Retazos de cine: hilera de descubrimientos entre Allan Dwan y el grand guignol

1.- Continúo con la filmografía de Allan Dwan que sigue evidenciándome que tras productos de bajo presupuesto, malos guiones y otros asuntos… hay un director con poderosas “artes” cinematográficas que deja vislumbrar escenas de cine. Esta vez las películas son Passion (1954) y El jugador (1955). Dejando a parte los ejercicios kitschs de en la primera ver a la reina del Technicolor, Yvonne de Carlo en un doble papel (hay una familia y dos hermanas, ella es las dos hermanas, sólo explicable por un asunto de presupuesto… no hay otra justificación) donde la distinta personalidad de ambos personajes es por la ropa que lleva, el corte de pelo y el gesto aguerrido de una y el femenino dulce de la otra; y en la segunda quedarte en estado de shock al descubrir que el amigo sin dobleces, leal, valiente y recto tiene el rostro del futuro presidente de los EEUU, Ronald Reagan (que no puede evitar su falta de química), es evidente que se pueden vislumbrar sorpresas sobre todo en la puesta en escena de estas historias.

El jugador es bastante mejor en muchísimos aspectos (desde un guion mejor armado a una puesta en escena más regular) que Passion donde hay que indagar más aunque tiene cierta gracia kitsch. En Passion nos vamos a una California mexicana… con un imposible Cornel Wilde como héroe vengativo mexicano, Juan Obregón o más alucinación ante un representante de la ley con atuendo mexicano y rostro de Raymond Burr. Así Passion es una historia de venganza y violencia en un mundo pionero y duro donde Dawn deja sitio para peleas violentas entre caballos (maravillosamente planificada), paisajes nevados (que ponen en evidencia la pequeñez del ser humano frente la naturaleza hostil y su violencia) o escenas intimistas donde una vela encendida desde una ventana cobra otro significado.

En El jugador, una peculiar historia de amistad entre hombres en un mundo (localidad) hostil, nos muestra de manera original la presentación de los personajes y de uno de los ambientes desde donde va a transcurrir la mayoría del relato cinematográfico. Ya sólo por su arranque merece la pena. Un personaje secundario baja de su caballo y llama a una puerta donde no le dejan entrar, le dicen que vaya a la trasera. En un cartel donde se anuncia una especie de escuela para chicas que ‘buscan’ marido nos conduce a la curiosidad. Entonces el personaje mira ‘dentro’ de la casa a través de las ventanas hasta su llegada a la puerta trasera… y vemos que es una casa de prostitución y juego regentada por una explosiva pelirroja, Rhonda Fleming (que se pega en otro momento cinéfilo un baño lleno de erotismo y con una delicada puesta en escena), y donde están jugadores del calibre del protagonista (John Payne, en su habitual representación del hombre duro)…

2.- … bienvenidos al grand guignol de la mano de Curtis Harrington. El pistoletazo de salida de película excesiva, enfermiza y barroca donde dos divas maduras de la etapa de oro de Hollywood se mueven en ambientes enfermizos, de pesadilla y terroríficos lo dio Robert Aldrich con la maravillosa Qué fue de Baby Jane (1962). Así surgió un nuevo subgénero exagerado que además proporcionaba a nostálgicos la posibilidad de encontrarse con divas divinas (y ya maduras… y caídas en olvido o sin posibilidades profesionales) en papeles desproporcionados y decadentes que mostraban su genialidad como intérpretes (además de una nueva relectura de su personalidad cinematográfica y a veces de su arquetipo por el que eran reconocidas por el gran público, convirtiendo estas interpretaciones en una subversión de sus papeles como estrellas en el pasado). Curtis Harringotn en 1971 nos trae la enfermiza y atrayente ¿Qué le pasa a Helen? donde sus protagonistas Debbie Reynolds y Shelley Winters nos atrapan en una atmósfera asfixiante y de pesadilla para dejarnos una escena final (que no revelaré) altamente grotesca y a la vez fascinante. La Winters pone los pelos de punta con su sonrisa de inocente y trastornada fanática y la Reynolds sorprende (y se revela en lo que podría haber sido otro registro de su carrera siempre matizado con sus aires inocentes y virginales) en el papel de seductora y compleja rubia que trata de alcanzar su sueño de gloria (y empezar desde cero una vida golpeada por los fracasos). La época en la que está ambientada y siempre como referencia el mundo del cine —es la época de la depresión y donde Shirley Temple era reina del celuloide— (y su ‘especial y peculiar’ reflejo de cine dentro del cine con aires de decadencia) es un aliciente más para inmiscuirse en su visionado.

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