Diccionario cinematográfico (163)

Enamorados fuera de la ley: en coche, por largas carreteras, evitando la ley. A veces son hijos de la mala suerte, otras de la mala cabeza. A veces no tienen conciencia. Son enamorados fuera de la ley. Hombres y mujeres que se aman con locura y se aman en el viaje, en la persecución, en el riesgo…

Se encuentran y ya no pueden volver a separarse. Ni siquiera la muerte lo logra. A veces alcanzan aires de leyenda. Algunos se apiadan de unos seres atormentados que siempre andan huyendo. Otros les hacen la vida imposible. A veces son ellos los que deciden hacer la vida imposible a los demás y sólo encuentran algo de paz en sus momentos de intimidad. Encontrar explicación a sus historias es misión compleja. Dejarse llevar por el loco amor… es un poco más comprensible.

Desde Eddie y Joan, los dos fugitivos por mala suerte e injusticia social, que saben que sólo se vive una vez, pero se aman desesperadamente. Que quieren llegar a esa frontera, en la que todos sueñan, donde encontrarán un mundo menos despiadado donde puedan amarse libremente… Desde que el maestro Lang los puso en la carretera los amantes fuera de la ley pueblan los fotogramas.

Y nos encontramos así con Los amantes de la noche, los jovencísimos Bowie y Keechie a los que les persigue la mala fortuna y ellos sólo quieren ser una pareja normal que va de la mano al cine… sin necesidad de la huida continúa. Bowie y Keechie, los niños poco afortunados que no pueden llegar a la meta. Ninguna pareja llega.

En el paroxismo del amor se unen Bart y Laurie. El niño-grande enamorado de las armas pero no de matar con ellas y Laurie la mujer que cuando se asusta no puede refrenar un ansia enferma de matar. Ambos se unen y se convierten fatalmente en inseparables. Y roban bancos. Y ruedan por las carreteras. Y construyen su historia de amor fatalmente indestructible. Bellamente poética. Les sigue El demonio de las armas en un viaje con un único fin.

Años de inconformismo. Años de Bonnie y Clyde, de los amantes fuera de la ley que se convierten en leyenda viviente que pasean por la carretera su rebeldía antisistema. Vuelan libres, atracando bancos, sembrando terror, como niños irracionables y terribles. Y por encima de todo se aman con inocencia. Delinquen pero mueren con violencia poética (es una terrible contradicción pero se pueden unir dichas palabras en una pantalla de cine —creo que nunca se podrían unir fuera de un fotograma—) y echándose una última mirada de tristeza por no haber podido huir juntos para siempre…

La inconsciencia es la que une a dos jóvenes que van dejando un reguero de muertes en su huida a ninguna parte. Ellos son Kit y Holly que habitan en malas tierras que van dejando sensaciones y emociones que ni ellos mismos comprenden o analizan. Y en esas malas tierras, en esa huida inconsciente, se quedan atrapados en pequeños momentos íntimos. No pueden llegar tampo al final del viaje…

Ninguna pareja llega…

Sólo pueden mirarse por última vez.

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La piel que habito de Almodóvar

Nota: mejor no leer esta crítica hasta no haber visto la película. Trato de no desvelar partes de la trama pero algo se intuye.

Segismundo, el protagonista de La vida es sueño, en su famoso monólogo dice: “yo sueño que estoy aquí / destas prisiones cargado, / y soñé que en otro estado más lisonjero me vi. / ¿Qué es la vida? Un frenesí / ¿Qué es la vida? Una ilusión, / una sombra, una ficción, / y el mayor bien es pequeño: / que toda la vida es sueño, / y los sueños, sueños son”. Y estas palabras pueden ir igualmente en boca de Vicente y de Vera. También Goya, un creador, pintó un grabado al que tituló El sueño de la razón produce monstruos… y es la frase que acompaña a un loco doctor de cirugía estética, Robert.

Porque lo que es indudable es que Almodóvar envuelve La piel que habito en el mundo de los sueños, del inconsciente, de lo irracional… de ahí que tenga hueco el exceso, la obsesión, lo terrorífico y turbador. La pesadilla. Lo incoherente. Por eso estructura la parte central de su historia en dos grandes sueños de sus personajes centrales mientras duermen.

El director manchego también arrastra otra premisa que continuamente derrama en la ficción, en el sueño o delirio que es La piel que habito y es ese aferrarse a la creación como tabla de salvación. El arte como fuente de salud psíquica y física… para expulsar monstruos, para no sucumbir totalmente en la locura y el delirio, para sobrevivir. Así el mad doctor sobrevive con su creación a su vida plagada de desgracias. Con su experimento, y ese ir más allá de lo que la bioética permite, logra modelar a su propia Galatea. Dentro de la horrible y larga venganza que maquina, crea a lo que más amaba. Porque el amor también puede ser locura e irracionalidad. Y Vera crea, pinta las paredes, modela y dibuja, contorsiona su cuerpo como si de una estatua se tratara (a través de las distintas posturas de Yoga) para no perderse en la locura, para no perder una identidad, para convertirse en superviviente, para encontrar una salida a su encierro (como un Segismundo con cadenas, como una princesa encerrada y aislada en la torre del castillo).

Y, un tercer punto de inflexión importante para hundirse en el abismo de La piel que habito es el poder evocador de Almodóvar en el mundo de referencias que él ama y que le hace crear su propio universo en cada una de sus historias. Arte, pintura, música, literatura…, y sobre todo cine. Rodar en clave de cine. Si las más evidentes son las que desconozco: la novela de la que parte, Tarántula, y los ecos a película de culto, Ojos sin rostro, me hundo en otras referencias que me atrapan sin remedio.

… Nos introduce en un melodrama desgarrado al ritmo de la voz rota de Buika. Melodrama que cae en el delirio emocional que estalla en un colorido y gama de matices impresionante y que va más allá del paroxismo de un Douglas Sirk. La sinrazón es protagonista.

Seguimos el viaje por drama y thriller oscuro y agobiante que lo mismo nos lleva a un Plan diabólico (Seconds) a lo Frankenheimer, con ecos de La senda tenebrosa (Dark passage), que de nuevo nos hace sucumbir en esa obra agobiante que es El coleccionista (como ya hizo en Átame) o nos mete de lleno en una historia más allá de la muerte, a lo Vértigo, donde el afán del creador es recrear al ser amado. O nos lleva por mundos de terror donde un mad doctor crea a lo Frankenstein a su criatura, una criatura que finalmente sólo tiene dos caminos: o la entrega al creador o la rebelión.

Pero también Almodóvar se autorreferencia una y otra vez. Nos da las claves de su cine. Reconocemos su universo. Nos firma en la piel que ésta es la nueva creación a la que se aferra. Y de ese universo le surgen estas historias. Así Elena Anaya es una vuelta a la carnalidad y vulnerabilidad de una Victoria Abril. Antonio Banderas es el alter ego de sus obsesiones y deseos. E incluso en su historia más oscura no puede evitar su reguero de humor inesperado o esas tramas secundarias que rozan el delirio (y que a mí a veces tanto me molestan… como ese hermano brasileño o esa sirvienta fiel fuente del pasado y los secretos más ocultos).

Por último para contar en clave de cine, el Almodóvar más estético compone imágenes que son grandes lienzos y cuadros… envuelve La piel que habito con una fuerza visual que nunca pierde. Así se queda grabada en la retina esas imágenes en pantalla de plasma en donde el doctor se deleita en su creación, en su propia Venus, esa Venus del espejo o esa maja desnuda. Coreografía la muerte o los encuentros a tres bandas.

La piel que habito se mueve en un Almodóvar que se mete en lo irracional. En el puro delirio. En el exceso. Así puede cautivar al espectador que penetra de lleno en la sinrazón de la propuesta o puede hacer que el espectador huya despavorido a este festival de delirios y que sólo salga una risa ante lo absurdo, ante una pesadilla que le ha dejado fuera…

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Desapariciones cinéfilas

Este verano se han ido al Olimpo tres hombres relacionados con el mundo del cine de una manera especial.

A sus nombres no les rodea glamour. Y sí puede que les rodee el olvido o el desconocimiento.

Y sin embargo están íntimamente vinculados al séptimo arte.

Dejan aquí en la tierra su obra para ser descubierta… por quien quiera adentrarse en ella, quien quiera encontrarse con ellos.

Mi relación y sabiduría con los tres es mínima pero intensa. Mi desconocimiento hacia los tres es muy grande… pero, sin embargo, he sentido sus ausencias. Y sé que están ahí para descubrirlos.

Primero nos dejó Jorge Semprún. En París. Su vida unida a la política, a la escritura y al cine. Es un hombre que arrastra en sí mismo mucha historia.

Me encontré en su día con Z de Costa-Gavras. Cine de impacto. Político e inquietante. Te puede gustar o no pero atrapa. Semprún realizó el guion. No fue el único que escribió.

Después el siguiente en irse al Olimpo fue el director chipriota Michael Cacoyannis. Todavía recuerdo lo que me impactó Zorba, el griego. La inmesa tristeza que me sobrecogió al verla a pesar de ser un canto a la libertad… Porque ser libre no es fácil. Puede simplemente traer desgracia…

La única película que he visto de él.

Ha dejado toda una filmografía de revisitación de las tragedias de Eurípides: Electra o Las Troyanas. Descubrió a Melina Mercouri para el cine con Stella.

Y por último el chileno afincado en París Raul Ruiz que me dejó este año absolutamente ensimismada y emocionada frente a Misterios de Lisboa. Un melodrama de época. Puro cine. Ruiz cuenta con filmografía extensa pero totalmente desconocida para mí. He de reconocer que sólo le conocía por Tres vidas y una sola muerte… película que en su momento no me gustó ni pude llegar a entender. Sin embargo su última película (curiosamente creada para televisión) me fascinó y me abrió la posibilidad de querer conocer su filmografía (aunque es de esas filmografías a las cuales es difícil acceder).

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El proceso Paradine (The Paradine case, 1947) de Alfred Hitchcock

Defensa a una película que ni el maestro del suspense salva

Alegato enamorado (pero con cerebro y análisis frío… viva la contradicción) de una película que ni el maestro salva. Desde la primera vez que la vi siendo niña en una sesión doble me sentí hipnotizada por esta película. Me gustó. Me enganchó. Me marcó.

Hace poco he vuelto a verla. Dos veces casi seguidas para más inri y el efecto ha sido el mismo. Me ha encantado.

Oi, no hace mucho tiempo, a un gran cinéfilo que toda película tiene su público. Las más inimaginables tienen defensores apasionados. Reconozco que por Hitchcock siento debilidad. Y muchos dirán que eso es asunto fácil. No diré que no. Pero siento también debilidad por algunas de sus películas o bien más desconocidas (como Atormentada) o consideradas resbalones (como esta que nos ocupa).

En breves líneas trataré de argumentar mi pasión por El proceso Paradine y mi tristeza porque el propio maestro del suspense la denostara.

Mítica entrevista Truffaut-Hitchcock

No creo que esta mítica e indispensable entrevista de Truffaut a Hitchcock tenga la total culpa de la falta de entusiasmo hacia El proceso Paradine. Pero sí ayuda.

Quien haya disfrutado la entrevista verá como El proceso Paradine no recibe calidas críticas ni por parte del realizador francés ni por parte del maestro del suspense. Es más todo son peros… y muy poquillos los elogios.

Entre los muchos puntos que se señalan en dicha entrevista son los fallos de casting para Hitchcock… Gregory Peck no valía como abogado británico, él hubiese preferido a Laurence Olivier o Ronald Colman. Para la señora Paradine cuenta que él intentó el regreso de Greta Garbo a la gran pantalla… se tuvo que conformar con Valli. Y lo peor para él fue Louis Jourdan como el ayudante de cámara y amigo desde la guerra del personaje asesinado. Ambos fueron impuestos por el productor David O’Selznick. Para este papel, él hubiese preferido a Robert Newton. Ann Todd que hace de esposa de Gregory Peck era demasiado fría. Sólo tiene buenas frases para dos de sus actores secundarios: Ethel Barrymore y Charles Laughton (aunque chocaba bastante con este actor).

Él mismo argumenta que no entiende cómo se lleva a cabo el asesinato. Que él mismo se lía. Que no lo comprende.Y sólo salva algún aspecto técnico de la película…, alguna manera de rodar una o dos escenas.

Y Truffaut le apoya y le pincha en que incida en esta crítica negativa-destructiva hacia El proceso Paradine.

Con este panorama…quien no ha visto la película y sí ha leido antes la entrevista se va acercar a ella con cierto reparo, ¿o no?

No es una historia de intriga

Así que una de las críticas que se le achaca a dicha película es que la intriga no se sostiene. Que no hay suspense. Que la trama del asesinato está mal construida… Que no parece obra del maestro del suspense. Que…es lenta, que no hay ritmo, que es aburrida, que apenas cuenta con gotas de humor, demasiado oscura… Y yo me asombro. Me asombro porque a mí me atrapa desde la primera escena.

Esa mujer de porte aristocrático preparándose para la cena, vestida de negro pero con una elegancia casi sublime, el pelo negro recogido en un moño, hermosa, educada y altiva. Que mira el retrato del esposo ausente. De pronto llega una pareja de policías y la detienen por el asesinato de su esposo. Ella en ningún momento pierde la calma, pide que llamen a su mayordomo para que le traiga su abrigo y su bolso y antes de irse pide al asombrado mayordomo que pida disculpas a la cocinera porque esa noche no podrá cenar en casa. Genial. La presentación del personaje ‘fascinante’ para casi todo el elenco masculino de la señora Paradine no puede ser mejor.

Y es que siguiendo las teorías de Hitchcock lo de cómo se produjo el asesinato es lo de menos, puro mcguffin, ¡qué más da que no encontremos mucha coherencia!…, porque lo que en realidad nos cuenta El proceso Paradine es el poder destructivo del amor. El amor como perdición. La femme fatale está en el estrado y sigue haciendo estragos así se relacione con el hombre que se relacione. Es su triste destino. Porque la femme fatale ama y no puede evitar la destrucción del ser amado y de paso llevarse por el camino a varios más.

Y otro de los aciertos más maravillosos de El proceso Paradine son aquellas subtramas que se intuyen. Aquello que la película no nos desarrolla. Lo que descubrimos tras cada uno de los personajes.

Reparto acertado

Respecto al reparto salvo hasta la elección de Louis Jourdan, porque Hitchcock es tan buen director que hace que nos creamos al atormentado Jourdan. Al misterioso Jourdan.

Me gusta Gregory Peck como ese buen abogado, aristocrático, ambicioso y honesto, que sabe utilizar sus mejores armas ante el jurado, las emociones (aunque esta vez se le vuelven en contra). Como ese abogado que se siente atrapado por el enamoramiento ideal que siente ante su clienta. Totalmente atraído por ella, atrapado en sus redes de manera irracional, será capaz de todo con tal de probar su inocencia, incluso de manipular un juicio y tratar de inculpar, con crueldad, a un testigo (la parte más debil). Será capaz de traicionar sus principios y no hacer bien la profesión que ama.

Adoro a esa pareja formada por Valli y Jourdan. Los amantes atormentados que se odian y se aman, que traicionan. Y cómo son presentados en todo momento. Lo que sus rostros agradables esconden en todo momento y cómo sus físicos atraen a todos aquellos que los observan. La furia y la tormenta de sus vidas apasionadas… Su elegancia innata, la de ambos, a pesar de que ambos han tenido vidas complejas y han luchado por conseguir un hueco en el escalafón social y salir de los bajos fondos. Tratan de subir escalones aunque finalmente tropiezan… de la manera más trágica.

Y lanzo una lanza a favor de la rubia de la película, Ann Todd, la esposa de Peck que sufre desde el primer momento el proceso de enamoramiento del marido con su cliente y que trata de competir como mejor puede contra la femme fatale. Su recreación de esposa comprensiva que no tonta, de mujer enamorada y capaz de luchar por retener al hombre que ama y admira me seduce. La comunicación de ambos conyuges es de envidiar porque además de matrimonio, y de personas enamoradas, son amigos. Porque su personaje como ninguno de los de esta película es plano o mediocre.

Me gusta hasta el esposo ausente, el hombre traicionado, el héroe de guerra ciego, que vive con una mujer a la que ama y con el amigo al que quiere. Hitchcock era muy bueno para que sintieramos continuamente la presencia de los ausentes.

Por supuesto son geniales cada uno de los secundarios, no sólo ese complejo y sarcástico juez libidinoso con rostro de Laughton o esa esposa sumisa y compasiva siempre asustada con cara de Ethel Barrymore. También me quedo con los mejores amigos del matrimonio protagonista, aquellos personajes que son los únicos que ven lo que realmente está ocurriendo porque ‘emocionalmente’ están fuera de la trama, el otro abogado (que le pasa el caso al protagonista) con gestos del gran secundario Charles Coburn y su hija, la desconocida pero maravillosa en este papel Joan Tetzel.

Lo bueno de estas películas es que hasta los personajes más secundarios, como esas mujeres que vigilan a la Valli mientras esta en prisión, no tienen desperdicio.

Lo que la verdad esconde

Creo que lo que más dañó esta película, última colaboración entre O’Selnicz y el maestro del suspense, es precisamente la complicada relación entre ambos y la ruptura poco amistosa. Digamos que Hitchcock ‘estaba quemado’ cuando realizó El proceso Paradine y hasta las narices del señor productor con lo cual no la cuenta entre sus mejores recuerdos. Además como director-creador el que le impusieran varias cosas (lo más evidente son los actores) y no fuera dueño de todo el proceso de creación supone que no ve esta obra como una obra propia.

El maestro cuenta en clave de cine

Lo que es evidente que aunque el maestro estuviera a disgusto amaba el cine. Amaba contar con su cámara. Y la premisa de la que partía esta historia, así como muchos de sus temas, le gustaba y atraía. Así que no renunció a contar en clave de cine El proceso Paradine. Y por eso nos regala momentos magníficos que inevitablemente atrapan. No faltan las escaleras, que tan bien sabía emplear (como Sirk o Wyler). La presentación de cada uno de los personajes magistral pero sobre todo la de los complejos amantes Jourdan y Valli. El paseo que realiza Peck por la casa de verano vacía de su clienta hasta llegar a su habitación que mira con detalle nos describe más su proceso de atracción y enamoramiento.

La representación de sus obsesiones. Como ver ‘lo carnal y apetitoso’ de la correcta, bella y aparentemente fría Ann Todd, en esa reunión de amigos donde su hombro desnudo recibe toda la atención del sarcástico juez con cara de Laughton.

Las escenas del juicio, visualmente, son las mejores. La entrada de Jourdan como testigo rodeando a una Valli de espaldas (pero que sentimos, sabemos, que ella está siguiendo a Jourdan) es un alarde. Al igual que su salida, Jourdan mirando fijamente la nuca de la Valli.

Los primeros planos de Valli. En concreto uno final en el que vemos como su rostro es arrasado por las lágrimas nos describe la tragedia continua de esta femme fatale a su pesar. La humillación final de Peck, pero también la manera en la que ante todos canta su derrota y reconoce sus errores, termina de manera magistral con ese plano desde arriba de la sala de juicios donde vemos abandonar la sala al abogado en una absoluta soledad y desolación.

Detrás de El proceso Paradine

Creo, apasionadamente, que El proceso Paradine merece una ‘nueva mirada’ que muestre todas las virtudes de una película sobre el amor, como fuerza destructora. El amor de una femme fatale a su pesar que se lleva por delante al marido ciego que la comprende, al mejor amigo de su marido que la ama con sentimiento de culpa, y al abogado defensor que no pone trabas en el ejercicio de su profesión para declararla inocente.

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Joan Fontaine

El otro día volví a ver Una isla en el sol donde sale una rubísima Joan Fontaine con una voz grave protagonizando un amor prohibido con Harry Belafonte. La Fontaine es una de esas actrices que ha caído irremediablemente en olvido pero que cuenta con filmografía eterna. También siempre se la cataloga por su famosa no relación con Olivia de Havilland, su hermana. Y además ambas siguen vivitas y coleando.

Su imagen más famosa y que todo el mundo asocia a su rostro es la de ingenua inocente y enamorada, un paso más en los papeles que en el periodo mudo realizaba Lilian Gish, una continuación del estereotipo. Así en el imaginario colectivo sus películas más recordadas y más distribuidas son las realizadas con el maestro del suspense: Rebeca y Sospechoso y luego una de las cimas del amor romántico, Carta a una desconocida de Max Ophüls. En estas películas Joan Fontaine muestra su rostro más dulce en personajes desvalidos y tímidos que, sin embargo, se hacen fuertes al convertirse en mujeres enamoradas.

Sin embargo Joan Fontaine, de voz grave, tuvo otras caras y otros roles que muestran su versatilidad. Ambas hermanas supieron construirse una carrera cinematográfica para la inmortalidad.

Debutó en los años 30 y tuvo una serie de intervenciones secundarias (donde podríamos destacar que fue una de las protagonistas de esa película coral que fue Mujeres de George Cukor)… su estatus de estrella y protagonista única vino de la mano de Hitchcock con la ya nombrada y mítica Rebeca en 1940. No olvidemos que Rebeca es el nombre de la ausente y que trae de cabeza a una apocada Joan Fontaine como la tímida Mrs de Winter, que carece incluso de nombre propio. El maestro del suspense la requiere para su siguiente trabajo Sospechoso donde Fontaine es una millonaria con un futuro de solterona que finalmente es cazada por un guapetón (Cary Grant) que no sabemos si es un cazafortunas asesino o un buen hombre con cara de sospechoso.

Estos papeles le dan el suficiente prestigio para trabajar con galanes como Tyrone Power o Charles Boyer. Sigue su papel de ingenua en la adaptación de la mítica novela de una de las Bronte, Jane Eyre, en Alma rebelde (película que está esperando que vuelva a revisitarla) junto a ni más ni menos que Orson Welles. Seguiría durante los años cuarenta con el papel de ingenua hasta que llegamos a 1947 ante una película de Sam Wood, que no he visto todavía (pero que voy tras ella), Abismos, pero importante en la carrera de Fontaine porque rompe con su estereotipo y se convierte en personaje sexual que seduce y no es víctima inocente. Y otra película que quiero rescatar es Sangre en las manos (Kiss the blood off my hands) donde protagoniza una triste historia de amor con mi amado Burt Lancaster.

En 1948 protagoniza otra película cumbre de su carrera, pero siguiendo el estereotipo de ingenua enamorada, se trata de Carta de una desconocida, donde un siempre elegante Max Ophüls recrea la novela de Stefan Zweig y nos deja el desolador y solitario retrato de una mujer enamorada que no deja huella alguna en el amado, un famoso músico.

En los años 50 sigue rompiendo su estereotipo en Nacida para el mal, mostrando que tras la mosquita muerta puede haber un ogro. La Fontaine pone su virginal rostro al servicio de Nicholas Ray (otra de las películas que debo recuperar de nuevo… sólo tengo vagos recuerdos).

Joan Fontaine nos sorpende con dos películas alejadas de su registros. Una totalmente comercial de cine de aventuras, Ivanhoe, donde se convierte en una Lady Rowina que compite con una jovencísima judía con el rostro de Liz Taylor por el amor de Ivanhoe (Robert Taylor). Todos sabemos, en secreto, que la pobre Fontaine ha perdido la batalla… por eso se muestra algo perdida. Y la otra de cine independiente, como decimos ahora. Una película dirigida por la actriz Ida Lupino y que plantea de una manera seria y eficaz a un hombre enamorado de dos mujeres, una de ellas es Fontaine, en El bígamo. También se pone bajo la batuta del maestro Lang en Más allá de la duda para mostrar que sigue ofreciendo otros matices junto a Dana Andrews. Así sigue su racha de amores prohibidos hasta llegar a la rubia sofisticada y abandonada de Una isla en el sol.

Los sesenta sigue siendo un rostro agradable y de prestigio que adorna distintas películas como protagonista o secundaria y pasa por el camino de muchas has been, protagoniza película de terror en 1966 llamada Las brujas, que no he tenido el gusto de ver, y se refugia en las siguientes décadas en míticas series de televisión.

¿No creeis que hay que redescubrirla de nuevo? La ingenua que fue destruyendo como pudo su estereotipo… aunque como víctima vulnerable resulte inolvidable.

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Diccionario cinematográfico (162)

Parejas en blanco y negro (segunda parte):

… y no sólo hay parejas enamoradas, como ocurre en la tragicomedia con dosis justas de almíbar Corina, Corina, donde Ray Liotta y Whoopi Goldberg son la pareja en blanco y negro allá en los años cincuenta en pleno conflicto racial.

También hay matrimonios en blanco y negro mal avenidos (como me recuerda Alfredo desde esos maravillosos 39 escalones) o extraños: Uma Thurman y  Ving Rhames, como esposa de mafioso y mafioso, en Pulp Fiction.

Hay amistades que luchan contra las diferencias de clase y el paso de los años: Morgan Freeman y Jessica Tandy en Paseando a Miss Daisy. Ancianita antipática blanca porque el mundo la ha hecho así, chofer encantador y con mucha paciencia, negro.

Hay otras amistades que se establecen de puerta a puerta, entre penas de amores y otras dificultades. Así les ocurre a Fanny (Maria Schrader) Orfeo (Pierre Sanoussi-Bliss), vecinos de un extraño inmueble alemán, ella arrastra sus penas de amor treinteañero y él a sus problemas sentimentales se le une su situación social como inmigrante y homosexual. Todo en la entrañable Nadie me quiere.

Y si seguimos con la inmigración están las historias de amor interraciales a pesar de las dificultades sociales como Las cartas a Alou y la historia que tratan de construir, siempre con muchos obstáculos alrededor, Eulalia Ramón y Mulia Jarju.

Pero también están las relaciones del roce hace el cariño y la amistad como ocurre entre Lana Turner y Juanita Mooore y sus personajes en Imitación a la vida. Una blanca y una negra que se unen en un principio para ayudarse mutuamente… pero luego Lana sube como la espuma en un nivel social y artístico y siempre en compañía de su fiel amiga… y sirvienta Juanita Moore. Hablo del melodrama entre los melodramas.

También hay amistades míticas entre blancos y negros: recordemos en Cadena perpetua los amigos del alma entre rejas y las buenas migas que establecen, de nuevo, Morgan Freeman y Tim Robbins. Y si seguimos entre rejas y huidas recordemos a Poitier y Curtis encadenados y corriendo campo a través en Fugitivos.

Los polis blancos y negros pueblan las pantallas de cine y una de las más míticas fue la protagonizada entre Mel Gibson y Danny Glover en la saga Arma letal. Pero para polis me quedo con la pareja que se forma entre el poli sureño y racista con cara de Rod Steiger y la del inspector Sidney Poitier en En el calor de la noche.

En las batallas también se forman amistades eternas de blancos y negros como la que establece el personaje Forrest Gump con Bubba en la película Forrest Gump. Gump tenía la cara de Tom Hanks y Bubba la de Mykelti Williamson. Otra mítica pareja y también en plena guerra es la que se establece entre Robin William y Forest Whitaker en Good Morning, Vietnam.

Otras relaciones son absolutamente escalofriantes y también marcadas por el paso de los años. Así le ocurre a James McAvoy de nuevo con Whitaker en El último rey de Escocia donde un joven escocés entra al servicio de un futuro dictador africano. Y seguimos con Whitaker para recordar su último trabajo en el melodrama musical  Nuestra canción de amor junto a René Zellweger. Amistad en blanco y negro de dos personas con distintas dificultades físicas y psíquicas… y una canción de amor. Ésta la tengo en el cajón de pendientes.

Para cerrar el tema de las parejas y amistades en blanco y negro os dejo la historia más emotiva de la película coral A dúo sobre un grupo de perdedores que compiten en un circuito de karaokes. Los momentos mágicos ocurren entre un padre de familia blanco y harto del día a día y un delincuente negro perseguido por la policía, sus caminos se cruzan en la carretera y terminan compitiendo juntos en los karaokes. El padre de familia es Paul Giamatti y el delincuente negro Andre Braugher… y ambos están increíbles encima de los pequeños escenarios.

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La semilla inmortal. Los argumentos universales en el cine de Jordi Balló y Xavier Pérez (Anagrama. Colección Argumentos, 2011)

Una de las cosas más maravillosas que te pueda ocurrir con un libro es que empieces a leerlo y no puedas dejarlo. Y cuando no tienes más remedio que dejarlo para ponerte con otros menesteres (no sólo de la lectura y de ver cine vive el ser humano), sueñas con encontrar un huequito para volver a sus páginas. Bien, esto es lo que me pasó este verano con La semilla inmortal. Y os lo digo desde las primeras líneas… es un libro maravilloso que te permite un viaje inolvidable.

Y os preguntáreis que en qué consiste este libro con el que Hildy ha perdido la cabeza desde el primer párrafo (y que como no fue un buen regalo… pero ¡qué suerte tengo!). Los autores, cinéfilos empedernidos y profesores de la Universidad Pompeu Fabra, nos exponen varios argumentos, de sobra conocidos por todos (bueno, unos más que otros…, me pongo roja), de la literatura universal. Argumentos siempre presentes a lo largo de la historia, argumentos que se han convertido en referentes. Argumentos que proceden de la mitología clásica, de la literatura universal o de los cuentos populares… Entonces, voilá, los autores muestran cómo estos argumentos se repiten en distintas joyas cinematográficas, cómo son fuente de inspiración para crear imágenes inolvidables. Como son ‘leidos’ de nuevo con otra mirada pero con un mismo fondo.Y el entramado que surge, el mapa que se compone en las diferentes páginas, supone ese viaje que, como he dicho, merece la pena.

Y merece la pena porque permite que nos estrujemos la mente. Los autores aportan algunos ejemplos… pero el lector a partir de la semilla de conocimiento puesta por ambos autores puede alargar el mapa de manera interminable e incluso buscar más argumentos universales y explorar en más películas.

Balló y Pérez nos sitúan en argumentos universales como La bella y la bestia, Romeo y Julieta, La Cenicienta, Madame Bovary, Macbeth, Fausto, Edipo, Jekyll y Hyde, Orfeo o Pigmalión… y las posibilidades cinematográficas o mejor dicho las películas nacidas bajo estos argumentos son innumerables. No sólo se centra en sus adaptaciones cinematográficas (con sus distintas lecturas) sino en esas películas que, quitándole capas de la cebolla, estudiando su trasfondo, descubrimos que el germen de la historia (la semilla inmortal) es ese argumento universal.

Por poner ejemplos apasionantes (y de paso que a alguien le apetezca hundirse en estas páginas), tomemos un argumento conocido por todos, La Cenicienta. Un cuento de hadas que difícilmente puede no estar presente en nuestra infancia (además, por supuesto, de su versión Disney). ¿Recordamos los elementos del cuento tal y como lo recogió Perrault? (Sí, sí, porque si mal no recuerdo él aportó el tema del zapatito de cristal. Hay una leyenda extra literaria que dice que lo del zapatito de cristal fue motivado por una errata…, ¿apasionante, verdad? Pero eso es otra historia). Recordemos el trasfondo fundamental: la protagonista pasa de ser mujer humillada, desvalida y pobre a mujer enamorada y ensalzada a ser princesa con, de paso, un hombre ideal a su lado. En este viaje iniciático la dama se encuentra con distintos obstáculos para alcanzar la felicidad. Y también elementos mágicos y del destino que la ayudan a su final feliz. Comencemos nuestro apasionante viaje por el mundo cinéfilo (de la mano por supuesto de Balló y Pérez): Qué es Rebeca sino un argumento universal con una Cenicienta de fondo. Una desvalida e indefensa Joan Fontaine que consigue a su príncipe pero antes tiene que luchar contra alguien peor que la madrasta y las hermanastras, contra una ausencia, la esposa anterior, y un ama de llaves. Todo en clave de misterio. ¿No os parece que en cierto sentido el cuento de La Cenicienta también es una intriga…, ay, qué nervios con esas doce campanadas?¿Encontrará el príncipe a la dueña del zapatito de cristal?

Pero sigamos indagando. ¿Qué es Pretty Woman, esa película que cada vez que la ponen en la tele rompe audiencias? Pues no es más que la traslación de un argumento universal. De nuevo, ¿adivinan?, La Cenicienta. Pero con todos sus ingredientes. Incluso con un hada madrino, un príncipe ejecutivo y un hermanastro perverso… Y por supuesto también la ansiada transformación de cutre-look a pija redomada…

Bueno pues La Cenicienta da para mucho más…, ¿no se os ocurre ya alguna peli más? Id corriendo a por La semilla inmortal(por cierto, qué título más genial) para empezar un juego infinito y apasionante…

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Super 8 de J.J. Abrams

Era una de las películas esperadas del verano. Es la película del verano. Nos recuerda el cine como magia y espectáculo, como ya lo presentaba George Méliès. El cine, capaz de activar la imaginación y hacernos viajar a otros mundos a través de las imágenes que corren y corren veloces…

Y es también la presentación del cine como industria y fábrica de sueños. El cine como negocio pero con una diferencia… detrás del proyecto hay gente que ama este arte como los viejos magnates… atentos a la peseta pero también a realizar un buen producto, cine cien por cien.

No olvidemos que detrás está un productor-estrella a lo O’Selznick, el director de cine Steven Spielberg, al que algunos culpan como uno de los que convirtió el cine en una fábrica de blockbuster (pero no perdamos de vista que Spielberg sabe hacer cine y ama el cine). Y que la batuta de director la tiene un realizador que forma parte de una nueva generación que está adquiriendo todo su prestigio en las series de televisión, reinas de la ficción y de la audiencia (Abrams es el rey Midas de Perdidos o Fringe).

Antes de meternos en Super 8 como puro ejercicio cinematográfico, quiero resaltar que es un producto cinematográfico inteligente a nivel comercial…para atraer a todo tipo de públicos a las salas cinematográficas. La película es absolutamente nostálgica a un tipo de cine, el cine de aventuras de los años ochenta. Cine de la generación de aquellos que nacimos en la década de los setenta y que en los ochenta éramos espectadores ávidos de Los Goonies, E.T. o Cuenta conmigo… y un largo etcétera. Cine que llenaba las salas. Ahora esos adolescentes la mayoría o somos solteros nostálgicos que nos reunimos con otros nostálgicos o hemos formado nuestras propias familias y podemos tener hijos de la edad de los protagonistas…, y nos puede apetecer una agradable tarde de cine. Y ¿cuál es la mejor propuesta para nostálgicos, mayores y niños? Super 8, sí señor, muy bien pensado.

Pero Super 8 además está bien hecha. No es sólo un ejercicio nostálgico al cine espectáculo de un periodo sino además un canto de amor a ese tipo de cine. Un canto a su magia e ilusionismo. Y una buena propuesta para perder una tarde de este verano que termina.

Por ser de la generación de los ochenta reconozco más los referentes de Steven Spielberg, el productor con la sombra muy alargada, que los del propio realizador Abrams, que me muestra que sabe hacer cine pero cuyo universo lo tengo más enterrado (aunque acérrimos defensores de Abrams me han comentado que su universo está muy pero que muy presente…, es para tirarme de los pelos pero no he visto ni un solo episodio de Perdidos, así que os podéis imaginar lo perdida que ando, ¡cómo para reconocer su mundo!).

Así siguiendo la estela de Spielberg vemos producto familiar-aventurero de grupo de amigos que se encuentran en la cotidianeidad de sus días ante un hecho insólito y ese hecho insólito de alguna manera les transforma, les une más a sus familias y une más sus lazos de amistad. Por supuesto esa pandilla tiene pasiones y son las películas de zombies caseras en super 8. Corre el año 1979 y las producciones caseras de recuerdos familiares de super 8 son un mundo imprescindible. Realizadores de hoy aprovecharon, en su momento, estos formatos para ir formándose como directores de cine.

El cine de zombies llenaba los terrores de aquella generación de niños pero también, en plena guerra fría, tuvo su vigencia el cine de extraterrestres. Spielberg vio el lado ‘positivo, inteligente y bueno’ de los seres de otros planetas…, signo de que se iba saliendo de la guerra fría a otro periodo de incertidumbre histórica diferente. Y sigue insistiendo en ello. Los seres de otros planetas no tienen por qué desearnos lo peor, somos nosotros con nuestros miedos, terrores y ansias de poder los que estropeamos las relaciones con las criaturas de otros mundos.

Así Abrams y Spielberg construyen una historia sencilla pero bien contada (a mí me fallan los lazos de amistad profunda entre los protagonistas que sólo los viví en ciertos momentos… aunque muchos espectadores no están de acuerdo conmigo… me pareció que algunos miembros de la pandilla sobraban o esa hermana rubia tonta…).

La película cuenta con los suficientes efectos especiales que ofrecen espectáculo al servicio de la historia (y no viceversa como ocurre ahora la mayoría de las veces). Pero también hace un canto a los efectos especiales de antaño (muestra un accidente de tren monumental y pirotécnico y luego nos habla de los efectos especiales ‘caseros’, del cine de antes, como esa maqueta de tren que los protagonistas quieren hacer volar por los aires).

Estas películas apelaban a la emoción y a la importancia de la familia y amigos unidos jamás serán vencidos a pesar de las dificultades y las ausencias (pero siempre hay una cinta de super 8 preciosa que te trae al presente al ausente). Super 8 no es menos.

Super 8 es un cóctel explosivo de magia, espectáculo, nostalgia, pasión y amor por el cine como aventura y sin descuidar (quizá un poco en esos personajes que para mí sobran) la narración cinematográfica o lo que es lo mismo, contar en clave de cine.

Por favor bajo ningún concepto se pierdan los créditos finales…

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