Una chica afortunada (Easy living, 1937) de Mitchell Leisen

Los dvd recuperan clásicos maravillosos. Ahora hay unas colecciones interesantes que traen de nuevo a primera plana comedias del periodo de oro americano (años treinta principio de los cuarenta) y sobre todo del estudio Paramount. De momento han salido títulos de Lubitsch, Preston Sturges y ahora le ha tocado el turno al gran esteta Mitchell Leisen.

Buenísima oportunidad para rescatarlas del olvido y para reírse a carcajadas. Oportunidad de oro para traer a la palestra aquellas grandes comediantes que eran Claudette Colbert, Carole Lombard, Barbara Stanwyck o la gran Jean Arthur. Sin olvidarnos de ellos, por supuesto, da gusto reírse con Henry Fonda, un Ray Milland que comienza, Don Ameche o el atractivo Joel McCrea. Sin dejar a un lado a todos esos actores secundarios de rostro inolvidable: Eugene Palette, Edward Arnold, Charles Coburn, Mary Nash…

Muchas de ellas son genuinas del screwball comedy, comedias que rozan el surrealismo en las situaciones que plantea y en los personajes que pululan por ellas y que son fruto, entre otros motivos, de la Depresión. Películas para perder la cabeza. De salones, de grandes lujos, de impresionantes vestidos, de ricos muy ricos y estrafalarios y de cómo siempre hay alguien de otra clase social, normalmente, de la clase trabajadora que pone su mundo patas arriba. Los ricos alucinan y el personaje en cuestión más todavía. En esa mezcla explosiva de clases sociales y siempre con una crítica social latente, se da rienda suelta a la locura y a la carcajada…, y a verdaderas joyas del género. A veces, se introduce también la lucha de géneros y el coctail es más explosivo todavía. Los contrastes generan carcajada.Joyas que ahora mismo se me pasan por la cabeza: Al servicio de las damas, Las tres noches de Eva, Un marido rico, Los viajes de Sullivan, Historias de Filadelfia, Medianoche, Sucedió una noche, La muchacha de la quinta avenida…, y la película que nos ocupa, Una chica afortunada.

No sólo tiene todos los elementos de las mejores screwball comedy sino que además introduce una técnica infalible para la carcajada, y ampliamente utilizada en el cine cómico mudo, el slapstick, las caídas y los golpazos inesperados y exagerados. Y aquí en Una chica afortunada funciona. Desde la primera a la última escena hay caídas reiterativas y no cansan… por lo inesperado. Por lo bien metidas que están.

Las situaciones que plantea muchas llegan a extremos surrealistas. Por supuesto hay familia de millonarios extravagantes: un banquero malhumorado pero de buen corazón (con el rostro de Edward Arnold, indispensable secundario de las películas de Capra), un hijo que vaguea todo lo que puede pero que herido en su honor propio decide abandonar el hogar y buscarse la vida con un trabajo (un Ray Milland que empieza a protagonizar papeles de cierta envergadura) y una mujer histérica y amante de los abrigos de piel (con cara de Mary Nash que también será la sufrida y millonaria madre de Tracy Lord en Historias de Filadelfia). En una discusión familiar el banquero termina tirando un abrigo de piel por la terraza y va a parar a la cabeza de una chica trabajadora con muchas deudas y bastante hambre. La chica trata de devolverlo y se cruza con el banquero. Un pequeño paseo que dan basta para lanzar rumores que llegan a la prensa. Ella es la amante. El malentendido empieza a pulular a lo largo de toda la cinta sin que ninguno de los dos afectados sea consciente…, empieza la locura y el espectáculo. La vida cambia para ambos. 

A ella le ofrecen vivir en un hotel de lujo, espectacular, cuyo director es un personaje que roza el surrealismo maravillosamente interpretado por Luis Alberni (actor secundario en un montón de comedias y películas de los años treinta y cuarenta. Actor bastante olvidado que nació en Barcelona pero que a principios del siglo XX se trasladó a EEUU, primero subió a los escenarios y luego saltó a las pantallas cinematográficas). Ella no entiende nada pero se ve arrastrada por las situaciones.Todos tienen su dosis de locura, Jean Arthur incluída, que cuando gana algo de dinero lo que más ilusión la hace es comprarse dos enormes perros lanudos. Además, encuentra el amor junto al hijo del banquero, ambos se encuentran en un restaurante autoservicio (muy parecido al que hablamos hace poco en Suave como visón, comedia de los años cincuenta con Doris Day) donde llevan el caos y la diversión. Los malentendidos llegarán a tal punto que provocarán la caída del banquero en la bolsa…

Ritmo frenético, cuidada ambientación, personajes maravillosos, diálogos brillantes (ahí se nota la mano maestra del en aquel momento guionista Preston Sturges) y cuidada y elegante dirección de un estata-director, Mitchel Liesen.

No se la pierdan. 

La ciudad desnuda (The naked city, 1948) de Jules Dassin

A lo largo de este blog ya he presentado varios post donde hablaba de alguno de los integrantes de esta película: el productor Mark Hellinger y el director Jules Dassin. También, de distintas películas de cine negro y, por otra parte, varias explicaciones sobre un periodo marcado por la caza de brujas.

Otra de las películas señaladas por el comité de actividades antiamericanas fue La ciudad desnuda donde también se encuentra uno de los diez de Hollywood, el guionista Albert Maltz. Esta película sería la última que dirigiría Dassin en EEUU antes de su exilio y es anterior a esa obra maestra que rodaría en Londres (de la que también he hablado), Noche en la ciudad. Por otra parte, también supondría la última película producida por Mark Hellinger que murió antes de su estreno. Algunos estudios históricos dicen que tras la muerte de Hellinger se realizaron cambios en el montaje por parte del estudio que desvirtuan la propuesta original de Dassin y Hellinger y algunos de los contrastes que querían resaltar n la ciudad de Nueva York.

Esta película tiene muchos aspectos interesantes en los que fijarse aunque su historia no me ha emocionado tanto como la ya citada Noche en la ciudad o Brute Force (cercanas en fechas de la filmografía de Jules Dassin). Quizá por su intención que es crear una película de carácter semi-documental. Y ahí, sin embargo, se encuentra una de sus mayores virtudes y la originalidad de su propuesta.

El mayor protagonista de esta película es, sin duda, Nueva York. Como se explica una y otra vez está rodada en escenarios naturales y no en estudios. La ciudad desnuda presenta el alma de Nueva York en los cuarenta y eso le da un valor incalculable. El pulso de una urbe. ¡Y vaya si lo consigue! De las miles de historias que podría narrar o elegir, el objetivo se centra en la investigación policial de un asesinato: la de una bella modelo que aparece ahogada en una bañera en su apartamento.

Para advertir de que se va a ver una película distinta, realista, y mostrar una de las caras de Nueva York, nos encontramos una voz en off que nos va centrando la historia. La voz es la del propio productor Hellinger. Otro de los aciertos de esta sencilla trama, una investigación rutinaria de asesinato por parte de una comisaria de Nueva York, es la presentación de los policías a cargo del caso. No son los héroes habituales del cine negro, no son personajes que se mueven entre el mal y el bien, entre sombras, son dos hombres normales y corrientes que llevan a cabo su trabajo con profesionalidad y con los medios que poseen. Nos encontramos con un hombre que lleva años en Homicidios y que conoce bien su trabajo, un investigador de origen irlandes con la cara de Barry Fitzgerald y un joven detective inexperto pero despierto con el rostro de Don Taylor. Ya lo dice el veterano investigador en un momento de la trama, “no quiero héroes muertos”.

Para añadir más realismo a la trama ninguno de los actores es excesivamente conocido. Todos son intérpretes que tendrían largas carreras como actores de reparto. No son grandes estrellas. Son tan anónimos como cualquier habitante de una gran urbe. El más conocido es el ya mencionado Barry Fitzgeral que era uno de los secundarios imprescindibles en las películas de John Ford (Qué verde era mi valle o El hombre tranquilo figura entre alguno de sus trabajos). Pero por ahí aparecen también Howard Duff o Ted de Corsia, secundarios con amplias carreras, que aquí se convierten en un mentiroso compulsivo que despista una y otra vez a los investigadores y un ex boxeador que toca la armónica que es con el que se llegará a la escena culminante de la cinta, la persecución final. Que como no podía ser de otra manera termina en uno de los puentes de Brooklyn, el de Williamsburg.

Como digo, la película muestra el día a día de unos investigadores en una comisaria de Nueva York, con realismo y sin héroes valerosos que pululan por una ciudad llena de vida. Muestra de manera magistral distintos personajes que pueblan la urbe, los niños jugando en las calles, la anciana con problemas de salud mental que se presenta para dar la solución del caso o el joven tampoco en su sano juicio que se inculpa del asesinato; los dependientes de las tiendas o bares, la trágica aparición de los padres de la modelo —dos personas castigadas por la vida—, la asistenta y el portero del edifico donde se descubre a la modelo asesinada, viudas ricas, personas trabajadoras que día a día acuden en metro o autobús a sus puestos de trabajo, la joven esposa del detective inexperto preocupada por la educación de su pequeño, otros compañeros de los investigadores…

¿Quién fue Franchot Tone?

Hay actores y actrices que han caído en el olvido y luego están los olvidadísimos y apenas nombrados. Los nunca recordados. Ayer, de pronto, se me apareció Franchot Tone. Galán de cara extraña, del mismo tipo que otro actor olvidadísimo tan sólo recordado por ser el tercero en discordia en Casablanca, Paul Henreid. Pero el pobre Tone no tiene algo parecido a Casablanca en su filmografía y claro el nombrarle y decir cinco películas suyas en un minuto es misión imposible.

El bueno de Tone apareció, como he dicho en el primer párrafo, ayer. Sí, sí, sí, no me estoy volviendo loca. Ni hay otro inmortal entre ustedes. No. Ayer estuve viendo un completo documental sobre la vida de Joan Crawford y cuentan que después de su primer matrimonio con Fairbanks Junior llegó Franchot Tone. Inteligente, culto, elegante, refinado… que alimentó las ansias que tenía Joan en convertirse en una mujer de bien y también con algo de cultura y dejar atrás sus años de flappers.

Tone, primero, fue actor de teatro. Le encantaban los autores clásicos y fundó junto a muchos otros compañeros el Group Theatre. Sin embargo, fue el primero de la compañía que cogió sus maletas y se fue a Hollywood. En los años treinta llegó al mundo del cine. Y fue el galán por excelencia de dos damas de la Metro: la rubia platino y sex symbol Jean Harlow y su futura esposa Joan Crawford (estuvieron casados cuatro años). Dos mujeres de armas tomar con un galán de rostro extraño, se diría que algo exótico y distante. También tuvo en sus brazos a Bette Davis o Katharine Hepburn.

Es de los olvidados, olvidadísimos, pero los cazadores de clásicos verán su cara y su interpretación, siempre correcta, en varias películas que pueden recuperar su rostro.

En los treinta le podemos recordar en Alma de bailarina cuando la Crawford iba camino a estrella resplandeciente. La indómita junto a la explosiva Harlow. Una de aventuras belicas muy popular, a Tone varias veces le pusieron el uniforme, Tres lanceros bengalíes. La primera versión de El motín de la Bounty junto a Gable y Laughton con nominación al Oscar incluida. Una de las obras más recordadas de Borzage, Tres camaradas.

En los años cuarenta viste de nuevo el uniforme en una entretenida película de aventuras de Billy Wilder, Cinco tumbas en el Cairo. O también se mete a héroe trágico en películas de cine negro: Siodmak le da a conocer a La dama desconocida. O junto Merle Oyeron visita Aguas turbias.Poco a poco en los cincuenta regresa de nuevo al mundo del teatro y se introduce también en el mundo de la televisión. Llegó a llevar él mismo a la pantalla de cine su versión de El tío Vania. Y aún en los sesenta aparece como secundario en películas como Tempestad sobre Washington.

Olvidado, olvidadísimo. Por lo menos hoy, le recordamos un poquito.

José Saramago y Richard Yates

Hoy escribo los nombres de José Saramago y Richard Yates.

Porque dos de sus obras han sido adaptadas al cine y las dos películas estoy deseando verlas.

Una se llama A ciegas y ha sido dirigida por el director brasileño Fernando Meirelles. La novela adaptada es El ensayo sobre la ceguera de José Saramago.

La otra Revolutionary Road y ha sido dirigida por el director británico Sam Mendes. La novela adaptada es Revolutionary Road de Richard Yates.

Sus estrenos serán una a finales de año y otra a principios del año que viene.

Motivos para ver una y otra película:

Hoy emocionada veo un vídeo en que se ve la reacción de un Saramago lindo, que suelta una lágrima o dos o tres, cuando ve por primera vez A ciegas y tiene unas palabras lindas para un también emocionado y cariñoso Fernando Meirelles.

¡¡¡Meirelles me fascina en Ciudad de Dios y El jardinero fiel!!! (ambas son también adaptaciones de novelas pero con mirada Meirelles).

Siempre apetece ver a una Julianne Moore, actriz en cada poro de su piel. Seguro que nos sobrecoge.

Tengo la inmensa suerte de haber leido Vía revolucionaria, una novela que impacta y te deja sumida en la tristeza más absoluta…, ¡¡¡pero es una historia tan bien contada, tan jodidamente humana!!! Los Wheeler te rompen por dentro, pedazo a pedazo, en cada página.

¡¡¡ Y Sam Mendes rompe a pedazos el sueño americano y analiza con bisturí a las clases medias. Ya supo hacerlo mejor que nadie en American Beauty y ahora…!!!

Leonardo DiCaprio y Kate Winslet después de once años vuelven como los Wheeler. Y me los imagino. Ya quedó lejos su edulcorado romance cinematográfico a lo Titanic (sí, sí, ya sé que lo disfruté y no reniego) y ahora llega el retrato amargo de un matrimonio que ve escapar sus sueños e ideales hasta llegar un momento en que no saben ni quienes son. Pueden estar magistrales.

Diccionario cinematográfico (82)

Capra, Frank: director de cine=IDEALISMO. 

Director que subió a los cielos de los cielos a pequeño estudio que respondía al nombre de Columbia y que puso su nombre antes que el título. 

Director que asumía que el ser humano era bueno por naturaleza y por eso sus héroes son inocentes y que luchan cada día por las causas perdidas. Normalmente, ellas son las desencantadas que terminan creyendo en el héroe y les empujan, con su inteligencia y astucia, en la lucha. Los malos son malísimos y corruptos, saben hacer la vida imposible. 

Director que es un mago contando cuentos o fábulas. 

Director que detrás de su idealismo practica la crítica. Una crítica inteligente. 

Director que se fue desengañando del mundo hasta crear una obra irónica en plan Arsénico por compasión. 

Director que sacaba lo mejor de todos los actores. Cualquier papel pequeño era tratado con tanto mimo, que siempre descubres detrás de cada rol mínimo, toda una historia. Los secundarios de Capra vuelven de oro sus películas. 

Director que consiguió algunas de las interpretaciones más recordadas de Gary Cooper, James Stewart, Jean Arthur o Donna Reed. 

Director de cine capaz de hacernos creer en la existencia de un ángel, de un pequeño milagro, de que todos aquellos que son David vencen a Goliat, de que la Democracia es el mejor de los sistemas y la libertad de expresión permite la libertad del hombre y que no haya stop en la denuncia y críticas constructivas (Capra se comprometió políticamente y activamente con el pensamiento de Roosevelt), de que se pueden superar las dificultades si sale todo lo mejor de los Juan Nadie, Smith o Deeds… 

Director de cine que creía en el ser humano.

Thomas Mitchell

Con cara tierna o de malicioso e irónico, Thomas Mitchell fue un grandioso actor de reparto (y no me importa el uso de adjetivos superlativos y exagerados). Con personajes inolvidables y, por desgracia, olvidados. Cada una de sus recreaciones le reportan un trono en el Olimpo de los actores, Mitchell cuenta con filmografía gloriosa lleno de clásicos de los grandes. 

Bajo, más bien pequeño pero hombre recio, con risa peculiar, camaleónico, capaz de ser el más duro entre los duros, el borrachín más sabio, un pícaro con lengua afilada o ser encantador como buena persona. Este americano de origen irlandés, que empezó como periodista y escritor, y terminó subido a un escenario para no bajarse jamás de los jamases y triunfar en el escenario, en la pantalla cinematográfica y en el televisor, siempre estaba ahí para directores como Frank Capra y John Ford. Los dos confiaron en él y le dieron sus primeros éxitos. Thomas Mitchell grande y mítico. A veces tan sólo recordado por su papel de padre de Scarlata O’Hara en esa gran superproducción maravillosa que se llamó Lo que el viento se llevó, tuvo personajes en los que brilló con luz propia que trataremos de recordar en este pequeño post. 

Aunque su primera aparición cinematográfica data del año 1923 empezó a destacar y a llamar la atención en dos producciones de finales de los años treinta. De la mano de Capra en su película de lugar mítico, Horizontes perdidos (1937) y en una película extraña dentro de la filmografía de Ford, Huracán sobre la isla (1937) con los exóticos Jon Hall y Dorothy Lamour. 

El año 1939, el gran año de los clásicos en Hollywood, fue el año de su consagración, con cinco personajes memorables (y sigo con adjetivos exagerados, se merece esos y más). Por una parte, el doctor alcohólico al que le tiemblan las manos pero buena persona hasta al final que se convierte en uno de los viajeros de esa diligencia que dirigió magistralmente Ford. O el periodista cínico pero que termina creyendo en ese joven idealista con cara de Stewart que ve el congreso como un templo en esa encantadora fábula política que es  Caballero sin espada. Su amistad y divertido galanteo con una divertida y también cínica Jean Arthur regala momentos grandes. El piloto valeroso, amigo y desencantado que emprende un último viaje y regala los segundos más emotivos en Sólo los ángeles tienen alas de otro director grande, Hawks. Y, por último, ese padre bueno y amante de la tierra que termina perdiendo la cabeza, un O’Hara que no sobrevive al horror de la guerra y la caída de su mundo o también su actuación aclamada en Esmeralda, la zíngara. 

Con Ford volvería en los cuarenta en Hombres intrépidos y Capra le regalaría todavía más papeles míticos en esa joya que es Qué bello es vivir, 1946 o en una de sus últimas apariciones en cine, en Un gangster para un milagro en 1961. En las obras caprianas nadie olvida ese tío tierno del protagonista algo olvidadizo e inseguro o ese vividor y excéntrico que siempre lleva la risa en la boca. 

Son muchas las películas que ganan con su presencia. Hay dos joyas de Julien Duvivier que ofrecen al mejor Mitchell en estas curiosas películas de episodios: Seis destinos (1942) y Al margen de la vida (1943). En una millonario desengañado y cínico que descubre cómo su joven esposa, hermosa Hayworth le pone los cuernos con famoso actor, Charles Boyer. En la segunda pícaro adivino que lee las manos a un descreído Robinson y sin darse cuenta marcará su fatal destino. 

Otro personaje encantador en película del gran Ben Hecht donde interpreta a uno de los grandes perdedores que pueblan la historia que narra Ángeles sobre Broadway (1940). Escritor fracasado y alcohólico que, sin embargo, no pierde la esperanza de que ocurran pequeños milagros y que trata de buscar motivos para que otro perdedor como él no se suicide. También, aparece como malo malísimo y mejor personaje en esa obra inmortalizada por la campaña de publicidad que realizó su director, el millonario Howard Hughes a propósito de los atributos femeninos de su protagonista, la explosiva Jane Russell… hablo de El forajido (1943). 

Su rostro de imprescindible secundario hace brillar obras de Robert Siodmak (A través del espejo, 1946) o el maestro Lang (Mientras Nueva York duerme, 1956) o se convierten en inolvidables sus contribuciones a películas tan populares en su momento como Las llaves del reino (1944) o la siempre clásica Sólo ante el peligro (1952). 

¿Cómo puede haber caído en el olvido un grande entre los grandes? (última ristra de adjetivos alegremente usados para celebrar a Mitchell).

Diccionario cinematográfico (81)

Cinema Paradiso: local de cine en pequeña población italiana donde se encuentra el proyeccionista Alfredo y un niño que ama el cine, Totó. Su historia es la de muchos cines de pueblo que eran los sitios de ocio preferidos por niños y mayores, donde se podía soñar y olvidar los problemas de posguerra. Locales vivos donde la gente reía, lloraba o pateaba, donde se vivía el primer amor o donde se pasaba de la niñez a la adolescencia en dos patadas. 

En el cinema Paradiso hay varias personas imprescindibles. Alfredo, el proyeccionista, un hombre sabio. Totó, que sueña con seguir la profesión de la persona que más admira en el pueblo. El acomodador, dulce y sencillo, que vive momentos emocionantes. El empresario del cine, ocupado en las películas que tiene que ofrecer y en que en su cine haya todo tipo de comodidades. El cura y censor, personaje entrañable que se dedica a guardar la moral del pueblo en el que vive y corta una y otra vez todas las escenas en los que los protagonistas se besan. Y, sobre todo, los espectadores que llenan la sala con sus ganas de sentir y vivir otras vidas.  

El cinema Paradiso se encuentra en la plaza del pueblo, lugar privilegiado para el lugar de ocio por excelencia. En la plaza se encuentra cómo no el loco del pueblo, personaje entrañable que pregona a los cuatro vientos que la plaza es suya, obviamente el cinema Paradiso también. 

El cinema Paradiso vive todos los cambios habidos y por haber desde las películas inflamables que hacen que la profesión del proyeccionista sea un peligro hasta la consecución de aparatos más modernos y de películas que no se queman. En el cinema Paradiso se vive también la historia del cine desde una Silvana Mangano hasta una Bardot explosiva, de la comedia al melodrama, del neorrealismo al mundo de los sueños. 

En el cinema Paradiso hay también lugar para el drama. Alfredo, el proyeccionista, vive un incendio. La película, los fotogramas que ama, le arden en la cara y se queda ciego pero sigue sabio. Y Totó, Totó salva a su héroe. Le recoge entre las llamas y le devuelve la vida. 

Totó ama a Alfredo, ama al cine, ama el cinema Paradiso, ama el cuarto del proyeccionista, ama las imágenes, ama a su pueblo, ama a esa madre que trata día a día de sobrevivir y sacar a sus hijos adelantes porque la guerra le arrebató al marido, y ama a los vecinos, a todos los que forman parte de su pequeño mundo…, pero Alfredo, que es un hombre sabio y quiere a Totó como a un hijo, le dice que él puede llegar muy lejos que hay más vida, más allá del cinema Paradiso. 

Y Totó, tras desengaño amoroso, le hace caso. Totó se va. Desconecta de lo que tanto amo. Y se hace un hombre de mundo, un hombre que triunfa en el cine. Y al cabo de los años, en los ochenta, desaparece Alfredo y el cine Paradiso. Y a Totó le puede la nostalgia, realiza el regreso y recupera su pasado. Y Alfredo le deja algo que le había prometido desde niño. Y Totó recupera la sonrisa cuando en una sala de proyecciones, para él solo, puede ver cada uno de los besos censurados.

Empieza el espectáculo (All that Jazz, 1979) de Bob Fosse

Bye, bye, love. Bye, bye, life. La muerte es una mujer bella, fría y rubia vestida de blanco. Empieza el espectáculo. Y Joe Gideon, el coreógrafo y director de cine, habla tranquilo con la rubia de sonrisa etérea que le pregunta sobre su vida, sus sentimientos, su adorado trabajo, las mujeres a las que ama, los bailarines con los que se relaciona, la película que está montando…

A Joe Gideon (un Roy Scheider que se come la pantalla a pedazos, que se asoma y nos atrapa) la vida le sale a raudales por cada uno de los poros de su delgado cuerpo. Pero la consume tan rápido como cada uno de los cigarrillos que se fuma. Gideon vive el presente y está absolutamente absorbido por aquello que ama, la belleza de la coreografía bien hecha, de la película bien montada. Tan intenso, tan egoísta y a la vez tan tierno. Siempre lo deja claro, ama como puede y como sabe.

La muerte (una Jessica Lange que brilla como metáfora) siempre le acecha, con sonrisa bella, en forma de mujer…, él se siente atraído siempre por lo que considera bello. Todos los días de su vida trata de crear algo hermoso. Una coreografía, una imagen… La vida es espectáculo, y él no se puede permitir el tener una muerte anónima, triste…, desoladora. Y su mente crea y celebra la más increíble de las despedidas. El corazón le falla pero él sigue, y sigue, y sigue. Trabajando a ritmo agotador, fumando, bebiendo, tomando anfetaminas, reuniéndose con la gente que quiere, haciendo el amor con toda mujer que se le cruce por delante, y sintiéndose protegido entre las tres mujeres que sabe le aman sobre todas las cosas. Y él, a su manera, también las adora porque son las que hacen que no pierda más el norte o el sur, o la brújula loca que lleva en su interior.

Su ex esposa, su novia y su hija. Las tres siempre muy presente. Y él sabiendo que mete la pata una y otra vez. Y ellas…, siempre están ahí. Ya se lo dice, camino al quirófano para reparar su corazón roto: perdona el daño que te hice, perdona el daño que te haré. Y con su niña, siempre cómplice.

Y con sus bailarines el ritmo es agotador. Y una y otra vez repiten la coreografía que él trata que sea perfecta. Porque merece la pena. E intenta que sea el mejor trabajo que realicen. Y día a día, empieza el espectáculo. El colirio en ojos cansados, la anfetaminas que le permitan seguir el ritmo, la ducha reparadora, el cigarro detrás de otro cigarro. Y el amar y sentirse amado, o mejor dicho deseado.

Bob Fosse se convierte en un Joe Gideon que reflexiona sobre su propia muerte. Un corazón que falla, como le fallará a él, unos diez años después. Fosse habla de un creador con coreografías brillantes. De sus dudas y miedos. De sus sentimientos y manera de pensar. Giuseppe Rotunno regala una fotografía brillante donde se celebran los cuerpos y la danza. A Fosse siempre le gustó Fellini (no olvidemos que la primera película que dirigió fue un remake musical de Las noches de Cabiria) y Empieza el espectáculo es la historia orínica de un coreógrafo como Fellini 8 ½ es la reflexión de un director de cine que siente que se le agota su capacidad creativa.

Fosse creo el cine musical moderno y pasa al Olimpo de directores brillantes con tres películas que rozan la belleza. Un Cabaret con gotas incisivas de Lenny (una y otra vez recordada en el montaje cinematográfico en el que trabaja Gideon) y una despedida que invita a que siempre Empieza el espectáculo.Bye, bye, love. Bye, bye, life. Y a Joe Gideon le abren a corazón abierto, y Joe Gideon teme a la muerte aunque sea una mujer vestida de blanco con sonrisa perenne. Y Joe Gideon quiere una despedida a lo grande. Y Gideon sabe lo que hay detrás de bambalinas, y conoce que el espectáculo y el arte también es negocio. Y conoce los parámetros de un mundo duro y cruel… pero a la vez lo ama porque le permite crear aquellas cosas en las que cree.

Bye, bye, life. Y Joe Gideon se ha ido. Y la muerte no es bella. Pero él todo lo que siente o toca lo transforma. Y esa brujula loca que es su vida, le consigue una muerte creativa y una despedida. La mujer vestida de blanco, de sonrisa perenne, se quita el velo. Lo espera.

Momentos inolvidables de Rock Hudson comediante

Durante los años cincuenta, Rock había sido el rey del melodrama o del drama. Era el héroe, el hombre serio y atractivo que se enfrentaba a los avatares de la vida y al amor en mayúsculas. Joven, alto y muy atractivo paseaba con sus damas en historias dramáticas donde el amor se encontraba con todos los obstáculos posibles. Hudson fue el actor ideal para alguno de los mejores melodramas de Douglas Sirk (Sólo el cielo lo sabe, Obsesión, Ángeles sin brillo, Escrito sobre el viento…) y también estuvo presente en esa película río que fue Gigante o fue el galán del remake de Adiós a las armas (lo siento, Rock, pero me quedo con la versión de Gary Cooper).

De pronto, a finales de los años cincuenta, dio un giro total y absoluto en su carrera. El héroe romántico por excelencia se convirtió en comediante. ¡¡¡Y qué bien lo hizo!!! Ni él mismo confiaba en sus posibilidades, pero unas cuantas buenas películas y la labor de Hudson, siempre trabajador, hizo que nos riéramos con él.

En este viaje a la risa le acompañaron durante tres veces Doris Day y Tony Randall. También, repitió con Gina Lollobrigida. Y además protagonizó un clásico de la comedia que rescataba la screwball comedy junto a uno de los maestros Howard Hawks. ¡¡¡Comienza el espectáculo!!!

Se convirtió en el galán de los galanes, en el ligón entre los ligones, que invitaba al equívoco, asumía personalidades y terminaba siempre con la heroína entre los brazos. Su alta estatura permitió muchos momentos mágicos de risa en pequeños coches.

Las secuencias: un Rock Hudson absolutamente batido y alcoholizado por Thelma Ritter. Él esperaba emborracharla para que le diera pistas sobre cómo recuperar a su amada Day. Y es ella la que se queda como una rosa. Hudson, divertido y tierno, cae derrotado a la mesa. La Ritter cada vez que tiene algo que decirle, le coge del pelo, le levanta la cabeza y le va dando pistas, y él contesta absolutamente fuera de juego. ¡¡¡Delicioso!!!

Confidencias a medianoche (Michael Gordon, 1959)

Un Hudson desatado. Asume el papel de un científico (para engañar a la siempre inocente, pero ojo, independiente señorita Day) que tiene problemas en su relación con las mujeres. De pronto, para llevarse a la señorita Doris a la cama realiza un teatro maravilloso, con lágrimas y desesperación, porque no se siente un hombre del que se puedan enamorar las mujeres.

Pijama para dos (Delbert Mann, 1961)

A Hudson no hay quien le tumbe. Y eso lo comprueban un grupo de niñatos pijos. Tratan de agotarle en un paseo en moto, en una sala de fiestas, y vuelven a intentarlo haciéndole beber y beber, todo porque quieren estar solos con otras niñatas pijas. Pero Rock no les deja. Rock se convierte en el hombre incansable. Camina como el mejor, monta en moto por caminos interminables siempre junto a la bella Lollo, baila mejor que nadie como rey de la pista y tumba a todos los jovenzuelos bebiendo fresco como una rosa…, película de paisajes maravillosos, de tópicos divertidos, pandilla de niñatos y niñatas capitaneadas por Sandra Dee…, se los comen con patatas un divertido y apuesto Rock Hudson y una bellísima, alegre e italianísima Gina Lollobrigida. Ambos son vitales, hermosos y divertidos.

Cuando llegue septiembre (Robert Mulligan, 1961)

Y llega toda una joya donde Rock junto a Paula Prentiss son un despropósito de carcajadas. El experto en pesca que nunca ha pescado, la chica alocada que le mete en un lío tras otro. Impagable Rock en pijama de pantalones cortos, tratando de montar una tienda de campaña, intentando aprender a pescar y pescando tres de los peces más grandes del lago de la manera más inverosímil.

Su juego favorito (Howard Hawks, 1964)

Su última comedia junto a la Day y a Randall. Aquí ya ha conquistado a la dama. Está casado con ella. Pero Hudson hace papel de adorable hipocondriaco que piensa que le quedan sus últimos días. Y se vuelve tierno y divertido. Sólo quiere buscar un nuevo marido para su mujer en sus últimos días de vida porque cree que ella no será capaz de vivir en soledad. Sus conversaciones con Randall, su vecino, lo mejor de lo mejor.

No me mandes flores (Norman Jewison, 1964)

Thelma Ritter

Va pequeño homenaje para esos maravillosos actores de reparto o secundarios que se meriendan a los protagonistas cada vez que aparecen en pantalla. Y para ello pequeño texto en recuerdo de actriz secundaria con filmografía impecable llena de películas que no caerán en olvido. 

Ella era pequeña, desencantada, con una lengua de doble filo pero siempre genial. Thelma Ritter, una de las actrices más nominadas al oscar (seis veces) y que nunca lo ganó. Ni falta que la hizo. Actriz de rasgos duros y dulces a la vez que se gana, con derecho propio, sitio en el Olimpo de los actores. 

Ahí va homenaje mínimo, para que no caiga nunca en olvido. Que sepa que hay quien la reconoce, quien ríe y llora con ella. Su ironía era su arma mejor empleada. 

La fama cinematográfica la llegó pasando la cuarentena…, no tenía rol protagonista pero los minutos que salía, se salía. Sólo nombrar una lista de películas para alucinar: 

Su primeros pasos los da con un clásico de las navidades (De ilusión también se vive, 1947), pasito a pasito consigue rol en esa maravilla que es Carta a tres esposas (1949) y claro Mankiewicz no la dejó escapar. Allí ya la regala diálogos y caras geniales como mujer trabajadora y desencantada de la vida pero vital. Extraña mezcla que sólo ella conseguía. 

No la deja escapar para convertirse en esa mujer que fue grande en el escenario y que termina como amiga, confidente, doncella, dama de compañía de otra grande, Margo Channing en Eva al desnudo (1950). Sus replicas, como no geniales, es la primera que siente que Eva no es trigo limpio. 

Pasa por comedias de éxito del momento como Casado y con dos suegras (1951) pero se vuelve grande en un drama y en una de suspense. Maravillosa secundaria en esa pequeña joya de Samuel Fuller, Manos peligrosas (1953) donde la Ritter se sale como anciana sin hogar, que vende corbatas por las calles y a la vez es confidente de la policía… 

El maestro del suspense quizá le da el rol por la que es más recordada: la enfermera que se implica con el fotógrafo en silla de ruedas y su novia en la resolución de un asesinato. Todo desde la habitación del enfermo…, en la comunidad de vecinos. La Ritter no se calla y es genial en cada secuencia que sale. Estoy hablando de la maravillosa La ventana indiscreta (1954). 

Su carrera sigue imparable y sigue dejando roles que siempre tienen su sello. Roles que no se olvidan tanto en la comedia como en el drama. Así nos sorprende en varios vehículos de la estrella de la comedia romántica en los 50, Doris Day. De la simpática y tierna Confidencias a medianoche (1959) tiene el papel más divertido como la mujer de la limpieza que tiene contratada la Day y que siempre llega a la casa con unas resacas impresionantes. Sin olvidar, su desencanto, su lengua y su gracia. Inolvidable secuencia en la que se bebe dos botellas y deja en estado KO a un Rock Hudson que no puede seguir el ritmo alcohólico de la Ritter. Y encantadora en papel de suegra amable que pone las cosas en orden en la agradable Apártate, cariño (1963), una adaptación de una antigua película de Irene Dunne y Cary Grant  (Mi mujer favorita) que hubiera sido interpretada por Marilyn Monroe pero debido a su muerte fue sustituida por Doris Day. 

También habitó el mundo de un grupo de desencantados pero tiernos en película dura y triste. Ella, genial, y haciéndose notar. Como siempre. Se trata de Vidas rebeldes (1961). Los otros del grupo eran Gable, Clift, Monroe y Wallach. Triste como ella sola de madre luchadora deja otra interpretación tierna en El hombre de Alcatraz (1962). 

Apaguen las luces y déjense llevar por frase lapidaria, interpretación genial o mirada profunda; la mujer pequeña, Thelma Ritter se hace enorme ante los espectadores de la sala oscura.