Un adiós cinéfilo a Heath Ledger

Aún se desconocen las causas de su muerte, el joven actor australiano, con tan sólo 28 años, fue encontrado en su apartamento de Nueva York, dormido. El martes ya no abrió los ojos sino que apareció en el Olimpo de los actores. Y ahí fue recibido el joven de sonrisa tímida, cabellos rubios. Pasó como un suspiro, dejándonos entrever que podría haber tenido una larga carrera. 

Dicen que a su lado había somníferos. No se sabe si murió porque él quiso o fue una muerte accidental. Dejemos las conjeturas para otros. Él sigue en las salas oscuras. Y, ahora, quizá se encuentre junto a Brando o James Stewart le esté diciendo al oído que no se preocupe, que fue todo un caballero sin espada, y que su rostro es inmortal. O tal vez, James Dean o Marilyn Monroe le hayan llevado a la orilla de un río, a charlar y a reír. A olvidarse de penas. 

Para mí Ledger era un rostro tímido. Triste. Le recuerdo en su triste papel de joven policía con padre duro y racista que no puede con el horror, la violencia y la muerte. Que se niega a un destino gris, de soledad. De pesadilla. Se niega a no dormir por las noches. A renunciar a la humanidad y a la dulzura. Y se aparta, de forma terrible, delante del padre. Para que no olvide que le jodió la vida. Monster Ball fue mi descubrimiento. 

Después le acompañé en esa película rayada mental en lo que lo único que merecía la pena era la recreación de dos hermanos a los que les apasiona contar historias, fábulas o mentiras. El secreto de los hermanos Grimm nos lleva a esos mundos oníricos que tanto le gustan a Gilliam (y que cuando lo consigue, me quito el sombrero). Heath Ledger era uno de los hermanos. Su sonrisa y punto loco ahí estaba. 

Más tarde fue el cowboy más sensible y enamorado. Un homosexual que tiene que ocultarlo ante las convenciones sociales. Sin embargo, nunca olvida aquel amor en la montaña y es lo que hace seguir en pie. Aunque día a día se derrumbe aunque su vida se sustente en mentiras. Brokeback Mountain lo regaló tierno. 

A Ledger le veían caballero de otra época o mundo. Por eso fue protagonista de historias épicas o de otros siglos. Su rostro danzaba en El patriota, en Las cuatro plumas, en Destino de caballero, en Casanova…, otros siglos donde Ledger cabalgaba por praderas. Quizá, es lo que esté haciendo ahora en el Olimpo. Disfrutar de verdes colinas. Sin problemas. 

Hacía poco había recreado a un joven drogodependiente en una historia de amor, Candy. Y ahora nos quedaba disfrutarle en esa película esperada sobre Bob Dylan, I’m not there, o que se paseara de nuevo por mundos oscuros, bien sea los de Batman u otra vez repetir con las imaginaciones de Gilliam.  

Heath Ledger espero que no se sienta solo. Que deje que en sus paseos a caballo por praderas verdes le acompañe John Ford, con su parche, o le cuide Montgomery Clift, otro vaquero de sonrisa triste. Quizá se contarán un montón de cosas. Ya se encuentra en esos mundos oníricos y ya es inmortal para los visitantes de la sala oscura y pantalla brillante.

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