El enemigo público número 1 (Manhattan Melodrama, 1934) de W. S. Van Dyke

Como su título original indica El enemigo público número 1 no es más que una triste historia de Manhattan, un melodrama de los buenos. Otra curiosidad es que dicen que es la última película (como recuerda Mann en su último trabajo) que vio Dillinger antes de su muerte. Otro aliciente de esta historia no es sólo su magnífico guión (entre los que trabajaron en él ya andaba por ahí un joven con mucha proyección de futuro Joseph L. Mankiewicz) cubierto de frases geniales o los actores protagonistas sino, por supuesto, que se convierte en un documento sociológico perfecto de la reciente disolución de la Ley Seca (1920-1933) y lo que supuso para varios gánsters a los que se les terminó su época dorada.

La historia es atractiva así como su trío de protagonistas: Clark Gable, William Powell y Myrna Loy. El público ya se iba habituando a la buena química entre Powell y Loy que triunfarían ambos en la serie de películas sobre el hombre delgado (adaptaciones de las novelas de Hammett) y serían pareja cinematográfica en varias ocasiones. Clark Gable iba de camino en convertirse en una leyenda y ya cautivaba a las plateas. Para los que coleccionan curiosidades cinéfilas recordar que tanto Powell como Gable se enamoraron y casaron con Carole Lombard (primero, Powell y después Gable —que se quedó como desconsolado viudo tras el accidente de avión que sufrió Lombard en 1942—). Además Powell trabajó junto a Carole en alguna que otra ocasión siendo ambos muy recordados en la divertidísima Al servicio de las damas (1936).

El enemigo público número 1 ya empieza como tragedia con dos niños de personalidades muy diferentes pero que son amigos para siempre y que ven sus vidas unidas en un trágico accidente (rodado con todo realismo) en un barco donde se encuentran con sus familias. Es principios del siglo XX (1907) y son años convulsos y de cambios sociales. Los años pasan y mientras uno se ha convertido en un gánster de prestigio con sus negocios en casa de juegos y apuestas,  el otro ha estudiado hasta convertirse en fiscal del estado camino de tener una prestigiosa carrera como político. Ambos, sin embargo, han conservado su amistad intacta. El malo malote no puede ser otro que un chuleta y magnífico Gable y el bueno buenísimo tiene el rostro de Powell.

Y como es inevitable en este tipo de películas…, el efecto que quiere causar es contrario a sus intenciones (creo que entre comillas). Nos enamoramos irremediablemente del malo malísimo que tiene un fuerte carisma que se desborda en cada fotograma y que a pesar de sus fechorías (no sólo es timador y regenta locales y negocios ilegales sino que durante dos veces nos lo muestra como un sanguinario asesino) es adorable y divertido, alguien vivo y vital. Y no ocurre lo mismo con el bueno buenísimo que no se gana todas nuestras simpatías (por lo menos la mía) por mucho que se intenta dejarle siempre en buena posición y con unas convicciones morales muy fuertes (es un hombre absolutamente coherente) pero representa a un hombre mucho más aburrido.

Nada les separa ni siquiera la mujer que ambos aman: Myrna Loy. Genial y complejo personaje que primero se nos presenta como la chica del gánster pero cansada de seguir las tropelías del hombre que ama y con ganas de asentar cabeza…, entonces conoce a su amigo del alma, al fiscal, y a ella le cambia la percepción de la vida. Decide abandonar al gánster porque nunca le va aportar los sueños a los que aspira (aunque nunca dejará de quererle y de considerarle un buen amigo), una vida tranquila de mujer casada con un hombre al que ama y un hogar. Un personaje que nos cae bien desde el primer momento en que aparece y que se debate entre los dos hombres a los que quiere. Porque sólo ella sabe ponerse en el lugar de los dos. Sólo ella les conoce a ambos. Sólo ella sabe que no es la típica mujer florero del gánster ni del gobernador de turno. De ella y su sinceridad inteligente salen frases irónicas al primer hombre que ama (Gable) como: “Yo no estoy enamorada de Cartier”, cuando éste le habla de todas las cosas que la regala. U otra joya cuando trata de explicarle las ideas a las que aspira, que quiere casarse y formar un hogar (porque ya está cansada y además vive siempre preocupada por si le pasa algo o le detienen), que quiere dejar de ser una chica de vida alegre: “Quizá no me guste estar a la moda. Prefiero un gorro del año pasado”. Y sólo a ella le parece totalmente injusta la decisión del esposo de terminar de manera cruda con la vida de una persona a la que ambos quieren.

Otro aspecto que me gusta es cómo está reflejada la amistad entre los dos protagonistas tan diferentes pero complementarios (sin duda referente de otra popular película posterior, Ángeles con caras sucias). Ni en los momentos más difíciles se separan. Y  éste es el intríngulis de la cuestión, el gran melodrama que nos anuncian desde el principio, es que el fiscal del Estado (que demuestra varias veces que ama al amigo díscolo y viceversa) que ya es Gobernador tiene que dictar, según su deber, pena de muerte para su mejor amigo, gánster y asesino. Y curiosamente Gable se siente superorgulloso de tener un amigo tan recto y siempre al servicio de la ley y del deber. Nunca se interpondrá en su camino ni le pondrá las cosas difíciles. Digamos que se entrega por el amigo y acepta su muerte sin rechistar, mientras que Powell tiene continuamente mala conciencia por la decisión que ha tenido que tomar.

Quizá el personaje de Powell sale perdiendo por una cuestión (lo mismo me ocurre con Ángeles con caras sucias) y es que no tiene duda en que la pena de muerte debe aplicarse. Sólo tiene dudas de conmutar la pena, no porque le parezca una ley brutal sino porque al que condena es su mejor amigo. Sin embargo, hay una respuesta de Gable que le deja con la conciencia relativamente tranquila, cuando acude para decirle al amigo que quiere conmutarle la pena de muerte por cadena perpetua, Gable le dice: “Si no voy a poder vivir como yo quiero, al menos déjame morir cuando quiera”.A Gable no le asusta la muerte ni cumplir su condena. Le dice a uno de sus compañeros de celda cuando llega su hora: “Levanta la frente. No te desesperes. Hay que ser un hombre. Muere como has vivido, alegremente. Ése es el camino. Sé realista. A veces, unos ganan y otros pierden”. Y se va sin que le tiemblen las piernas. Se sabe desde el principio, perdedor. Aunque siempre con una sonrisa cínica y sin reproche alguno al amigo de la infancia.

¿No les pega totalmente que fuera la última película que viera Dillinger?¿Se sentiría identificado con Gable?

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons. 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.