Amor y clases sociales: Un lugar en la cumbre (Room at the top, 1959) de Jack Clayton/ Así habla el amor (Minnie and Moskowitz, 1971) de John Cassavetes

Y dicen por ahí que la clase social es un término obsoleto. Pero yo miro alrededor y cómo marcha el mundo y no lo tengo tan claro. Creo que es un término que sigue vivito y coleando. Sólo hace falta observar y ver cómo la igualdad de oportunidades o la igualdad en derechos y deberes es algo muy lejano… es más sigue cada vez rasgándose más una enorme brecha con dos clases claras que no desaparecen: los que más tienen (y que además suelen acumular poder económico y político) y los que menos tienen (que suelen estar bastante fastidiados y en esta etapa de crisis se ve cómo cada ‘medida’ de los que tienen mucho les va jodiendo un poquillo más su situación económica y laboral). Ah, la famosa clase media sigue intentando con la soga al cuello seguir siendo media. Pero el amor, el amor… siempre está presente y a veces sirve como excusa para alcanzar un cierto estatus social y adquirir los derechos, deberes y oportunidades de los que más tienen (aunque hay que pagar un alto precio por ello) y otras sirve para que dos seres solitarios en sus respectivas clases y sin nada en común… de pronto sientan una oportunidad de futuro… Así nuestra sesión doble nos deja un drama social sin concesiones en un momento en que Gran Bretaña estaba gestando su free cinema y una extraña ¿comedia? de cine independiente americano con forma de cuento con final feliz.

Un lugar en la cumbre (Room at the top, 1959) de Jack Clayton

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¿Cuál es el drama de Joe Lampton (Lawrence Harvey)? Su lucha entre ‘trepar’ socialmente cueste lo que cueste u optar por un amor verdadero y sin máscaras pero que le asegura su continuo viaje en los márgenes de la sociedad.

En esta lucha se debate entre su historia con dos mujeres: la niña pija y enamorada (pero no tan inocente como nos parece y con la carga de todos los prejuicios sociales en los que la han educado cuidadosamente) Susan Brown (Heather Sears), hija del hombre de negocios más rico e influyente de una pequeña localidad de Gran Bretaña o Alice Aisgill (Simone Signore), mujer desarraigada, desencantada, transparente y sin máscaras que vino de París y se quedó en Gran Bretaña atrapada en un matrimonio que la corroe y la hace infeliz.

Su obsesión con Susan Brown le convierte en el joven trepa capaz de todo con tal de alcanzar una buena posición económica, social y laboral y el acceso a los círculos de poder sin sentir el rechazo y el desarraigo.

Su amor por Alice le abre la posibilidad de ser un hombre libre y feliz aunque trabajando duro, viviendo con dificultades y luchando contra la hipocresía social.

En el camino de esta batalla, vence la parte trepa de Joe Lampton que reniega de su origen y pasado (pero al final convertido en una marioneta manipulada por todos —no vaya a ser que salte algún escándalo, mejor que esté satisfecho y calladito— y porque el destino le depara sorpresas y giros que no esperaba) y queda una víctima por el camino, Alice (rechazada por todos por ser el único personaje sin máscara alguna en el rostro)…

Inolvidables los encuentros y desencuentros entre Alice y Joe en habitaciones clandestinas, lejos del mundanal ruido, y su intercambio de cigarrillos. O en calles y playas solitarias. Queda, para siempre, la despedida en una estación de tren.

Jack Clayton (que también es el creador de esa joya que es Suspense) muestra su elegancia a la hora de rodar así como en la puesta en escena de una historia con varios escenarios que muestran los distintos mundos en los que viven cada uno de los personajes. Y la película llega a esa cumbre que nombra el título en castellano por la creación de un buen personaje como el de Alice con el rostro desencantado de la actriz francesa Simone Signore así como la confirmación de una prometedora carrera (que se quedó en prometedora) del actor de origen lituano, Laurence Harvey (que dejó sin embargo películas inolvidables y extrañas como El mensajero del miedo).

Así habla el amor (Minnie and Moskowitz, 1971) de John Cassavetes

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Minnie y Moskowitz no pueden ser más distintos ni pertenecer a mundos más diferentes. Pero los dos se sienten igual cuando se encuentran: solos y por distintas circunstancias en el margen. Ambos son polos opuestos y es imposible pensar una historia de amor entre ambos y que pueda llegar a funcionar.

Minnie y Moskowitz cuentan con los rostros de Gena Rowlands y Seymour Cassel, de la ‘familia cinematográfica’ de John Cassavetes y se desnudan con unas actuaciones increíbles en una sencilla película que cuenta una pequeña historia de amor… en un principio imposible.

Ella es Minnie, una mujer que trabaja en un museo, culta, hermosa con una buena posición social pero tremendamente solitaria y desencantada. Acaba de terminar una tormentosa relación con su amante, un hombre casado. Y se da cuenta de que su futuro no es más que la soledad. Se encuentra emocionalmente vulnerable.

Él es Moskowitz, un hombre sin ambición alguna, que vive de un lado para otro (que cuenta con la ayuda económica de su madre) y trabaja como aparcacoches. Tiene problemas para relacionarse, no sabe comportarse ni le importa y busca por las noches compañía de distintas mujeres.

Los dos se encuentran, precisamente, en el aparcamiento de un restaurante cuando Minnie no puede deshacerse de un hombre con el que ha quedado en una especie de cita a ciegas. Y así empieza su relación… cuatro días de desencuentros y encuentros, de discusiones, de negar que ahí puede haber una historia o una posibilidad de futuro (sobre todo por parte de Minnie, Moskowitz dice que él no piensa tanto, que lo tiene claro). Y entre viajes en coche, visitas a restaurantes, paseos nocturnos, peleas… un baile y una canción de amor… Los dos deciden apostar por un futuro juntos y quizá amarse. Nadie apuesta por la relación… ni siquiera el espectador que asiste alucinado a los encuentros absurdos de unos amantes extraños (pero a la vez esos momentos esconden una emoción… una belleza, una posibilidad de algo). Ella no ve en el rostro de él al hombre amado, al que busca mientras ve películas antiguas en las salas de cine. Y él ¿esta vez va en serio? ¿Será capaz de aspirar o comprometerse con algo?

Tan sólo sabemos que coinciden en una cosa: los dos aman ir al cine y sobre todo aman las películas de Bogart (a ser posible acompañado de Bacall).

Y de pronto son los personajes los que se rebelan contra todos y contra todos los prejuicios posibles. Y son Minnie y Moskowitz los que demuestran que también ellos tienen derecho a protagonizar una bonita historia de amor… Y se convierten en personajes transgresores que solicitan el derecho a protagonizar una película con final feliz.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Los ilusos (Los ilusos, 2012) de Jonás Trueba

Ilusos

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La RAE muestra dos acepciones para la palabra iluso/a: “1. Engañado, seducido. 2. Propenso a ilusionarse, soñador”. El espectador se deja llevar por las imágenes de la gran pantalla blanca, las imágenes de Los ilusos de Jonás Trueba, y trata de dilucidar quiénes son esos ilusos.

Ilusos, los protagonistas que pululan por las calles de Madrid. Una generación de jóvenes que no llegan a los treinta o están en los treinta (con los que puedes identificarte o no) que pasean sus sueños y su capacidad de ilusionarse, que miran y sienten toda la vida por delante, que todavía tratan de vencer el desencanto. Y que tratan de hacer sus vidas especiales… y así lo transmiten.

Ilusos, todos los implicados en este proyecto cinematográfico que rebosa amor por contar historias a través de imágenes. Que entre proyecto y proyecto el cine no pare. Nos cuentan que es una película de entretiempo… para cubrir tiempos muertos. Y de esos tiempos, poco vistos en la pantalla blanca, nace puro cine. Ilusos por seguir buscando, por seguir mirando, por seguir narrando… Ilusos por seguir soñando e ilusionándose. En aproximadamente veintidós jornadas de noviembre de 2011 a junio de 2012 con una cámara de 16 mm, celuloide sobrante (a veces caducado), autofinanciándose y con toda la libertad del mundo para llevar a cabo el proceso creativo… salieron a las calles para rodar y rodar… Y ahora con una sola copia viajan con ella y la comparten con el público convirtiendo en un acto especial y único su proyección.

Ilusos, los espectadores que seguimos con la ilusión de ser seducidos y engañados por las imágenes de la pantalla blanca. Que amamos el rito de ir al cine como algo sagrado. Que queremos que nos sigan contando historias y tener la posibilidad de elegir entre un abanico de posibilidades y en un día de sol o de lluvia poder acercarnos a la sala amada y por unos minutos ‘vivir’ engañados por las imágenes que pasan…

Madrid

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Aquel espectador que ame Madrid, se sentirá seducido por Los ilusos. Y sale un Madrid al que cuidar y preservar. El Madrid que es villa. Bullicioso y acogedor. De callejuelas. De rincones por descubrir. El Madrid que sorprende. El Madrid de tabernas de toda la vida. De pequeñas tiendas y negocios. El de las casas todavía antiguas, vitange (que se dice ahora), con sus techos altos, sus terrazas a la calle…, su distribución desordenada. El Madrid ruidoso. El Madrid multicultural. El Madrid en obras… La plaza Mayor, los tejados, Plaza España, el pasaje Doré, la calle Santa Isabel, Atocha, Conde Duque y alrededores…

Y otro Madrid amado que trata de sobrevivir contra viento y marea. El Madrid de aquellos que aman el cine. El Madrid del cine Doré (la filmoteca), el de la calle Martín de los Heros y su pasaje que une la plaza de los Cubos con esta calle de cines en VOSE. El de las iniciativas que nacen por puro amor al cine (Pequeño cine estudio —que tiene un protagonismo especial en Los ilusos—… y otras salas —que no salen pero merece la pena nombrarlas— como la Berlanga, Artistic Metropol, la Cineteca —única sala donde se proyecta Los ilusos—, la amada sala audiovisual de La Casa Encendida, la sala Iberia de la Casa de América… y por fortuna alguna más que se me escapa nombrar) que permiten que lleguen obras cinematográficas que de otra manera sería casi imposible verlas; los cines de la calle Fuencarral y Bravo Murillo… y esos cines de toda la vida que todavía se mantienen en pie como la emblemática fachada del Capitol…

La muerte

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… El joven director de cine que poco a poco se va convirtiendo en protagonista de Los ilusos, León (Francesco Carril), habla de un proyecto que le ronda por la cabeza. Una película sobre el suicidio. Y también en uno de los intertítulos manuales se puede leer La muerte del cine. Las alusiones a la muerte son continuas para finalmente transmitir todo lo contrario.

El cine nunca muere mientras haya ilusos que sigan fabulando en los entretiempos (y llevando a cabo sus proyectos por nuevos caminos) y sigan existiendo espectadores con hambre de cine… Puede que cambien los formatos y los soportes… pero narrar en imágenes es un arte, el séptimo arte, que no muere. Como nunca ha muerto la novela, los cuentos, la pintura, el teatro… Así paseamos como sin darnos cuenta por los dvd’s, blue ray, la digitalización de las salas de cine, la desaparición de las películas en 16 mm o 35 mm y del revelado, la desaparición de los vhs de la manera más hermosa con unos niños jugueteando y construyendo (creando)… de pronto surge la posibilidad de en la intimidad de una cama frente a un ordenador emocionarse con una escena de una mujer llorando o seguir asistiendo a una sala con su pantalla enorme. Sólo cambian los formatos o se abren los canales y posibilidades de mirar… pero las imágenes siguen vivas. Y esas imágenes siguen contando…

Y tanto León como todos los que le rodean no hacen más que contagiar unas ganas de vivir momentos (hasta esos momentos que siempre en una película estarán en off). Y el tema del suicidio presente hasta el final termina diluyéndose como si los protagonistas quisieran vencer y engañar al desencanto… como si de alguna manera quisieran apartar de un manotazo la posibilidad del suicidio, como si lo vieran incluso como algo lejano o sólo relacionado con la creación artística… Y por eso la referencia al novelista Chusé Izuel que terminó con su vida o esa película (maravillosa) que anuncian en el pequeño cine estudio (o quizá sea la que van a ver): Le père de mes enfants de Mia Hansen-Løve… una película sobre el suicidio y el amor al cine… León se acerca a la idea de suicidio no por experiencia o desencanto (es demasiado joven, con demasiadas ganas de vivir) sino por el camino de la creación artística.

Cine dentro del cine

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Un blog amigo (Licantropunk) rescataba hace poco una frase de un personaje de La noche americana de Truffaut: “El cine es más bello que la vida, no hay atascos ni tiempos muertos. Avanza como un tren atravesando la noche. Hemos nacido para ser felices con nuestro trabajo, haciendo cine. Confío en ti”. Y de pronto estas palabras fueron surgiendo según iba viendo Los ilusos. Porque es cine dentro del cine, metacine. Porque vemos a un grupo de amigos ilusos que ruedan… una película de entretiempo desde la que de pronto nace una historia de ficción que les atrapa a ellos y nos atrapa a nosotros, los espectadores. Una simple y sencilla historia… Pero atención… estamos rodando (en confianza)… nos embarcamos en ese proceso creativo. Y sentimos creíbles y reales a los personajes de ficción… con una vida llena de tiempos muertos… pero bellos. Imágenes que pasan por una pantalla blanca, en blanco y negro. Imágenes que son miradas.

El desayuno. Una simple historia de amor

Y esa simple historia de amor surge en los tiempos de espera. Una joven estudiante de periodismo (Aura Garrido) y el joven director… una entrevista no realizada. Una llamada. Un encuentro en la puerta de un cine. Un paseo nocturno. Una cena y una conversación. Otro paseo y un beso. Una noche, juntos. Y un despertar. Después toca el desayuno, un momento hermoso y muy cinematográfico… Ese momento lleno de miradas, de cosas no dichas, de gestos… que cuenta una historia. Un momento Nicholas Ray. Puro cine. Auténtico. León ya habla que son Los amantes de la noche y luego desayunan… el joven director no prepara las naranjas como Bogart a su amada Gloria en En un lugar solitario pero sí realiza un ritual donde vemos el comienzo (o el fin) de algo…Y vienen a la cabeza esas palabras que dice Bogart (en su papel de guionista) a su amada: “Porque no están todo el rato diciéndose lo que se quieren. Aquí mismo, cualquiera sabría que nos estamos enamorando si viera esta escena: yo preparándote el desayuno mientras tú aún estás medio dormida”.

… Contar historias y compartirlas

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Y Los ilusos te va atrapando poco a poco con esos momentos frescos y auténticos de película que es libre y que vuela. Primero te sientes desubicado y puede que no entres… hasta que de pronto algo te atrapa. Una imagen o un diálogo. Y ya no sales. Ese Javier Rebollo que huye que se convierte en afortunado y divertido personaje, ese momento íntimo de amistad entre dos amigos, esa explicación divertida sobre ese curso para aprender a realizar un casting, ese primer plano de una chica que lee y mira, esa actuación musical en directo en un piso, los tejados de Madrid, unas cintas de vhs sobre un cubo de basura…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Tres películas sobre el miedo… y una fábula: Take Shelter (Take Shelter, 2011) de Jeff Nichols/Eternamente comprometidos (The five-year engagement, 2012) de Nicholas Stoller/El alucinante mundo de Norman (Paranormal, 2012) de Chris Butler y Sam Fell/ Tierra prometida (Promise land, 2012) de Gus Van Sant

El miedo tiene muchas caras. Y el cine lo presenta de diferentes maneras y en géneros distintos. Apocalipsis, drama psicológico, comedia romántica y melancólica, cine de animación para superar el miedo a ser diferente… Y como guinda una película necesaria en forma de fábula, en busca de una tierra prometida.

Miedo a un mundo que se derrumba

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Take Shelter plantea muchos tipos de miedo en una atmósfera extraña y misteriosa, opresiva. Y todos esos miedos atacan a Curtis (inquietante Michael Shannon). Curtis es un hombre trabajador de clase media que vive con su esposa (Jessica Chastain) y su hija pequeña que tiene un problema auditivo en una comunidad rural de Ohio. Un día Curtis empieza a tener alucinaciones, fuertes pesadillas, que van despertando todos sus miedos. Miedo a la locura, miedo a no llegar a fin de mes, miedo a la crisis, miedo a la comunidad en la que vive, miedo a las responsabilidades familiares, miedo a las creencias, miedo a ser padre, esposo, hijo y amigo… Sus pesadillas le van minando, rompiendo. Su comportamiento se vuelve extraño. Sus alucinaciones son apocalípticas… algo así como una gran tormenta que volverá locos a todos sus seres queridos. Así él nota cambios atmosféricos y actuaciones extrañas en los vuelos de los pajaros. Se obsesiona con que debe arreglar y acondicionar un refugio de tormentas para proteger a su familia… Nadie le entiende… y va perdiendo amistades, trabajo, lazos familiares… Y el cada vez se siente peor. Y él es consciente. Pero no sabe cómo enfrentarse a sus pesadillas, sus propios miedos. El problema es que quizá esa tormenta que conduce a la locura no sea una pesadilla…

Miedo al compromiso

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A veces hay comedias inclasificables que encierran mucha melancolía y desencanto. Eternamente comprometidos es una mezcla de comedia romántica con gotas de absurdo y un aliño de tristeza. Y trata sobre un miedo contemporáneo: el miedo al compromiso. El miedo a comprometerse hasta el tuétano con alguien y apostar por una vida en común. Así la película narra la historia de Tom (Jason Segel) y Violet (Emily Blunt)… y empieza donde terminan otras comedias románticas: declaración de amor en terraza maravillosa con cena de ensueño, promesa de boda, de comer perdices para siempre, anillo, beso y fuegos artificiales. Pero lo que viene a continuación son un montón de situaciones por las cuales Tom y Violet van dando largas a esa gran boda… hasta que pasan años… y los abuelos de la familia van desapareciendo uno a uno sin poder asistir al evento. Tom y Violet van viviendo su propia pesadilla de deconstrucción de su relación hasta llegar a la frustración y separación… pero es una comedia romántica. Quizá se den cuentan en la pesadilla (y con sus extraños amigos y familiares) de que el miedo al compromiso siempre va a estar ahí…, siempre, y que lo importante es avanzar juntos hacia algún lado…

Miedo a ser diferente

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Norman es un niño muy raro. Y en el colegio no le tratan muy bien. En su familia ni su padre ni su hermana mayor le entienden y su madre trata de comprenderle y consolarle. ¿Qué le pasa a Norman? Es diferente. Y ¿por qué? Porque ve fantasmas y puede hablar con ellos. Ahí mismo está su abuela, que le cuida, y le dice que no pasa nada por tener miedo, es normal, pero que hay que superarlo, evitar que domine su vida. Y de pronto un niño miedoso se convertirá en un héroe pues será el único que pueda salvar a su ciudad de la maldición de una bruja… los muertos volverán a la vida. Y ese mismo niño, Norman, descubrirá que cuando el miedo invade a los seres humanos puede provocar que se hagan cosas irracionales y malas. El alucinante mundo de Norman es un viaje más allá de lo que pueden alcanzar nuestros ojos y un antídoto contra el miedo. De nuevo el stop motion al servicio de una buena historia llena de personajes inolvidables…

… Y la fábula

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Tierra prometida es una película necesaria. No sorprende. Se rige por una narrativa cinematográfica clásica (pero muy bien realizada, se nota que Gus Van Sant está tras la cámara). Resulta previsible… pero es necesaria. Porque habla de algo que sabemos y que se nos repite una y otra vez. Si vemos un telediaro nos damos cuenta de que da igual que tanto se nos diga y repita. Y eso de lo que nos habla es: cuidemos el mundo que nos rodea. Pero no se refiere sólo al mensaje ecológico. Se refiere a que cuidemos la tierra, los espacios compartidos, los sitios de ocio, que cuidemos al otro, que nos cuidemos a nosotros mismos, que nos dejemos llevar por la nobleza y la dignidad, que no creamos que el ser buenas personas está pasado de moda o es una gilipollez o una cursilería… Y habla de todas estas cosas en tiempos de crisis, en momentos de vulnerabilidad. En momentos donde acechan malas maneras, donde el otro no importa. En momentos donde hasta las buenas personas pueden confundirse pero porque son buenas personas pueden abrir los ojos y darse cuenta. Como le ocurre al protagonista de la nueva fábula de Gus van Sant (con un guion muy bien armado por los actores Matt Damon y John Krasinski), Steve Butler (un Matt Damon muy creíble).

Steve llega a una población rural arrasada por la crisis económica. Es un ejecutivo de una multinacional de gas natural y tiene que conseguir que los habitantes (casi todos ganaderos) le vendan los derechos de perforación de sus tierras. Steve tiene que convencerles de los beneficios de estos contratos. Él está convencido de que ofrece una salida a sus dramáticas situaciones y que quizá sea la única salida para preservar la vida rural. Sin embargo un viejo profesor de instituto, una profesora que le roba el corazón, un ecologista, una niña que vende limonada, su pragmática compañera de trabajo y el granero de su abuelo le harán mirar el mundo y su trabajo desde una nueva perspectiva que se le había escapado… el “jodido dinero” no es el camino más rápido para transformar el mundo que nos rodea y superar la crisis en la que nos hayamos inmersos. No todo vale.

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Dos mentes enfermas: El demonio bajo la piel (The killer inside me, 2010) de Michael Winterbottom / Martha Marcy May Marlene (Martha Marcy May Marlene, 2011) de Sean Durkin

… Dos películas que exploran mentes enfermas. Dos películas inquietantes no redondas pero que sí logran una atmósfera incómoda y que el espectador se haga preguntas frente lo que está viendo e indague en la parte oscura del cerebro humano.

La primera se esconde bajo la apariencia de cine negro años cincuenta en un ambiente sureño (sol, mucho sudor, mucho calor). La segunda bajo una factura de cine independiente con fondo psicológico que parece hacer una crítica a un tipo de vida pero juega siempre en el terreno de la ambigüedad.

Dos trabajos para analizar con sus luces y sus sombras. A mi parecer la idea de Michael Winterbottom (realizador impredecible que sin embargo tiene obras tan interesantes como En este mundo, Tristram Shandy o La doctrina del schock) podría haber creado una película brillante pero finalmente falla su mecanismo. Sin embargo el debutante Sean Durkin sí que juega más a la ambigüedad y logra un resultado más impreciso y por ello inquietante.

El demonio bajo la piel (The killer inside me, 2010) de Michael Winterbottom

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Lo que no está conseguido del todo es esa voz en off del ayudante del sheriff, Lou Ford (un alucinante Casey Affleck) que es la clave de toda la película y el hallazgo interesante… porque esa era la voz que se tenía que haber mantenido hasta el final (ése es el único punto de vista posible para entrar de lleno al viaje terrorífico que propone) de tal forma que toda la historia la viéramos a través de su mirada para agobiarnos mucho más. Y a veces nos perdemos en esa mirada… y parece que es el director el que está observando. Si hubiese habido una total confianza tanto en la voz en off como en la mirada de Lou Ford muchos todavía no habríamos despertado de la pesadilla.

Porque la historia es una apuesta fuerte al retrato de un asesino con fuertes problemas de salud mental en la figura de un posible personaje de cine negro, un ayudante del sheriff. Lo que pasa que lo tremendo es cuando el espectador se da cuenta que no hay ambigüedad posible en el personaje, que no tiene luces y sombras, sino una oscuridad temible. Así Winterbottom emplea todo el arsenal del noir pero en manos de un desequilibrado mental (y a veces logra agobiar en exceso). Así el pesimismo y el lado oscuro de la personalidad de Lou se va adueñándo de una turbia historia.

Nos adentramos en un universo lleno de sombras (pero a través de sus ojos y mente enferma) donde las relaciones se tornan muy peligrosas y la violencia campa sin sentido alguno (y de manera totalmente gratuita… y eso genera más incomodidad) hasta un final caótico. El director se encuentra también excesivamente preocupado en mostrar la naturaleza quebrada y traumática de su protagonista… así se crean a veces escenas innecesarias sobre el pasado que crean más confusión todavía que matices al personaje principal.

Michael Winterbottom deja así una película violenta de visionado incómodo donde su principal recurso no está del todo conseguido y deja por eso un sabor de boca todavía peor. Tanto es así el laberinto que arma el personaje principal que desemboca en un final absolutamente absurdo para encontrar una salida (pero más bien parece que es Winterbottom el que no sabe qué hacer con su personaje principal). Pero sí muestra en algunos momentos (y en algunas interpretaciones) que El demonio bajo la piel podría haber sido una obra cinematográfica perturbadora, enfermiza y muy bien hecha. Supongo que la novela de Jim Thompson también tiene la voz de Lou Ford y me gustaría ver cómo resuelve que el lector se meta en el universo de un desequilibrado… quizá Winterbottom tenía las soluciones entre las páginas del libro.

Martha Marcy May Marlene (Martha Marcy May Marlene, 2011) de Sean Durkin

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De nuevo nos situamos en la cabeza y mirada (en sus recuerdos, paranoias e imágenes ¿reales?) de una persona con desequilibrio mental. Y esta vez el debutante Sean Durkin logra transmitir la inquietud del desdoblamiento y la quiebra del personaje principal (una vulnerable y creíble Elizabeth Olsen). Así el espectador pulula entre ese presente descorazonador de Martha (una de sus identidades) que lejos de reconfortarla también la enferma y desubica (una familia disfuncional que la hace revivir continuos traumas) y ese pasado reciente en una secta de rituales inquietantes.

Así Martha huye (su personaje siempre huye) y termina en la casa de su hermana y su cuñado que también viven en un mundo ritual y sectario… y esa es la vuelta de tuerca y el acierto de Martha Marcy May Marlene. Porque pone al espectador frente a frente con una vida ‘aparentemente’ normal pero que también es capaz de enfermar a las personas vulnerables como Martha. La protagonista se encuentra desubicada y extraña en el proceso y limpieza cerebral que vive en la secta (con un líder que va dando mucho miedo con la cara de John Hawkes que tiene una de las mejores escenas cuando toca una canción a guitarra) pero también en su adaptación a una vida que la imponen como normal, de la que no puede cuestionar o discutir.

Martha Marcy May Marlene juega a no darnos la información suficiente. A dejarnos siempre en la ambigüedad. Y sobre todo nos deja al descubierto que Martha tiene difícil salir de su paranoia en otro ‘espacio’ opresivo. Lo más desconcertante es ese final en el que ya no distinguimos, como su protagonista, qué es lo que se está imaginando y qué es real… y sobre todo si su manía persecutoria es una triste verdad…

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