Dennis Quaid

Ahí va uno de mis secretos cinéfilos: en los años ochenta sentí una extraña atracción por Dennis Quaid. Todo lo que protagonizaba pasaba por mi mirada confusa. Lo de Dennis es curioso, no deja de trabajar, tiene una extensa e irregular filmografía y, sin embargo, no ha conseguido el estatus ni de estrella ni de actor reconocido. Aunque ni falta que le hace. Estoy segura de que en el futuro nos va a seguir dando sorpresas. Dennis es de los que trabaja poquito a poco, como una hormiga, y de pronto todos descubrimos al actor que lleva dentro. Seguro. 

Quizá sea su rostro curtido y su sonrisa traviesa. No sé. Sus personajes me inspiran simpatía –incluso cuando hace de indeseable–. Quizá es un rostro extraño. Distinto. 

Ha hecho todo tipo de películas, peores, malas, regulares y buenas. Pero él siempre está ahí. Destaca. 

Para mí Dennis Quaid es un misterio que estoy deseando –ya lo intuyo– se transforme en personaje grande. Porque lleva años de carrera, porque se lo trabaja, porque prueba todo tipo de géneros…, no sé. ¿No creen que ya es hora de verle en un papel que nos deje a todos sentados en el asiento? Los cinéfilos de la sala oscura, esperan. 

En los años ochenta empecé a intuirle en esa película B de humano y extraterreste que por circunstancias de la vida se hacen colegas (Enemigo mío). Me entretengo con una peli de misterio y una Cher abogada, un Dennis simpático, vital e inteligente como miembro de jurado, y un sin hogar con cara de Liam Nelson (Sospechoso). Me río de su viaje en un chip prodigioso por el cuerpo humano en una película curiosa que disfrutaron en su momento muchos adolescentes, y ahí estaba despuntando la futura reina de la comedia, Meg Ryan (y también amor de un Quaid en alza. Me gustaba esa pareja). 

Y, sigue en melodrama fracasado, pero que tenía su encanto, al lado de la bella Jessica Lang y un jovencillo Timothy Hutton.  Dos personas que se aman, un jugador de fútbol americano y una famosa animadora, que vivieron un pasado de gloria, y viven un presente penoso (Cuando me enamoro). O de pronto se transforma en un alocado Jerry Lee Lewis que toca el piano, a lo loco, y se enamora de una niña de 13 años con carita de Wynona Ryder en Gran bola de fuego. 

Los noventa le siguen dando papeles de melodrama y aventura. Y Quaid, despacito, se presenta con cara de poker en la dramática historia de campos que se abrieron en EEUU para encerrar a ciudadanos japoneses tras el ataque a Pearl Habour (Bienvenido al paraíso). O se mete de lleno en un western de un personaje de leyenda, y no sale mal parado (Wyatt Earp). O acompaña a la reina de los noventa, en una película para mi fallida, como esposo carnudo (Algo de que hablar). Dicen que logra entretener en Corazón de dragón y a algunos les sorprende en película bélica con Balcanes de fondo (Savior). Hasta tiene tiempo para un remake de película de las de antes (Tú a Londres y yo a California).Y de pronto llega el 2000 y Dennis Quaid asoma su buen hacer y su sonrisa pícara en producciones que le vuelven a poner en el punto de mira y a tenerle en cuenta. Así hace, de nuevo de héroe (un papel que va bien a su vitalidad y rostro), en la curiosa Frequency, sobre un padre y un hijo que se ponen en contacto a través de una radio, el pasado y el presente actúan juntos para solucionar un caso. O hace un papel serio muy serio como abogado de una familia de narcotraficantes en Traffic o devuelve al melodrama lo que era suyo en la maravillosa Lejos del cielo (con reminiscencias de Sólo el cielo lo sabe o Imitación a la vida). 

Y, ahí, sigue el bueno de Dennis, en producciones de catástrofes, de aventuras o comedias B. Nunca desaparece. Quizá el final de la primera década del siglo XXI nos depare una sorpresa…, porque siempre está ahí. Sólo le falta el papel que explote del todo su potencial creativo. Yo lo seguiré esperando. En la sala, tras la pantalla. 

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