El signo de la cruz (The sign of the cross, 1932) de Cecil B. DeMille

Cecil B. DeMille fue uno de los realizadores y productores más exitosos y taquilleros de la primera mitad del siglo XX. Si se trata de explicar qué significa cine-espectáculo, irremediablemente surge el apellido DeMille.

Su poder e influencia en la industria cinematográfica fue enorme. Billy Wilder lo sabía y por eso le hace actuar de sí mismo en ese coloso sobre el mundo del cine en Hollywood que se llamó El crepúsculo de los dioses.

Actualmente es un director en olvido y poco apreciado por los analistas de la historia del cine. Aunque curiosamente, en estos momentos, se está editando toda su obra desde el cine silente hasta toda su obra sonora en DVD.

Tan sólo no se pierden de las memorias cinéfilas las películas de su último periodo como director que se siguen pasando continuamente en las distintas cadenas de televisión o editando una y otra vez en DVD: Los diez mandamientos (versión de 1956), El mayor espectáculo del mundo o Sansón y Dalila.

No se le revisita en exceso y su figura como hombre no ha salido muy bien parada por varios motivos que hace que muchos cinéfilos se alejen de su obra o no se acerquen en un primer momento a ella. Figura polémica, hombre descrito como ultra católico y con convicciones políticas en el extremo derecho. También, se resalta su actuación negativa en la elaboración de listas negras de profesionales del cine durante la etapa de La Caza de Brujas. Son pocas las referencias amables sobre su persona dejando un retrato incompleto. Tampoco ayuda que no se llevó muy allá con uno de sus yernos, Anthony Quinn.

Lo que es indudable es que tenía un profundo sentido del espectáculo y un conocimiento del lenguaje cinematográfico desde el cine mudo. DeMille, que también se le suele encasillar como autor de obras vinculadas al cine religioso (que habría que analizar ese ‘sentido religioso’), era un amante y realizador de buenas películas de aventuras (uno de sus actores fetiche en este tipo de aventuras fue Gary Cooper). Fue uno de los pióneros del séptimo arte.

Ahora estoy empezando a acercarme a la obra de este autor que hasta ahora sólo vinculaba a las películas antes nombradas y estoy empezando a adquirir otras obras que nunca he visto.

El signo de la cruz me ha sorprendido en varios puntos. Primero en ese ‘sentido religioso’. Es obvio que a DeMille el mundo cristiano le parece eminenteme aburrido así como sus actitudes y doctrinas para llevarlas en solitario al cine. Así en esta película, como en otras clasificadas de religiosas, los personajes que realmente se comen la película y los momentos más espectaculares son las escenas de los malvados y paganos. Su depravación moral, su sexualidad, su maldad… da mucho más juego cinematográfico. Los cristianos son los instrumentos y víctimas ideales para dar forma a sus fantasías más depravadas. Así los cortesanos romanos, los malos malísimos, la emperatriz Popea (inolvidable Claudette Colbert), Nerón (¡Charles Laughton, jovencísimo y siempre grande!), sus seguidores, y ese Fredrich March (con esas pantorrillas, esos ojos marcados y pintados, esos labios perfilados, y ese látigo con el que tan bien golpea…) que está en medio de los dos mundos se comen la pantalla. DeMille debía ser muy católico pero le encantaba la posibilidad del pecado y de la perversión.

Lo segundo su exacerbada violencia y crudeza. Todavía se estaban dando retoques y estaba empezando a ponerse en marcha el Código Hays con toda su virulencia (que afectó con numerosos cortes a la película pero la actual copia de dvd a la venta recupera las escenas censuradas en su momento). En el espectáculo circense de El signo de la cruz, ¡¡¡ríete tú de otras escenas como la recientemente analizada Quo Vadis —la de Robert Taylor y Deborah Kerr— o de cine más actual recreando el mundo de los gladiadores!!! No tiene desperdicio y su crudeza me dejó ko. Chicas virginales y desnudas enfrentadas a cocodrilos hambrientos o a un gorila con instinto sexual, gladiadores luchando a muerte con toda su crudeza, elefantes aplastando cabezas, surrealista número de arizonas salvajes cortando cabezas a nativos enanos o incrustándolos en sus espadas, cristianos devorados por leones muy hambrientos y con muy mala hostia…, y entre los cristianos no faltan enfermos, ancianos y niños cándidos e inocentes… Muy fuerte. Pero antes a lo largo de toda la película hemos sufrido con múltiples latigazos, muertes sangrientas a punta de flecha y asistido a torturas inimaginables.

Lo tercero la sexualidad al desnudo. No sólo por los cuerpos desnudos antes mencionados. Sino por el reflejo natural de las orgías romanas bajo el reinado del emperador Nerón, ese baño en leche de burra de nuestra Popea claramente desnuda, que además insta a su compañera de confidencias que se desnude junto a ella y se meta en esa enorme bañera blanca (sí, sí y la metáfora de los gatitos), o la líbido que se escapa de los ojos de un confundido Marco Soberbio que le encantan las curvas de Marcia la cristiana pero que siempre ha sido él muy mujeriego…, hasta que se da cuenta de que ella no es como las ‘fulanas patricias’ con las que se lo pasaba tan bien sino que realmente hay algo llamado amor…

Lo cuarto es su parecido a Quo Vadis. Incendio de Roma, culpabilidad de los cristianos, Nerón loco, Popea malvada, romano enamorado de cristiana… Sin embargo, ¡¡¡ambas películas proceden de fuentes literarias diferentes!!! El signo de la cruz es una adaptación de la obra más famosa (con el mismo nombre) del dramaturgo británico Wilson Barret que la escribió parece ser en 1895. Y Quo vadis es una adaptación de la novela histórica del autor polaco Henryk Sienkiewicz. El autor concebió su obra entre 1895 y 1896. ¿Curioso, verdad?

La diferencia mayor entre ambas películas es que en la de DeMille, tanto Nerón como Popea no tienen ningún problema de conciencia ni son castigados al final de la obra. Además presenta un final trágico para el romano enamorado y su amada cristiana. El romano decide sacrificarse por el amor hacia su amada… En el Quo Vadis de Mervyn LeRoy, tanto Nerón como Popea reciben su castigo por instigar el mal y la pareja del romano y la cristiana son felices y comen perdices (se notan los años 50).

Lo quinto es que es capaz de contar una historia con un buen ritmo y dosis de emoción bien repartidas. Cuenta con un reparto ilustre donde todos están correctísimos en su cometido y sorprende una Claudette Colbert como mujer perversa y sensual cuando se la suele relacionar sobre todo con el screwball comedy o de un Laughton excepcionalmente joven que realiza un retrato genial de un perturbado Nerón. Ah, y sorprendente ese March en plan seductor total con sus enormes ojos maquillados… Destacar también que en esta obra de la Paramount se ven las labores maravillosas de vestuario (combinando la lujuria romana con la pureza cristiana pero también con mucha sexualidad en la virtud) de un Mitchell Leisen antes de convertirse en un afamado director de la productora.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

2 comentarios en “El signo de la cruz (The sign of the cross, 1932) de Cecil B. DeMille

  1. Ay, Hildy, acabo de ver esta película por primera vez y no podría coincidir más con tu análisis. Sólo discrepo en una cosa: ¿solamente hemos de mirar las pantorrillas de Fredric March? ¡Sus piernas completas merecen una película aparte! jajaja. Perdón, me he contagiado del espíritu de los romanos…
    Coincido en particular en que DeMille no debía pensar gran cosa de esos primeros cristianos, porque en todo momento los muestra como pasivos, son elementos estáticos en la historia y, como bien decís, aburridos. Medio minuto de Laughton en la pantalla es mucho más atrapante que toda una escena de ritos religiosos. Y sin embargo, hacia el final DeMille te destroza con ese pueblo que avanza inevitablemente hacia la muerte. Voy a cometer un anacronismo, pero en un punto esta escena me hizo recordar escenas de los campos de concentración. Que curioso cómo a veces el cine tiene momentos premonitorios.-
    Mi DVD viene en una caja con otras cuatro películas (Naúfragos en la jungla, Las Cruzadas, Cleopatra y Unión Pacífico, ¿las has visto?), aún me queda descubrir el resto.-
    Te mando un beso grande, Bet.-
    PD: ¿el maquillaje de March no te resulta similar a las primeras etapas de su transformación en Mr. Hyde, cuando recién ha bebido la poción?

  2. Jajajaja, mi querida Bet, ay, esas piernas que nos pierden…
    Madre mía, Bet, has realizado un momento premonitorio escalofriante y muy interesante. Me has dejado ko, y quiero volver a verla solo por ello. Para fijarme atentamente.
    Náufragos en la jungla la tengo pendiente, esperándome. Las cruzadas no la he visto. Cleopatra y Unión Pacífico a la espera de revisitar, pues creo que ambas las vi de pequeñaja, y no logro recuperar recuerdos sobre ellas.

    Beso
    Hildy

    PD: Sí, toda la razón con el asunto maquillaje de nuestro March. El otro día le disfruté mucho en La herencia del viento (Inherit the Wind).

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.