Clint Eastwood ofrece gran historia de amor y la defiende con momentos cinematográficos inolvidables. Con imágenes visuales de gran fuerza. Con silencios, gestos y miradas. Con frases de guión maestras (Richard LaGravenese). Y con dos intérpretes contenidos e intensos, él mismo y Meryl Streep. Y entonces ocurre el milagro: vemos lo que es un enamoramiento y sentimos en cada escena lo que significa el erotismo… ser deseado, desear.
Francesca, ama de casa de Iowa, de localidad pequeña y asfixiante donde los rumores pueden protegerte o destruirte, vive entregada a su familia, su marido y dos hijos adolescentes, aunque sus sueños han quedado lejanos. Aquellos sueños que cuidaba y cultivaba en su pequeño pueblo italiano, Bari.
Robert, fotógrafo de National Geographic, ama su profesión aunque, a veces, no se siente artista sino reportero del momento. Ciudadano del mundo, inquieto recorre cientos miles de lugares para no pertenecer a ninguno, para no echar raíces. Le importa todo el mundo pero permanece solo y libre, tenga el precio que tenga que pagar. Sólo así siente que no sufrirá la angustia a unas ataduras que teme.
Ambos se encuentran. Él tiene que encontrar un puente de Madison. Ella, sola cuatro días porque su familia se ha ido a un concurso local, le indica solícita dónde está ese puente que tiene que fotografiar. Contenta por salir un momento de la rutina. Por un momento de cambio, aunque siempre le asuste.
Y dos almas conectan y nos regalan miles de escenas inolvidables.
¿Te ayudo hacer la comida? Deja que coja esto. Y un roce, tiemblan.
Ella mira su cuerpo. Y el de él.
Se pone unos pendientes de aro. Se compra un vestido nuevo. Le mira cuando se lava.Fuman unos cigarrillos. Hablan y conversan entre tés helados, cervezas y brandys.
Historias y sueños. Se confiesan. Al fin y al cabo son dos desconocidos, no se lo van a contar a nadie.
Él la fotografía. Y ella por primera vez posa feliz porque se siente bella.
Ella se baña y contempla que está dónde él antes se ha duchado. Y las gotas de agua caen sobre su piel. Y todo lo que sea Robert lo siente erótico.
Él mete los carretes en el frigorífico. Hace tanto calor.
Y juntos bailan, en mitad de la cocina.
Ella coge el teléfono. Una vecina llama para cotillear, para hablarle de ese fotógrafo que parece un hippy. Y ella lo tiene ahí, sentado en la mesa de su cocina. Y pone su mano en su hombro.
Bailan. Y él dice que le diga que pare o va a ser demasiado tarde. Y ella le dice que nadie le está diciendo que pare.
Francesca se suelta el pelo.Y se descubren. Y antes de empezar ya sufren la separación.
Dos velas encendidas les separan. Y si se atrevieran. Y si continuaran esta historia. Pero los dos saben que no es tan fácil.
Y Robert sabe que esa certeza sólo ocurre una vez en la vida.Y ella le regala una cruz con su nombre, Francesca.
Y él publicará un libro de fotografías. A F. Cuatro días. Recuerdos.
La despedida duele.
Otra vez renunciar a un sueño. Conservar ese amor de cuatro días para toda la vida.
Llévame contigo a un lugar lejano. Si quieres te llevo a Bari, a Italia.
Él bajo la lluvia. Esperándola. Ella en la camioneta con su marido que nada sabe. Francesca toma el manillar del coche. Lo aprieta. Quiere bajar pero no baja. Y él que pone en el espejo retrovisor, la cruz, gira para no regresar.
Al final de la vida, el ciudadano del mundo regresa en forma de cenizas a Francesca para que las haga volar en el puente donde se conocieron.
Ella no lo duda. Se entregó a los sueños de los demás, a su marido, un hombre bueno y a sus hijos. Ahora sólo pide que sus cenizas también vuelen junto a Robert.
Sólo eso.
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