Rebeldes (The outsiders, 1983) de Francis Ford Coppola

A finales de los años sesenta, una joven escritora S. E. Hinton publicó una novela sobre amistad, jóvenes, pandillas… entre sus páginas había tragedia y drama pero expresaba los sentimientos, miedos y dudas de adolescentes cuyas situaciones económicas y familiares les hacían estar más en el margen e imbuidos en un ambiente de violencia del que les parecía casi imposible salir. Esa primera novela fue Rebeldes (1967). Ocho años más tarde lanzó La ley de la calle y sus protagonistas seguían siendo adolescentes en ambientes conflictivos. La amistad, las pandillas y la salida a la violencia seguían siendo las señas de identidad. Son dos novelas juveniles que siguen embaucando a nuevas generaciones.

En los años ochenta, Francis Ford Coppola era un director de prestigio con éxito, oscars pero también protagonista de sonoros fracasos cinematográficos que prácticamente le llevan a la ruina (Corazonada). Y en un mismo año se lanza a la adaptación de estas dos novelas de culto entre un público joven. Nace primero Rebeldes y poco después La ley de la calle (que ya he comentado alguna vez). Y las dos son puro cine, de jóvenes rebeldes y nostalgias con unas gotas de tragedia, poesía y belleza.

Coppola reunió a un grupo de jóvenes actores —muchos de ellos hoy prácticamente olvidados pero que en su momento fueron un auténtico boom que se fue deshinchando. Los llamaron los Brat Pack (atajo de mocosos), nómina que fue creciendo en otras películas del momento de corte similar— con carisma que se convirtieron en los sensibles y tristes personajes de las novelas de Hinton.

La historia es muy simple, y otras veces vista en pantalla. Un barrio. Dos pandillas. Los grasientos y los dandis. Unos con muchos problemas económicos y sociales, otros niños de papá o pijos. Un hecho hace que por un lado crezca la violencia, que por otro se vea la inutilidad de esa violencia y por último haya tragedia y víctimas. Los protagonistas de la función son Los grasientos, y en particular, tres de ellos. Amigos y colegas. Ponyboy, Johnny y Dallas. Y la película, breve y poética, irá desgranando el destino de cada uno de ellos. Triste, triste, triste.

Ponyboy es un muchacho huérfano que vive con sus dos hermanos mayores y que tiene una sensibilidad a flor de piel. Le gusta leer y escribir. Le gusta pensar y entender. Trata de sobrevivir en un mundo violento. Se debate entre golpear, superar el rechazo que siente cada día o emprender oportunidades que de alguna manera sabe que se le escapan.

Johnny es un chico de barrio marginal que ya está cansado del enfrentamiento y de la violencia. Que vive cada día con el miedo en el rostro. Que tiene ganas de salir del barrio y conseguir una vida mejor donde no existan las diferencias, las pandillas, los golpes, un sitio donde vivir en paz y no sufrir además las peleas diarias de sus padres…

Y, por último, el mayor de los tres, Dallas, y el que se siente más golpeado. Es el chico duro de la función. Le han puteado. Y ahora tiene una filosofía clara: no ayudes a los demás, ayúdate a ti mismo. Ha estado en un reformatorio, y sabe que ha vuelto peor que como entró. Tiene el corazón herido, con rabia, y va contra toda la sociedad. Lo único que le calma son sus amigos.

Los tres tienen los rostros de dos jóvenes que se quedaron en promesas y un tercero que sigue una carrera (que de vez en cuando da una que otra sorpresa): C. Thomas Howell (totalmente en el olvido), Ralph Macchio (después de Karate Kid…nadie supo) y Matt Dillon (que tiene su trilogía de oro con esta película, La ley de la calle y Drugstore cowboy).

El reparto contaba con otros jóvenes promesas que eran los otros grasientos. Los hermanos de Ponyboy con cara de Patrick Swayze y Rob Lowe y los otros colegas que no eran otros que Emilio Estévez y Tom Cruise. El papel de joven dama entre los dos grupos y nexo de unión fue una jovencísima Diane Lane (que también tuvo su papel en La ley de la calle).

Con una bonita canción de Stevie Wonder como banda sonora, un bello poema sobre el amanecer, la presencia de una novela épica como Lo que el viento se llevó, Coppola pasea a sus protagonistas por una triste historia de pandillas y violencia donde sólo quedan víctimas y el entendimiento de Ponyboy, el narrador de la historia, de que hay algo más allá del barrio, las pandillas, las peleas, la miseria y los golpes.

Coppola trata a sus personajes con gran cariño y trata de que los tres amigos cometan un acto heroico que cambiará el rumbo de sus vidas. El entorno, la violencia y la mala suerte no dejará descanso a tres chicos que todo el mundo ve como conflictivos pero que todos los espectadores vemos como jóvenes, tan sólo niños con reveses.

Y justo cuando Johnny recupera las ganas de vivir y tal vez se ve capaz de hacer otras cosas. Se siente joven y con mucho por delante cierra los ojos… Y el más duro de los duros, Dallas, se siente más roto todavía y como niño perdido pierde la cabeza y hace tonterías. Él no se da cuenta de que la vida merece más la pena de lo que parece y tampoco le dejan. Sólo es un niño pero unas cuantas balas le dejan en una calle, tirado y bien muerto. Sólo queda un Ponyboy que deja la juventud a un lado… y coge su pluma. Sus amigos no caerán en olvido.