Momentos inolvidables en dos obras de Douglas Sirk

No recordaba lo que disfruto con el mundo del melodrama de los cincuenta. Douglas Sirk es un gran rey que ofrece dos maravillosas cintas que mantienen al espectador pegado en la pantalla. Con los sentimientos a flor de piel. Con unos colores que toman vida. Con unas casas y unos paisajes que hacen olvidar los bloques de viviendas que vemos al levantar la persiana. Las actrices son dos señoronas (sofisticadas, maquilladísimas, muy bien peinadas y siempre a la moda, sin ninguna arruga, ni mancha…, dos damas de armas tomar: Jane Wyman y Lana Turner) de los cincuenta capaces de caer en los brazos de jóvenes galanes y bellos. Dos de los actores fetiches de Sirk: Rock Hudson y John Gavin.

Las dos películas son dos joyas, llenas de matices, el drama es tan intenso y exagerado que sobrepasa los límites de lo real y queda interiorizado en el corazón del espectador. Que llora o se enamora desconsoladamente en la pantalla. Y, algo increíble, se entretiene a la vez. Lo pasa bien ante la pantalla. ¿Cuál es el misterio?,¿o la fórmula?,¿cómo tiende sus armas creativas este director que cuenta historias de forma magistral?, ¿cómo logra emocionar sin caer en el ridículo y estando al borde de lo kitsch?…

Douglas Sirk realiza dos remakes de dos películas del pasado, de los años treinta, ya melodramas, pero los pasa por su estilo y por los años cincuenta…, y voilá: ahí estamos llorando a moco tendido con Obsesión (1954) o Imitación a la vida (1959). Las anteriores películas ya habían hecho llorar. Habían funcionado en su momento. Fueron rodadas por el mismo director, John M. Stahl, y por dos reinas de la época, Irene Dunne y Claudette Colbert. Sin embargo, Douglas Sirk vuelve a atrapar el espíritu de estas historias imposibles –dramáticas hasta límites insospechados– y las convierte en cine puro y mítico. ¿Magia?

Yo, Hildy, os digo que si queréis pasar una tarde agradable, de buen cine, y no os apetece el culebrón de la televisión (burdas copias de los folletines cinematográficos de los años 30, 40 y 50) recuperar a los reyes del melodrama y a las reinas del glamour. Merece la pena. El secreto de Sirk es que conocía, además, los sentimientos de mujeres y hombres, y bajo la excusa del melodrama denunciaba una sociedad capitalista y conservadora que pisaba la humanidad de las personas. El director de manera elegante hacía que sus personajes se quitaran sus máscaras, sus apariencias, y se bajaran por el tobogán de la vida donde amar o no tiene sus consecuencias, les devolvía a la vida.

Las secuencias: de Imitación a la vida me quedo sin ninguna duda con el final. Con el entierro de la buena mujer negra, Annie, que acompaña durante toda su vida a una Lana Turner más pija que nunca y por ello maravillosa. Os juro, que se me saltan las lágrimas desde que se oye la canción de gospell en la iglesia hasta que vemos aparecer a una desolada Sarah Jane que siempre había repudiado a su madre por el color de su piel. Porque Sarah Jane quería ser blanca. Y ahí está uno de los asuntos tremendos de este drama que toca de manera especial el tema del racismo. El entierro, con las flores blancas, la tumba tirada por caballos y los rostros de la gente, dignos y apenados por la pérdida de una buena persona.

De Obsesión, impresionante, por supuesto, la noche de amor entre una Wyman ciega, a la que han dicho que ya no podrá ver, y un Hudson, hermoso y galán, que ha dejado de ser el odioso playboy para convertirse en un ser humano. La culpa y la redención le han convertido en hombre que vive para el amor. Para su amada, enferma. Llegamos al éxtasis, cuando Hudson, más hermoso que nunca, le pide a una Wyman feliz, el matrimonio. Y, entonces, vemos la duda en el rostro de Jane, como le ama demasiado, no quiere que esté con ella por compasión, no quiere ser una carga a su lado.

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