Robin Hood de Ridley Scott

El Robin Hood de Ridley Scott cuenta el origen de la leyenda como Richard Lester en los años setenta nos narraba las peripecias de un Robin ya anciano con una Lady Marian desengañada pero mujer enamorada.

Reinterpretación de los orígenes de la leyenda. Frente el desencanto de un héroe cansado y el romanticismo trágico de Lester en una sencilla pero emocionante película (Robin y Marian), Scott ofrece sólo un producto correcto técnicamente, entretenido pero carente de una emoción sublime y que caerá en olvido. Aunque ha sido bonito disfrutar del bruto de Crowe con su voz sensual con una voz más sensual aún de una guerrera Marian con rostro de Cate Blanchett. Aunque trata de contar lo que todavía nadie había contado, no logra engancharnos y olvidarnos de los leotardos verdes, la encantadora alegría y placer de vivir de ilustres antecesores.

Así Scott sigue tratándonos de convencer de un cine colosal con escenas espectaculares pero ¿dónde está el alma? Un cine lineal, sin emoción, sorpresa o sobresalto alguno.

Aunque siento debilidad por el macizo Russell Crowe como héroe de vuelta de todo, su Robin Hood no ha eclipsado mi visión de su Gladiator (otro cine-entrenimiento que me entretuvo, me divirtió y me emocionó por partes iguales) por seguir hablando de Scott. A veces, su Hood es tan simplón e inocente, ese fuera de ley por necesidad ante un estado que empobrece a los ciudadanos, que hay escenas que ruborizan (como esos penosos flash back que recuerdan su infancia y la figura de ese padre cantero y filósofo). Scott, sin embargo, se rodea de buenos actores con carisma pero con personajes tan planos o mejor dicho sin apenas matices que nos quedamos con las ganas más. Así nos agrada ver a la Blanchett, a William Hurt, Max von Sydow, Mark Strong (carismático malvado y ya), Danny Huston, Eileen Atkins (como Leonor de Aquitania)…

No faltan escenas de acción y aventura pero no hay feeling entre buenos y malos, todos parecen que pasan por la historia a realizar su rol de manera correcta y punto. Pero ¿dónde está la emoción que te hace saltar de la butaca, reír a carcajadas o llorar de manera desatada? ¡Dios mío me estaré volviendo mujer fría y calculadora que ya pocas cosas me inspiran emoción!

Scott sólo ha hecho un correcto ejercicio técnico que entretiene las dos horas de proyección y consumo. Y que no nos pasará nada de nada si no lo volvemos a ver. Batallas, muchas flechas, luchas, un malo malísimo, un romance, borracheras… hasta un desembarco.

Algo que no pasa con Douglas Fairbanks, Errol Flynn, el Robin con forma de zorro de Walt Disney, Sean Connery de rostro cansado más siempre enamorado… Después trataron de seguir emocionando con más pena que gloria con la leyenda que conocíamos todos e intentando meter alguna que otra modernidad Kevin Costner y Patric Bergin…, y el Robin Hood de Scott se queda en esta segunda etapa de cobre de Robinsones descafeinados.

El Robin de Scott nada aporta…, aunque sí, de verdad, te hace pasar la tarde. Te entretiene.

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El puente de Waterloo (Waterloo Bridge, 1940) de Mervyn LeRoy

En este melodrama romántico son varios los ingredientes que no se nos pueden escapar y que hacen de su visionado una experiencia especial.

Mervyn LeRoy, olvidado director, que se decantó en los años 30 por películas realistas y cine negro y social del bueno empieza la década de los cuarenta con una historia de romanticismo y melancolía en tiempos de guerra, El puente de Waterloo. LeRoy dominó tanto el musical ‘social’ como Vampiresas 1933 hasta convertirse en rey del drama familiar en Mujercitas o realizador del peplum americano con Quo Vadis o ser el artífice de los vehículos de la dama del drama Greer Garson.

Mervyn demuestra así su oficio en esta película donde sobresale el retrato complejo de su protagonista femenina, una bailarina de danza clásica con el rostro hermoso de una famosísima Vivien Leigh que se aleja totalmente del personaje que acaba de darle la fama mundial, Scarlet O’Hara. Además, se une a uno de los galanes del momento con bigotillo incluido, el apuesto Robert Taylor (para los canones de la época. Ya habían sido pareja cinematográfica. Así como Gary Cooper o John Gardfield siguen siendo considerados hermosos o atractivos, modernos, Taylor es rostro de los cuarenta que no aprueba en el siglo XXI). En El puente de Waterloo es ella, Myra, la protagonista, la que tiene una evolución como personaje lleno de matices, mientras que el que la rememora y recuerda, el galán, el capitán Roy es un personaje plano, enamoradizo, un hombre bueno, optimista e inocente (incluso cuando vuelve de vivir un horror, la Primera Guerra Mundial, no hay cambio en él del hombre anterior y posterior a la guerra. Es curioso que la película arranque cuando empieza la Segunda Guerra Mundial y él de la Primera no recuerde los horrores de los campos de batalla sino su amor truncado con Myra).

Toda la película es un gigantesco flash back de un hombre anciano y siempre enamorado a punto de volver a vivir otra guerra que recuerda un tiempo pasado cuando también eran tiempos de guerra donde encontró a la mujer de su vida, y la rememora con cariño. Y como la guerra destruyó lo que podría haber sido cotidiano y tranquilo… o no. Así se narra otras consecuencias de la guerra que destruye historias… aunque también las acelera y las hace nacer.

Myra y Roy podían haber sido felices y comido perdices o haberse odiado al día siguiente… pero no tienen posibilidad de comprobarlo y con una guerra de por medio viven otra historia posible que es la que nos narra El puente de Waterloo y esa historia posible es un drama.

Y el drama es la vulnerabilidad de una mujer que ama y que piensa que por hechos que ha vivido no va a ser nunca ni feliz ni perdonada (porque ella considera que tiene que ser perdonada). Y aunque ninguna de las personas más cercanas la juzga o la insinúa que no hay posibilidad de felicidad (ni siquiera el galán que la seguirá siempre amando y comprendiendo)… ella huye y busca como única salida el suicidio. Y el personaje de Myra se mueve continuamente en una inestabilidad emocional que no la permite ser feliz sino ‘agorera’ como dice Roy en su primera cita, ‘como si no esperara mucho de la vida’… y esa inestabilidad la refleja como nadie una hermosa Vivien Leigh.

¿Y cuáles son esos hechos que impiden a Myra ser feliz junto al amado cuando regresa del combate? Todo son trampas del destino. Myra y Roy se conocen casualmente cuando él está de permiso y tienen que refugiarse ambos en el metro ante un bombardeo. En dos días se enamoran profundamente pero cuando tienen todo preparado para casarse él tiene que irse al frente inesperadamente. Ella se queda sola y pierde su trabajo como bailarina. Trata de sobrevivir con una amiga Kitty (Virginia Field, en un buen papel) pero encontrar trabajo en esos tiempos grises no es fácil. Myra sobrelleva la vida dura sin miedo porque sabe que Roy regresará, sin embargo, un día lee en el periódico que Roy ha muerto en el frente y el mundo se le cae a los pies. Myra se ve sin futuro y sin salida así que vulnerable y sin emociones se aferra a la única salida que encuentra, se vuelve prostituta. Pero la muerte de Roy ha sido un error y confusión. Y regresa igual de enamorado… y ella que no se atreve a contarle cómo ha sobrevivido renuncia a él y a la vida. Myra teme a decir la verdad y a enfrentarse a un mundo que baila entre las apariencias y la hipocresía y al que le hubiera costado adaptarse (como se demuestra en el baile que se prepara en la casa del amado para dar a la pareja la bienvenida y de paso cotillear un poco)…

Así Mervyn nos lleva por un blanco y negro sabio y unas composiciones delicadas a una triste historia de amor llena de escenas nostálgicas: el primer encuentro, la primera cita en un restaurante y el baile bajo la luz de las velas, el amor bajo la lluvia, la despedida tardía en el tren… Mervyn sólo con un par de escenas y una delicadeza total nos refleja la conversión de Myra en prostituta. O explica cómo las circunstancias hacen que Kitty sea la primera que vea una salida en la prostitución a su situación. Y con la misma delicadeza nos narra como Myra en el puente de Waterloo donde conoció al amado como una Anna Karerina decide quitarse la vida…

El puente de Waterloo es una adaptación de una obra del dramaturgo y guionista Robert E. Sherwood (recordado por su obra El bosque petrificado, rememorado hace poco en la primera secuencia de Revolutionary Road —es la obra que representa April en la que fracasa estrepitosamente como actriz—) y además de la pareja protagonista cuenta con toda una galeria de buenos secundarios que recordaremos por sus nombres —aunque seguro sólo nos sonarán por sus rostros y las películas en las que actuaron— como Lucile Watson, Maria Ouspenskaya, Virginia Field o C. Aubrey Smith.

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