The old man and the gun (The old man and the gun, 2018) de David Lowery

The old man and the gun

Robert Redford en la sala de cine, su personaje ¿se convertirá en espectador o volverá a la acción?

Durante una secuencia, la pareja protagonista, Forrest Tucker (Robert Redford) y Jewel (Sissy Spacek), va al cine. Se convierten en espectadores…, pero Tucker está inquieto y triste, se siente extraño, él quiere protagonizar su propia película, y no quiere parar. Robert Redford ha tenido un especial cuidado durante toda su carrera tanto en la elección de proyectos como en la evolución de su personaje cinematográfico, de esta manera ha sabido escoger y preparar la película que ha elegido para despedirse de la pantalla de cine (no obstante es también el productor). En la dirección está David Lowery, que ya en Un lugar sin ley dejaba intuir las huellas en su cine de directores del Nuevo Hollywood en los años setenta como Terrence Malick o Robert Altman en Los vividores. La historia elegida surge de la prensa: un grupo de ancianos que son atracadores de bancos y cuyo líder Forrest Tucker ha sido un espíritu libre toda su vida. Su ruta ha sido ser perseguido por la ley, entrar en prisión, fugarse una y otra vez y volver a delinquir. Así The old man and the gun ofrece puro cine clásico con aire crepuscular y desencantado del cine de los setenta.

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La rebelde (Inside Daisy Clover, 1965) de Robert Mulligan

La rebelde

Daisy Clover se desploma, se rompe, en la cabina de sonido…

Una escena concentra todo el drama de La rebelde. Transcurre casi al final de la película. Una pantalla gigante proyecta la imagen en blanco de la actriz adolescente Daisy Clover (Natalie Wood) moviendo los labios en su nueva película mientras canta “The circus is a wacky world”. Ella, de carne y hueso, se encierra en la cabina de sonido para grabar con calidad la canción en la banda sonora de la película. Y en lo alto, en otra cabina, están los técnicos de sonido y el todopoderoso productor que trata de controlar su imagen y su vida, Raymond Swan (Christopher Plummer). Se disponen a grabar y la canción no sale bien. El productor pide a Daisy que repita una y otra vez la toma. Cuando la cámara se desliza fuera de la cabina de la actriz no hay sonido, solo vemos el rostro de Daisy que trata de atinar y cantar correctamente. Y cuando vuelve dentro de la cabina, oímos insistente el sonido de los números que indican que entra de nuevo la escena que se repite y a la joven intentando cantar bien. Hay un momento que la secuencia es muda y solo oímos el sonido insistente de los números que pasan; 1, 2, 3, 4… y el rostro cada vez más roto de la actriz en la cabina. Contrasta la felicidad que desprende el personaje que representa en la pantalla, así como la letra de la canción sobre lo loco que es el mundo del circo (que puede cambiarse por el mundo del cine), con la angustia, la inquietud y el ataque de nervios que se va viendo que sufre en el interior de la cabina la actriz… hasta que tiene un colapso en el que grita desesperada que paren esa secuencia. El productor sale de su cabina, y se oyen ya sus gritos, va corriendo donde está la actriz y trata de calmarla. Es una secuencia terrorífica e inquietante.

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Westerns atípicos. La metamorfosis de un género (y III). Las aventuras de Jeremiah Johnson (Jeremiah Johnson, 1972) de Sydney Pollack

lasaventurasdejeremiahjohnson

Último paseo por westerns atípicos y ahora toca el turno de un nuevo director del momento, años setenta, Sydney Pollack, que estaba no sólo construyendo su relación profesional con el actor Robert Redford sino también un cine de corte progresista. En Jeremiah Johnson, el director une su visión progresista del mundo –y avisa que son tiempos de estar fuera del sistema y reconectar con la naturaleza– con un western empapado de aventura. Jeremiah, un héroe que se convierte en leyenda (de nuevo como en El día de los tramposos o en Pat Garrett y Billy El Niño, las canciones tienen una función narrativa), simboliza a un hombre que quiere vivir fuera del sistema porque le ha herido y quiere retirarse. Alguien con quien pueden identificarse muchos en aquella generación… y ahora también. La película refleja el desencanto que arrastra una generación y expresa la necesidad de encontrarse uno mismo en un camino que no va a ser fácil. Un mundo de descubrimientos, de saber leer la naturaleza, de inevitablemente (aunque quieras estar solo) convivir con otros: con los que son diferentes a ti y con tus iguales con los que chocas cada día.

Jeremiah Johnson tiene una primera parte absolutamente apasionante de construcción de un personaje y su leyenda. Y una segunda parte que es su consolidación que a mí me desconcierta bastante. Efectivamente la primera parte es de aprendizaje del personaje de Jeremiah que empieza a ‘leer’ las montañas y se da cuenta de que en ese camino no puede prosperar solo. Así se encuentra con un viejo cazador de osos que le enseña a sobrevivir. ‘Adopta’ a un niño que no habla, Caleb, que encuentra en una casa aislada donde vivía con su madre y hermanos esperando a la figura del padre (los primeros colonos); los indios han pasado por ahí y han matado a sus hermanos y han dejado a su madre sin salud mental. También recibe lecciones de otro superviviente de las montañas calvo o con pelo pero siempre con bigote. Jeremiah trata de relacionarse, desde el respeto, con los indios. En una de sus aventuras le casan con una joven india… Y termina formando una extraña familia con un niño que no habla y una joven india con la que no se entienden en el mismo idioma. Parece que, por fin, Jeremiah ha encontrado su felicidad fuera del sistema, en las montañas.

Pero llega la segunda parte compleja y contradictoria (quizá tiene que ver la pluma del guionista y posteriormente director John Milius, un hombre que no es precisamente fácil y que ha desarrollado una ideología compleja de tintes conservadores bastante diferente a la de Pollack… Hace poco se ha realizado un documental alrededor de su persona –que no he visto y que me llama mucho la atención– donde parece ser que él se denomina en un momento dado como anarquista zen)…, ante un hecho desgraciado que acontece en su vida, por ayudar al ejército a encontrar a unos colonos aislados (y saltarse una norma india al cruzar un cementerio), Jeremiah Johnson se convierte en un vengador silencioso que declara la guerra a los indios que han roto su felicidad. Y viendo en la primera parte cómo se resistía a la violencia y a atacar a los indios (o cómo se resistía a cualquier enfrentamiento o conflicto), choca cómo se transforma en un hombre que los acecha, sin compasión alguna. Esta segunda parte también contribuye a forjar la leyenda, es un hombre que nunca muere y siempre ataca, el come hígados. Solitario y condenado a estar continuamente huyendo, aunque ahora sabe leer la naturaleza (y decide continuar fuera de la ‘civilización del hombre blanco’ que ya le ha decepcionado suficiente), quiere estar en las montañas (se identifica con ellas y la vida que le proporcionan) y finalmente su enemigo le respeta (los indios) y él respeta a sus enemigos en una lucha de igual a igual…, como se adivina en el saludo y sonrisa final de Jeremiah a un indio con el que siempre se ha encontrado desde que era un inexperto hasta convertirse en un hombre de las montañas, una leyenda. ¿Es el mejor final para un fuera del sistema? ¿Es inevitable el enfrentamiento, el desencuentro, el distanciamiento y el desencanto?

Sydney Pollack crea un western de aventuras apasionante donde yo, como espectadora, me siento más identificada con el Jeremiah Johnson de la primera parte. Los momentos con su extraña familia son lo más cercano a un ideal de vida feliz y plena.

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