Ave, César (Hail, Caesar, 2016) de Joel y Ethan Coen

Ave, César

Los hermanos Coen en Ave, César, con mucho desencanto e ironía respecto a la vida, terminan reflexionando sobre la naturaleza del cine como John L. Sullivan (Joel McCrea) después de un largo viaje de descenso a los infiernos y es que el cine, la fe en el cine, tiene su razón de ser porque en momentos determinados de una vida llena de complicaciones, un valle de lágrimas y sufrimiento, puede hacer volar, soñar, reír… Así los Coen, como Woody Allen en La Rosa púrpura del Cairo o en Hannah y su hermanas, encuentran cierto sentido en la vida gracias al cine, a la proyección…, tal y como ya había dejado constancia en pantalla Preston Sturges en Los viajes de Sullivan.

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Banquete de bodas (The catered affair, 1956) de Richard Brooks

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Banquete de bodas dentro de la historia del cine tiene un contexto claro. Sí, durante los años cincuenta, en el seno de Hollywood, nacieron varios largometrajes con un acusado realismo social, que bebían de fuentes inspiradoras ubicadas en el cine europeo (ese afán por estar cerca de las personas más humildes, de sacar la cámara a las calles o estar inmersa en la intimidad de las cuatro paredes, esas ganas de contar historias relevantes sobre dramas sociales y sobre temas controvertidos…) y en la televisión americana (curiosamente nuevos cineastas se formarían en este medio y serían conocidos como la Generación de la televisión). Fuentes inspiradoras que tuvieron su cordón umbilical en el Neorrealismo italiano. Estos largometrajes americanos se alejaban del glamour, algunos estaban protagonizados por estrellas que se borraban de golpe esa imagen y se convertían en ciudadanos de a pie, en vecinos. Curiosamente, antes estas historias se habían filmado para la televisión (en ese momento era un medio que se acercaba más al mundo real) y funcionaban de tal manera que los estudios decidían convertirlos en películas. Esta corriente ha seguido teniendo su evolución y su diálogo con otras películas más contemporáneas. En concreto Banquete de bodas haría una buena sesión continua con uno de los exponentes del cine social británico, Ken Loach, y su película Lloviendo piedras. En vez de un banquete de bodas, se cambia el conflicto por un vestido y una buena ceremonia de Primera Comunión.

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Infierno en la ciudad (Nella città l’inferno, 1959) de Renato Castellani

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Según iban pasando imágenes de Infierno en la ciudad me venía a la cabeza otro drama carcelario femenino (también en nuestro viejo baúl de películas) dirigido en 1950, Sin remisión. Infierno en la ciudad es una de mis primeras incursiones en el cine del director italiano Renato Castellani y Sin remisión era otra indagación más en la carrera del director norteamericano John Cromwell. Así cada una de las películas se empapa del país donde vienen. Una es un drama carcelario italiano con influencias de un cine neorrealista con otro popular… donde cada una de las secuencias es una tragicomedia en sí. Y la otra es un drama carcelario americano que se deja llevar por el cine negro con gotas de melodrama y tragedia social. Ambas además arrastran un reparto de actrices femeninas maravilloso. Pero mientras la americana está al servicio de una impecable Eleanor Parker (recientemente fallecida), la italiana logra una película coral donde Anna Magnani (siempre Mamma Roma) y Giuletta Massina (también existió sin Fellini) son parte de un engranaje que avanza…

Así Infierno en la ciudad se convierte en el retrato cotidiano de una cárcel femenina a finales de los cincuenta. Delincuentes comunes que comparten celda y van sobreviviendo encerradas entre rejas. Para algunas es mejor lo que les ofrece la prisión, una habitación y comida, que lo que las espera fuera. Pero nunca pierden su capacidad de soñar o de imaginarse fuera. Así va pasando el tiempo… y conocemos a una anciana que se hace llamar La Condesa, a una mujer que se deja arrastrar por la locura que mató a su bebé, a una joven que no quiere volver a pisar la prisión de nuevo y que con un espejo logra captar lo que hay fuera e incluso enamorarse de un joven trabajador, Moby Dick… una reclusa enorme o a Egle (Anna Magnani), una mujer de fuerte personalidad y carácter, una líder: lo mismo la adoras en una escena por su solidaridad con las otras presas como en la siguiente la estamparías contra la pared porque su desesperación a gritos le hace cometer locuras diarias (dormir de día, despertarse de noche, cantar, discutir, pelearse y gritar sin parar…) o Lina (Giuletta Massina), una joven tímida, inocente y enamorada que entra en prisión y descubre otro mundo (¿mejor o peor?) u otra manera de ver la vida… una vida perra.

Renato Castellani refleja el día a día de las presas con las carceleras (las monjas), entre ellas, sus riñas y sus alegrías, su monotonía diaria y su lucha por la supervivencia o por no volverse locas, sus lágrimas y sus esperanzas, sus canciones o sus sueños. Así resulta una película dura pero vital. Un buen retrato coral con escenas que se quedan en la retina, difíciles de olvidar.

Y una de ellas, fundamental. Se podría incluso hablar de una ‘firma’ del género carcelario: cuando los presos asisten a una proyección cinematográfica. Y en Infierno en la ciudad las presas tienen su proyección. Y es un momento de alegría, que muestra la capacidad del cine para que el ser humano se deje llevar por el inconsciente y sentir algo parecido a la felicidad, sobre la importancia de la risa, de la evasión, de saltar los muros a través de las imágenes… Así como también era un momento catártico cuando los presos iban al cine en Los viajes de Sullivan, donde el protagonista descubría la importancia del cine cómico, en Infierno en la ciudad es un momento de alegría, de griterio, de salida de la rutina… una enorme pantalla blanca con su proyector en el patio de la cárcel… Y todas las mujeres asistiendo a una animada proyección…

Pero también es la oportunidad de deleitarse con un grupo de actrices, algunas desconocidas, que crean personajes de carne y hueso… y como no vibrar con la fuerza de una Magnani que se sale y una Massina con su aparente fragilidad… ambas nos dejan la huella de lo que significa ser tragicómicas de verdad. Creo que empezar con Infierno en la ciudad es una buena manera de iniciarse en la filmografía de Renato Castellani, otras sorpresas me esperan.

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