Diccionario cinematográfico (46)

 

Butch Cassidy y Sundance Kid: yo se lo dejé claro desde un principio. Nunca olvidaré esa conversación. Les miré a los dos y las palabras salieron de lo más hondo de mi corazón: “Si me voy con vosotros no lloraré, os curaré cuando estéis heridos y remendaré vuestros calcetines, haré todo lo que me pidáis excepto una cosa. No quiero veros morir, me perderé esa última escena”. Sí, se puede amar con locura a dos hombres y no olvidarles jamás. Aquí, ya de maestra jubilada y señora de reputación intachable, yo Etta Place, os confieso que sigo queriendo los rostros de Butch Cassidy y Sundance Kid. Eran distintos y ambos tenían todas las cualidades que podían hacerme una mujer feliz. Con sus planes, sus aventuras y sus sueños diríase que nunca se hacían mayores. No se daban cuenta de que sólo había un único destino. Y, yo lo tenía claro, no quería verlo. Los amaba, ¿no entienden? Desde que les abandoné a su suerte, me convertí en una respetable solterona. Yo ya amé y amo suficiente. En las noches oscuras, junto al fuego del hogar, me río con las ocurrencias de Butch. Recuerdo cuando me llevó en bicicleta. Recuerdo tanto las risas y la mirada pícara. Y, en el lecho, cuando estoy a punto de cerrar los ojos veo a Sundance tan serio, tan de pocas palabras, amándome como si fuera la última noche. Era tan bello. Y, así os digo, que soy una mujer de vida completa y que amé y fui amada por Butch y Sundance. No cambiaría mi vida por nada del mundo. Al cerrar los ojos, me queda el recuerdo de sus sonrisas.

Declaraciones de la maestra Etta Place