El enemigo público número 1 (Manhattan Melodrama, 1934) de W. S. Van Dyke

Como su título original indica El enemigo público número 1 no es más que una triste historia de Manhattan, un melodrama de los buenos. Otra curiosidad es que dicen que es la última película (como recuerda Mann en su último trabajo) que vio Dillinger antes de su muerte. Otro aliciente de esta historia no es sólo su magnífico guión (entre los que trabajaron en él ya andaba por ahí un joven con mucha proyección de futuro Joseph L. Mankiewicz) cubierto de frases geniales o los actores protagonistas sino, por supuesto, que se convierte en un documento sociológico perfecto de la reciente disolución de la Ley Seca (1920-1933) y lo que supuso para varios gánsters a los que se les terminó su época dorada.

La historia es atractiva así como su trío de protagonistas: Clark Gable, William Powell y Myrna Loy. El público ya se iba habituando a la buena química entre Powell y Loy que triunfarían ambos en la serie de películas sobre el hombre delgado (adaptaciones de las novelas de Hammett) y serían pareja cinematográfica en varias ocasiones. Clark Gable iba de camino en convertirse en una leyenda y ya cautivaba a las plateas. Para los que coleccionan curiosidades cinéfilas recordar que tanto Powell como Gable se enamoraron y casaron con Carole Lombard (primero, Powell y después Gable —que se quedó como desconsolado viudo tras el accidente de avión que sufrió Lombard en 1942—). Además Powell trabajó junto a Carole en alguna que otra ocasión siendo ambos muy recordados en la divertidísima Al servicio de las damas (1936).

El enemigo público número 1 ya empieza como tragedia con dos niños de personalidades muy diferentes pero que son amigos para siempre y que ven sus vidas unidas en un trágico accidente (rodado con todo realismo) en un barco donde se encuentran con sus familias. Es principios del siglo XX (1907) y son años convulsos y de cambios sociales. Los años pasan y mientras uno se ha convertido en un gánster de prestigio con sus negocios en casa de juegos y apuestas,  el otro ha estudiado hasta convertirse en fiscal del estado camino de tener una prestigiosa carrera como político. Ambos, sin embargo, han conservado su amistad intacta. El malo malote no puede ser otro que un chuleta y magnífico Gable y el bueno buenísimo tiene el rostro de Powell.

Y como es inevitable en este tipo de películas…, el efecto que quiere causar es contrario a sus intenciones (creo que entre comillas). Nos enamoramos irremediablemente del malo malísimo que tiene un fuerte carisma que se desborda en cada fotograma y que a pesar de sus fechorías (no sólo es timador y regenta locales y negocios ilegales sino que durante dos veces nos lo muestra como un sanguinario asesino) es adorable y divertido, alguien vivo y vital. Y no ocurre lo mismo con el bueno buenísimo que no se gana todas nuestras simpatías (por lo menos la mía) por mucho que se intenta dejarle siempre en buena posición y con unas convicciones morales muy fuertes (es un hombre absolutamente coherente) pero representa a un hombre mucho más aburrido.

Nada les separa ni siquiera la mujer que ambos aman: Myrna Loy. Genial y complejo personaje que primero se nos presenta como la chica del gánster pero cansada de seguir las tropelías del hombre que ama y con ganas de asentar cabeza…, entonces conoce a su amigo del alma, al fiscal, y a ella le cambia la percepción de la vida. Decide abandonar al gánster porque nunca le va aportar los sueños a los que aspira (aunque nunca dejará de quererle y de considerarle un buen amigo), una vida tranquila de mujer casada con un hombre al que ama y un hogar. Un personaje que nos cae bien desde el primer momento en que aparece y que se debate entre los dos hombres a los que quiere. Porque sólo ella sabe ponerse en el lugar de los dos. Sólo ella les conoce a ambos. Sólo ella sabe que no es la típica mujer florero del gánster ni del gobernador de turno. De ella y su sinceridad inteligente salen frases irónicas al primer hombre que ama (Gable) como: “Yo no estoy enamorada de Cartier”, cuando éste le habla de todas las cosas que la regala. U otra joya cuando trata de explicarle las ideas a las que aspira, que quiere casarse y formar un hogar (porque ya está cansada y además vive siempre preocupada por si le pasa algo o le detienen), que quiere dejar de ser una chica de vida alegre: “Quizá no me guste estar a la moda. Prefiero un gorro del año pasado”. Y sólo a ella le parece totalmente injusta la decisión del esposo de terminar de manera cruda con la vida de una persona a la que ambos quieren.

Otro aspecto que me gusta es cómo está reflejada la amistad entre los dos protagonistas tan diferentes pero complementarios (sin duda referente de otra popular película posterior, Ángeles con caras sucias). Ni en los momentos más difíciles se separan. Y  éste es el intríngulis de la cuestión, el gran melodrama que nos anuncian desde el principio, es que el fiscal del Estado (que demuestra varias veces que ama al amigo díscolo y viceversa) que ya es Gobernador tiene que dictar, según su deber, pena de muerte para su mejor amigo, gánster y asesino. Y curiosamente Gable se siente superorgulloso de tener un amigo tan recto y siempre al servicio de la ley y del deber. Nunca se interpondrá en su camino ni le pondrá las cosas difíciles. Digamos que se entrega por el amigo y acepta su muerte sin rechistar, mientras que Powell tiene continuamente mala conciencia por la decisión que ha tenido que tomar.

Quizá el personaje de Powell sale perdiendo por una cuestión (lo mismo me ocurre con Ángeles con caras sucias) y es que no tiene duda en que la pena de muerte debe aplicarse. Sólo tiene dudas de conmutar la pena, no porque le parezca una ley brutal sino porque al que condena es su mejor amigo. Sin embargo, hay una respuesta de Gable que le deja con la conciencia relativamente tranquila, cuando acude para decirle al amigo que quiere conmutarle la pena de muerte por cadena perpetua, Gable le dice: “Si no voy a poder vivir como yo quiero, al menos déjame morir cuando quiera”.A Gable no le asusta la muerte ni cumplir su condena. Le dice a uno de sus compañeros de celda cuando llega su hora: “Levanta la frente. No te desesperes. Hay que ser un hombre. Muere como has vivido, alegremente. Ése es el camino. Sé realista. A veces, unos ganan y otros pierden”. Y se va sin que le tiemblen las piernas. Se sabe desde el principio, perdedor. Aunque siempre con una sonrisa cínica y sin reproche alguno al amigo de la infancia.

¿No les pega totalmente que fuera la última película que viera Dillinger?¿Se sentiría identificado con Gable?

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons. 

Tres momentos inolvidables

Últimamente he visto tres películas que me han dejado tres momentos inolvidables.

Cometas en el cielo (2007)

Mac Foster adapta una novela de Khaled Hosseini donde nos narra una triste historia en Afganistán. Sus protagonistas son dos niños de dos grupos étnicos diferentes unidos por una tierna amistad que se resquebraja entre otros asuntos por la difícil situación social y política del país. No me preguntéis por qué pero se me fijó una de las escenas en que el protagonista, futuro escritor, le cuenta el argumento de un cuento que ha escrito a su amigo analfabeto. El niño le cuenta que a un hombre le dicen que todas las lágrimas que lloré se convertirán en joya preciosa y le harán rico. El hombre llora desconsolado, rico, pero para producir tantas lágrimas ha matado a la mujer que ama. El niño se queda escuchándole e incrédulo le pregunta: ¿pero por qué tuvo que matar a su mujer? Podría haberse acercado una cebolla a los ojos y llorar. ¿No es genial?

Agnes de Dios (1985)

Irregular película de Norman Jewison, adaptación de un obra teatral, se me hizo interesante cierto ambiente en ese convento misterioso pero no me enganchó la trama así como que no pude superar la atracción que sienten los personajes principales por una insoportable monja entre mística y loca con cara de Meg Tilly que me resultó bastante desagradable. Sí reconozco que me gustaron algunas conversaciones entre la psiquiatra (Jane Fonda) y la madre superiora (Anne Bancroft) que en un momento determinado se relajan ambas fumando un cigarrillo y entre risas repasan la historia de santos y santas y qué tipo de fumadores serían.

La vida en rosa (2007)

La triste historia de Edith Piaf transcurre entre los pensamientos, recuerdos desordenados y sentimientos en su lecho de muerte. Siempre que la veo me arrebata la escena en que una Piaf enamorada se entera de la muerte del amor de su vida (en la película), el boxeador Marcel. Me encanta. Cómo se levanta, feliz, como en un sueño, esperando al amado que de pronto la despierta y la besa. Y ella feliz se levanta para prepararle el desayuno o para buscar un reloj que le guarda. Va de habitación en habitación encontrándose a todos sus amigos con unas caras largas mirándola con infinita tristeza y ella cada vez más nerviosa porque no entiende esas caras ni encuentra el reloj. Hasta que ella desesperada les grita que qué pasa y ellos le informan de que Marcel ha muerto en un accidente de avión…, y entonces ella se da cuenta de la realidad y grita mil veces su nombre, vomitando dolor, hasta que finalmente sale por una puerta que es un escenario para cantar lo que la desgarra.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons. 

Stephen Boyd, actores en olvido

Ya he comentado en algunos post la existencia de actores y actrices que nunca alcanzaron el estatus de estrella. Que protagonizaron, a veces, alguna película que les hace no caer absolutamente en olvido. Que están presentes en películas de difícil visión. Sus carreras no lograron el empujón de otros compañeros de profesión y se quedaron a medio camino y muchas veces cuesta entender el porqué.

Uno de ellos es Stephen Boyd, actor con hoyuelo en barbilla, con voz atractiva al igual que su físico. Actor de origen irlandés que empezó en teatro y trató varias veces de probar suerte en pantalla de cine…, pero nunca consiguió la película que catapultase de manera definitiva su carrera. Y estuvo muy cerca.

Este actor de presencia poderosa siempre estará presente entre generaciones de cinéfilos por un papel que clavó. A mi gusto el más atractivo antagonista de una película-espectáculo que pierde parte de su interés con la desaparición del personaje. Stephen Boyd fue un estupendo Mesala en Ben-Hur, la mítica versión dirigida por William Wyler en el año 1959.

Ya he contado en alguna ocasión la anécdota mil veces repetida en libros y reportajes sobre esta producción cinematográfica. Para entender realmente la profundidad de Mesala y su relación con Judá hay que escuchar a su guionista Gore Vidal, que cuenta cómo hablaron con Stephen Boyd y le explicaron en secreto (no debía enterarse de nada de esta historia su protagonista Charlton Heston, que seguro no le hubiera hecho mucha gracia esta dimensión de su personaje y del de Mesala) que debía interpretar a un hombre absolutamente enamorado de Judá, por eso se alegra tanto de la vuelta del amigo de la infancia, y luego se comporta de manera extrema al sentirse amante rechazado. Y Boyd participó encantado en esta visión de su personaje y le dio una dimensión muy interesante.

Sin embargo, Boyd —que murió muy joven, a los 45 años de edad— también fue protagonista de otras películas que en su momento tuvieron cierto renombre y en otras que pintan interesantes pero que son muy difíciles de ver. Parece inexplicable que tras el éxito de Ben Hur no lograra ofertas cinematográficas más interesantes.

Algunos pensaron que le sentaba bien ser hombre de época, así le ofrecieron varios papeles en películas históricas. Uno de sus papeles iba a ser de Marco Antonio en el espectacular y sonoro fracaso, Cleopatra con Liz Taylor, las numerosas dificultades para comenzar su rodaje hicieron que finalmente perdiera el papel que cayó en manos de Richard Burton. Donde sí apareció junto a Sophia Loren fue en la obra de Mann, La caída del Imperio Romano, de esas películas colosales que se rodaron en España durante los años 60 bajo el imperio de Samuel Bronston. Otra histórica que tuvo su presencia fue la olvidable Genghis Khan junto a Omar Shariff.

El actor trató varias veces de probar también suerte en películas europeas. Uno de los aspectos que me han llamado la atención de su filmografía ha sido su vinculación con España (varias películas en las que trabajó se rodaron aquí). Curiosamente alguna de sus últimas películas en los años setenta fueron españolas y rodadas por el director de Surcos, José Antonio Nieves Conde, Historia de una traición y Casa Manchada u otra por Pedro Lazaga, Mil millones para una rubia. No he visto ninguna de las tres.

Trabajó en película mítica de ciencia ficción y de la mitología erótica por la presencia de Raquel Welch, Un viaje alucinante (1966) donde sus protagonistas viajan a través del cuerpo humano. O también estuvo presente en desconocido y olvidado musical ambientado en el mundo del cine enamorándose ni más ni menos que de Doris Day, en Jumbo (1962). También actuó en películas del oeste como El vengador sin piedad, La mujer obsesionada junto a la sufrida Susan Hayward o Shalako (junto a Brigitte Bardot con la que ya trabajó en producción francesa de su descubrido Vadim). Antes de Ben-Hur su rostro iba figurando en melodramas de los años 50 como Mujeres frente al amor (1959) o, por ejemplo, Una isla en el sol (1957). Por otra parte, hay dos películas de su filmografía que me resultan interesantes y me gustaría algún día poder verlas, la británica El hombre que nunca existió (1956) y El tercer secreto (1964), una de intriga y misterio.

Stephen Boyd pronto cayó en olvido. Sólo su Mesala perdura y perdura. ¿Injusto? 

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons. 

George Sanders

Caballero de altura, con rostro de otros tiempos, inteligente y cínico, fue un actor con gusto. De secundario brillante, igual de mágico interpretando a rival malvado en películas de aventuras de todos los tiempos o devorando a los otros como protagonista o secundario en películas de calidad caidas en olvido. También fue rey de dos series de películas con personaje mítico: por una parte interpretó varias veces a El Santo y también a El Halcón. Cuando trabajaba con un director de prestigio, éste normalmente, repetía con él. A sus 65 años este hombre dio por terminada su vida, por hastío y aburrimiento, así decía en su nota de suicidio en un hotel de Castelldefells en el año 1972. De vida amorosa intensa se enamoró de dos de las hermanas húngaras Gabor (Zsa Zsa y Magda, se casó con ambas) pero no fueron las únicas mujeres de su vida, hubo más matrimonios y amantes. Escribió su propia autobiografía a la que tituló Memorias de un sinvergüenza profesional.

Todavía me queda mucho por descubrir de su extensa filmografía así también como volver a recordar su intervención en películas míticas de aventuras. Sin duda el papel que le inmortalizó por los siglos de los siglos como caballero cínico de la sala oscura es el viperino crítico teatral Addison de Witt en esa joya sobre los entresijos del mundo teatral: Eva al desnudo (1950) de Joseph L. Mankiewicz. Pero Sanders tiene muchas más interpretaciones y sorpresas en una filmografía donde grandes maestros como Douglas Sirk, Robert Siodmak, Otto Preminger o Fritz Lang lo tuvieron en cuenta varias veces.

Por ejemplo, Sanders es un secundario mítico en películas de aventuras donde solía ser el rival malvado. Así siempre destaca en obras tan inolvidables y entretenidas como El hijo de la furia, El cisne negro, Sanson y Dalila, Ivanhoe, Moonflet o Salomón y la reina de Saba.

Ya hizo papel inquietante/malvado/ambiguo y empezó a llamar la atención al público en el famosísimo estreno del maestro del suspense británico en Hollywood con la adaptación de la novela de Daphe du Maurier, Rebeca (1940). Y Hitchcock volvió a contar con él en la película de espionaje Enviado especial en ese mismo año. En 1941 destacaré dos películas que no he visionado pero por dos aspecto de interés por primera vez trabaja con Fritz Lang (El hombre atrapado) y también interpreta al lado de la joven promesa sueca del momento, Ingrid Bergman (Alma en la sombra), actriz con la que trabajaría años más tarde.

Sanders no dice que no a proyectos cinematográficos más independientes o alejados de los circuitos comerciales de directores europeos que van enriqueciendo su filmografía. Con los franceses Duvivier y Renoir realiza papeles secundarios en las interesantes Seis destinos y Esta tierra es mía. También comienza en la década de los  40 a ser el actor fetiche de un director alemán, que se convertiría posteriormente en el rey del melodrama, en sus primeros trabajos norteamericanos: Douglas Sirk. Con él trabajaría en Extraña confesión, Escándalo en París y El asesino poeta.

Como digo, Sanders es protagonista de curiosos productos cinematográficos. Películas que son difíciles de localizar pero que se convierten en sorpresa cuando se puede disfrutar de ellas. Por mencionar, dos: La extraña mujer (1946), una película romántica en extremo donde Sanders es el amor de una muchacha compleja con cara de Hedy Lamarr del director marginal (por desconocido y por salir pocas veces del circuito de películas de bajo presupuesto) Edgar G. Ulmer. Y la segunda una de las obras más curiosas y psicológicas de Robert Siodmak, Pesadilla (1945), donde Sanders se transforma en un hombre soltero que vive agobiado y atrapado en una casa junto a sus hermanas.

También en los años cuarenta participa en famosas adaptaciones literarias como El retrato de Dorian Gray del director Albert Lewin. Y también en esta misma década trabajó por primera vez con dos directores que seguirían contando con él, Otto Preminger (Ambiciosa y El abanico de Lady Windermere) y el gran Mankiewicz (en esa película de amor fantasmal y fantástico El fantasma y la señora Muir).

En la década de los 50 alcanza su momento máximo con el Oscar que recibe por su papel en Eva al desnudo. Y sigue trabajando con directores europeos, esta vez le toca el turno a Rossellini con una crónica del hastío de un matrimonio norteamericano que viaja por Italia, Te querré siempre. Él, elegante, es el marido, ella, triste, aburrida y hermosa, es de nuevo, Ingrid Bergman. Sigue además siendo el rival más temido en películas de aventuras y Lang vuelve a trabaja con él en la magnífica Mientras Nueva York duerme.

Poco a poco, en la siguiente década va siendo actor que cae en olvido o has been que aparece en adaptaciones de los libros de Julio Verne o en aquellas películas de terror con carácter de culto como El pueblo de los malditos.

George Sanders va cayendo en aburrimiento y se convierte en triste y solitario personaje hasta que se quita la vida en un hotel de Castelldefells, lejos del glamour y con nota cínica. Sin embargo, los amantes de la sala de cine oscura seguimos descubriéndole año tras año sin que nos aburra en absoluto y deseando ampliar más los conocimientos sobre la carrera cinematográfica de uno de los secundarios de oro.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons. 

300 (300, 2007) de Zack Snyder

¡¡¡Dios, qué película!!!¡¡¡Qué poca gracia!!!¡¡¡Qué poca emoción!!! ¡¡¡Qué historia más mala!!!¡¡¡Qué simpleza!!!¡¡¡Qué poco entretenimiento!!!…, no se me acaban las exclamaciones de horror y sonrío feliz de no haber acudido a los cines para verla en su momento.

Aghhh, luchaba por no quedarme dormida. Ya he defendido en varias ocasiones ver cine también como puro entretenimiento pero ¿300, entretiene? Y hablando de este tipo de películas yo me he emocionado y entretenido una y mil veces viendo Gladiator y Troya que también dan patadas a la mitología y a la historia, también tienen excesos de cine digital y, sin embargo, las he disfrutado y he saltado en la butaca de emoción y he reído, llorado, y me he asustado y he brincado…, pero con 300 nada de esa magia surgió. ¡¡¡Menos mal que era corta!!!

No conozco el cómic de Frank Miller (que dicen que una de sus fuentes de inspiración fue la película de 1962, El rey de Esparta, la cuál no he visto pero seguro que es más entretenida) y quizá creo que se debía haber quedado en viñetas y que tal vez así funcione. Pero me molestaron considerablemente un montón de cosas de esta película con un guión estúpido y pocos personajes atractivos.

Quizá estéticamente logre una factura correcta y punto. Lo único bueno que puedo decir. Es película sin corazón. Y empecemos con los porqués de este rechazo mío visceral a esta producción. La voz en off para contar relato épico no da resultado alguno, no envuelve la historia con la emoción y el espíritu necesario para crear leyenda, no es una especie de buen cuentacuentos sino un orador muy, muy aburrido.

Las deformaciones de la historia son en extremo absurdas en esta batalla en el desfiladero de las Termópilas. Mientras que en otras producciones de este tipo son igual de absurdas pero de alguna manera las entiendes como licencias cinematográficas y tienen una función determinada dentro del contexto de la película, son verosímiles (ojo, sólo dentro de película-espectáculo), aquí te dejan tal cual, quieren espectáculo y es tontería. ¿Qué son esos monstruos ridículos, ese ejército persa absurdo lleno de seres deformes y bestias?¿Quién es ese Jerjes que destroza la belleza de mi Rodrigo Santoro y le convierte en fantoche con pendientes con cara continua de niño enfadado y enrabietado?¿Y por qué presenta como jorobado de notre dame y además sin el encanto de este personaje mítico al traidor de los 300 espartanos y aliados, Efialtes? ¿Y esa historia paralela y absurda de la reina, a cuento de qué?

La violencia extrema, que es la misma del cómic, con tanto efecto especial y lucha a lo Matrix, me dejó absolutamente fría. Es tanta la violencia que en el minuto dos quedas inmunizada. Todo es mentirijilla. Esa sangre que sale disparada, esas cabezas, brazos, y ojos mutilados. Es tan bestia pero tan de diseño que te deja sin adrenalina alguna.

300 es un desfile de modelos espartanos, 300 modelos con capa roja, cuerpos de infarto, dos dedos de frente, algún que otro destello de sentimiento, son guerreros pero han de ser hermosos con cuerpos serranos que exhiben a cada momento, con pechos y torsos de tableta de chocolate. Los demás los malos, son todos, deformes, la fealdad es sinónimo de traición, maldad y cobardía. Los 300 cantan su sumisión al rey todo poderoso y mueren orgullosos por la patria libre. ¡¡¡Oh, es la pera!!!

De paso también nos salen los colores con alguna escena de amor y sexo a cámara lenta que del ridículo provoca risa. Sólo hay un malo malísimo que no está mal (físicamente me refiero) pero que se vende a los persas y es tan malo tan malo que sufrirá el deshonor de ser matado por una mujer, por una reina espartana que tiene muchos ovarios y está orgullosísima de su señor esposo y de su hijo (de que tengan tantos huevos, sean tan hermosos y valientes. Claro que ella también tiene mcuhos ovarios), y no en el campo de batalla como Leónidas y compañía.

En fin, tiene su gracia de lo mala y ridícula que es. Pero me dejó tan fría y con tantas ganas de que acabase… 

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons. 

Brigada 21 (Detective Story, 1951) de William Wyler

Hace poco en la sección Diccionario cinematográfico le tocó el turno a la palabra Policía. No nombre esta joya de William Wyler que hacía siglos que no veía y que apenas me acordaba y que ayer me llenó de alegría y pasión por el buen cine. Y es que digan lo que digan para mí Wyler es grande y tiene una filmografía con muy pocas decepciones. Particularmente, me encanta este director.

Toda la trama transcurre en una tarde-noche en una comisaria. Brigada 21 es la adaptación de una obra de teatro del dramaturgo Sidney Kingsley. Un dramaturgo del que Wyler, años atrás, ya había adaptado otra obra para crear Callejón sin salida (Dead end), otra perla de su filmografía y obra cinematográfica a la que tengo gran cariño.

Brigada 21 es una película de interiores —casi toda la trama transcurre en distintas dependencias de la comisaria, tan sólo hay dos escenas de exteriores— y, sin embargo, está contada con un buen ritmo y con un uso de los espacios que vuelven la película dinámica y cada vez más intensa e interesante. Wyler encontró un cómplice en el director de fotografía Lee Garmes que aportaba buenas soluciones para el rodaje de interiores (algo que también le había pasado al director en otras de sus obras cinematográficas con otro gran técnico: Gregg Toland).

El trabajo del reparto es excepcional y emocionante, porque eso es Brigada 21, una película emocional, intensa e intimista (como habitualmente acostumbraba Wyler). Brigada 21 es una historia coral donde se cuenta las vicisitudes de muchos personajes en una comisaria (policías, delincuentes comunes, testigos, abogados, periodistas…). Sin embargo, hay un claro protagonista, un personaje complejo y duro, un policía de personalidad tremenda y con una psicología complicada, que está interpretado por un Kirk Douglas inmenso. Personaje que odias pero que según avanza la historia va moviéndote hacia la compasión por ser un hombre con un sufrimiento que duele.

Película interesante no sólo por las emociones que mueve sino también por toda su historia detrás de las cámaras. El guión brillante fue realizado por Philip Yordan y el hermano del director, Robert Wyler. Sin embargo, en un principio el director se lo había encargado al escritor Dashiell Hammett, compañero de su gran amiga Liliam Hellman (dramaturga y guionista que trabajó muchas veces con Wyler), acuciado por la Caza de Brujas, sin embargo, tenía tal agobio que no pudo escribir ni una línea (tal y como nos cuenta en su interesante libro sobre el director, Ángel Comas). Wyler además se las tuvo que ver con el Código de Censura porque trataba, entre otros, uno de los temas intocables, el aborto ilegal. Wyler y los guionistas tuvieron que realizar malabarismos porque aunque la trama principal de la película tenía como tema principal, el aborto ilegal, en el guión no podía aparecer en ningún momento la palabra aborto y tampoco se podía mencionar directamente que uno de los detenidos realizaba como práctica habitual los abortos ilegales.

Como ya he adelantado los actores son todo un lujo: desde una Eleanor Parker dramática con dos buenas compañeras de reparto: una Lee Grant conmovedora como ratera y una dulce Cathy O’Donnell (por cierto esta joven actriz que para mí tiene la inmortalidad junto a Farley Granger en Los amantes de la noche se convirtió en la esposa de Robert Wyler) de joven enamorada. En el reparto masculino los policías se mezclan con los delincuentes y testigos en una memorable lista de secundarios de oro: William Bendix, Horace McMahon, George Macready o Joseph Wiseman, por sólo nombrar a algunos.

La película no es sólo intensa por la trama que se desarrolla sino también por la psicología de cada uno de los personajes. También es un documento interesante porque, creo, que desarrolla con veracidad la vida en una comisaria de aquellos años 40 y 50 con todo tipo de personajes como el reportero tras la historia, el abogado que defiende a su cliente, los testigos y víctimas de robos que pasean por las dependencias, los delincuentes y sus distintos motivos para delinquir, los distintos tipos de policías y detectives con métodos distintos, visitas inesperadas como la de una mujer con problemas de salud mental que exige ser vigilada porque está siendo continuamente espiada…

Las historias te enganchan de tal modo que quieres acompañar a cada uno de sus protagonistas en la resolución final: el policía de triste y violenta infancia —que le marca de por vida— que sólo ve las cosas como blanco y negro y que no es nada transigente ni concibe el perdón ante el delito ni el dar una segunda oportunidad a las personas enamorado de su mujer que esconde un pasado que le golpea y le hace tambalearse toda su fachada y careta. El joven héroe de guerra que tiene problemas de integración a su regreso y la hermana de la novia que hace todo lo posible por sacarle de comisaria. La raterilla asustadiza, los dos delincuentes comunes, el doctor que practica abortos ilegales, el detective que recuerda en el joven héroe de guerra a su hijo muerto…

Brigada 21 me tuvo sobrecogida en el sillón durante toda su proyección. Con mil y una emociones me alegré de poder disfrutar de buen cine…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons. 

Rivales (Come and get it, 1936) de Howard Hawks, William Wyler

Rivales es interesante por varios aspectos. Es una de esas grandes películas que se realizaban en el sistema de estudios y por lo tanto contaba con los mejores técnicos, actores principales y secundarios, compositores, guionistas…, y todo bajo la mirada férrea del productor Samuel Goldwyn. Y también cuenta con la peculiaridad de estar firmada por dos grandes directores del momento Howard Hawks y William Wyler y contaré el porqué. En su momento no funcionó mal en taquilla y hoy es de esas tantas caídas en olvido.

No es perfecta pero en su contenido cuenta con varios aspectos de interés. La historia surge de la novela de Edna Ferber (una escritora que vería varios de sus títulos en pantalla y varias versiones como Magnolia, Cimarrón o Gigante). Y es curioso que aunque no se sabe exactamente qué parte fue dirigida por cada uno de los directores que trabajó en ella se pueden ver características de ambos directores.

En el campo interpretativo llama la atención, sobre todo, por dos aspectos: la oportunidad de ver al actor secundario Edward Arnold (famoso y recordado sobre todo por sus papeles de frío y despiadado empresario o empresario tierno en distintas producciones de Frank Capra) en un papel protagonista y también disfrutar de la interpretación y belleza de otra protagonista de lujo, la malograda Frances Farmer (cuyo carácter independiente la hizo no compartir ni adaptarse al sistema de estudios y esto impidió que se convirtiera en estrella además de sus continuos problemas con el alcohol y problemas de salud mental). También está presente Joel McCrea, futuro actor que tan sólo se dedicaría a películas del Oeste pero que durante la década de los 30 y 40 fue galán indispensable y cómico fetiche de Preston Sturges. Tampoco faltan, entre otros, dos secundarios de lujo como Walter Brennan (le recordaréis como ese anciano cascarrabias de Río Bravo) y Mary Nash (uno de sus papeles más recordados es el de madre sufrida y surrealista en Historias de Philadelphia).

Así contamos con una novela que habla sobre cómo un hombre metido de lleno en la industria madereda se convierte en gran magnate y empresario. Su ambición le lleva a renunciar al amor de su vida. En la película, se muestra así un ejemplo de la libre empresa en EEUU que permite que hombres hagan sus negocios sin tener en cuenta aspectos tan importantes como la repoblación de las zonas de árboles talados (así en esta película de 1936 se ve ya una crítica a esa forma de explotación y se plasman preocupaciones ecológicas).

De Hawks, sobre todo en la primera parte, vemos varios temas importantes en su filmografía como la camadería entre hombres y trabajadores así como la descripción perfecta del funcionamiento de la industria madereda (en unas interesantes  imágenes casi documentales). Un aire de aventura con peleas incluidas, la presencia del juego y el alcohol y sobre todo una fuerte presencia femenina de igual a igual con el personaje protagonista masculino. Un canto a exteriores y a la naturaleza… amenazada. Edward Arnold es el enérgico hombre trabajador que quiere prosperar en los negocios y para ello prefiere elegir entre un matrimonio de conveniencia que le hará avanzar en estatus económico y social que casarse con el amor de su vida, una bella e independiente cantante de cabaret (Frances Farmer) que terminará rota y casada con un buen hombre, el mejor amigo de Arnold (un encantador Walter Brennan).

En la segunda parte es donde quizá, y sin saberlo a ciencia cierta, veo más características de Wyler. Más interiores y escenas intimistas, más melodrama y ritmo pausado. Los años han pasado, Arnold es un hombre rico con dos hijos y una mujer educada a la antigua usanza que le ama y respeta. Lleva su negocio pero le pesa la renuncia del amor. Por una carta, visita de nuevo a su antiguo amigo, el amor de su vida ya no está, sí, sin embargo, la joven hija con ganas de comerse el mundo (también interpretada por Farmer). Arnold vuelve a revivir su gran amor y la colma de detalles, regalos, la acoge en su seno pensando en recuperar lo no vivido con su madre. La hija, accede gustosa en un principio. Ingenua porque lo que ella quiere es estudiar, prosperar, conocer mundo, obtener posición social… Con lo que no cuenta el padre es que tiene un apuesto y joven hijo, con ideas diferentes a las suyas respecto como llevar la empresa, y que se convertirá además en un rival de su amor secreto hacia la joven. Aquí, en interiores y reuniones de los personajes, se ve la nostalgia, la esperanza, el nacimiento de un amor, la complicidad entre padre e hija y distintos matices interesantes como una triste reflexión sobre la vejez, algo que no había tenido en cuenta el protagonista…

El cambio de dirección fue debido a un tremendo enfado de Goldwyn que no vio con buenos ojos que Hawks metiera mano en el guión y en la forma de interpretar y llevar a cabo esta historia. El cabreo fue tal que le despidió del rodaje y exigió a Wyler que se pusiera manos a la obra. Bajo las amenazas del productor Wyler, el joven y prometedor director no pudo negarse y tomó la dirección —aunque nunca sintió esta película como suya—. A lo que Wyler se negó en redondo fue a aparecer en solitario en los títulos de crédito, exigiendo que apareciera también Hawks y en primer lugar.

Rivales es de esas historias entretenidas e intensas que cuentan la saga e historia de un hombre y familia a lo largo de los años. Y que saca los defectos y virtudes de todos sus miembros, que narra los fracasos y triunfos, los errores y aciertos, los amores y odios…, disfrutamos así de los matices que un Edward Arnold es capaz de ofrecer a su personaje que a través de un gesto, sonrisa o mirada expresa mil sentimientos. O de cómo surge el amor entre dos jóvenes que primero discuten y se pegan y luego se ayudan ante una catástrofe casera. O nos enternecemos ante un hombre bueno con cara de Walter Brennan. O disfrutamos de la pelea en un saloon donde las bandejas de los camareros sirven de efectiva arma arrojadiza…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons. 

Momentos inolvidables de Los puentes de Madison (The Bridges of Madison County, 1995) de Clint Eastwood

Clint Eastwood ofrece gran historia de amor y la defiende con momentos cinematográficos inolvidables. Con imágenes visuales de gran fuerza. Con silencios, gestos y miradas. Con frases de guión maestras (Richard LaGravenese). Y con dos intérpretes contenidos e intensos, él mismo y Meryl Streep. Y entonces ocurre el milagro: vemos lo que es un enamoramiento y sentimos en cada escena lo que significa el erotismo… ser deseado, desear.

Francesca, ama de casa de Iowa, de localidad pequeña y asfixiante donde los rumores pueden protegerte o destruirte, vive entregada a su familia, su marido y dos hijos adolescentes, aunque sus sueños han quedado lejanos. Aquellos sueños que cuidaba y cultivaba en su pequeño pueblo italiano, Bari.

Robert, fotógrafo de National Geographic, ama su profesión aunque, a veces, no se siente artista sino reportero del momento. Ciudadano del mundo, inquieto recorre cientos miles de lugares para no pertenecer a ninguno, para no echar raíces. Le importa todo el mundo pero permanece solo y libre, tenga el precio que tenga que pagar. Sólo así siente que no sufrirá la angustia a unas ataduras que teme.

Ambos se encuentran. Él tiene que encontrar un puente de Madison. Ella, sola cuatro días porque su familia se ha ido a un concurso local, le indica solícita dónde está ese puente que tiene que fotografiar. Contenta por salir un momento de la rutina. Por un momento de cambio, aunque siempre le asuste.

Y dos almas conectan y nos regalan miles de escenas inolvidables.

¿Te ayudo hacer la comida? Deja que coja esto. Y un roce, tiemblan.

Ella mira su cuerpo. Y el de él.

Se pone unos pendientes de aro. Se compra un vestido nuevo. Le mira cuando se lava.Fuman unos cigarrillos. Hablan y conversan entre tés helados, cervezas y brandys.

Historias y sueños. Se confiesan. Al fin y al cabo son dos desconocidos, no se lo van a contar a nadie.

Él la fotografía. Y ella por primera vez posa feliz porque se siente bella.

Ella se baña y contempla que está dónde él antes se ha duchado. Y las gotas de agua caen sobre su piel. Y todo lo que sea Robert lo siente erótico.

Él mete los carretes en el frigorífico. Hace tanto calor.

Y juntos bailan, en mitad de la cocina.

Ella coge el teléfono. Una vecina llama para cotillear, para hablarle de ese fotógrafo que parece un hippy. Y ella lo tiene ahí, sentado en la mesa de su cocina. Y pone su mano en su hombro.

Bailan. Y él dice que le diga que pare o va a ser demasiado tarde. Y ella le dice que nadie le está diciendo que pare.

Francesca se suelta el pelo.Y se descubren. Y antes de empezar ya sufren la separación.

Dos velas encendidas les separan. Y si se atrevieran. Y si continuaran esta historia. Pero los dos saben que no es tan fácil.

Y Robert sabe que esa certeza sólo ocurre una vez en la vida.Y ella le regala una cruz con su nombre, Francesca.

Y él publicará un libro de fotografías. A F. Cuatro días. Recuerdos.

La despedida duele.

Otra vez renunciar a un sueño. Conservar ese amor de cuatro días para toda la vida.

Llévame contigo a un lugar lejano. Si quieres te llevo a Bari, a Italia.

Él bajo la lluvia. Esperándola. Ella en la camioneta con su marido que nada sabe. Francesca toma el manillar del coche. Lo aprieta. Quiere bajar pero no baja. Y él que pone en el espejo retrovisor, la cruz, gira para no regresar.

Al final de la vida, el ciudadano del mundo regresa en forma de cenizas a Francesca para que las haga volar en el puente donde se conocieron.

Ella no lo duda. Se entregó a los sueños de los demás, a su marido, un hombre bueno y a sus hijos. Ahora sólo pide que sus cenizas también vuelen junto a Robert.

Sólo eso. 

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons. 

Diccionario cinematográfico (109)

Cuadros: hay cuadros que traen el pasado, atrapan el presente o tienen connotaciones mágicas. Hay retratos de la persona amada u odiada. Hay pinturas que expresan el mundo interior. Hay imágenes que a golpe de brochazo esconden un secreto o misterio. Algunos llevan a la locura otros a la curación. Cuadros que a través del cine cuentan o narran una historia en imágenes.

Me sumerjo en el retrato de la mujer-sueño, en una Laura etérea que enamora al detective hosco. Exploro la historia de la joven de la perla, esa joven con turbante y pendiente, bella y clara. Sufro con el autorretrato de un pintor que se mutila la oreja que vive atrapado en una habitación de proporciones imposibles.

Bailo en un París encantado por impresionistas o con los cuadros de prostitutas de un triste enano con cara de Toulouse Lautrec. Me dejo llevar por el retrato etéreo y fantasmal de una joven Jennie o estoy atrapada por el misterio que no deja dormir a un detective con vértigo que ve como la mujer amada, rubia con moño y un camafeo, se sienta horas y horas frente al retrato de una mujer de siglo pasado en un antiguo museo.

No quiero hacer un pacto con el diablo y ser inmortalmente joven y atrapada en un retrato como el desgraciado Dorian Gray. Tiro desgarrada una taza de café, miro con odio o lanzo un vaso de alcohol hacia el tirano que ha amargado mi vida o destrozo despechada el cuadro que lo inmortalice en melodramas que encienden mi espíritu.

El misterio me envuelve ante la mujer del cuadro o hacia la pintura naif de un pobre hombre, que oh perversidad, pierde su autoría ante la mujer fatal. Lloro desconsolada por ser mujer normal y vulgar y no alcanzar el misterio y la belleza de una Rebecca cualquiera.

Pero también tiemblo ante los cuadros que inmortalizan historias que después puedo imaginar. Como esa Juana la Loca que vela a un Felipe el Hermoso en macabro cortejo por tierras áridas. O ese rey pasmado que enloquece de pasión y lujuria ante una modelo desnuda que se mira al espejo. Me quedo de piedra cuando en película francesa queda para siempre inmortalizados los trazos del gran Renoir a la orilla de un río o en una comida en el campo. Instantes de felicidad.

O me enternezco ante la mirada de ese amante señor casado que suspira viendo el cuerpo desnudo y pintado de la hermana de la propia esposa a la que desea con locura. Me llena de ternura ese pintor intelectual y desgraciado que aprende de la sencilla y feliz vida de su jardinero y que le sirve de nuevo para inspirarse y realizar una colección de cuadros que alimentan su sentido del arte. Lágrimas melodramáticas salen de mis ojos cuando ese escritor bohemio recuerda ante mural de un café, el rostro de la mujer amada y su historia en París. Me da pena ese anciano que siente como su cuerpo no responde pero sigue excitándose y amando la belleza de un cuerpo femenino desnudo, de una venus en un cuadro que no le hiere y de una venus-lolita real que le echa en cara que es viejo.

Los cuadros guardan secretos históricos como la última cena de Leonardo da Vinci, ya nos dice que es un código. O ese cuadro que inmortaliza una partida de ajedrez y oculta a la vez la solución de un asesinato del pasado.

U otras películas nos emocionan porque hablan de hasta qué punto ciertos cuadros tienen un valor tan incalculable y tan valioso que se defienden en tiempos de guerra con la vida misma. Así nos dejamos arrastrar por ese poderoso Burt Lancaster que defiende junto a un montón de hombres un tren lleno de cuadros que estaban en los fondos y museos de París y que los alemanes quieren para ellos mismos. Lancaster y otros impedirán que esos cuadros lleguen a la Alemania nazi cueste lo que cueste. O ese humilde celador del museo del Prado que en plena Guerra Civil hará lo imposible por salvar un pequeño autorretrato de Goya.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons. 

Via con me, una canción de película

La voz grave de Paolo Conte nos dice al oído:

“It’s wonderful
it’s wonderful
it’s wonderful
good luck my baby
it’s wonderful
it’s wonderful
it’s wonderful
I dream of you…”

Así tal cual, aparece en varias bandas sonoras de películas para que se nos quede en memoria: French Kiss (1995), Un romance en Nueva York (1996), Deliciosa Martha (2000) y su remake americano Sin reservas (2007).

¿No hay canciones que siempre se nos quedan?¿No hay voces que no se olvidan? ¿No hay melodías que no te cansas nunca de escuchar? Para mí una de ellas es esta canción con voz de Paolo.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.