su ritmo es pausado y tranquilo a pesar de los dilemas que expresa, costumbrista y con toques de humor suave así como momentos trágicos. Y de esta combinación surge un ritmo acertado y una película que se contempla con agrado.

Está llena de momentos aislados realmente mágicos sobre todo gracias a tres intérpretes. Gary Cooper como padre de familia compone un personaje realmente lleno de encanto, lo que podríamos denominar un buen hombre con sus dudas y pequeñas rebeldías y con un exacerbado y divertido sentido del humor. Una Dorothy McGuire como la estricta madre de familia que sigue los preceptos de su religión y creencias pero a la vez posee encanto y dulzura… Y por último un genial ganso de nombre Samantha que protagoniza escenas geniales con el pequeño de la familia y, por supuesto, con la madre que siente un gran amor por su peculiar animal de compañía.

La gran prueba ofrece escenas llenas de encanto que siempre te dejan sonrisa y tranquilidad así como una compleja y rica reflexión sobre guerra y pacifismo. Es imposible no recordar la escena de la familia entera de cuáqueros en la feria, la compra de la pianola que genera un conflicto familiar, las carreras de caballos de Gary Cooper con su vecino o las escenas de la guerra en las que el joven adolescente Anthony Perkins (en su primera incursión importante cinematográfica) y su padre Gary Cooper toman distintos caminos y decisiones.

Una chica angelical y La gran prueba puede convertirse en una sesión doble de tarde con lluvia en la que un espectador necesite una inyección de películas-medicina o sonrisa.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Arise, my love (Arise, my love, 1940) de Mitchell Leisen

Es de esas películas que andaba yo detrás de ella desde hacía tiempo. ¡Qué ganas tenía de verla! Y de pronto un día cercano en una revista de cine veo oh, alegría un anuncio de que ha salido en dvd. Hildy veloz no espera, nerviosa, adquiere esa peli que tanto la apetecía. Así empezó el ritual… de verla concentrada y con calma y de llevarse la tremenda alegría de que la espera merecía la pena.

Arise, my love es una caja de sorpresas y un gusto para la vista y el disfrute. Llena de interés…, lo único que, a mi parecer, no la hace redonda o que quizá no la convirtió en clásico absoluto es su flojo final que tiene que ver con los tiempos que corrían. Un final en exceso y sin ocultamientos propagandístico que proclama que América no debe ser ajena a la Segunda Guerra Mundial e intervenir. Un afán de proclamar América como paraíso de la democracia y libertad de expresión y su papel de patria salvadora que debe terminar con el nazismo. Final que no concuerda con la sutilidad y elegancia de la divertida, trágica y crítica historia que se nos ha ido contando. Tragedia, comedia, denuncia y sobre todo romanticismo elevado al cubo.

Muchos son los ingredientes que hacen posible una película casi perfecta. La dirección siempre elegante y de soluciones visuales geniales de Mitchell Leisen siempre cuidadoso en el detalle. Los diálogos chispeantes, con ritmo y buenos de una pareja de guionistas siempre interesantes, Billy Wilder y Charles Brackett. Una banda sonora exquisita de Victor Young con una fotografía en blanco y negro brillante de Charles Lang Jr. Y por último la química entre una genial Claudette Colbert y un Ray Milland muy pero que muy atractivo como aviador idealista.

Arise, my love entraría dentro de ese difícil género que es insertar la comedia en situaciones trágicas y que en aquellos años (durante la II Guerra Mundial y la inmediata posguerra) dio frutos como El gran dictador, Ser o no ser o Berlín-Occidente. Películas contemporáneas a los acontecimientos que estaban ocurriendo en ese mismo instante.

Esta película no se estrenó en España en su momento porque empezaba ni más ni menos que en 1939 cuando la Guerra Civil Española ha terminado y en los penales se están llevando a cabo ejecuciones entre los que se encuentran brigadistas extranjeros que lucharon junto a los republicanos y porque presenta cómo la Guerra Civil Española fue el inicio y el pistoletazo de salida para la posterior Segunda Guerra Mundial. En este caso nos trasladamos a un penal de Burgos donde un aviador norteamericano, Ray Milland, espera en su celda junto a un franciscano su segura muerte. Y ya este primer diálogo esconde replicas geniales. De pronto, anuncian amnistía para este preso político gracias a la labor de su esposa. Ray Milland no sale de su asombro por un pequeño detalle, él es soltero. Pronto averiguamos que la ‘supuesta’ esposa es una periodista norteamericana que cansada de escribir artículos sobre moda ha decidido convertirse en una competente corresponsal de guerra y ahí tiene una buena historia que contar.

Así comienza una trepidante screwball comedy llena de encanto y lucha de sexos donde los dos perseguidos huyen hasta conseguir llegar a Francia y se pone de manifiesto sus diferencias pero también sus atracciones. Un primer acto lleno de ritmo, aventura y nervios. Mitchell Leisen recrea una España que acaba de finalizar una cruenta guerra donde los vencedores toman medidas drásticas como muestra la ejecución con la que empieza la película preludiando un final trágico del aviador. Genial el detalle: ahora son los ordenadores portátiles, antes los portátiles eran las máquinas de escribir que la Colbert no abandona ni en los momentos de máximo peligro y donde era fundamental encontrar un teléfono público para dictar u ofrecer la noticia.

El segundo acto transcurre en un alegre y vivo París anterior a la Segunda Guerra Mundial ajeno a la realidad que se va gestando en Europa con la subida al poder de Hitler donde los protagonistas van desarrollando, entre obstáculos que se ponen ambos, su amor. Luchan por no enamorarse para no abandonar sus ideales y su pasión por sus profesiones. Y en este ambiente despreocupado pero siempre con la sombra de la guerra a cuestas se desarrolla de manera magistral y con escenas muy divertidas el enamoramiento de ambos. Así como se da paso a geniales personajes secundarios como el impagable jefe de la Colbert…

Este acto tiene escenas como la espera de Ray Milland en un café para que baje su amada de la habitación del hotel y cómo ella trata de no caer en la tentación; la entrevista y sesión fotográfica del héroe aviador por la bella periodista llena de malentendidos sexuales; el ingenioso gag de la tirita en la nariz; la cena de los dos enamorados donde bailan o toman por primera vez ese raro combinado de menta y champán…

El tercer y último acto es donde más claramente se dispara la tragedia y empieza en un momento altamente romántico de los dos enamorados en un bosque —ambos se han tomado tres días de descanso y amor antes de iniciar sus caminos profesionales y sus ideales—. Los dos enamorados y aislados disfrutando de las horas en un ambiente rural, viviendo sólo su historia, cuando de repente unos aviones que pasan por el cielo les anuncia que la guerra ha empezado, que el espejismo de vivir su amor ha terminado. Sin embargo, ambos tienen la tentación de dejar Europa, de abandonar sus trabajos e ideales y empezar una vida tranquila y despreocupada en EEUU ajenos a la guerra europea y toman dos pasajes de barco para emprender el regreso.

Un barco civil. Y ese barco es el primero que es bombardeado en esta guerra dura que empieza y que deja víctimas inocentes. Y allí ambos se dan cuentan de que no pueden enterrar sus anhelos e ideales por preservar su historia de amor (lo intentan en un divertido brindis con la mezcla imprescindible de menta y champán). Y se separan, uno para continuar su labor de aviador como aliado en su lucha contra el fascismo y la otra para ser una buena corresponsal de guerra que informe en cada momento de qué es lo que está ocurriendo. Ambos vuelven a encontrarse tiempo después en ese bosque donde se amaron donde ahora va a firmarse la alianza francoalemana, París ha caído y las expectativas de futuro son sombrías… Allí ella eleva a un aviador herido y desencantado y le suelta la arenga patriotica de que deben seguir luchando por sus ideales y no rendirse.

Arise, my love es un gusto poder visionarla llena de sorpresas y sutilidades. Sin embargo, no alcanzó el halo mítico de otras películas geniales pero con fines informativos, críticos y también propagandísticos como esa obra de arte del azar que fue dos años más tarde Casablanca o las películas que antes he nombrado.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Banda aparte (Bande á parte, 1964) de Jean Luc-Godard

Esta obra la dirigió Godard cuatro años después de Al final de la escapada, película clave de la Nueva Ola Francesa, de ese grupo de jóvenes críticos amantes del cine que se pusieron detrás de la cámara para realizar películas. Jóvenes que dejaron claro que el cine era clave en sus vidas así como modo de expresión de sus inquietudes intelectuales, personales y culturales. El cine como necesidad de comunicación y medio de expresión. El cine como instrumento intelectual de un séptimo arte que evoluciona. Un movimiento nuevo y fresco que reflexiona sobre la propia manera de emplear el lenguaje cinematográfico y sobre distintos elementos de creatividad.

Jean Luc-Godard posee una amplía filmografía que plasman a un creador complejo y en continua evolución. Un director que puede ‘encantar’ o ‘cargar’ a partes iguales pero que no se puede negar el estudio de sus obras y planteamientos así como su uso original de las posibilidades que ofrece el cine.

Banda aparte crea momentos cinéfilos mágicos que componen una mitología especial. Godard continuamente está creando y continuamente está dando avisos al espectador de que esta creando una obra cinematográfica de la que es el autor. Él se sitúa como creador que mueve los hilos para poner en movimiento unos personajes y desarrollar una sencilla historia llena además de referencias cinéfilas, literarias y creativas que le llenan y cautivan. Como en Al final de la escapada desarrolla una historia-homenaje de serie B, con libertad creativa —que señala continuamente—, sobre película de robo chapucero y triángulo amoroso. Y sus héroes, que son tres, dos jóvenes chapuceros (sí vuelvo a repetir dicho adjetivo) con ansias de emular a sus héroes cinematográficos y literarios y una joven romántica de ojos grandes con pájaros en la cabeza están revestidos de un infantilismo e irresponsabilidad que les lleva a la tragedia y a la comedia. No son responsables del azar y destino, trágico para uno menos trágico para los otros. No son conscientes de que son manejados cual títeres por su creador.

Los tres se conocen en unas clases de inglés y ante la confesión de la joven que vive con una pareja rica de que conoce el escondite de una gran cantidad de dinero se ponen de acuerdo para dar el gran golpe. Mientras entre los tres, entre juegos y seducciones infantiles, se va trazando un triángulo amoroso.

La historia nos la cuenta el narrador-creador, que no es otro que Godard, que juega con los espectadores y con los personajes. El director nos recuerda con su voz en off y el uso del lenguaje cinematográfico que es él el que mueve los hilos. Interrumpe la trama haciéndonos partícipes de los sentimientos y pensamientos de los protagonistas u opinando sobre la trama, avisa de qué va la historia por si algún espectador entra tarde a la sala, nos avisa de que quizá puede elaborarse una segunda parte esta vez en color… Y no hace más que jugar con el montaje y los efectos sonoros y visuales.

Todos estos elementos formales a mí contribuyeron a atraparme y a meterme de lleno en la historia. Dejándome muchas escenas para el recuerdo: el minuto de silencio (total), el baile que se marcan los protagonistas en un bar con juego de sombrero e interrupciones del narrador incluidos, la carrera que se pegan los personajes para superar un récord absurdo de ser los más rápidos en recorrer las salas del Louvre, la canción que canta Anna Karina en el metro y las imágenes que acompañan a esa canción.

Banda aparte es un juego creativo que todavía atrapa. O por lo menos a mí me atrapó.

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Diccionario cinematográfico (131)

Ojos: quizá color violeta como los de Liz Taylor, azules brillante como los de Paul Newman, saltones y rotundos como los de Bette Davis, seductores como los de Ava Gadner…

Enormes como los de Anna Karina, felinos como los de Capucine, cansinos como los de Ives Montand, inocentes y curiosos como los de Marilyn Monroe, abrasivamente verdes con chispas de vida y locura como los de Vivien Leigh, desencantados como los de Humphrey Bogart…

De un azul que desarma como los de Cillian Murphy, pequeños pero tremendamente sexuales como los de Richard Gere, con pestañas increiblemente marcadas y expresivos como los de Jane Fonda, con mucha vida a cuestas como los de John Garfield…

Con lágrimas brillan siempre acuosos como los de Michelle Pfeiffer, ría o sea feliz o llore siempre tristes y profundos como los de Romy Schneider, el que siempre se le recuerda acuchillado sin que nadie lo espere en Un perro andaluz, los escandalosamente abiertos tras muerte violenta e inesperada como los de Janet Leigh…

Los expresivos de Eleanor Parker, los que miran entre confusos y enamorados pero siempre sinceros como los de Ricardo Darin, los que miran pícaros y tiernos con ribetes de malicia o desencanto como los de Marlon Brando…

Los que denotan siempre una profunda simpatía aunque sean de un buen hombre u otro con un poco de maldad como los de Marcelo Mastroianni, los que siempre miran con fuerza brutal y vital como los de Anthony Quinn, los que son siempre deseados y amados porque generan un amor desesperado o simplemente romántico como los de Audrey Hepburn, los que siempre parecen limpios e inocentes aunque siempre esconden como los de Winnona Ryder…

Los ojos siempre susurran historias.

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Una década de cine en el siglo XXI (II)

Los hermanos Dardenne siguen golpeando conciencias y planteando situaciones en una sociedad que excluye así cortan la respiración con El hijo o El niño. 2002, 2005

La nueva generación de directores independientes americanos pone en órbita a Richard Linklater que ofrece una variada obra que, por lo menos, siempre da que hablar o plantea nuevos retos. Ninguna quizá sea redonda pero sí genera análisis y estudios. Obras a cada cual más diferente: La cinta, 2001; Antes del atardecer, 2005; Fast food nation, 2006; Una mirada en la oscuridad, 2006 y Orson Welles y yo, 2008.

Otro director del que no se ha dejado de hablar ha sido de David Fincher y de dos obras de la década: Zodiac sobre un asesino en serie que obsesiona a todos los que tratan de resolver el caso. Película obsesiva y desasosegante que te deja sin respiro y ante la angustia de qué hay detrás de lo no resuelto y cómo un caso sin resolver ‘se traga’ a todos los que trataron de encontrar una solución. O la controvertida El curioso caso de Benjamin Button, llena de escenas bellísimas y de temas tan importantes como la vida, la muerte, la vejez, el tiempo, la experiencia, el amor y el conocimiento de la existencia y el propio yo. ¿Una metáfora, un cuento, un amor loco…? El corto relato de Fitzgerald es adaptado en pantalla con una riqueza de matices… excesivamente larga. 2007, 2008

Desde Finlandia llega el cine minimalista y maravilloso de Aki Kaurismaki que sigue ofreciendo una obra personal y bien construida dejando unos relatos cinematográficos agridulces con un pausado humor sobre la exclusión y la soledad en una sociedad gris y dura. Siempre hay una pincelada, suave, de esperanza para sus personajes sin sonrisa. Así Aki cautiva, de nuevo, con Un hombre sin pasado, 2002 y Luces al atardecer, 2006.

Sin duda ha sido la década de Gus Van Sant que regresa a los caminos que dejan huella de un cine muy especial y con una fuerza visual indiscutible incluso cuando deja el cine independiente y se mete más de lleno en la industria hollywoodiense. Así todas sus obras durante esta década han sumado expectativas y han dado más pistas sobre su perfil como autor y creador. Van Sant hipnotiza y es sin duda el hombre que representa mejor una adolescencia perdida en pleno siglo XXI. Así nos ha dejado para esta década: Elephant, 2003 o Paranoid Park, 2007 pasando por la industria con el notable biopic (excepto las horribles escenas finales…, para mí claro está) sobre Harvey Milk.

Ya la comenté aquí en un post para ella solita pero vuelvo a nombrarla, Ingmar Bergman antes de irse a otra dimensión nos dejó una obra de sentimientos e interpretaciones sublimes, Saraband, 2003. Una película dolorosa sobre relaciones, amor, muerte, vejez, desencanto y familia.

Otro realizador que no deja de replantearse su carrera y de dejarnos obras que no dejan indiferentes y que él mismo se pone en la palestra para autoestudiarse y autoparodiarse nos dejó para esta primera década del XXI unas cuantas obras cinematográficas para componer su radiografía personal. La maravillosa y poética Dolls, 2002; la revisitación de un héroe popular en Zatoichi, 2003 y sus reflexiones sobre la creación en las inclasificables Takeshis, 2005 y Glory to the Filmmaker, 2007. A la espera estamos después de sus reflexiones creativas de su regreso al mundo yakuza.

Pasó sin pena ni gloria y a mí sin embargo me pareció una joya que injustamente cayó demasiado rápido en olvido. Estoy hablando de El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford de Andrew Dominio. Este western crepuscular regala no sólo unas imágenes que se pegan en la retina con una fotografía y una composición que rozan las emociones y conmueven sino que ofrece la historia de un mito y una reinterpretación muy interesante de Jesse James y su muerte. 2007

No ha sido una década prodigiosa para la comedia, sin embargo, nuevos realizadores han hecho de la sonrisa y de las películas-medicina un alivio. Así se recuerda todavía con ternura, y habrá que ver cómo les sienta el paso de los años, las obras de Alexander Payne. Todos reímos con posos de melancolía ante ese fin de semana de dos amigos cuarentones que no encuentran la estabilidad ansiada y tratan de no hundirse en un mundo frustrado y no soñado: Entre copas, 2004. Ya nos había parecido tierno en ese retrato amargo e irónico de la jubilación en la tierna A propósito de Schmidt, 2002. O también sonreímos a gusto con esa familia disfuncional que viaja en una camioneta desastrosa para cumplir el sueño de la más pequeña en la deliciosa Pequeña Miss Sunshine de Jonathan Dayton y Valerie Faris. O nos vamos a Noruega y con un tema tan complejo como la salud mental se realiza una de las comedias más tiernas que recuerdo, Elling, 2001. También Dinamarca en el 2000 sorprendió con la divertida y amarga a la vez Italiano para principiantes de Lone Scherfig.

Y volviendo a uno de los clásicos que vino desde Australia y se instaló en EEUU que mostró al principio del siglo XXI que era todavía posible un cine de aventuras y de reconstrucción histórica digno de la emoción. Así Peter Weir se lanzó a los mares de la épica para dejarnos Master and Commander, 2003.

Y mañana continuamos con este repaso muy somero por la primera década del siglo XXI.

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