Dennis Quaid

Ahí va uno de mis secretos cinéfilos: en los años ochenta sentí una extraña atracción por Dennis Quaid. Todo lo que protagonizaba pasaba por mi mirada confusa. Lo de Dennis es curioso, no deja de trabajar, tiene una extensa e irregular filmografía y, sin embargo, no ha conseguido el estatus ni de estrella ni de actor reconocido. Aunque ni falta que le hace. Estoy segura de que en el futuro nos va a seguir dando sorpresas. Dennis es de los que trabaja poquito a poco, como una hormiga, y de pronto todos descubrimos al actor que lleva dentro. Seguro. 

Quizá sea su rostro curtido y su sonrisa traviesa. No sé. Sus personajes me inspiran simpatía –incluso cuando hace de indeseable–. Quizá es un rostro extraño. Distinto. 

Ha hecho todo tipo de películas, peores, malas, regulares y buenas. Pero él siempre está ahí. Destaca. 

Para mí Dennis Quaid es un misterio que estoy deseando –ya lo intuyo– se transforme en personaje grande. Porque lleva años de carrera, porque se lo trabaja, porque prueba todo tipo de géneros…, no sé. ¿No creen que ya es hora de verle en un papel que nos deje a todos sentados en el asiento? Los cinéfilos de la sala oscura, esperan. 

En los años ochenta empecé a intuirle en esa película B de humano y extraterreste que por circunstancias de la vida se hacen colegas (Enemigo mío). Me entretengo con una peli de misterio y una Cher abogada, un Dennis simpático, vital e inteligente como miembro de jurado, y un sin hogar con cara de Liam Nelson (Sospechoso). Me río de su viaje en un chip prodigioso por el cuerpo humano en una película curiosa que disfrutaron en su momento muchos adolescentes, y ahí estaba despuntando la futura reina de la comedia, Meg Ryan (y también amor de un Quaid en alza. Me gustaba esa pareja). 

Y, sigue en melodrama fracasado, pero que tenía su encanto, al lado de la bella Jessica Lang y un jovencillo Timothy Hutton.  Dos personas que se aman, un jugador de fútbol americano y una famosa animadora, que vivieron un pasado de gloria, y viven un presente penoso (Cuando me enamoro). O de pronto se transforma en un alocado Jerry Lee Lewis que toca el piano, a lo loco, y se enamora de una niña de 13 años con carita de Wynona Ryder en Gran bola de fuego. 

Los noventa le siguen dando papeles de melodrama y aventura. Y Quaid, despacito, se presenta con cara de poker en la dramática historia de campos que se abrieron en EEUU para encerrar a ciudadanos japoneses tras el ataque a Pearl Habour (Bienvenido al paraíso). O se mete de lleno en un western de un personaje de leyenda, y no sale mal parado (Wyatt Earp). O acompaña a la reina de los noventa, en una película para mi fallida, como esposo carnudo (Algo de que hablar). Dicen que logra entretener en Corazón de dragón y a algunos les sorprende en película bélica con Balcanes de fondo (Savior). Hasta tiene tiempo para un remake de película de las de antes (Tú a Londres y yo a California).Y de pronto llega el 2000 y Dennis Quaid asoma su buen hacer y su sonrisa pícara en producciones que le vuelven a poner en el punto de mira y a tenerle en cuenta. Así hace, de nuevo de héroe (un papel que va bien a su vitalidad y rostro), en la curiosa Frequency, sobre un padre y un hijo que se ponen en contacto a través de una radio, el pasado y el presente actúan juntos para solucionar un caso. O hace un papel serio muy serio como abogado de una familia de narcotraficantes en Traffic o devuelve al melodrama lo que era suyo en la maravillosa Lejos del cielo (con reminiscencias de Sólo el cielo lo sabe o Imitación a la vida). 

Y, ahí, sigue el bueno de Dennis, en producciones de catástrofes, de aventuras o comedias B. Nunca desaparece. Quizá el final de la primera década del siglo XXI nos depare una sorpresa…, porque siempre está ahí. Sólo le falta el papel que explote del todo su potencial creativo. Yo lo seguiré esperando. En la sala, tras la pantalla. 

Momentos inolvidables en dos obras de Douglas Sirk

No recordaba lo que disfruto con el mundo del melodrama de los cincuenta. Douglas Sirk es un gran rey que ofrece dos maravillosas cintas que mantienen al espectador pegado en la pantalla. Con los sentimientos a flor de piel. Con unos colores que toman vida. Con unas casas y unos paisajes que hacen olvidar los bloques de viviendas que vemos al levantar la persiana. Las actrices son dos señoronas (sofisticadas, maquilladísimas, muy bien peinadas y siempre a la moda, sin ninguna arruga, ni mancha…, dos damas de armas tomar: Jane Wyman y Lana Turner) de los cincuenta capaces de caer en los brazos de jóvenes galanes y bellos. Dos de los actores fetiches de Sirk: Rock Hudson y John Gavin.

Las dos películas son dos joyas, llenas de matices, el drama es tan intenso y exagerado que sobrepasa los límites de lo real y queda interiorizado en el corazón del espectador. Que llora o se enamora desconsoladamente en la pantalla. Y, algo increíble, se entretiene a la vez. Lo pasa bien ante la pantalla. ¿Cuál es el misterio?,¿o la fórmula?,¿cómo tiende sus armas creativas este director que cuenta historias de forma magistral?, ¿cómo logra emocionar sin caer en el ridículo y estando al borde de lo kitsch?…

Douglas Sirk realiza dos remakes de dos películas del pasado, de los años treinta, ya melodramas, pero los pasa por su estilo y por los años cincuenta…, y voilá: ahí estamos llorando a moco tendido con Obsesión (1954) o Imitación a la vida (1959). Las anteriores películas ya habían hecho llorar. Habían funcionado en su momento. Fueron rodadas por el mismo director, John M. Stahl, y por dos reinas de la época, Irene Dunne y Claudette Colbert. Sin embargo, Douglas Sirk vuelve a atrapar el espíritu de estas historias imposibles –dramáticas hasta límites insospechados– y las convierte en cine puro y mítico. ¿Magia?

Yo, Hildy, os digo que si queréis pasar una tarde agradable, de buen cine, y no os apetece el culebrón de la televisión (burdas copias de los folletines cinematográficos de los años 30, 40 y 50) recuperar a los reyes del melodrama y a las reinas del glamour. Merece la pena. El secreto de Sirk es que conocía, además, los sentimientos de mujeres y hombres, y bajo la excusa del melodrama denunciaba una sociedad capitalista y conservadora que pisaba la humanidad de las personas. El director de manera elegante hacía que sus personajes se quitaran sus máscaras, sus apariencias, y se bajaran por el tobogán de la vida donde amar o no tiene sus consecuencias, les devolvía a la vida.

Las secuencias: de Imitación a la vida me quedo sin ninguna duda con el final. Con el entierro de la buena mujer negra, Annie, que acompaña durante toda su vida a una Lana Turner más pija que nunca y por ello maravillosa. Os juro, que se me saltan las lágrimas desde que se oye la canción de gospell en la iglesia hasta que vemos aparecer a una desolada Sarah Jane que siempre había repudiado a su madre por el color de su piel. Porque Sarah Jane quería ser blanca. Y ahí está uno de los asuntos tremendos de este drama que toca de manera especial el tema del racismo. El entierro, con las flores blancas, la tumba tirada por caballos y los rostros de la gente, dignos y apenados por la pérdida de una buena persona.

De Obsesión, impresionante, por supuesto, la noche de amor entre una Wyman ciega, a la que han dicho que ya no podrá ver, y un Hudson, hermoso y galán, que ha dejado de ser el odioso playboy para convertirse en un ser humano. La culpa y la redención le han convertido en hombre que vive para el amor. Para su amada, enferma. Llegamos al éxtasis, cuando Hudson, más hermoso que nunca, le pide a una Wyman feliz, el matrimonio. Y, entonces, vemos la duda en el rostro de Jane, como le ama demasiado, no quiere que esté con ella por compasión, no quiere ser una carga a su lado.

Deborah Kerr

El otro día pude disfrutar al máximo un dvd que perseguía y al final conseguí: Suspense (The Innocents) de Jack Clayton.  Y, ahí estaba la magistral Deborah Kerr dejándome de nuevo con la boca abierta por una interpretación llena de matices. Ante su institutriz, sólo queda quitarse el sombrero. Suspense muestra en un magnífico blanco y negro, en un ambiente que se convierte en personaje (esa casa con vida propia, el lago, las canciones y poemas que llenan la cinta de significados), la opresión y confusión de la obra en la que se inspira: La otra vuelta de tuerca. No explica, seduce. Como la novela. Intuyes. ¿Son reales las apariciones?¿Los niños están siendo manipulados por sus anteriores tutores?¿La casa tiene vida? O por el contrario estamos asistiendo a la mente enferma de una mujer complicada y reprimida. No lo sabemos, no importa. La película impresiona. Y el final te deja sin palabras, magnífica y sensual Deborah Kerr. ¿Mujer salvadora o loca? 

Así recordé que Deborah había muerto hacía poco, ya le había escrito un pequeño post homenaje recordándola a ella y su esposo Peter Viertel. Y mi memoria se puso en marcha. A Kerr hay que recordarla porque dejó una filmografía exquisita llena de buenos papeles e interpretaciones. Su carrera se repartió entre Gran Bretaña y Estados Unidos. Y dejó un bello recuerdo para los espectadores de la sala oscura. 

Porque Deborah no sólo fue la chica del aventurero, la mujer dulce. Tampoco se limitó a ser la princesa del cine romántico. Deborah fue ante todo intérprete y reina de los matices. Cuando quiso ser complicada, no tuvo reparo. Cuando se convertía en mujer sensual, nadie podía con ella. Ella y los matices. No olviden. 

Antes de su salto a América, dejó un papel complejo en una película extraña, exótica y mágica…, Narciso Negro (1947). Un grupo de monjas se dejan seducir por un paisaje y una casa aislada en el Himalaya que las despierta el recuerdo, la memoria y el deseo. La sensualidad y el pecado atormenta a mujeres con hábito.  

Su salto a Hollywood no aprovecha, sin embargo, este potencial de matices. No, lo que se llevan es a una nueva rubia, dulce y agradable. Una inglesita sin pecado concebida.  Y su rostro en calma se pasea por producciones de aventuras de los cincuenta. Pero Deborah siempre inolvidable deja su huella en Las minas del rey Salomón, Quo Vadis o El prisionero de Zenda. 

En 1953, la conservadora sociedad estadounidense pierde de vista a su rubita angelical y favorita y son devorados (seguro que con gusto) por la fuerza arrolladora y la sensualidad de Karen. Deborah Kerr demuestra que es una actriz de registros y deja para la memoria cinéfila una historia de adulterio y una escena en la playa, con beso apasionado, con un hermoso Burt Lancaster en la superproducción De aquí a la eternidad. Karen puso a Deborah en su sitio. En Hollywood se dieron cuenta que contaban con una actriz capaz de transformarse. 

Así que en los cincuenta no hay papel ni género que se le resista. Su vena británica le permite ser una esposa que sueña malos augurios para su esposo en la adaptación cinematográfica de una de las obras de Shakespeare, Julio Cesar (1953). Nos regala papel maravilloso de institutriz de época en país exótico bailando al lado de un calvo glorioso. Ella es una rareza en Siam. Kerr fue la gran pareja de Yul Brinner en la recordada El rey y yo. Un tema poco tratado, y en aquella época apenas intuido (la homosexualidad), regala a una mujer comprensiva, cercana, dulce y capaz de saltarse las convenciones sociales con tal de ser humana, el melodrama es Té y simpatía. 

Después, los románticos convierten en palacio y símbolo del encuentro al Empire State por el remake que interpretaron Kerr y Grant de un clásico de los treinta. Hablamos de Tú y yo. 

De nuevo, John Huston nos regala una interpretación exquisita, llena de matices de Deborah Kerr que vuelve a vestir el hábito y se queda sola en una isla con un hermoso Robert Mitchum. Hace mucho que no veo esta película pero se quedó grabada en mi retina ese amor intuido, no declarado, esas miradas. Ese querer tocar y no poder. Esa exaltación de un amor imposible por creencias. La isla es un paraíso para dos personas diferentes que terminan amándose en silencio. Sólo Dios lo sabe la recuerdo como un regalo lleno de sencillez. 

Y, sigue emocionando como esa mujer educada que no llega a entender, y por eso se rompe por dentro, los juegos entre un hombre hecho para el placer y una adolescente que no quiere que su padre deje de ser hedonista. Una adolescente Jean Serbeg se convierte en una inocente malvada que lleva a la perdición a una mujer con cara de Deborah a la que le rompe el corazón a pedazos. La maravillosa Serbeg crea una trampa alrededor del padre y su posible futura esposa…, y ahí tienen servida una interesante adaptación de la obra literaria Buenos días, tristeza. 

De los cincuenta todavía me quedan por ver tres dramas –y alguno más– que me apetece descubrir. Por una parte, la adaptación de una novela de Graham Greene que recientemente fue llevado al cine por los intérpretes Julianne Moore y Ralph Fiennes (maravillosa El fin del romance). La misma historia se representó años atrás con una Deborah Kerr al frente de esta historia de amor truncado por una promesa y un compromiso religioso, Vivir un gran amor. Tampoco me importaría escabullirme por las historias de los inquilinos de un hotel en Mesas separadas o sufrir con la historia de F. Scott Fitzgerald y Sheila Graham en Días sin vida.

 

En los sesenta, Deborah Kerr siguió dándonos papeles y matices. Como he reflejado al principio está magnífica en Suspense (1961), elegante y divertida en Página en blanco (1960). Y, de pronto, de nuevo Huston, la regala un papel tremendamente complicado una mujer soltera y pintora que viaja por el mundo con su abuelo (nonno), un viejo poeta. Kerr, maravillosa, es una de las mujeres que tranquiliza y aplaca el torbellino complejo de una mente en ebullición con cara de Richard Burton en la extraña y hermosa La noche de la iguana. Inolvidable Kerr cuando cuenta a un Burton atento sus dos peculiares y únicas experiencias amorosas. Después, su rostro sereno formó parte de superproducciones o películas intimistas que reflejaban la gran intérprete que siempre fue: Casino Royale, El compromiso o Los temerarios del aire. 

Más tarde, se retiró en silencio y discretamente…, dejando profunda huella en los amantes de la sala oscura que nunca se cansan de descubrir nuevas caras de una actriz con letras mayúsculas. 

Diccionario cinematográfico (49)

 

Televisor:  caja cuadrada que reproduce imágenes de toda índole. Puede ser un símbolo de soledad y  frustración que refleja la mirada triste de una viuda que ha dejado pasar una segunda oportunidad (Sólo el cielo lo sabe). También, puede ser una caja que transmite malas noticias y trunca toda una historia de amor, la visión de unas botas de un reportero honesto puede dar noticia de su triste paradero (Íntimo y personal). La fama por las imágenes de gloria que transmite un televisor puede trastornar a una bella dama en psicópata hasta los límites del absurdo y la muerte (Todo por un sueño). Los concursos televisivos pueden subir a la gloria a un sujeto y luego hacerle caer en el olvido, también puede hacer de un niño prodigio un desgraciado explotado por unos padres sin escrúpulos o crear a dioses mediáticos con mensajes llenos de resentimiento (Magnolia).

El televisor es poder y crea líderes de opinión que se les sube a la cabeza su capacidad de comunicación, al final, son títeres en manos de poderes superiores. Y cuando caen, ya nadie les tiende la mano. Hay que buscar a otro lider. Elia Kazan habla de los preligros de líderes con ideas populistas y fascistas (Un rostro entre la multitud). Lo importante es la audiencia y da igual las trampas, la corrupción o la manipulación. Qué importa (Quiz Show).

El televisor transmite imágenes amenazantes (Caché) o, puede ser transmisor de imágenes de violencia y de horror, de délitos; el espectador se convierte, a veces, sin ser consciente, en un voyeur amante de la violencia (Tesis). El televisor puede capturarte al otro lado, a otra dimensión, a un mundo infernal (Poltergeist).

El televisor puede traerte recuerdos, imágenes de seres queridos que ya no están. Se han ido. Y sólo queda el momento feliz. El recuerdo, la imagen inmortal, la cinta valiosa que esconde al ser querido (El sexto sentido).

El séptimo cielo (1937) de Henry King

Lo de los remakes viene de lejos. Frank Borzage creo una película extremadamente poética y romántica con Janet Gaynor y Charles Farell en 1927, que se llamaba El séptimo cielo. Diez años después, Henry King realiza el remake con James Stewart y la actriz francesa Simone Simon. Y la poesía vuelve. 

Confesaré –sé que es para tirarme de los pelos pero no he conseguido el dvd aunque salió hace poco un pack con las dos versiones– que la versión muda no la he visto, quizá, por ello me ha encantado la obra de Henry King. 

Una historia extremadamente sencilla. Unos intérpretes, dulces. Una banda sonora envolvente. Y, suficiente, para trasladarse al París de principios del siglo XX, antes de la I Primera Guerra Mundial. 

Aparece un tipo joven, un pocero, un hombre muy especial, como él no se cansa de decir. Vive bajo tierra, es un poco filósofo, y desea el estatus de barrendero, en las calles, a la luz del sol. Se llama Chico y es ateo porque perdió doce francos en dos velas que compró para pedir dos deseos a Dios que nunca se cumplieron… 

En su camino se cruza Diana, una joven de vida triste, en una especie de burdel donde vive acobardada por su hermana Nana. Diana sólo pide un poco de cariño y una vida sencilla. No quiere bailar con hombres que le pagan copas. No quiere que su hermana la pegue una y otra vez con un cinturón. 

Cosas del destino. Los dos terminan en la casa de Chico. En el séptimo cielo. Una preciosa buhardilla donde se llega subiendo escaleras interminables. Y, ahí, poco a poco, con miradas y ternura. Con una sencillez que desarma, surge su historia de amor. Chico encuentra a la mujer especial que él esperaba, Diana pierde el miedo. Los dos se aman. Chico, Diana y el cielo. Chico, Diana y el cielo. 

Y, llega la guerra. Y Chico se marcha. Y Diana espera. Y los dos saben que están unidos para siempre. Y a una hora determinada del día están el uno con el otro. Chico, Diana y el cielo. 

La sencillez de la historia me llegó muy hondo. La mirada de Simone Simon. La ternura de James Stewart. El séptimo cielo es de aquellas películas inocentes que te elevan. Y no te importa que el ateo se vuelva creyente porque sabes que en lo único que cree es en Diana y el cielo. La buhardilla les espera. 

Imposible olvidar a Diana con traje blanco de boda y a Chico bello, antes de marchar a la guerra, y una boda improvisada en el séptimo cielo. 

Como curiosidad, me encanta que Nana sea la actriz Gale Sondergaard en un papel de mala, malísima. Gale se casó con Herbert Biberman en 1930. Biberman fue uno de los diez de Hollywood en la Caza de Brujas y fue encarcelado. Gale compartía sus ideas progresistas y ambos vivieron el exilio. También, juntos, se embarcaron en tiempos difíciles en la película La sal de la tierra, que un día de estos merecerá un post.

Un adiós cinéfilo a Heath Ledger

Aún se desconocen las causas de su muerte, el joven actor australiano, con tan sólo 28 años, fue encontrado en su apartamento de Nueva York, dormido. El martes ya no abrió los ojos sino que apareció en el Olimpo de los actores. Y ahí fue recibido el joven de sonrisa tímida, cabellos rubios. Pasó como un suspiro, dejándonos entrever que podría haber tenido una larga carrera. 

Dicen que a su lado había somníferos. No se sabe si murió porque él quiso o fue una muerte accidental. Dejemos las conjeturas para otros. Él sigue en las salas oscuras. Y, ahora, quizá se encuentre junto a Brando o James Stewart le esté diciendo al oído que no se preocupe, que fue todo un caballero sin espada, y que su rostro es inmortal. O tal vez, James Dean o Marilyn Monroe le hayan llevado a la orilla de un río, a charlar y a reír. A olvidarse de penas. 

Para mí Ledger era un rostro tímido. Triste. Le recuerdo en su triste papel de joven policía con padre duro y racista que no puede con el horror, la violencia y la muerte. Que se niega a un destino gris, de soledad. De pesadilla. Se niega a no dormir por las noches. A renunciar a la humanidad y a la dulzura. Y se aparta, de forma terrible, delante del padre. Para que no olvide que le jodió la vida. Monster Ball fue mi descubrimiento. 

Después le acompañé en esa película rayada mental en lo que lo único que merecía la pena era la recreación de dos hermanos a los que les apasiona contar historias, fábulas o mentiras. El secreto de los hermanos Grimm nos lleva a esos mundos oníricos que tanto le gustan a Gilliam (y que cuando lo consigue, me quito el sombrero). Heath Ledger era uno de los hermanos. Su sonrisa y punto loco ahí estaba. 

Más tarde fue el cowboy más sensible y enamorado. Un homosexual que tiene que ocultarlo ante las convenciones sociales. Sin embargo, nunca olvida aquel amor en la montaña y es lo que hace seguir en pie. Aunque día a día se derrumbe aunque su vida se sustente en mentiras. Brokeback Mountain lo regaló tierno. 

A Ledger le veían caballero de otra época o mundo. Por eso fue protagonista de historias épicas o de otros siglos. Su rostro danzaba en El patriota, en Las cuatro plumas, en Destino de caballero, en Casanova…, otros siglos donde Ledger cabalgaba por praderas. Quizá, es lo que esté haciendo ahora en el Olimpo. Disfrutar de verdes colinas. Sin problemas. 

Hacía poco había recreado a un joven drogodependiente en una historia de amor, Candy. Y ahora nos quedaba disfrutarle en esa película esperada sobre Bob Dylan, I’m not there, o que se paseara de nuevo por mundos oscuros, bien sea los de Batman u otra vez repetir con las imaginaciones de Gilliam.  

Heath Ledger espero que no se sienta solo. Que deje que en sus paseos a caballo por praderas verdes le acompañe John Ford, con su parche, o le cuide Montgomery Clift, otro vaquero de sonrisa triste. Quizá se contarán un montón de cosas. Ya se encuentra en esos mundos oníricos y ya es inmortal para los visitantes de la sala oscura y pantalla brillante.

Javier Bardem, en tres momentos

Por segunda vez, Javier Bardem ha sido nominado como Mejor Actor de Reparto. Si hace unos años, fue por su recreación de un poeta homosexual cubano, esta vez, es por su retrato de un asesino en la nueva película de los hermanos Coen, No es país para viejos. 

Así que en plan felicitación, a Bardem le retengo en la memoria en tres momentos cinematográficos. 

1.-Fue el mejor Santa, un papel inolvidable en Los lunes al sol. Jamás, nadie contó con tanta pasión y tanto sentido del humor la historia de la cigarra y la hormiga. Y, claro, para Santa, la cigarra es la víctima y la hormiga…, no le gustó la puta moraleja. 

2.-Y, que me dicen de ese actor, que pasa sus días en línea erótica hasta asaltar sus sueños, y va y se presenta a un casting, y nos deja a todos con la boca abierta con su tierna interpretación, y muy divertida, de un clásico de Hollywood y de Cantando bajo la lluvia, bravo por su Making laugh. Bardem estuvo vital, divertido y tierno en Boca a boca. 

3.- Inolvidable como ese yonki de dientes negros y jeringa en el cuello. Bardem nos deja su imagen imborrable en la muy dura Días contados. 

 

Shakespeare in love (1998) de John Madden

El otro día me encontraba en un momento de esos en los que te apetece ver una historia bonita. Algo que te entre por todos los sentidos. Así que busqué entre los dvd y rescaté una película que siempre que veo me deja una agradable sensación. 

Tiene todos los ingredientes necesarios para tenerme casi dos horas feliz y contenta. Una buena historia, un buen guión, unas interpretaciones agradables, unos personajes bien construidos…, además, habla de otro mundo que me fascina: el teatro, y se centra, en un dramaturgo que siempre que tengo oportunidad releo una y otra vez: William Shakespeare. Se aprovecha la situación de que no se sepa mucho de la historia de los años jóvenes del autor y recrea su mundo en el Londres del siglo XVI. 

La pareja protagonista son un vitalista Shakespeare con rostro de Joseph Fiennes y una inteligente y apasionada Lady Viola de cabellos rubios y cara de Gwyneth Paltrow. Por supuesto, no faltan los secundarios de oro, el malo de la función, aquel que hace que el amor entre Viola y William sea imposible (un siempre correcto y agradable Colin Firth); un empresario teatral con problemas para levantar sus obras y mantener su sala abierta pero que muy en el fondo sabe que el espectáculo debe continuar y que en el último momento todo se soluciona (un divertido Geoffrey Rush); una reina con carácter y personalidad, de humor cínico, que todo lo sabe (apariciones estelares de Julie Dench); el productor de la obra, un hombre de negocios sin más, que de pronto el teatro le cala en lo más hondo (impagable Tom Wilkinson); una ama que ayuda a su Lady Viola en lo que puede a pesar de que tenga que pasar apuros (divertida Imelda Staunton) o un actor seguro de sí mismo, aventurero a la vez, que sabe, aunque no sea protagonista, cuando se encuentra ante una verdadera obra (Ben Affleck). 

Así con este plantel de actores y sus personajes llenos de fuerzas nos adentramos en una vitalista Shakespeare in love, un canto al teatro y al espectáculo debe continuar. Un canto a la creación literaria. Y a la puesta en pie de un proyecto común donde todos los obstáculos son superados. Los guionistas Marc Norman y Tom Stoppard fantasean como de la pluma y tinta del gran Shakespeare surgió la triste historia de amor de los amantes de Verona, Romeo y Julieta. Asistimos al porqué de la escena del balcón, a cómo creo un final trágico, al crecimiento del personaje de Mercurtio, a la razón de ser del papel del boticario…, a la historia de venenos, de Capuletos y Montescos… a cómo llegó a imaginar una historia de amor apasionado. 

Lady Viola se convierte en su musa, en el personaje de su próxima obra, Noche de Reyes, obra que empieza en tragedia y termina siendo comedia…, porque la vida como el espectáculo debe continuar. Unos amores terminan y otras vidas están en camino. 

Y, por supuesto, Shakespeare in love es lo que es por la magnífica recreación del teatro del siglo XVI. Esos actores que hacían de mujeres, esas pruebas para la elección de papeles, esos espectáculos donde las clases sociales desaparecían y hasta el más puritano de los puritanos queda extasiado ante una buena obra de teatro. Donde ricos, pobres, niños, ancianos, jóvenes…, disfrutan de buenas historias y buenas representaciones, ¿les falta algún motivo más para pasar una buena tarde? 

Diccionario cinematográfico (48)

Carlito Brigante: You are so beatiful…, y la música llega a mis odios cansados. Mis ojos también están cansados. Me gustaría que mi última imagen en esta vida de mierda sea la de Gale, bailando, en una playa del Caribe. Soy un puertorriqueño sin tierra a la que acudir. Soy un tipo de barrio y cárcel que sólo quiero llevar una vida tranquila. Pero, nadie, ni los nuevos ni viejos amigos, o enemigos, ya da igual, me deja tranquilo. Traté y trato de huir de la violencia. Sólo quiero un poco de música y tranquilidad, retirarme lejos, y ver el mar. Salir del barrio, del pasado, de las amistades, de la droga, de la violencia…, pero en esta carrera sin fondo, sin meta final, me quedo sin respiración, en el camino. Ya hay balas que no espero. Quizá no estuve demasiado atento. O estuve atento de demasiadas cosas. Tan sólo quería tocar la felicidad, y lo más cerca que pude estar, fue de ver el pelo mojado de Gale, o sus lágrimas, cayendo. O una sonrisa que me rompe de felicidad por dentro. Oh, Dios es tan bella, que me quiebro. Es tan bella que soy capaz de romper cualquier puerta o muro por el placer de abrazarla ¿Qué importa una bala?¿Qué importa que me lleven en camilla y muera?¿Qué importa que cierre los ojos y no vuelva a mirar? Si la última imagen que me llevo es a Gale, dando vueltas, bailando… you are so beatiful. Creo que espero un niño. Me hubiera gustado conocerle pero me voy tranquilo, por lo menos sale de este barrio, de este mundo de puertas cerradas sin salida alguna y se lleva a Gale.

Estoy tan cansado…

Gregory Peck

Y ya van a hacer cinco años sin Gregory Peck. Sin esa sonrisa especial y esa mirada de hombre transparente. Un rostro de los más bellos y un actor de carrera sólida y papeles inolvidables. 

En el dvd edición especial de Matar a un ruiseñor, esconde en sus extras un precioso documental, hecho con gran amor, que descubre el retrato de un Gregory Peck, actor-leyenda, humano, muy humano, que recorre distintos lugares del mundo en grandes teatros para contar las diferentes anécdotas que jalonaron su carrera. Y, el público le devuelve todo su cariño y la admiración que sienten por su carrera. Un documental para ver una y otra vez y que eleva al actor y al hombre al Olimpo de los actores de la sala oscura que hacen la vida más llevadera a cinéfilas eternas como esta adicta Hildy Johnson. Y, el retrato de Gregory Peck es de un hombre que te gustaría guardar en el bolsillo, y sacarlo de vez en cuando, para que no te lo quiten, y charlar con él, reír y darle algún que otro beso en su rostro hermoso. Incluso, anciano. 

Ya de joven, se mostraba transparente. Y destacó en una de sus primeras películas como joven cura católico, abierto y bueno, en  Las llaves del reino en 1944. Sin embargo, como siempre, Alfred Hitchcock supo ver el lado atormentado del joven actor y le dio papel en dos de sus películas menos conocidas, pero, como todo lo que tocaba el mago del suspense llenas de interés y segundas lecturas. Ahí están Recuerda y El proceso Paradine.  

Otra interpretación que marcó su entrada en la mitología cinematográfica fue Duelo al sol (así como su entrada, con éxito, a uno de los géneros que poblarían su carrera, las películas del Oeste). El joven Peck se convertía en un hermoso, bello y malvado chuleta, el hermano malo de la historia, que se dejaba llevar por la pasión con la mestiza Perlita Chávez. ¿Alguien olvida la historia de amor y muerte con un Peck de sonrisa chulesca o arrastrándose moribundo y sudoroso hacia la amada malherida? 

Y, seguimos con los años cuarenta, y el joven Gregory sigue con papeles honestos y temas sociales como en La barrera invisible donde se analiza el antisemitismo latente en la sociedad estadounidense. El western sigue viéndole madurar en joyas desconocidas como Cielo amarillo o tramas cada vez más psicológicas, El pistolero. 

Los cincuenta hacen que Gregory Peck nos haga reír como galán divertido, y que queramos que nos lleve en vespa por las calles de Roma o sea nuestro esposo, tan distinto, tan divertido, tan amado…, ahí están joyas de comedia clásica como Vacaciones en Roma o Mi desconfiada esposa. El Oeste sigue dándole buenos títulos y papeles como Horizontes de grandeza. Y, empieza a convertirse en héroe profundo en adaptaciones de obras literarias. Bello y seductor en Las nieves del Kilimanjaro y tremendamente desconocido y camaleónico en Moby Dick como el obsesivo hombre tras la ballena blanca. Gregory Peck demuestra una y otra vez que es actor profesional e igual lo encontramos en una producción de ciencia ficción (La hora final) como transformándose en un desgraciado Scott Fitzgerald (Días sin vida).Y, Gregory Peck, siempre discreto y luchador de causas nobles, sigue fuerte en los años sesenta. Y nos deja una bélica, de las más populares, Los cañones de Navarone; nos hace conocer las distintas dimensiones del miedo como un padre de familia que tiene que luchar contra un asesino en El cabo del terror; sigue demostrando que es divertido y atractivo en la dinámica Arabesco, junto a un Sophie Loren que deja sin respiración…, y regala la interpretación, por excelencia, del hombre honesto y maravilloso que todos quisiéramos tener como vecino, el abogado Atticus en la tierna Matar a un ruiseñor (¿alguien recuerda una película donde mejor se refleje el mundo de la infancia?). 

En los setenta sigue al pie del cañón en una y otra película. Protagoniza uno de los fenómenos de cine de terror de la época, La profecía. Y nunca le vimos tan malvado como en Los niños de Brasil (en lo hondo de mi corazón os confieso que lo prefiero honesto, y bueno, que en este tipo de papeles. Como mucho le perdono lo chulesco por lo hermoso en Duelo al sol). 

Y, en los años ochenta, continuó regalándonos su presencia, y me despido de él con su encarnación del escritor y periodista Ambrose Bierce en Gringo viejo. Esta película no la olvido. Porque un Ambrose Bierce anciano me enamoró locamente. Yo lo tenía más claro que Jane Fonda, que se dejara de tonterías con el general Arroyo…, ¡¡¡viva Ambrose Bierce!!!, o mejor dicho, ¡¡¡viva el hermoso Gregory Peck!!!