Gran Torino

Hacia tiempo que no veía vibrar tanto una sala de cine con una película y que el público se identificara o disfrutara con el héroe de la función. Y eso paso el otro día con la última película de Clint Eastwood. Película que dirige y protagoniza. Los espectadores se reían, murmuraban, gritaban, lloraban y vivían fotograma a fotograma las aventuras y desventuras de Walt Kowalski. 

Walt es un hombre mayor, un veterano de la guerra de Corea, que acaba de quedarse viudo —de una mujer que sin duda supo quererle y manejarle—. Walt parece siempre malhumorado, en tensión, y ahora sin su mujer, perdido. Esto hace que sea más malhablado, que cuide menos su salud, que se relacione menos…, además a pesar de que él mismo es un inmigrante de origen polaco y que ha vivido siempre entre italianos o irlandeses, no mira con buenos ojos a sus nuevos vecinos…, venidos también de tierras lejanas. Para rizar el rizo, nuestro Walt también es racista. Él valora todas las actitudes del macho ibérico, del tío con un par de huevos…, y todos y todas os diréis ¡¡¡pues menuda joya!!! Y ahí está la magia del personaje: terminas queriéndole, te metes de lleno en su transformación. Te crees su vinculación con unos vecinos vietnamitas de la etnia Hmong que le ofrecen mucho más cariño, relación y preocupación que sus propios hijos, nueras o nietos (con los que ya hace tiempo perdió la batalla de conseguir algún tipo de comunicación). 

De pronto Walt deja su aislamiento y se conmueve y transforma junto a los dos adolescentes que viven en la casa de al lado. Dos adolescentes que viven en un barrio violento y lleno de peligrosas pandillas y que cada día tratan de sobrevivir. Dos adolescentes que se comportan y relacionan con Walt de una manera natural. Y los tres llegan a quererse y mucho. De pronto, Walt vuelca todo el cariño que tenía oculto y se toma como batalla personal que estos jóvenes consigan salir del entorno violento que les rodea. Se convierte en guardián. 

A punto de cumplir ochenta años y con una presencia que quita la respiración, Clint Eastwood se queda con la platea. No sólo dirige una película a lo clásico sino que crea un personaje que se convierte en héroe y que se lleva toda la simpatía del que le contempla. A pesar de su lenguaje, a pesar de su actitud, a pesar de los errores del pasado, a pesar de ser hombre atormentado… 

Desde el joven cura, que vela por Walt (porque se lo suplicó una y otra vez su mujer) hasta los jóvenes adolescentes así como otros miembros de la familia Hmong y demás vecinos giran alrededor de este anciano cascarrabias que guarda, aunque muy oculto a veces, una buena persona. Un hombre que durante toda su vida ha sabido más de la muerte que de la existencia y que arrastra los horrores de la guerra y la insatisfacción de haber matado a otros hombres y haberse dejado arrastrar por la crueldad de la supervivencia. 

Ahora es un hombre solitario y enfermo que, de pronto, decide salir de su aislamiento y mal humor continuo para ser recibido por una cultura totalmente diferente —y que él en un principio no dejaba de rechazar— y actuar como buen vecino. 

El Gran Torino es su pertenencia más preciada. Un coche antiguo al que cuida con esmero y lo tiene como reliquia en su garaje. Pero al final el Gran Torino cobrará vida porque será compartido y disfrutado. 

Walt en cada fotograma nos enternece sobre todo cuando se convierte en héroe. Porque ya no tiene nada que perder y sí mucho que ofrecer a dos jóvenes que les queda toda la vida por delante. Todo el mundo, incluido el joven cura, cree que Walt va a optar por la violencia…, nadie espera el hermoso sacrificio que realiza. ¡¡¡Y coño te emociona el abuelo!!!¡¡¡Abuelo, por cierto, muy interesante!!! 

Gran Torino no es una obra maestra o peliculón de siglo. Pero sí que es de esas viejas películas que te hacen vibrar, que te entretienen, que te hace creer en héroes y que todo el mundo puede cambiar… a mejor.

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