Lejos de la tierra quemada / A ciegas

Las películas del guionista mexicano (y ahora director) Guillermo Arriaga y del director brasileño Fernando Meirelles son muy distintas pero ambas han dejado una semejante sensación en mí como espectadora. 

Tanto A ciegas como Lejos de la tierra quemada tienen una serie de virtudes (que por momentos piensas que vas a atisbar algo grande) pero también otra serie de defectos que para mí finalmente vencen para no ser las películas que esperaba. 

Y me explico, con las dos salí absolutamente fría del cine. Ninguna me emocionó y no fui capaz de acercarme a ninguno de los protagonistas, ni simpatizar con ellos. 

Las dos películas son dolorosas y duras pero tal es el hincapié en el dolor y en la dureza, en el drama, que al final surge la frialdad más absoluta que quita toda emoción a las historias (más fría la de Arriaga si empezamos una competición en hielo). El distanciamiento aquí con los personajes no ayuda, no se produce catarsis alguna. A ambas películas les falta alma o ese punto que las haría especiales. 

Guillermo Arriaga demuestra que sabe de guiones y estructuras. Ya lo demostró en sus trabajos en solitario y en su trilogía junto al director Alejandro González Iñárritu. Al igual que se muestra como director que domina técnica, que tiene mirada sensible. Logra junto a su director de fotografía Robert Elswit (fue el mismo que logró momentos inolvidables en Pozos de ambición) imágenes de gran belleza e impacto pero, ya dije antes, sin alma. El dolor y sufrimiento que fluía y emocionaba en la trilogía con Iñárritu (Amores perros, 21 gramos y Babel) aquí lo sentí distante, seco y frío. Sin poder creerlo, sin poder acercarme a él. 

Fernando Meirelles que adapta a su mirada cinematográfica otra novela (y que es experto en dejarnos su huella en esas adaptaciones, ya lo hizo con Ciudad de Dios y con El jardinero fiel), toma la novela de Saramago y vuelve a imprimir su peculiar visión…, pero se queda en el camino. En sus otras producciones me perdía en su alma y nervio. Aquí me falta…, a pesar de la cantidad de aciertos. También realiza junto a su director de fotografía habitual, César Charlone, secuencias maestras y recursos muy bien empleados. ¿Pero dónde se quedó la emoción, el alma y el nervio? 

Reconozco que también me influyó que hacía apenas unos meses me había leído por primera vez Ensayo sobre la ceguera y había sentido mil y una sensaciones. Me sentí atrapada ante la fuerza dramática de la novela, ante todas las preguntas que me planteaba y todos los momentos para mí sensacionales (eché de menos más reflejo de la solidaridad entre las mujeres y un mayor desarrollo de la historia entre la joven de gafas oscuras y el hombre anciano con parche en el ojo) que se desarrollaban en cada una de las páginas. Y aunque reconozco también que Fernando Meirelles logra atrapar algunos de estos momentos y transmitir los momentos de angustia… al final me ganó la frialdad de algunos momentos, la belleza de otros y no poder disfrutar un todo, una obra total. El guión de Don McKeller no está mal construido y capta la esencia de la novela… pero…, no sé. No me inquieta. 

Las dos películas contaban con actrices femeninas protagonistas como uno de sus puntos fuertes. En Lejos de la tierra quemada, las protagonistas son Charlize Theron, que a mí personalmente no me llega a entusiasmar, pero que se está construyendo una carrera en la que elige de manera inteligente sus proyectos. Quizá está demasiado preocupada en demostrar que es gran actriz dramática y eso me parece que no la relaja en sus interpretaciones y que cada vez tienen menos frescura. Quizá no estaría mal que nos deleitara con una comedia, un musical, o una comedia romántica, un género alejado de lo que habitualmente está realizando. La otra es una Kim Basinger correcta pero que no llega a creerse su papel de actriz. Ahora, como mujer bella con mirada triste y perdida no la gana nadie. En A ciegas nos da recital una de las grandes, Julianne Moore y a mí personalmente no me decepciona. Por otra parte en ambas, jóvenes actrices logran buenos papeles y buenas interpretaciones, en la de Arriaga la joven Jennifer Lawrence y la niña Tessa Ia y en la de Meirelles, la joven de gafas oscuras, Alice Braga. 

Lástima que de las dos no salí con los ojos llenos de celuloide. Vi en ambas imágenes bellas, películas impecables en la técnica, pero apenas sentí. Quizá tanto dolor en pantalla, que otras veces me conmueve y revuelve, aquí me dejó una sensación de frialdad y distancia.

Amores con un extraño (Love with the proper stranger, 1963) de Robert Mulligan

Hay películas lindas que caen en el olvido y, sin embargo, una vez rescatadas siguen siendo lindas. Y eso es lo que ocurre con Amores con un extraño. No es una gran película ni una obra de arte pero es sencilla y tierna. Cuenta con una banda sonora preciosa (claro, ahí está Elmer Bernstein), con una pareja de actores llena de química y glamour, con un guión correcto y una bonita fotografía.

La película trata de seguir el pulso de una historia de todos los días. Los ambientes y los momentos son reales y frescos. Y te dejas llevar por el encanto de una estupenda Natalie Wood y, por supuesto, de toda la personalidad de un Steve Mcqueen.

Como es el reflejo de la vida misma, la película pasa de la risa al drama, del drama a la risa. Nos refleja las relaciones personales entre padres e hijos, entre hermanos, entre parejas del pasado y parejas del presente. Hay mucho detalle en las situaciones y mucho cariño por los personajes. Algo a lo que ya nos tenía acostumbrado su director Robert Mulligan que reflejó como nadie el mundo de la infancia en esa joya que se titula Matar a un ruiseñor.

La historia es tierna. Muy tierna. Una muchacha de origen italiano de familia católica, tiene un desliz una noche con un atractivo músico. Una aventura de una sola noche. Ambos, obviamente, no vuelven a verse. Pero un día la chica localiza al músico sólo para informarle de que se ha quedado embarazada y que no quiere molestarle sólo si puede ayudarla a buscar un médico para poder abortar.

A partir de ahí el muchacho irresponsable y bohemio que va dando tumbos por la vida… se siente responsable de la situación de la chica. Y ahí va empezando una tranquila y linda historia de amor. De unión de soledades. Según vas viendo la historia esbozas sonrisas y alguna lágrima.

Y una pregunta queda en el aire: ¿cómo nadie volvió a apostar por juntar a Natalie Wood y Steve Mcqueen?

Me gustaría lanzar una opinión: Wood tenía un encanto físico e interpretativo único. Aparece ella y la pantalla se ilumina. Una cualidad que tienen pocas actrices (por ejemplo, Audrey Hepburn o en los años noventa una joven Winona Ryder —sigo sin entender su exclusión de las pantallas cinematográficas—). Quizá a esta actriz lo que la falló fue su intuición a la hora de elegir ciertos papeles o películas.

En esta sencilla historia amor, ambos actores nos dejan un bello recuerdo. Con una melancólica fotografía en blanco y negro y una bella melodía…,vemos nacer un sentimiento antiguo pero siempre vital.

Un momento inolvidable… con una puerta que se abre o se cierra

John Wayne sale de nuevo al salvaje oeste, solitario, dejando abierta una puerta de un hogar que nunca será el suyo (Centauros del desierto).

Al Pacino, Carlito, totalmente asediado por el deseo hacia su Gale, la chica de sus sueños… rompe la puerta, salvaje, para quererla dulcemente (Atrapado por su pasado).

Brando, Terry, boxeador asustado porque su chica no le quiera o le juzgue… arrampla también con una puerta para poder abrazar a su mujer amada y rubia y calmarla con un beso profundo. Para que después ella le calme (La ley del silencio).

El escritor loco con un hacha en mansión aislada, poseido, rompe a hachazos la puerta del baño donde su aterrorizada mujer con cuchillo en mano trata de escapar de la pesadilla (El resplandor).

Todo el horror de la guerra en joven con problemas de salud mental por secuelas del horror de Vietnam. En hospital de veteranos a la vista de todos se encierra en habitación con puerta con cristal… compañeros que nada pueden hacer ven como el joven, desesperado, se quita la vida con inyección de aire. Una puerta que no se abre a tiempo (El regreso).

Una puerta entreabierta, el profesor Keating recoge sus pertenencias, un alumno le mira. Un alumno tímido que de pronto, con coraje, se sube a una mesa y trata de mostrar al profesor despedido lo que ha significado. Poco a poco otros van siguiendo su ejemplo. Keating avanza por la clase, se da la vuelta, sonríe y da las gracias… y se marcha por otra puerta. Pero ha dejado una huella (El club de los poetas muertos).

Diccionario cinematográfico (94)

Actores (II): ayer me quedé pensando en esta profesión. Una profesión hermosa que permite manejar las emociones, los sentimientos, los gestos… Una profesión que cuenta con varias herramientas fundamentales: la memoria, el propio cuerpo, la voz, la inteligencia intelectual y emocional, el instinto, el subsconciente… Debe ser sensación mágica tanto en escenario de teatro, como en pantalla de cine e incluso de televisión el convertirse en otra persona, en personaje con alma y cabeza. Debe ser mágico transmutarse en otro y darse cuenta de que a través del cuerpo, las miradas, la voz… transmites al espectador. 

De pronto el espectador se convierte en esa persona que se mete de lleno en tu interpretación y siente un abanico de sensaciones emocionantes. Quizá alguna vez el actor siente cómo el espectador está tan metido en la película u obra que, de pronto, se de cuenta que las herramientas con las que cuenta están sirviendo para la creación de un personaje y para transmitir mil y una sensaciones, reflexiones… 

Debe ser un alivio, una alegría, y un suspirar por el trabajo bien realizado cuando el actor se enfrenta a un personaje…, y lo entiende. Y se empapa. Y lo interpreta. Y se transmuta. Y se convierte en otro. Ufff, qué trabajo. Qué emocionante trabajo. Lleno también de recovecos y pánicos… ¿y si no me transformo?¿Y si no transmito? ¿Y si no entiendo? 

Técnica, trabajo, creatividad…, y a veces, gracias, momentos mágicos. Son otros. Y los espectadores somos testigos privilegiados.

Gran Torino

Hacia tiempo que no veía vibrar tanto una sala de cine con una película y que el público se identificara o disfrutara con el héroe de la función. Y eso paso el otro día con la última película de Clint Eastwood. Película que dirige y protagoniza. Los espectadores se reían, murmuraban, gritaban, lloraban y vivían fotograma a fotograma las aventuras y desventuras de Walt Kowalski. 

Walt es un hombre mayor, un veterano de la guerra de Corea, que acaba de quedarse viudo —de una mujer que sin duda supo quererle y manejarle—. Walt parece siempre malhumorado, en tensión, y ahora sin su mujer, perdido. Esto hace que sea más malhablado, que cuide menos su salud, que se relacione menos…, además a pesar de que él mismo es un inmigrante de origen polaco y que ha vivido siempre entre italianos o irlandeses, no mira con buenos ojos a sus nuevos vecinos…, venidos también de tierras lejanas. Para rizar el rizo, nuestro Walt también es racista. Él valora todas las actitudes del macho ibérico, del tío con un par de huevos…, y todos y todas os diréis ¡¡¡pues menuda joya!!! Y ahí está la magia del personaje: terminas queriéndole, te metes de lleno en su transformación. Te crees su vinculación con unos vecinos vietnamitas de la etnia Hmong que le ofrecen mucho más cariño, relación y preocupación que sus propios hijos, nueras o nietos (con los que ya hace tiempo perdió la batalla de conseguir algún tipo de comunicación). 

De pronto Walt deja su aislamiento y se conmueve y transforma junto a los dos adolescentes que viven en la casa de al lado. Dos adolescentes que viven en un barrio violento y lleno de peligrosas pandillas y que cada día tratan de sobrevivir. Dos adolescentes que se comportan y relacionan con Walt de una manera natural. Y los tres llegan a quererse y mucho. De pronto, Walt vuelca todo el cariño que tenía oculto y se toma como batalla personal que estos jóvenes consigan salir del entorno violento que les rodea. Se convierte en guardián. 

A punto de cumplir ochenta años y con una presencia que quita la respiración, Clint Eastwood se queda con la platea. No sólo dirige una película a lo clásico sino que crea un personaje que se convierte en héroe y que se lleva toda la simpatía del que le contempla. A pesar de su lenguaje, a pesar de su actitud, a pesar de los errores del pasado, a pesar de ser hombre atormentado… 

Desde el joven cura, que vela por Walt (porque se lo suplicó una y otra vez su mujer) hasta los jóvenes adolescentes así como otros miembros de la familia Hmong y demás vecinos giran alrededor de este anciano cascarrabias que guarda, aunque muy oculto a veces, una buena persona. Un hombre que durante toda su vida ha sabido más de la muerte que de la existencia y que arrastra los horrores de la guerra y la insatisfacción de haber matado a otros hombres y haberse dejado arrastrar por la crueldad de la supervivencia. 

Ahora es un hombre solitario y enfermo que, de pronto, decide salir de su aislamiento y mal humor continuo para ser recibido por una cultura totalmente diferente —y que él en un principio no dejaba de rechazar— y actuar como buen vecino. 

El Gran Torino es su pertenencia más preciada. Un coche antiguo al que cuida con esmero y lo tiene como reliquia en su garaje. Pero al final el Gran Torino cobrará vida porque será compartido y disfrutado. 

Walt en cada fotograma nos enternece sobre todo cuando se convierte en héroe. Porque ya no tiene nada que perder y sí mucho que ofrecer a dos jóvenes que les queda toda la vida por delante. Todo el mundo, incluido el joven cura, cree que Walt va a optar por la violencia…, nadie espera el hermoso sacrificio que realiza. ¡¡¡Y coño te emociona el abuelo!!!¡¡¡Abuelo, por cierto, muy interesante!!! 

Gran Torino no es una obra maestra o peliculón de siglo. Pero sí que es de esas viejas películas que te hacen vibrar, que te entretienen, que te hace creer en héroes y que todo el mundo puede cambiar… a mejor.

Diccionario cinematográfico (93)

Robbie y Cecilia: Cecilia y Robbie. Vuelve a mí. Y en el fondo los ojos de Briony Tallis en busca de expiación. Si me tirara, ¿me salvarías? Gracias por salvarme. Vuelve a mí. Los ojos de Robbie ven dos siluetas en la fuente. Una horquilla que representa una estrella brillante. Y dos amantes crucificados en la biblioteca. La pequeña Tallis lee: «En mis sueños te beso el coño, tu dulce coño húmedo. En mis pensamientos te hago el amor sin parar todo el día». Todos son apuntes para que cree una particular historia alrededor de Robbie y Cecilia. Dos jóvenes, de distintas clases sociales, que una cálida noche deciden tirar barreras sociales, prejucios y decirse que se aman y desean. A Briony se le escapa otra historia real que sus ojos de niña no ven. Y despechada en el amor por un Robbie ideal que se le escapa, comete un error imposible de enmendar. Cecilia y Robbie se separan. Ella con un vaporoso traje verde, le susurra al oído: Te quiero. Vuelve a mí. A él le obligan a bajar la cabeza y llevar sobre sus hombros un crimen que no ha cometido. Las clases altas y las apariencias no mueven un dedo por los jóvenes amantes y por la mentira de una niña. La vida sigue. 

Dunquerque. Segunda Guerra Mundial. Robbie sigue sucumbiendo ante el horror. Se siente enfermo. Llora ante lo que ve. Siente. Y sobrevive por el recuerdo de una casa en la playa con las ventanas azules. Vuelve a mí. Él sueña en volver con la cabeza bien alta y casarse con la amada Cecilia que le espera. Esa Cecilia que ha renunciado a la clase alta, a la familia, a las apariencias…, para que Robbie pueda volver a sus brazos. Briony es una adolescente atormentada que sigue dejando volar a su imaginación para buscar la manera de encontrar una expiación posible de su pecado de niña. Ahora tiene otra mirada. Empieza a recomponer todo el puzzle que vivió en aquel caluroso día de verano. Recuerda otra realidad, la que se le escapó. Y le hace daño. Ahora sigue los pasos de la hermana rebelde, sólo busca el perdón. Se convierte en severa enfermera pero la puede la sensibilidad. El soldado francés al que le huye la vida por la cabeza, que mira con ternura a la enfermera Tallis, que llora porque tiene miedo, y la dice con pena que la recuerda y la ama. Todo producto del desvarío de la muerte, de la vida que acaba, del miedo a cerrar los ojos sin recordar… Mientras Robbie se apaga entre sueños y enfermedades. Entre apariciones de la bella Cecilia y una casa en la playa, símbolo de la felicidad. Robbie llora, desesperado, ante pantalla de cine inmensa donde dos amantes franceses se aman y besan. Robbie encuentra un momento de descanso cuando la imagen de su madre le deja reposar, y le lava los pies. La playa de Dunquerque es pesadilla y quizá punto final de un viaje hacia la desolación. Quizá un viaje sin vuelta. Briony se encuentra con los dos jóvenes amantes a los que les cuesta el perdón, pero los ve juntos. Amándose… 

Una anciana Briony que ve como su vida se acaba. Deja su última novela donde devuelve a Robbie y a Cecilia toda la vida y felicidad que les arrebató. Les devuelve la casa con ventanas azules junto a la playa. Vuelve a mí. ¿Me salvarías? Gracias por salvarme. La anciana Tallis imagina la historia de dos amantes que se encuentran después de la mentira de una niña y siguen amándose. Aunque quizá todos los recuerdos sean mentira. Aunque quizá los dos amantes nunca volvieran a encontrarse. Aunque lo único que quedara quizá, de esa historia enterrada, fueran dos siluetas en la fuente. 

Cecilia y Robbie corren por la playa. 

Briony está sola. ¿Me salvarías? Quizá la creatividad y la imaginación la hayan salvado…, y un Robbie ideal que sólo susurra y desea a Cecilia.

La caja de música (Music Box, 1989) de Constantin Costa Gavras

La visión de El lector hizo que me acordara de una película que me impresionó muchísimo en el momento de su estreno: La caja de música. Su director Costa Gavras suele impactar con las historias que cuenta y las temáticas que toca: Z, Estado de sitio, Missing o El sendero de la traición son sólo un ejemplo.

Aquí nos empieza contando una historia familiar, de amor de padres, hijos y nietos. Un hombre, inmigrante húngaro, que dejó la vieja Europa después de la Segunda Guerra Mundial y se instaló en EEUU con sus dos hijos que se crían como ciudadanos americanos. Su hija (magnífica Jessica Lange) es una buena abogada criminalista.

La historia irá transformándose poco a poco en una historia de horror donde el abuelo y padre querido, el anciano contestario contra el régimen comunista de su antiguo país (y que ha críado solo a sus dos hijos) se convierte en sujeto sospechoso de crímenes de guerra durante la Segunda Guerra Mundial como un sádico oficial nazi capaz de los asesinatos más terribles.

Su hija, obviamente, cree que todo se debe a un error de identidades e incluso llega a pensar que es una maniobra del gobierno húngaro porque su padre es un conocido militante anticomunista.

Y ella actuará con todas sus armas (equivocándose a veces al ser demasiado agresiva) para demostrar la inocencia de su padre. Sin embargo, poco a poco, según va oyendo declaraciones, según va investigando la historia de su padre, ahora ese gran desconocido, y según se va relacionando con el fiscal del caso —una relación siempre tirante— empieza a dudar de la inocencia del padre.

Su viaje a Hungria para entrevistar a un testigo moribundo, su visita a los lugares que han descrito las víctimas y su conversación con la hermana de un amigo ya muerto de su padre (éste le daba cada mes una cantidad de dinero) hará que una hija con todo el dolor de su corazón empiece a abrir los ojos y a descubrir la cara oculta del padre.

En esa visita realiza un descubrimiento fatal y además regresa a su país con una tarjeta de una casa de préstamos para recoger algo que dejó el fallecido amigo. El juicio ya ha terminado y ha conseguido que el padre sea declarado inocente por falta de pruebas contundentes que demuestren su culpabilidad en los hechos tremendos del pasado. Sin embargo, ella acaba el juicio con la duda de la actuación en el pasado de ese padre que cada vez reconoce menos.

Cuando va a la casa de préstamos, lo que le dan a cambio es una caja de música. Una caja, inocente, antigua, hermosa…, ella respira tranquila y escucha la música y se maravilla del mecanismo cuando de repente…, aparecen, en escena tremenda, las pruebas irrefutables del pasado horrible del padre.

Y aquí esa hija, que descubre que su afable padre fue capaz de las cosas más horribles, tiene que tomar una decisión dolorosa. Más si cabe cuando trata de hablar con el padre al que ama pero del que ha descubierto el peor de los pasados (un padre monstruo e insensible) y éste no la escucha, no quiere escucharla, ni quiere reconocer un pasado que ha borrado.

Con escenas de un intimismo trágico y con interpretaciones que hacen temblar de una intensa Jessica Lange y un impresionante Armin Mueller-Stahl es una película que merece la pena volver a revisitar. Aunque nos lleve a un viaje pesadilla y a reflexiones dolorosas.

Curiosidades de cine y literatura

Antonio Machado no era amante de la gran pantalla, ya lo dijo “el cine, ese invento del demonio”. ¿Qué películas vería el poeta?¿Por qué no se sentiría embrujado por la proyección de sombras con alma? 

A Ramón Gómez de la Serna le iba tanto que escribió original novela, Cinelandia. 

Azorín ya lo descubrió mayor y con prestigio… y cayó en la cinefilia absoluta. Con Rebeca o La heredera gozaba el hombre anciano que vivía vidas que nunca protagonizó. 

De pronto Vicente Blasco Ibáñez se convirtió en famoso escritor de best seller. En Hollywood no fueron ajenos. Y compraban los derechos de sus novelas para que fueran protagonizadas por estrellas del momento: Greta Garbo, Rodolfo Valentino… 

Federico García Lorca nunca fue ajeno a este arte y tan sólo una de las pruebas es cómo se sintió atrapado por los grandes maestros cómicos del cine mudo. Dos pequeñas obras nos dicen al oído esa influencia mágica que también se vería en alguna de sus grandes obras dramáticas. Si podéis echar un vistazo a El paseo de Buster Keaton y Muerte de la madre de Charlot.

El lector

Aviso al lector: si no has ido a verla. Si no sabes de qué va esta historia: primero, vete a un cine, envuélvete en esta historia, y si quieres cuando pasen uno o dos días, lee este post.  

Primero, leí la novela que cayó hace unos años en mis manos. Y me atrapó. El lector de Bernhard Schlink es una novela breve pero intensa. Dos son los personajes principales: Michael y Hanna. Y los dos te hacen recorrer una senda llena de sensualidad, amor, horror, dilema moral y perdón. 

Stephen Daldry (Billy Elliot y Las horas) se mete de lleno en la adaptación de esta historia y en las heridas de la humanidad. Tanto el libro como la película hacen pensar e incomodan. Van más allá del horror. 

La película parte de un hecho: un joven adolescente inicia una relación sexual con una compleja y atormentada mujer. El joven queda conmovido y transformado por una mujer que le guía por los recovecos del sexo y la sensualidad. Ella sólo le pide algo a cambio: que le lea historias y novelas. Y entre cama y cama, leen la odisea, la dama del perrito, el amante de Lady Chatterley, guerra y paz, las aventuras de tintín… 

Un día misteriosamente… Hanna desaparece para siempre de la vida del adolescente que queda profundamente marcado. 

La historia parece una narración más de iniciación sexual. Del paso de la adolescencia a la madurez. Esta primera parte, bellamente contada y filmada, te atrapa. 

Después pasan unos años. Y ese adolescente es un prometedor estudiante de Derecho. Y en unas prácticas acude a un juicio. Ese juicio es el de un grupo de mujeres que fueron guardianas de las SS y que en un momento dado permitieron que trescientas mujeres murieran abrasadas en un edificio. Y para horror del joven, una de las guardianas es su Hanna, su primer amor. El conflicto está servido. 

Incomoda. ¿Por qué? Porque de alguna manera, no justificas a Hanna pero llegas a entender algo sus acciones e incluso terminas sintiendo compasión. La novela se centra en un caso concreto de una mujer analfabeta que tiene un sentido del deber a prueba de bomba sea el trabajo que tenga que llevar a cabo. Incluso si es una carcelera de las SS. Con una sinceridad, que hiere al espectador, ella confiesa que si su deber es hacer una selección de mujeres que irán a muerte segura, la hace. Si hay que impedir el caos y evitar que 300 mujeres escapen aunque terminen ardiendo, ella cumple mandatos.  

Hanna tiene una vergüenza oculta, algo que su orgullo no permite que salga a la luz, algo que la corroe y que termina convirtiéndola en una máquina, algo que mina su humanidad… Hanna no sabe ni escribir ni leer. Durante el juicio, su sinceridad horroriza, no entiende las preguntas que la plantean. Ella está convencida de haber realizado correctamente su trabajo. Está bloqueada y no se plantea si su acción está bien o mal. Puede más su vergüenza a reconocer que es una ignorante, a cargar con la culpa de un crimen horrible e inimaginable. Increíble pero cierto. Así impresiona su mirada y su voz cuando pregunta al fiscal: ¿Y usted qué hubiera hecho? 

Y esta pregunta tiene un fondo que muchas veces se plantea cuando se analizan las acciones que se realizaron bajo el régimen nazi durante la segunda guerra mundial: muchos fueron las cabezas pensantes, muchos fueron los que dieron las órdenes pero también fueron muchas personas quienes ejecutaron esas órdenes y muchísimas las que prefirieron vivir en la ignorancia o ignorar lo que estaba ocurriendo (por favor, no olvidemos otras joyas cinematográficas que han tenido un planteamiento similar, de analizar los motivos concretos de una persona que se ponía al lado del régimen nazi: Vencedores y vencidos —y el personaje de Burt Lancaster, un reputado científico o el de Marlene Dietrich, una mujer que prefiere obviar u olvidar la realidad—, El baile de los malditos —y el personaje de Marlon Brando, un oficial nazi—). La cuestión es analizar cómo pudieron llevarse a cabo actos tan horribles, cuáles fueron las razones que implicaron a la mayoría de una población a permitir el horror, la muerte, el silencio y el caos… 

Incomoda. Porque como dice uno de los jóvenes estudiantes de derecho, al asistir a ese juicio, lo que deseas es lo peor para esas mujeres que además muestran mínimo arrepentimiento por no decir ninguno. Y también porque ellas, como sigue diciendo este muchacho, fueron marionetas que ejecutaban órdenes horribles. Con ellas y su juicio y castigo, no se repara el horror, no se juzga a los principales ejecutores, a los ideólogos, a los que firmaban órdenes… Como en un futuro dice una Hanna en cadena perpetua, los muertos siguen muertos. 

Incomoda. Porque tal como está narrada la historia, entiendes el dilema moral y el dolor de ese joven que se enfrenta a que su primer amor fue un ser humano capaz de las más horribles cosas. Entiendes que le marque de por vida. Entiendes el dolor y la mala conciencia que se le queda para siempre después de ocultar la prueba que hubiera supuesto una pena menor a la acusada. Entiendes que no se puede desprender jamás de Hanna y que sea algo que le persiga para siempre. Entiendes que trate de comprenderla, aunque sea algo que le supere. 

Emociona. Emociona esa mujer condenada de por vida. Encerrada entre muros. Y ese joven que se hace hombre atormentado y para tratar de reparar su mala conciencia, a lo largo de los años, envía cintas grabadas a Hanna con la lectura de diversas novelas. Emociona como Hanna, a lo largo de sus años de cautiverio se refugia en las cintas y cómo decide acabar con aquello que la ha convertido en máquina: se pone a aprender a leer y escribir. Emociona como Hanna, dentro de su sentido del deber, su orgullo y rectitud, puede que intuya lo horrible de sus actos. Y nunca deje de ser mujer atormentada. Emociona ver los esfuerzos de un hombre que no puede desprenderse de ese primer amor que aunque parezca máquina que no distingue bien del mal, él conoce que escondía humanidad… 

Incomoda y emociona. Por eso merece la pena verla. 

Mención aparte merece la correcta dirección. El guión bien construido. Las interpretaciones, que consiguen la empatía con el público, de Kate Winslet, Ralh Fiennes (Michael maduro) y David Kross (Michael adolescente). Y un último recuerdo a dos hombres que amaban el cine y aquí ejercieron su último trabajo como productores: Sydney Pollack y Anthony Minghella.

Raquel, raquel (Rachel, rachel, 1968) de Paul Newman

Con la muerte del actor de ojos azules, se están editando varias de sus películas en dvd. Ya hablé en su momento de la labor de Paul Newman como director y de cómo su obra en este terreno no era fácil de encontrar ni era demasiado difundida. Ahora tenemos la oportunidad de disfrutar de su debú como director en una cinta intimista (tipo de cine muy en boga a finales de los años sesenta que preludiaba ya cambios en la cinematografía norteamericana y el advenimiento de una nueva etapa dorada).

No hay nada más que recordar películas como la que nos ocupa, las del director John Cassavettes (de aquel mismo año, Faces), Reflejos de un ojo dorado (1967) de John Huston o El nadador (1969) de Frank Perry. Por sólo nombrar algunos ejemplos.

Como ya escribí en un post en 2007 en la serie de Actores detrás de las cámaras: “Paul Newman empezó a dirigir en el año 1968 donde dio el papel protagonista a su esposa Joanne Woodward en Raquel, Raquel. Se puede entender que uno de los principales motivos por los que se puso tras la cámara fue por impulsar y dar buenos papeles a Joanne. Una buena actriz que ha sido muy desaprovechada por la industria. 

Raquel, Raquel tuvo en su momento un buen recibimiento y buenas críticas. Supuso un éxito profesional para la pareja que consiguieron el premio de la crítica de Nueva York a la mejor dirección y mejor actriz por esta película. Joanne consiguió una nominación a los oscar como mejor actriz. La película cuenta la historia de una maestra soltera que vive con su madre y que decide tomar las riendas de su vida. Es una película que está alejada de los circuitos de distribución. De momento, que yo sepa,  no se ha editado en dvd ni ha sido emitida desde hace tiempo en televisión”. 

Ahora, la tengo reciente en mi memoria, la película es la adaptación de una novela, Una burla de Dios de la escritora Margaret Laurence; el guión está escrito por el guionista Stewart Stern (que fue también autor de Rebelde sin causa), la dirección corre a cargo del actor de ojos azules y la actriz principal es su mujer, la olvidada y poco reivindicada Joan Woodward.

Raquel, raquel es la radiografía de una mujer. La protagonista queda desnuda ante los ojos del espectador. Sabemos todo lo que piensa y siente, lo que recuerda. Lo que imagina. Asistimos a su personalidad, a sus miedos, a su mirada y acciones. Una película donde se encierran todas las emociones de una mujer concreta, llena de matices, con una interpretación completa de una Joan Woodward que genera todo tipo de sentimientos.

Raquel es una maestra de escuela que esconde todos sus miedos. Su vida transcurre lenta en una pequeña localidad. Raquel nunca ha sido valiente en sus sentimientos, se ha encerrado en sí misma, siempre marcada desde pequeña por la muerte y el rechazo (su padre trabajaba en la funeraria de la localidad) y una madre dominante, siempre dependiente; Raquel es incapaz de disfrutar de la vida. De la alegría. De las pequeñas cosas hermosas que ofrece la vida. Es una mujer con un fuerte mundo interior pero incapaz de exteriorizarlo, incapaz de tirarse a la piscina de los sentimientos, de experimentar, de huir, de equivocarse, de amar…, por eso a sus treinta y cinco años jamás ha sido capaz de atreverse a iniciar una relación. Siente incapacidad de creer en la magia de los actos cotidianos. Se encierra en su mundo de maestra y en su relación enfermiza con su madre. Tan sólo tiene una amiga, otra maestra (otro personaje digno de análisis, una mujer más valiente pero también atrapada por sus miedos y por las presiones sociales. Sin palabras deja la escena de esa reunión de las dos amigas con una especie de falso y desagradable predicador que acentúa más la soledad en la que viven un montón de personajes y la incapacidad de relación y de amor).

Sin embargo, Raquel es consciente de que se está perdiendo cosas en su vida por su cobardía frente a sus sentimientos. Y quiere volar. Huir. Avanzar, dar un paso, ser capaz de equivocarse…Y la película nos cuenta de manera sencilla, melancólica y triste, el momento en que Raquel decide dar un paso en su vida, de abrirse ante sus miedos, de experimentar e incluso de tratar de dar un cambio a su vida. Y ese paso no es fácil, y es vacilante y lleno de miedos. Pero lo da. Se libera tan sólo un poco. Pero la protagonista lo logra.

Ese primer paso supone su primer acercamiento más allá de dos palabras a un hombre. Que no es el mejor de los hombres. Que no es el príncipe que rescata a la maestra y la abre los ojos a un mundo enorme. Que no es el hombre que la ama y la libera, que la arrastra. No, sólo es un hombre que en un momento se encuentra aburrido y solo y decide que va a compartir esa soledad de unos días con la tímida Raquel…, sin embargo, a ella esta anécdota la supone un montón de cambios. Supone que sus sentimientos sean un volcán en erupción. La permite dar un primer paso. Quizá no sea mucho, quizá siga con su hermética vida. Pero por primera vez ha sido capaz de sentir, con algo menos de miedo. Por primera vez ha sido capaz de hablar cara a cara con su madre y enfrentarse a su relación. Por primera vez ha sido capaz de ahondar más en su única amistad. Por primera vez empieza a tener claro que es lo que quiere, que no quiere perderse la experiencia de crear vida. Por primera vez ha sido capaz de que su vecino (el nuevo dueño de la funeraria) se convierta en persona cercana…, ha abierto una puerta.

Película intimista para disfrutar en soledad. Deja un halo de tristeza pero también de esperanza y de buenos deseos hacia una Raquel que quizá, no lo sabemos muy bien, consiga abrirse y darse una oportunidad de ser feliz.