La carretera (The Road)

Parto de una premisa: debo de ser de las pocas personas en el planeta que no ha leído La carretera de Cormac McCarthy.

Con lo cual me quedo tan sólo con mi mirada a la obra cinematográfica de John Hillcoat espolvoreada con la cámara, los colores y la luz de Javier Aguirresarobe.

Apocalipsis.

Viaje hacia el sur, hacia la costa, de un padre y un hijo.

El padre vive atrapado por la nostalgia, la memoria, los recuerdos… que le van minando y destrozando de un mundo anterior al horror y la destrucción.

Su hijo, un niño, no conoce el mundo anterior a la catástrofe. Su mirada todavía es inocente. Todavía intuye el alma de la gente.

Ambos viajan con el miedo en sus rostros y en su piel.

El padre se convierte en el narrador para el hijo. Y le cuenta que en el mundo hay buenos y malos. Los buenos aún no han perdido la cordura. Los buenos no son caníbales. Los malos, desesperados en una lucha por la supervivencia salvaje e instintiva, no tienen reparo en alimentarse comiendo carne humana y dividen el mundo en cazadores y cazados.

El padre siempre continuamente le recuerda al hijo dos cosas: nunca debe caer en las manos de los caníbales. Por eso no se separan de una pistola con dos balas. Y el padre le enseña que debe meterse el cañón en su boca y dispararse.

Y la otra cosa es que nunca deben dejar que el fuego se apague. Siempre deben llevar el fuego a todas partes. Siempre. Y ese fuego está en el interior de ambos.

Luchar y vivir.El padre atormentado sobrevive y protege. Su hijo es su dios o su ángel. Aquello que le aferra a la vida. Aquello que le hace abrir los ojos a una esperanza en el caos. Aquello que le hace no caer en la locura ni dejarse arrastrar por los recuerdos y la nostalgia.

Los recuerdos tienen forma de una esposa a la que amaba que optó por el suicidio ante un mundo en el que no veía salida. Los recuerdos tienen forma de un piano que ha dejado de sonar.

El padre y el niño viajan en un mundo asolado donde apenas queda vestigio de vida. Los colores son grises. Los árboles caen porque están muertos. Las casas están vacías o esconden el terror. Los pájaros sólo aparecen en los libros. En los edificios asolados no quedan ni fantasmas.

El padre y el hijo en la desolación siempre se quieren. Y a veces a pesar del hambre, del frío, del cansancio…, su fuego interior les brinda momentos de esperanza. Y entonces encuentran una lata roja de una bebida del pasado, con burbujas, y el padre se la quiere regalar al hijo y el hijo quiere compartirla con el padre.

Otro día divisan un arcoiris reflejado en una cascada. Y el padre invita al hijo a darse un baño bajo el agua.

Y el padre es un hombre hermoso.

Y el hijo tiene una mirada que desnuda.

A veces se cruzan con seres humanos. Pero la desconfianza les hace viajar solos. Porque esos humanos pueden ser de los malos, de los caníbales, y pueden convertirse en cazados. Mejor no indagar. Aunque un día encuentran a un hombre viejo…

Llegan al sur y el mar no es azul.

El padre llega un momento en que no puede más. Las fuerzas le abandonan. Y se lo dice al pequeño. No puede luchar más. Ha llegado al límite. Y el niño le cuida. El padre cierra los ojos. Muere.

El niño coge la pistola, besa al padre, le tapa y continúa el viaje. Como dice el padre sigue hacia el sur, lejos de la carretera. Sin que su fuego, todavía, se apague. Le promete al padre que no habrá olvido.

(Nota: así hubiera sido para mí el final ideal. Lo que viene después de esta escena yo prefiero olvidarlo. Me rompe el espíritu de esta historia).

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Los inconquistables (Unconquered, 1947) de Cecil B. DeMille

Sigamos con Cecil B. DeMille y nos vamos a una de aventuras. Como muchas películas de época prima el espectáculo y el entretenimiento sobre la veracidad histórica. Los inconquistables transcurre unos años antes de la guerra de la independencia americana, en concreto, allá por el año 1763.

El punto de partida es cuando a nuestra heroína por un juicio en Gran Bretaña durante el reinado de Jorge III la hacen elegir entre la muerte en la horca o vivir como esclava al otro lado del océano, en las nuevas tierras, durante catorce años. Nuestra heroína se llama Abigail “Abby” Martha Halle y tiene el hermoso rostro de una Paulette Goddard en todo su esplendor. Su elección es evidente: esclavitud y posibilidad de una nueva vida al otro lado del océano.

Y aquí DeMille ya dispara sus armas mejor empleadas: espectacularidad a raudales, montañas de aventura y dinamismo, violencia y sexo. Y así surge una divertidísima y amena película. Dejando, claro, está la historia verídica al margen.

Con esto quiero decir que, por ejemplo, ya se acercaba el periodo en que varias películas de Oeste variarían la imagen histórica de los indios en América del Norte. Que ya no se les representaría como colectivo enemigo anónimo y que cada vez se trataba de reflejar cómo el pueblo indio trató de defender sus territorios y sus tradiciones frente un hombre blanco que arrasaba y conquistaba el oeste, la nuevas tierras. Cada vez se daba más protagonismo a los indios y a sus jefes con una personalidad independiente y se trataba de explicar los motivos de la lucha y la desaparición de un pueblo. Los ejemplos empezarían a ser múltiples: Flecha rota (1950), Hondo (1953) o Apache (1954). DeMille, sin embargo, en Los inconquistables presenta al pueblo indio al borde de la caricatura, pueblo fácilmente manipulable, al borde del primitivismo frente a los colonos, y muy violentos. Es suficiente con ver la representación del gran jefe indio con cara de Boris Karloff. El único personaje indio un poco más trazado es una mujer india absolutamente enamorada de un hombre blanco manipulador y malvado que la trata con desprecio más cuando su objetivo es poseer a la esclava protagonista. Esa mujer india se moverá por el amor, los celos y la venganza (no obstante era un papel de entidad para que lo representara la hija adoptiva del realizador, Katherine DeMille, señora de Anthony Quinn).

El héroe de la función será otro de los héroes fetiches de DeMille (protagonizaría bajo las órdenes del director Buffalo Bill, Policía Montada del Canadá o Por el valle de las sombras). El hombre bello y galán, el héroe libre, valiente y audaz pero tímido y torpe con las mujeres más hombre tremendamente romántico una vez que pierde su timidez inicial: Gary Cooper, siempre bello. Él es el capitán Holden. Y el erotismo y la química está servida. Impagables, Gary y Paulette.

DeMille, por otra parte, construye otros personajes que enriquecen la trama con actores secundarios de valía. Así el oponente de Cooper y su rival en el amor no es otro que un comerciante que juega a un doble juego entre indios y británicos y que juega a acumular poder aunque tenga que provocar guerras y mover fronteras que beneficien sus negocios. Ahí tenemos a un genial malvado con rostro de Howard da Silva.

El mejor amigo de Cooper no podía ser otro que uno de los siempre creíbles personajes aventureros y rudos que representaba como nadie Ward Bond, secundario fetiche de múltiples películas de Ford, Capra o Hawks. Y el cómplice de Goddard no es otro que el hombre de rostro entre bondadoso y pícaro con rasgos de Cecil Kellaway (actor de carácter con interpretaciones presentes en la memoria cinéfila como el marido de El cartero siempre llama dos veces o como el cura católico de Adivina quién viene esta noche).

Así DeMille se mete de lleno en película que cuenta con escenas donde prima el humor, el amor, el sexo o la aventura con altas dosis de adrenalina y sin falta de una explícita violencia. Escenas que no dejan respirar ni un segundo al espectador dejándoles al borde del agotamiento y el entusiasmo. Como escena divertida tenemos al principio la forma que tiene el héroe Cooper de participar en la subasta improvisada en el barco de la esclava protagonista rivalizando contra el malo de la función que cada vez que ofrece una cantidad, él tan sólo ofrece seis peniques más poniendo de los nervios al altivo comerciante. Cooper, por supuesto, tiene claro siempre que la esclavitud no es una opción de vida.

Como escena de violencia explícita con grandes dosis de sexualidad tenemos ni más ni menos que a nuestra heroína atrapada en una tribu india. La desnudan dejándola en sensual combinación blanca con los hombros al aire, la atán entre dos palos mientras ella se retuerce del pánico al ver su posible muerte lenta…, quemada…, claro, los indios no cuentan que pronto llegará el inteligente Cooper que él solito se bastará para salvar a la dama.

Tenemos incluso emocionante descenso en cano por un río de esos salvajes que cuenta con rápidos y cascada incluida. Nuestra pareja protagonista no sólo tienen que sortear a sus seguidores, un montón de indios en canoas, sino también las inclemencias de la naturaleza.

No faltan los enfrentamientos y sufrimientos de los colonos ante la violencia salvaje de los indios. Como esa madre con su hija sangrienta y herida en los brazos que irrumpe en una fiesta elegante para avisar el asedio que ha sufrido su fuerte por parte de los indios. O las batallas finales en toda su virulencia.

Los inconquistables no decae ni un segundo, así podríamos señalar el ritmo que siempre suele imprimir DeMille en sus producciones de tal manera que el aburrimiento es misión imposible. Así como el cuidado del realizador a la hora de la ambientación de época en vestuarios, localizaciones, armas…

Prepárense, empieza el espectáculo…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Tres películas

Shutter Island de Martin Scorsese

Siempre que Martin Scorsese estrena película, trato de no perdérmelo. Shutter Island combina una historia de cine policiaco con tinte de género negro aromatizado con gotas de terror e inquietud e impactante viaje hacia la locura.

Scorsese deja película inquietante, que adapta la novela del mismo título de Dennis Lehane, escritor del que se han adaptado ya a pantalla gigante otras dos obras literarias dando como resultado Mystic River de Clint Eastwood y Adiós pequeña, adiós de Ben Affleck.

Shutter Island es también Leonardo DiCaprio como Teddy Daniels, agente federal con el que viajamos al infierno. DiCaprio muestra esa faceta que cada vez realiza mejor entre duro, violento y a la vez vulnerable.

Shutter Island es la propia isla y el centro psiquiátrico donde transcurre la historia. El paisaje y el edificio es otro protagonista más. Como la casa de Psicosis o el hotel de El Resplandor.

Shutter Island es una recreación llena de pesadillas angustiosas con una fuerza visual que te envuelve.

Es un viaje al miedo, al terror y la duda constante. Un viaje sin retorno. Los que más pánico dan.

Todo aderezado con una música tronante, como aquellas películas de terror, que forma parte de la atmósfera paranoica de la historia.

Shutter Island es un viaje a un mundo enfermo.

Shutter Island es un largo recorrido, que no tiene fin, hacia los laberintos de la salud mental muchas veces presente en la obra de Scorsese. Desde Taxi Driver, pasando por El cabo del miedo (remake), rodeando El aviador, revoloteando por Casino, corriendo en Gangs of New York y haciendo parada angustiosa en esa isla-personaje.

Precious de Lee Daniels

Precious roza siempre el borde de desembocar en otra de Estrenos TV. En convertirse en película lacrimógena de sobremesa. Lo roza pero no lo alcanza.

Tiene situaciones y personajes de este tipo de películas (que saben hacer algo fenomenal aparte de a lo mejor echar una cabezada despertar y no perderte algunas hasta te enganchan). Menciono: personajes guays que si los quitaras de la obra nada pasaría (dícese ese enfermero con cara de Lenny Kravitz, el muchacho es encantador todo hay que decirlo pero una se pregunta qué hace ahí). Historia de superación, adolescente desgraciada entre las más desgraciadas encuentra una profesora-princesa y un grupo de alumnas rebeldes (los personajes más esteriotipados) que se convierten en amigas y alumna logra una sonrisa. Encadenar serie de desgracias en cascada que te hace tener la caja de pañuelos de papel a mano con peligro de ahogo. Niños desamparados…

Pero ¿qué hace que Precious no se convierta en un mero producto Estrenos TV? Lee Daniels y su guionista (que adaptan la novela Sapphire que dicen los que la han leído que es más dura todavía que la película) crean una relación que te hiela la sangre y sus protagonistas se meten en la piel de sus personajes haciéndolos creíbles. Esa madre y esa hija te cortan la respiración en varias escenas (Gabourey Sidibe y Mo’Nique) que hacen que incluso Mariah Carey sea creíble en su rol de trabajadora social.

El Solista de Joe Wright

Un director que hasta ahora a mí me ha transmitido y mucho en Orgullo y prejuicio y Expiación. Dos buenos actores dramáticos Robert Downey Jr y Jamie Foxx y una actriz interesante como Catherine Keener. Una historia atractiva que refleja otra cara de la sociedad que muchos olvidan. Beethoven. Una realización más que correcta…

El Solista tenía todos los ingredientes para una buena obra cinematográfica pero no estalla en todo su esplendor. Se queda en el camino. Es obra correcta que roza la carencia de emoción cuando la emoción es su esencia.

La relación real entre un periodista y un sin hogar enfermo mental no estalla. Y es de esas historias que lo piden a gritos. Me vienen a la cabeza historias como El espantapájaros, Cowboy a medianoche, De ratones y hombres (la versión de Gary Sinise), Ángeles sin cielo…, películas que te dejan tocado, hundido y emocionalmente temblando (y, ojo, ninguna es perfecta pero logran convertirse, por lo menos a mí, en inolvidables) porque crees en la relación de amistad de dos hombres distintos en situaciones duras…

Lo que no le niego a El Solista es que plantea temas siempre interesantes que la convierten en buena historia para tertulia. A mí particularmente el tema que más me tocó es cómo, a veces, con la mejor buena fe del mundo hombres y mujeres tratan de echar una mano, de poner solución o encaminar la vida de otros hombres y mujeres sin ni siquiera escucharles o tener en cuenta lo que tratan de decirte con palabras o con la mirada. Y lo importante que es al final, aunque parezca poco, establecer una relación absolutamente horizontal y de aceptación de uno y otro, de otro y uno (esto que parece lo más sencillo es de las cosas más complicadas de la vida).

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Idilio de El Gordo y La Flaca de Ray Bradbury

Como sabéis, que alguna vez lo hemos comentado en algún que otro post, Ray Bradbury es un escritor estadounidense especializado en literatura de ciencia ficción, fantástica y terror. Sobre todo os sonará porque es el autor de Crónicas Marcianas y de la única obra que adaptó Truffaut para hacer su única película en Hollywood, Fahrenheit 451.

 

Mi hermana que habita en tierras mexicanas y sabe de mi amor hacia el cine y mi búsqueda de cosas curiosas, me regaló en su última visita un pequeño y precioso librito que contiene un cuento de Bradbury absolutamente delicioso Idilio de El Gordo y La Flaca. Sus personajes son un hombre y una mujer que se hacen llamar como los célebres cómicos, Stantaley y Ollie.

 

Es una maravillosa historia de amor, con tintes de cine mudo y comedia absurda e indudablemente tierna.

 

Algunas frases ya enamoran:

 

“—Yo —empezó a decir ella, con un brillo cada vez más intenso en la cara—… conozco el lugar, a menos de tres kilómetros de aquí, donde está la escalinata de 131 peldaños por la que el Gordo y el Flaco, en 1932, subieron y bajaron aquella caja con un piano adentro”.

 

(Añado que se refiere al cortometraje The music box de, efectivamente, 1932)

 

“Fueron a ver muchas películas, nuevas y viejas, pero principalmente las del Gordo y el Flaco. Se aprendieron de memoria las mejores escenas y las repetían a gritos cuando paseaban en auto por Los Ángeles. Ella dejó que su alma rebosara como una fuente y lo bañara a él, y era correspondida con el mismo gozo.

 

Durante aquel año subieron y bajaron la escalinata del piano por lo menos una vez al mes, y organizaron meriendas con champaña sobre los peldaños, en la parte media de esa cuesta, y así descubrieron algo increíble”.

 

Te deja un buen sabor de boca su lectura y confirma cómo el cine ha influido en el mundo de la literatura y viceversa. Y cómo es un mundo apasionante, el navegar por estas influencias, y disfrutar de momentos mágicos.

 

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

El signo de la cruz (The sign of the cross, 1932) de Cecil B. DeMille

Cecil B. DeMille fue uno de los realizadores y productores más exitosos y taquilleros de la primera mitad del siglo XX. Si se trata de explicar qué significa cine-espectáculo, irremediablemente surge el apellido DeMille.

Su poder e influencia en la industria cinematográfica fue enorme. Billy Wilder lo sabía y por eso le hace actuar de sí mismo en ese coloso sobre el mundo del cine en Hollywood que se llamó El crepúsculo de los dioses.

Actualmente es un director en olvido y poco apreciado por los analistas de la historia del cine. Aunque curiosamente, en estos momentos, se está editando toda su obra desde el cine silente hasta toda su obra sonora en DVD.

Tan sólo no se pierden de las memorias cinéfilas las películas de su último periodo como director que se siguen pasando continuamente en las distintas cadenas de televisión o editando una y otra vez en DVD: Los diez mandamientos (versión de 1956), El mayor espectáculo del mundo o Sansón y Dalila.

No se le revisita en exceso y su figura como hombre no ha salido muy bien parada por varios motivos que hace que muchos cinéfilos se alejen de su obra o no se acerquen en un primer momento a ella. Figura polémica, hombre descrito como ultra católico y con convicciones políticas en el extremo derecho. También, se resalta su actuación negativa en la elaboración de listas negras de profesionales del cine durante la etapa de La Caza de Brujas. Son pocas las referencias amables sobre su persona dejando un retrato incompleto. Tampoco ayuda que no se llevó muy allá con uno de sus yernos, Anthony Quinn.

Lo que es indudable es que tenía un profundo sentido del espectáculo y un conocimiento del lenguaje cinematográfico desde el cine mudo. DeMille, que también se le suele encasillar como autor de obras vinculadas al cine religioso (que habría que analizar ese ‘sentido religioso’), era un amante y realizador de buenas películas de aventuras (uno de sus actores fetiche en este tipo de aventuras fue Gary Cooper). Fue uno de los pióneros del séptimo arte.

Ahora estoy empezando a acercarme a la obra de este autor que hasta ahora sólo vinculaba a las películas antes nombradas y estoy empezando a adquirir otras obras que nunca he visto.

El signo de la cruz me ha sorprendido en varios puntos. Primero en ese ‘sentido religioso’. Es obvio que a DeMille el mundo cristiano le parece eminenteme aburrido así como sus actitudes y doctrinas para llevarlas en solitario al cine. Así en esta película, como en otras clasificadas de religiosas, los personajes que realmente se comen la película y los momentos más espectaculares son las escenas de los malvados y paganos. Su depravación moral, su sexualidad, su maldad… da mucho más juego cinematográfico. Los cristianos son los instrumentos y víctimas ideales para dar forma a sus fantasías más depravadas. Así los cortesanos romanos, los malos malísimos, la emperatriz Popea (inolvidable Claudette Colbert), Nerón (¡Charles Laughton, jovencísimo y siempre grande!), sus seguidores, y ese Fredrich March (con esas pantorrillas, esos ojos marcados y pintados, esos labios perfilados, y ese látigo con el que tan bien golpea…) que está en medio de los dos mundos se comen la pantalla. DeMille debía ser muy católico pero le encantaba la posibilidad del pecado y de la perversión.

Lo segundo su exacerbada violencia y crudeza. Todavía se estaban dando retoques y estaba empezando a ponerse en marcha el Código Hays con toda su virulencia (que afectó con numerosos cortes a la película pero la actual copia de dvd a la venta recupera las escenas censuradas en su momento). En el espectáculo circense de El signo de la cruz, ¡¡¡ríete tú de otras escenas como la recientemente analizada Quo Vadis —la de Robert Taylor y Deborah Kerr— o de cine más actual recreando el mundo de los gladiadores!!! No tiene desperdicio y su crudeza me dejó ko. Chicas virginales y desnudas enfrentadas a cocodrilos hambrientos o a un gorila con instinto sexual, gladiadores luchando a muerte con toda su crudeza, elefantes aplastando cabezas, surrealista número de arizonas salvajes cortando cabezas a nativos enanos o incrustándolos en sus espadas, cristianos devorados por leones muy hambrientos y con muy mala hostia…, y entre los cristianos no faltan enfermos, ancianos y niños cándidos e inocentes… Muy fuerte. Pero antes a lo largo de toda la película hemos sufrido con múltiples latigazos, muertes sangrientas a punta de flecha y asistido a torturas inimaginables.

Lo tercero la sexualidad al desnudo. No sólo por los cuerpos desnudos antes mencionados. Sino por el reflejo natural de las orgías romanas bajo el reinado del emperador Nerón, ese baño en leche de burra de nuestra Popea claramente desnuda, que además insta a su compañera de confidencias que se desnude junto a ella y se meta en esa enorme bañera blanca (sí, sí y la metáfora de los gatitos), o la líbido que se escapa de los ojos de un confundido Marco Soberbio que le encantan las curvas de Marcia la cristiana pero que siempre ha sido él muy mujeriego…, hasta que se da cuenta de que ella no es como las ‘fulanas patricias’ con las que se lo pasaba tan bien sino que realmente hay algo llamado amor…

Lo cuarto es su parecido a Quo Vadis. Incendio de Roma, culpabilidad de los cristianos, Nerón loco, Popea malvada, romano enamorado de cristiana… Sin embargo, ¡¡¡ambas películas proceden de fuentes literarias diferentes!!! El signo de la cruz es una adaptación de la obra más famosa (con el mismo nombre) del dramaturgo británico Wilson Barret que la escribió parece ser en 1895. Y Quo vadis es una adaptación de la novela histórica del autor polaco Henryk Sienkiewicz. El autor concebió su obra entre 1895 y 1896. ¿Curioso, verdad?

La diferencia mayor entre ambas películas es que en la de DeMille, tanto Nerón como Popea no tienen ningún problema de conciencia ni son castigados al final de la obra. Además presenta un final trágico para el romano enamorado y su amada cristiana. El romano decide sacrificarse por el amor hacia su amada… En el Quo Vadis de Mervyn LeRoy, tanto Nerón como Popea reciben su castigo por instigar el mal y la pareja del romano y la cristiana son felices y comen perdices (se notan los años 50).

Lo quinto es que es capaz de contar una historia con un buen ritmo y dosis de emoción bien repartidas. Cuenta con un reparto ilustre donde todos están correctísimos en su cometido y sorprende una Claudette Colbert como mujer perversa y sensual cuando se la suele relacionar sobre todo con el screwball comedy o de un Laughton excepcionalmente joven que realiza un retrato genial de un perturbado Nerón. Ah, y sorprendente ese March en plan seductor total con sus enormes ojos maquillados… Destacar también que en esta obra de la Paramount se ven las labores maravillosas de vestuario (combinando la lujuria romana con la pureza cristiana pero también con mucha sexualidad en la virtud) de un Mitchell Leisen antes de convertirse en un afamado director de la productora.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Breve radiografía de Charles Chaplin con varios momentos inolvidables

Carreras sofocantes (Kid auto races at venice, 1914)

Primera vez que vemos a Charlot que hace todo lo posible por aparecer frente a la cámara y presentarse a unos espectadores que le amarán por los siglos de los siglos. En este corto es la mosca cojonera de un equipo de rodaje que trata de filmar tranquilamente una carrera de coches infantiles…, pero Charlot se lo pone muy difícil.

Sydney Chaplin

Relación inseparable con su hermanastro Sydney Chaplin. Desde las penurias de la infancia, al music hall, a trabajar juntos como actores en películas y en negocios, a no separarse nunca…, fue el hermano en la sombra (porque quiso, con vida interesante) pero que contribuyó a la grandeza de Charlot y su mito.

Edna Purviance

Fue musa y pareja mítica de Charlot en varios cortos. Se conocieron en 1915. Siempre cuentan que entre ellos hubo una historia de amor y respeto. Y algo especial hubo cuando Charlot en la cumbre de su éxito quiso dirigir una película dramática donde Edna fuera la protagonista total en una joya del cine mudo Una mujer de París (1923). Él sólo dirigía.

Sin embargo, sus escenas juntos guardan una frescura difícil de alcanzar. Recordemos ese final, bajo la lluvia, de dos inmigrantes en país extraño, que deciden unir sus vidas para siempre y entran veloces en local de licencias matrimoniales en el corto El inmigrante (1917).

Charlot, músico ambulante (1916)

Para hacerse una idea de la magia y la risa que se apoderaba del espectador cuando Edna y Charlot estaban juntos basta recordar la escena en que llega Charlot, un músico ambulante, a un campamento gitano y se encuentra a una desolada Edna, una chica a la que proteger, y la deleita con su música, creando por la reacción de ambos un momento divertidísimo y mágico.

United Artist Corporation

Fotografías e imágenes en movimiento de un momento histórico del séptimo arte. Los artistas quieren controlar sus carreras y proyectos y se unen, al margen de las grandes productoras que se van consolidando. Los mayores artistas del momento se unen para crear su propia productora en 1919: Charles Chaplin, Mary Pickford, Douglas Fairbanks y D. W. Griffith.

Jackie Coogan

Imposible olvidar la armonía entre un niño y su padre adoptivo. Los dos sin hogar. Los dos emocionan igual y dominan su cuerpo y el arte de la pantomima. Los dos nos hacen llorar y reír por igual. Chaplin encontró al compañero ideal en El chico (1921)

El baile de los panecillos

Parece una composición sencilla pero siempre me quedo hipnotizada ante La quimera de oro (1925) cuando llega la escena de Charlot soñador e ilusionado como centro de una fiesta fantasma donde con dos tenedores y un panecillo realiza uno de los números de pantomima más recordados.

Risas en el circo

En uno de los momentos peores de su vida y más polémicos, realiza una película divertidísima que a Chaplin no le traía buenos recuerdos. Sin embargo, tiene escenas para llorar de la risa (no sólo esos malabarismos en la cuerda con monos revoltosos) y un final tremendamente romántico. Por supuesto, se queda sin la chica. Estoy hablando de El circo que se estrenó en 1928.

Luces de la ciudad

Chaplin en 1931 realizó una historia de amo, lágrimas y risas. Una tragicomedia que dotó de escenas tan divertidas como uno de los combates de boxeo más hilarantes como una de las escenas finales más emotivas del cine. Imposible olvidar ese rostro con lágrima y sonrisa ante el miedo del reconocimiento…, poesía pura.

Smile en Tiempos modernos (1936)

Paulette Goddard y Charles Chaplin, juntos caminan hacia el amanecer. De fondo les acompaña banda sonora que posteriormente se convirtió en famosa canción, Smile.

Bailando con la bola de mundo

Sobran palabras. Convierte a un dictador en un bufón, en un payaso para todos los espectadores. Esa parodia de un Hitler con discursos incendiarios que asustan hasta a los micrófonos o ese dictador mitómano y loco que le dice a uno de los ‘cerebros’: “Déjame, quiero estar solo” y entonces baja de unas cortinas en las que se ha subido y se pone frente a una bola del mundo…, y la eleva por los aires empezando una danza…, cómo se burla del poder que ostenta un perturbado…

Discurso final de El gran dictador (1940)

“Lo siento.

Pero yo no quiero ser emperador. Ése no es mi oficio, sino ayudar a todos si fuera posible. Blancos o negros. Judíos o gentiles. Tenemos que ayudarnos los unos a los otros; los seres humanos somos así. Queremos hacer felices a los demás, no hacernos desgraciados. No queremos odiar ni ayudar a nadie. En este mundo hay sitio para todos y la buena tierra es rica y puede alimentar a todos los seres. El camino de la vida puede ser libre y hermoso, pero lo hemos perdido. La codicia ha envenenado las armas, ha levantado barreras de odio, nos ha empujado hacia las miserias y las matanzas”.

Frase mítica de Monsieur Verdoux (1947)

Un Chaplin enfadado con el mundo crea una de sus películas más amargas y pesimistas. Pero una película indispensable para connocer su evolución. Una tremenda película de humor negro. Magnífica.

“Asesinar a una persona hace de uno un canalla, asesinar a millones un héroe. Las cantidades santifican”.

Momento histórico: Buster Keaton y Charles Chaplin juntos en un escenario

Y nos hacen llorar de la risa. Candilejas (1952) refleja como pocas películas el mundo del vodevil. Y de pronto ocurre el milagro y dos de los monstruos de la pantomima crean un número para deleite de los que los amamos fervientemente. Dos abuelos grandes. Uno al violín y otro al piano, dignos y serios, que hacen lo que quieren con su cuerpo y se apoderan de los objetos y del público. Mágico.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Pequeña anécdota cinéfila

El otro día en la gala de los Goya cuando fue homenajeado Antonio Mercero, uno de sus hijos contó que el último deseo de su padre era morir entre su gente querida y todos viendo Cantando bajo la lluvia.

Su hijo contó que esta película la ha visto cientos de veces pero siempre con la misma ilusión que la primera vez.

¿No os parece un adiós precioso?

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

XXIV Premios Goya

Ayer como todos estos años me puse frente al televisor para ver la Gala de los Premios Goya. Y como siempre la ceremonia y las diferentes anécdotas me plantearon varias reflexiones.

Primero. De nuevo una Gala correcta y austera con la apuesta de un presentador ajeno al cine pero no a la televisión. Todo un showman que dio un ritmo correcto a la ceremonia y que regaló momentos divertidos y elegantes como hace habitualmente en el programa que presenta. Andreu Buenafuente fue un buen conductor de la gala.

También comentar que fue una gala políticamente correcta en todos los sentidos. No hubo reivindicaciones de ningún tipo y todo mostraba armonía y buen rollo.

Segundo. Se notaron los nuevos aires del nuevo presidente de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de España, Alex de la Iglesia y su empeño de unificar fuerzas, mostrar unión entre todos los profesionales del cine y ofrecer por último un cine de calidad. Parece que tiene claro que para ello hay que dejarse de mirar uno al ombligo, analizarse, aceptar críticas, tener más en cuenta a los espectadores, reconocer los errores, ser conscientes de que son trabajadores y por lo tanto hay que hacerlo bien, ser consciente de que hay que fortalecer la industria cinematográfica y buscar soluciones, asumir que hay desencuentros, desacuerdos pero que hay que encontrar vías y puntos de encuentro…, y una frase importante “no hay una manera de hacer cine sino muchas”.

Sin embargo, tanto en las candidaturas como en los premios se ha tenido muy en cuenta un punto: el éxito de las películas en taquilla. El número de espectadores que han ido a verla y la capacidad de campañas de difusión y marketing que han tenido las distintas obras premiadas. Así como otros años entre las candidatas y nominaciones se escapaba alguna otra manera ‘de hacer cine’, el caso más reciente fue la ceremonia de 2008 que convirtió en  ganador a Jaime Rosales y su película La Soledad que apenas había conseguido que el público acudiera a los cines y, sin embargo, es una película con una mirada distinta; en la Ceremonia de este año los grandes ausentes han sido aquellos que muestran otras maneras de hacer cine y aportan otras miradas (y que conste que las dos caminos me gustan), historias o vías. Por ejemplo, muchos dicen que los ausentes de las nominaciones han sido las obras cinematográficas de Isaki Lacuesta, Javier Rebollo o la casi total ausencia de Mapa de los sonidos de Tokio de Isabel Coixet.

Todo esto me remite a un recuerdo. Al principio de los tiempos de la ceremonia de los Oscar había dos apartados respecto mejor película. Uno era Mejor Película, Producción. Y el otro era Mejor Película, Producción Artística Única. Y para que nos entendamos: en la primera categoría se la llevó la gran superproducción Alas de William A. Wellman y la segunda fue para Amanecer de F. W. Murnau, ¿nos entendemos? Y ambas son importantes producciones dentro de la Historia del Cine.

Así que poca sorpresa supuso que las grandes ganadoras de la noche fueran Celda 211 de Daniel Monzón y Ágora de Alejandro Amenabar.

Tercero. Está claro que también Alex de la Iglesia sabe lo que es tener sentido del espectáculo y lo que puede dar juego para que la Ceremonia sea un acto seguido en televisión y realmente sirva de plataforma y escaparate de cine español. Con lo cual regaló varios titulares:

-Su presentador, Andreu Buenafuente, para muchos un monstruo televisivo.

-La vuelta de Rosá María Sardá a la hora de dar los premios más esperados, recordada como la mejor presentadora de los Goya (y, como siempre, lo demostró y lo hizo bien, por lo menos para servidora).

-Fue capaz de que las dos ‘grandes estrellas del cine español’ que además son pareja aparecieran por primera vez juntos y relajados en un acto cinematográfico: Penélope Cruz y Javier Bardem, dando así el glamour que este tipo de ceremonias exigen.

-Por ahí vemos la nota extravagante al estar el perro más famoso y más lindo de la actualidad, Pancho, el de la Loteria.

-Como dije al principio la gala no habló de política ni sirvió de plataforma reivindicativa. Sólo se habló de cine.

-Y consiguió el regreso estelar a los premios Goya del director siempre enfrentado a la ceremonia y a la gala, Pedro Almodóvar, para entregar el galardón a la mejor película. (Hubiera sido divertido que también hubiese acudido junto a él José Luis Garci, otro de los directores siempre ajenos a la ceremonia).

Cuarto. Momento emotivo y muy bien elegido el hombre del cine al que se le dio el homenaje, que debido a su estado de salud no pudo acudir a la gala (ahí estaban sus hijos para el agradecimiento) pero sí se realizó un vídeo que recogía el bonito detalle de Alex de la Iglesia yendo a la casa del galardonado para dárselo. Hablo de Antonio Mercero que no sólo ha dirigido películas para recordar sino que también ha sido un hombre de la televisión ofreciendo series muy populares. Así a Mercero se le puede recordar tanto por películas notables como el mediometraje La Cabina, las populares películas con Lolo García (La guerra de papá y Tobi) y sus buenas obras cinematográficas como Espérame en el cielo, La hora de los valientes o Planta 4º o por su paso por la televisión con las series Verano azul, Turno de Oficio o Farmacia de Guardia.

Nada que ver con el Goya con aires underground y marginal a un director polémico pero que toda su vida la ha dedicado y dedica al cine que pudimos también disfrutar el año pasado en la figura de Jesús Franco.

Por otra parte en muchos momentos de la ceremonia se habló de otros cambios que se están produciendo en el mundo del cine, veladamente, pero ya evidente y que suponen un cambio en el modelo actual de industria. Se realizó el uso de efectos especiales que muestran el avance-terremoto de las nuevas tecnologías permitiendo el efecto de unas cañerías que estallaban en pleno acontecimiento o la presencia de Pocoyó, una animación digital. Se hizo una broma referente al 3D y hubo algunos premiados que tuvieron palabras nostálgicas para todos aquellos buenos profesionales de lo analógico que tanta sabiduría han repartido, compartido y adquirido. También el mejor cortometraje de animación fue para una obra (que también está nominada a los Oscar) que emplea el 3D, La dama y la muerte. Uno de los premios fue entregado por una desconocida, una espectadora, a través de un concurso de SMS…, claramente se vive un momento de cambio.

Quinto. En los premios no hubo grandes sorpresas. Estaba claro que las favoritas eran Ágora y Celda 211 y lo confirmaron durante toda la gala aunque la que se llevó los premios más importantes fue la de Daniel Monzón.

El Goya para Malamadre de Luis Tosar era la crónica de un premio anunciado (y merecido).

Las que se fueron sin premio alguno: El baile de la victora de Fernando Trueba (no ha funcionado en las taquillas) y El cónsul de Sodoma de Sigfrid Monleón (la cual ha recibido críticas absolutamente demoledoras pero no puedo opinar pues no la he visto).

¿Soledad Villamil actriz revelación?

También cantado la mejor película hispanoamericana para la coproducción El secreto de sus ojos de J. J. Campanella.

Lola Dueñas repite triunfo con Yo, también. Ya había sido premiada con la Concha de Plata. Curioso el plantel de actrices por una parte actriz de Hollywood en superproducción española, Rachel Reisz (ausente en la gala). Por otra actriz española en producción de Hollywood en concreto en obra de Coppola, Maribel Verdú. Estrella española, superestrella de Hollywood y musa de Pedro Almodóvar, Penélope Cruz. Al final, Goya para actriz española, de cine intimista y pequeño presupuesto, que es musa de directores como Javier Rebollo.

Daniel Monzón frente Amenabar, Campanella y Trueba. El crítico que se pasó al cine y ha mostrado que se puede hacer cine de género entretenido y que sea un buen espectáculo con buena historia de base (aunque analizando aspectos de guión y trama se descubren incoherencias que por el ritmo trepidante, la emoción y sobre todo Malamadre se olvidan…).

He de reconocer que aunque la película no me entusiasmó por varios motivos que ya expliqué en el post correspondiente, sí me quedé con el trabajo de los actores presentes en Gordos, la obra de Daniel Sánchez Arévalo. Por eso no me sorprendió el premio a Raúl Arévalo y sí me chocó el de Marta Etura (que por otra parte me gusta como actriz y su discurso de agradecimiento me pareció de los más frescos, vitales y encantadores) porque no tiene el papel precisamente mejor desarrollado de Celda 211. A mí me sorprendió la interpretación de Pilar Castro en Gordos y era, sin duda, mi favorita. También lo tenía difícil Alberto Amman (pero su personaje sí que presentaba más matices en el papel escrito y a mí frente a otros espectadores que no les gustó como llevo a cabo su interpretación, yo sí me crei a Amman) y sin embargo se alzó con el goya a mejor actor revelación.

Las propuestas a mejor película europea eran diversas y cualquiera que hubiera ganado no me hubiera disgustado del todo. Son producciones que tienen cada una en su campo elementos interesantes. Quizá la más innovadora sea Déjame entrar (por lo que he leído, estoy pendiente de verla próximamente).

Los premios a cortometrajes ficción, documental y animación, a la mejor película de animación y mejor documental o mejor dirección novel indican que hay que seguir luchando porque estas obras lleguen a más público y tengan más posibilidades de exhibición.

Y, por último, los premios técnicos demuestran que hay mucha gente que vale en estas profesiones capaces de llevar su trabajo con pasión y profesionalidad. Y que está repleto de buenos profesionales con unas trayectorias increíbles. Y que contribuyen a que una película sea una gran obra o no lo sea.

Sexto. Al final la reflexión que me planteo es: ¿es ése el escaparate cinematográfico español? ¿Son esas las mejores películas o producciones? ¿Son los trabajos de mayor calidad? ¿Está todo el cine español presente y reflejado?¿Todas las obras cinematográficas, todas las vías representadas?¿Todos los profesionales y equipos humanos se encuentran presentes…? ¿La industria cinematográfica española está preparada para afrontar los cambios que supone el mundo digital?…

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William Wordsworth y Esplendor en la hierba

Película que veo una y mil veces. De romanticismo exacerbado hasta tal punto que enloquece. La dirigió con sensibilidad extrema Elia Kazan y cuenta la trágica historia de amor entre dos adolescentes poco antes y durante la Depresión del 29.

La película la dirigió en 1961 con dos jóvenes bellos Natalie Wood, toda una estrella, y Warren Beatty que comenzaba así una carrera plagada de éxitos.

Son muchas las escenas que siempre evoco pero siempre viene a mi cabeza un poema que sirve para enmarcar una historia efímera, delicada y trágica.

Un fragmento de poema, de una oda más bien. Son versos de William Wordsworth, un poeta romántico inglés.

Unos breves versos que aparecen dos veces en la película y que pertenecen a Oda a la Inmortalidad. El fragmento se lee en dos momentos muy distintos. Una lectura en el instituto donde estudian los protagonistas. El instante en que el frágil personaje de Natalie se rompe en pedazos y donde el significado de estos versos carece de sentido para ella. Y en la escena final, cuando ambos personajes, ya reconstruidos, menos rotos, vuelven de nuevo a encontrarse, y ella entonces rememora esos versos ya con un significado distinto y totalmente profundo.

“Aunque mis ojos ya no puedan ver ese puro destello que en mi juventud me deslumbraba.

Aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores, no hay que afligirse, porque la belleza siempre subsiste en el recuerdo”.

Y es oír estas palabras y recordar todas las imágenes de Bud Stamper y Deanie Loomis y su amor imposible por distanciamiento social, por educación represiva, por circunstancias históricas, por los conflictivos ambientes familiares, por la importancia de las  apariencias, por una sexualidad reprimida, por un mundo que se derrumba…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons 

Pequeño juego cinéfilo (I)

Si me dijeran, de repente, piensa en un director y elige una película para explicar su obra cinematográfica. O una película para compartir con el otro. O una película para llevarte a un lugar lejano que no aparezca en los mapas…

Entonces pienso y pienso y así de primeras quizá mi elección así sin reflexionarlo mucho, quizá sería:

Charles Chaplin y Luces de la ciudad.

Franz Borzage y El séptimo cielo.

William Wyler y Calle sin salida (Dead end).

Frank Capra y Sucedió una noche.

Ernst Lubitsch y El bazar de las sorpresas.

Jean Renoir y French Can Can.

Preston Sturges y Las tres noches de Eva.

Gregory La Cava y Al servicio de las damas.

Douglas Sirk e Imitación a la vida.

Alfred Hitchcock y Con la muerte en los talones.

Michel Power, Emeric Pressburger y Narciso negro.

Vincente Minelli y Como un torrente.

Otto Preminger y El hombre del brazo de oro.

Elia Kazan y La ley del silencio.

Federico Fellini y Las noches de Cabiria.

Luchino Visconti y Las noches blancas.

John Ford y Las uvas de la ira.

Howard Hawks y Río Bravo.

George Stevens y Un lugar en el sol.

John Frankenheimer y El tren.

François Truffaut y Los cuatrocientos golpes.

Jean Vigo y L’Atalante.

Jacques Becker y París, bajos fondos.

Roberto Rossellini y Alemania, año cero.

Vittorio de Sica y Umberto D.

George Cukor e Historias de Filadelfia.

Billy Wilder y El apartamento.

Pier Paolo Pasolini y Mamma Roma.

Stanley Donen y Dos en la carretera.

Mike Nichols y ¿Quién teme a Virginia Woolf?

King Vidor y Y el mundo marcha

Robert Siodmak y Forajidos.

Jules Dassin y Noche en la ciudad

John Huston y Los muertos.

Hal Ashby y El regreso.

Michael Cimino y El cazador.

Brian de Palma y Atrapado por su pasado.

Terrence Malick y Días del cielo.

Martin Scorsese y Toro Salvaje.

Peter Bogdanovich y La última película.

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