Diccionario cinematográfico (110)

Suicidio (2º parte): ella es la reina de Nueva York. El pueblo hipócrita hace campañas y despedidas de la mujer invadida por radio. Sólo ella sabe, y su doctor, que todo es mentira. Sólo quería viajar y conocer la gran manzana. El periodista que explota sus últimas horas, se enamora de ella y viceversa. A ella le nace la conciencia. Se siente tan mal a pesar de haber entrado en el juego sucio de periódico y lectores morbosos que la exhiben como mono de feria. Así que la divertida y bella Hazel decide simular suicidio y deja nota de despedida a toda una ciudad. Les dice que se tirará al río. (La reina de Nueva York, 1937, de William A. Wellman).

A Juan Nadie le convierten en ídolo de los que no tienen voz. De los que soportan día a día la gran depresión. Él es un sin hogar que por un trozo de pan decide convertirse en símbolo. Pero de pronto se cree, de verdad, su papel. Cree en los Juan Nadie y que algo se puede hacer para superar las soledades y depresiones. De pronto se da cuenta de las dañinas manipulaciones políticas y del cuarto poder.  También se enamora locamente de la mujer que le ha creado…, y ella que es su inventora empieza también a creer en él y en el movimiento de los Juan Nadie. Al símbolo le destruyen tan rápido como lo han creado, cuando empieza a ser peligroso, cuando ya no sirve para manipulaciones…, cuando empieza a decir verdades. Entonces él vuelve a la esencia de Juan Nadie, y se convierte en ese desempleado que escribió una primera carta diciendo que si antes de Navidad ningún político movía un dedo para ayudar y apoyar en tiempos difíciles a los Juan Nadie se tiraría desde la terraza del Ayuntamiento. Y, ahora, solo y apaleado, suber a la terraza del Ayuntamiento, para tirarse al vacío…, pero no todo está ni perdido ni destruido. (Juan Nadie, 1941,  de Frank Capra).

A Alex no le conocemos. Tan sólo sabemos que se ha suicidado en la casita del bosque de unos de sus mejores amigos. Asistimos a su entierro que sirve para que se reunan aquellos amigos universitarios que le quisieron y le recuerdan en un fin de semana que sirve para destapar sueños rotos y para mostrar que la vida sigue. No dejó una nota para explicar por qué se fue. Pero todos en el fondo entienden y saben. (Reencuentro, 1983, de Lawrence Kasdan)

Él es miembro del club de los poetas muertos. Alumno brillante, ama el teatro, y se siente cobarde ante la autoridad del padre que quiere otro futuro para él, le modela a su antojo y él se deja. Él es sensible, comprende al padre, no quiere hacer daño pero tiene claro que no quiere renunciar a sus sueños. Se rebela y cumple con sus sueños de actor. Su senbilidad sufre daño por el rechazo del padre que brutalmente corta sus aspiraciones. No encuentra salida. Comete la única rebeldía sin solución. Una rebeldía radical. Siente que no puede cumplir un sueño y que no puede rebelarse ante la autoridad paterna…, se pega un tiro. (El club de los poetas muertos, 1989, de Peter Weir).

Dos mujeres y un destino. Una, ama de casa joven y frustrada siempre anulada por un gilipollas que dice ser su esposo. Otra mujer que ha sufrido lo suyo y se niega la posibilidad de creer y ser feliz, termina ahogándose en la amargura porque no quiere que nadie vuelva a coartar su libertad. No quiere volver a creer y que después la duela hasta no aguantarlo más. Ambas descubren la libertad, ninguna quiere sumión alguna a un sistema que las ha hecho para siempre infelices. No creen en las manos tendidas y ambas prefieren eligir una muerte que las haga volar, juntas y libres. (Thelma y Louise, 1991, de Ridley Scott).

Los niños amargos. Los niños a los que la vida castiga duramente. Son niños y no comprenden o comprenden demasiado. No encuentran salida a una infacia robada. No saben a quién acudir. Son niños y su sufrimiento es tal que no ven más salida que el suicidio. Uno llega a la culminación, el otro en último momento no se consuma. A uno le puede el horror de la guerra que no comprende y que le envuelve con una telaraña difícil de romper. El otro está atrapado en casa familiar donde siente tan sólo rechazo y odio. Uno es rubio, el otro pelirrojo. Y ambos no encuentran otra salida que acabar con sus vidas. (Alemania, año cero, 1948, de Roberto Rossellini/ Siembra de dolor, 1927, de Julien Duvivier).

Algunos toda su vida es un suicidio continuo. Una autodestrucción consciente. Hasta que en un momento dado el corazón se para. Y el sufrimiento termina. No se dan oportunidad alguna. Uno se mata a base de alcohol, beber hasta morir, ni se deja redimir por el amor. La otra nunca descansa, consume drogas, alcohol y nunca duerme. Cuando sube a un escenario parece que todo se reconstruye…, pero después viene la vida. Ella se excede para aguantar el dolor. Un día de excesos, su corazón se para…, sólo así puede descansar. (Leaving las Vegas, 1995, de Mike Figgis/La Rosa, 1979, de Mark Rydell).

Algunas historias nos cuentan suicidios del pasado. Historias-leyenda del lejano Oeste donde duros hombres cansados se dejan la vida conscientemente y permiten que otros les maten… porque ya no pueden más. (El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Frost, 2007, de Andrew Dominik).

A otros les lleva la calumnia. Las presiones que sienten encima por la comunidad que les rodea que les fastidian la vida. Ella es maestra. Una niña lanza un bulo. Contra ella y contra su otra compañera, también maestra. Eso será su destrucción. Aparentemente fuerte, esta maestra se derrumba ante la presión y sobre todo cuando siente que toda su vida ha ocultado su inclinación sexual por miedo al rechazo. La calumnia pone en evidencia que no iba desencaminada. No soporta la presión y el rechazo. Decide dejar de luchar. (La calumnia, 1962, William Wyler).

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