Anna Magnani y Tennessee Williams (segunda parte). Piel de serpiente (The Fugitive Kind, 1960) de Sidney Lumet

pieldeserpiente

La segunda vez que Anna se convierte en heroína de Williams es para hacer algo que sabe bien: una mujer temperamental y trágica. Anna se convierte en Lady y es la protagonista de una tragedia cien por cien sureña. Esta vez el director es Sidney Lumet y su co-protagonista, ese Piel de serpiente, es Marlon Brando. Piel de serpiente forma parte de una de las adaptaciones cinematográficas de obras de teatro norteamericanas que lleva a cabo Lumet en ese periodo: empieza para televisión con Llega el hombre de hielo de Eugene O’Neill, continúa con Piel de serpiente y Tennessee Williamas, sigue con Panorama desde el puente de Arthur Miller, para cerrar de nuevo con O’Neill y Larga jornada hacia la noche.

Del universo Williams elige una obra que no es fácil, La caída de Orfeo, pero que tiene todos los ingredientes de su mundo teatral. El calor siempre está presente, una localidad sureña intransigente, un personaje forastero que llega y no será igual recibido por todos, relaciones complejas, racismo, erotismo, eros y thanatos… Los personajes femeninos, todos, poseen una sensibilidad especial, ‘perciben’ el mundo de una manera distinta y son supervivientes en un mundo hostil y muy masculino que trata de aplastarlas, anularlas. Y los personajes masculinos o son especialmente odiosos o demasiado cobardes y ven su mundo amenazado cuando aparece un forastero, el joven Piel de serpiente, un tipo que va con una cazadora precisamente con piel de serpiente y una guitarra, que no necesita atarse a ningún sitio…, que es libre…

Así surge una película oscura porque va narrando una historia excesivamente trágica, sin esperanza alguna. Y el rostro de Anna, de gran trágica, se pone al servicio de un personaje triste, Lady, casada con un hombre desagradable que posee el negocio del pueblo. Además este se encuentra en las últimas fases de una enfermedad. Él es gran amigo de otro personaje influyente del pueblo, el sheriff, que está bastante a favor de disparar sin juicio alguno y que a su vez está casado con una mujer sensible (Maureen Stapleton) que prefiere no mirar y crearse un universo propio. Y por último también está la familia rica caída en desgracia: y dos hermanos, él alcohólico e infeliz, que rompió hace muchos años el corazón a Lady, y ella con graves problemas emocionales y de salud mental (Joanne Woodward) pero que quita máscaras y suelta verdades además de estar obsesionada con Piel de serpiente.

A esta localidad sureña llega el forastero, un joven con su guitarra en busca de trabajo, es Piel de serpiente. El joven se queda y construye una compleja historia de amor con Lady, además la ayuda a conseguir su sueño…, un merendero muy especial, que está unido a una tragedia de su juventud y a la figura de su padre. Pero Piel de serpiente tampoco es un tipo fácil, le conocemos al principio del todo (antes incluso de los títulos de crédito) en un interrogatorio con un juez donde explica por qué está en esos momentos en la cárcel, cómo trabaja como gigoló en macrofiestas (“para entretener”), como a veces pierde los papeles, y cómo promete que él solo quiere recuperar su guitarra de la tienda préstamos. El juez le deja en libertad si promete no regresar jamás. Así Piel de serpiente no se ata a ningún lugar…, va siempre sin rumbo, hasta que llega al pueblo de Lady, donde despierta distintos sentimientos a cada uno de sus habitantes. Y a Linda la hace salir de una cárcel, de una caja de cerillas, de un ambiente de enfermedad y muerte…, a otro universo de sensualidad, belleza, vida y esperanza donde es posible construir un sueño. El problema es que esa felicidad al primero que desagrada es a su marido…

Desde el principio se masca la tragedia no solo por los personajes y ambientes que van apareciendo sino por pistas que se van dejando a lo largo de la narración cinematográfica. La presencia del calor y el recuerdo de un fuego del pasado. Desde la tienda tétrica del esposo de Lady, hasta la propia comisaria o el local de las afueras del pueblo… Todo es oscuro y deprimente excepto el universo que se van logrando construir poco a poco Lady y Piel de serpiente que culmina en el merendero.

Al blanco y negro de Boris Kaufman, que alumbra momentos tremendamente oscuros pero también deja dosis de poesía visual… cómo cuando se ilumina por primera vez el merendero, le acompaña la triste melodía con aires de jazz que acompaña a los personajes. Su compositor Kenyon Hopkins no era ajeno al mundo de Williams, su música también acompañó a Baby Doll. Y por último una baza importante es la fuerza visual de la extraña pareja, Marlon Brando y Anna Magnani.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Nightcrawler (Nightcrawler, 2014) de Dan Gilroy

nightcrawler

Un nightcrawler es una figura del periodismo sensacionalista que va con su cámara por la ciudad, normalmente por la noche, y está al acecho de los accidentes, los tiroteos, los escándalos públicos… Su habilidad es llegar antes que nadie a los sitios y grabar y después vender las imágenes a las televisiones locales. Quien pague mejor es quien se lleva la grabación. Indagando un poco más descubrimos que Nightcrawler es un superhéroe de la Marvel, un mutante de X-Men, es el rondador nocturno. Apareció por primera vez en 1975. Y mencionar estas dos cosas no es ningún despropósito porque la película de Dan Gilroy provoca un mal rollo increíble al contar la historia sin concesiones de un joven nightcrawler sin escrúpulos que va camino de convertirse en un superhéroe empresario a costa de aplastar a quien se cruce en su camino. Y es que Nighcrawler casi es un thriller de terror con un Jake Gyllenhaal que da mucho miedo pero que puede ascender y ascender por la sociedad en la que vivimos donde, por ejemplo, las audiencias de televisión se elevan cuanto más truculento y sensacionalista se es.

El protagonista Lou Bloom es un joven que no encuentra trabajo y es un superviviente nato. Se dedica a robar chatarra y venderla. Pero desde el principio, desde un robo que realiza nos damos cuenta de que aspira a mucho más. Él tiene claro que quiere triunfar a toda costa y encuentra su vocación un día por casualidad. Ve un accidente de tráfico y a un cámara veterano que graba todo… y le empieza a preguntar. No se lo piensa dos veces, roba una bicicleta y se compra una cámara de vídeo. Como un joven empresario de éxito se busca un ayudante, Rick (Riz Ahmed), que es un joven en situación de exclusión, solo y que necesita aferrarse a un trabajo… en prácticas con posibilidades de éxito. Y busca un canal de noticias locales donde llama la atención de la editora jefe, Nina (Rene Russo), que busca las imágenes más impactantes para subir la audiencia de su canal.

Lo terrorífico de Lou Bloom es su manera de comportarse, su manera de empatizar con el otro, su manera de grabar, su manera de manipular, su manera de crear noticias, su manera de eliminar obstáculos, competencias y barreras, su manera de ir ascendiendo… Y sin ningún atisbo de redención, sin un momento de mala conciencia, sin sombra de remordimiento. Todo por el éxito. Porque a Bloom la gente le importa un carajo, la utiliza para obtener un objetivo. Lou Bloom es un sociópata que triunfa. Y eso da mucho miedo. Pero da miedo porque hay una sociedad violenta y enferma que lo permite…, porque él capta las imágenes más escabrosas, las más impactantes, se acerca a lo más horrible, a lo más violento… No solo puede captar esas imágenes sino que luego hay una audiencia que no aparta la mirada del televisor.

El guionista Dan Gilroy dirige su primera película y presenta la cara oscura y perversa de Los Ángeles. Una ciudad nocturna pero fríamente iluminada, deshumanizada, que es captada por la cámara de Lou Bloom. La ciudad es casi una pesadilla, como las imágenes que captan los nightcrawlers. Y además cuenta con un actor como Jake Gyllenhaal que arriesga y es un camaleón brutal. Si en Prisioneros parecía que los tics del personaje eran suyos, aquí se transforma con esa mirada torva y esa cara aguileña así como su delgadez extrema. Una cara que cuando se ilumina con el foco de la cámara a veces es inquietante o también cuando rompe con su cabeza un espejo ante un fracaso pero también es capaz de sonreír y convencer, de manipular…, convierte a las personas en títeres, no siente dolor. Y es solitario por elección. Solo quiere el éxito. Su frase final es terrorífica y adquiere todo su significado viendo la trayectoria de Bloom: “Pero recuerden que jamás les pediría algo que yo no haría”. Pero ¿qué no haría Lou para alcanzar su propia cima?

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Foxcatcher (Foxcatcher, 2014) de Bennett Miller

foxcatcher

Durante los noventa en la sección de sucesos de los periódicos y en otros medios de comunicación apareció una noticia que implicaba a un millonario de una histórica y aristocrática familia norteamericana, John du Pont, y a los hermanos Shultz (Mark y Dave), campeones olímpicos de lucha libre. El director Bennett Miller (Truman Capote, Moneyball) toma este suceso para reflejar una sociedad enfermiza en una excelente película, Foxcatcher, donde destaca lo que cuenta, cómo lo cuenta y su trío protagonista que construyen tres personajes complejos. Una incursión al lado oscuro del sueño americano durante los años del neoliberalismo (presidencia de EEUU, Ronald Reagan, 1981-1989).

Foxcatcher crea un triángulo en el que se establecen unos lazos que van tejiendo una tela de araña de la que es prácticamente imposible escapar y que atrapa a tres hombres para sumergirlos en una tragedia escalofriante. Pero Bennett Miller se toma su tiempo y con un ritmo elegante y pausado va hundiéndose en las corrientes ocultas que arrastran a los personajes. Miller construye poco a poco los hilos de esa tela de araña que hunde y envuelve. Importan los silencios, las miradas cruzadas, las soledades e impotencias de los personajes. Va narrando poco a poco una cacería del zorro…, como las que organizaba la aristocrática familia, donde la víctima va siendo cercada y asediada, sin escapatoria posible.

En ese triángulo, el punto en discordia es Mark Shultz (sorprendente Channing Tatum), luchador introvertido, frágil (tras su musculatura), influenciable, inseguro, solitario… que es atrapado por la oferta de Du Pont: le ofrece unas instalaciones millonarias así como una inversión en toda regla para él y el equipo olímpico de lucha libre para representar a EEUU en las Olimpiadas de 1988. Le suelta todo un discurso de deporte, patriotismo, ideales, valores y modelos que Mark absorbe. Además siente la posibilidad de independizarse de la influencia de su carismático hermano, Dave (también un campeón olímpico pero con todos los ingredientes de un líder), que desde siempre le ha cuidado y protegido y es su mejor entrenador. Du Pont empieza representando para él un modelo de padre que nunca tuvo… hasta que se siente irremediablemente atrapado y en las garras de un ser monstruoso. El millonario Du Pont (un irreconocible Steve Carell que construye un personaje oscuro más allá de su prótesis nasal) es un retrato escalofriante del poder enfermizo que corrompe, aplasta y destroza sin piedad con unos aires de locura y paranoia. Utiliza su dinero para atar pero ese dinero no oculta su patetismo, sus problemas emocionales, sus complejos y dependencias. Es una persona tóxica que teje sus hilos y amarra. Nunca se sabe cuando va a expulsar su veneno y su arsenal de humillaciones. Y por último Dave (carismático Mark Ruffalo), tiene todas las cualidades de un líder positivo y sencillo, campeón y buen entrenador. Dave teje los hilos de otra manera, él solo pretende proteger y siempre está al lado de su hermano al que siente frágil. Trata de mediar y de buscar lo mejor para los suyos. Le quieren. Dave no tiene dinero pero sí todas las cualidades que ansiaría John du Pont. Dave intuye el daño y se mete de lleno en el triángulo para proteger a su hermano y para conseguir una calidad de vida para los suyos. Ama, vive y siente la lucha libre y sabe que se está metiendo en una trampa que cree poder dominar…

Bennett Miller consigue crear una película pausada pero siempre inquietante y extraña. Du Pont es el elemento desestabilizador y oscuro, patético. Los espacios, los lugares, cada acto de los personajes, cada comportamiento… una vez en las instalaciones del millonario aguardan siempre un estallido, un algo que intranquiliza e incomoda. Y ese ambiente va enfermando a un frágil Mark que se siente incapaz de dominar la situación… hasta que vuelve de nuevo a tenderle la mano su hermano, Dave, que no le abandona y vela por él. El triángulo está formado. La película es abordada como un thriller psicológico complejo y apasionante que desemboca en una tragedia irremediable, ese destino pulula por cada fotograma de la película, se respira, se siente, inquieta.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Anna Magnani y Tennessee Williams (primera parte). La rosa tatuada (The Rose Tattoo, 1955) de Daniel Mann

larosatatutada

… Una amistad de años entre la actriz y el dramaturgo. Y dos trabajos cinematográficos. Anna convertida en heroína de Williams. Dicen que La rosa tatuada la escribió Williams especialmente para ella pero que su poco dominio del inglés hizo que Anna no se atreviera a subirse a los escenarios de un teatro en EEUU, sí, sin embargo, a protagonizarla un poco después en pantalla de cine. Curiosamente es una obra compleja porque no solo es puro Williams y no solo toca sus temas sino que es una de sus obras más positivas… donde la heroína se tira a la piscina y corta las cadenas que la tienen atada sumergiéndose en el placer, la sensualidad y por qué no, quizá, una vuelta al amor… Así La rosa tatuada se convierte en un extraño film que oscila entre el más riguroso drama hasta convertirse en una comedia que canta el placer de la carne. Y ese conseguido equilibrio es difícil pero resulta no solo por la ambientación magnífica de la película, por la dirección más que correcta de Daniel Mann (del que hace poco analizamos Vuelve, pequeña Sheba, su primer largometraje) sino por la compleja interpretación que llevan a cabo la diva italiana, Anna Magnani, y un Burt Lancaster que cada vez se arriesgaba más en sus roles. Curiosamente es uno de los dramas de Williams adaptados al cine menos recordados o conocidos que otras adaptaciones cinematográficas.

La película tiene un prólogo, una primera parte y una segunda parte. El prólogo y la primera parte marcadas absolutamente por el drama y la segunda por la tragicomedia. El cambio de tono viene dado por la aparición de un nuevo personaje: Alvaro Mangiacavallo. Durante el prólogo y la primera parte conocemos a Serafina Delle Rose y su hija adolescente, Rosa (Marisa Pavan, hermana de Pier Angeli)… y conocemos más información que ellas sobre su esposo y padre, Rosario Delle Rose (uno de esos personajes al que no vemos… pero presente a lo largo de toda la película). Serafina es una mujer profundamente enamorada, inmigrante siciliana afincada en el sur de EEUU y aferrada a fuertes tradiciones de su tierra de origen y también católicas. Está tan enamorada de su esposo que está absolutamente cegada. En el vecindario humilde donde viven, ella trabaja como modista y costurera. Nos encontramos con ella el día que va a anunciar a su esposo que lleva una nueva vida dentro, también el momento en que el espectador conoce a la amante de Rosario que se acaba de tatuar una rosa en el pecho (como el propio Rosario) y que además va a la casa de Serafina para pedirle que confeccione una camisa rosa de seda para su hombre, que es “como un gitano salvaje” y el mismo día en que Rosario fallece abatido por la policía pues además de transportar plátanos en su camión también era contrabandista. Años después vemos a una Serafina aislada y desaliñada, encerrada en su casa junto a sus creencias religiosas. Ella misma se crea una cárcel junto a las cenizas de su esposo, sin asumir su muerte y elevándole a los altares, y haciendo oídos sordos a los rumores que rondan sobre su marido, a lo que se dedicaba y a su infidelidad. En esta cárcel pretende encerrar y aislar igualmente a Rosa, su hija, una buena estudiante, inteligente, guapa y culta pero unida férreamente a su madre a pesar de su cambio de carácter y amargura. Serafina quiere preservar la inocencia y pureza de Rosa pero a pesar de sus intentos, la hija conoce en una baile a un joven marinero y ambos se enamoran. Pero Serafina pondrá absurdos obstáculos a la relación…

Pero el mundo de Serafina se pondrá patas arriba por dos motivos. El descubrimiento evidente de que su marido era infiel y la aparición de otro camionero, Alvaro Mangiacavallo, “un payaso con el cuerpo de mi marido” o “el nieto del tonto del pueblo”. Un camionero simple y primario que pretende a Serafina nada más verla e incluso no duda en tatuarse una rosa en el pecho (ese color y esa flor tatuada están continuamente presentes en toda la película… pues no deja de ser un símbolo, una metáfora de los sentimientos y emociones de los personajes, la camisa de seda rosa, las flores tatuadas en el pecho de tres personajes y aparición de esa misma flor –de una manera espiritual como un milagro, una señal en el pecho de la propia Serafina como ella relata– y por último en el nombre de la hija adolescente). Pero su aparición hará que Serafina vuelva a recordar la pasión, la sexualidad, la sensualidad y la risa… y la posibilidad, después de que el “mito” de su marido caiga por los suelos, de intentar una relación… aunque sea con un perdedor… pero con el cuerpo de su esposo. Esto abrirá la mente de Serafina, abrirá de nuevo las puertas de su casa, sonará la música… y dejará volar a su hija. Y ella seguirá con un futuro incierto. Quizá solo se acueste con Álvaro o quizá puedan iniciar una historia… pero eso es lo que menos importa.

Anna Magnani da toda la dimensión que necesita el personaje: de esposa orgullosa, a mujer derrotada y humillada. De italiana trágica a mujer con una energía y una sensualidad que se escapa por cada poro de su cuerpo y rostro. Del estallido y la lágrima a la risa. De la tragedia a la tragicomedia… Y Burt Lancaster se enfrenta a un personaje muy difícil pues mal interpretado su Alvaro puede no ser comprendido u oscilar hasta el mayor de los ridículos. Así Lancaster presta toda su sensualidad, su rostro y su cuerpo, pero acompañado de una simplicidad que roza la ternura hacia un personaje con limitados sueños y con una energía arrolladora de ganas de vivir y disfrutar a pesar del drama diario que le rodea. Y Marisa Pavan como Rosa crea un personaje sensible que se debate ante el amor a su madre pero su rechazo hacia su forma de comportarse y vivir la vida y sus ganas de amar y ser amada y experimentar con su cuerpo sensaciones…

La dirección de Mann (que también la dirigió en los escenarios y se nota su conocimiento de la obra), la fotografía en blanco y negro de James Wong Howe que crea luces y sombras que nos cuentan mucho y una envolvente banda sonora de Alex North… acompañan de nuevo a ese Sur de Williams donde el calor y los ambientes más humildes así como los bajos fondos afloran en cada fotograma. Las humildes casas del vecindario, la iglesia como lugar comunitario y las imágenes religiosas, el local de mala muerte, Mardi Gras Club (donde por lo visto, tengo que volver a ver la escena, se camuflan entre los clientes el propio dramaturgo y el productor de la película Hal B. Wallis), el local de los tatuajes… acompañan los sentimientos a flor de piel de cada uno de los personajes… y marcan a La rosa tatuada como una extraña película que provoca una fuerte atracción durante su visionado y que traslada a un mundo de sensaciones, emociones y sentimientos donde apenas hay sitio para la racionalidad.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

El imperio del sol (Empire of the Sun, 1987) de Steven Spielberg

elimperiodelsol

Hay películas que en la infancia de alguna manera te dejan marcada y no vuelves a ver. Eso me había pasado con El imperio del sol y cuando hace apenas unos días he vuelto a verla, me he encontrado con una gran película y quizá entiendo por qué me gustó de niña, cuando casi era de la misma edad de Christian Bale. Quizá sea la película de Steven Spielberg que me parece más redonda. El imperio del sol no pretende explicar o ser una crónica de la Segunda Guerra Mundial, sino que es un relato cinematográfico sobre un niño seguro, que no le falta de nada, ni el amor de sus padres… y su descenso a los infiernos cuando ocurre el máximo miedo que le puede ocurrir a un niño: perder a sus padres, quedarse absolutamente solo y tener que sobrevivir. Y las circunstancias se dan en plena Segunda Guerra Mundial. El relato cinematográfico lo vamos viendo a través de los ojos de James Graham (Christian Bale), un niño inglés de clase alta que vive con sus padres en Shanghai a punto de ser ocupado por el ejército japonés. A lo largo de la película, vamos viendo la lucha por la supervivencia de un Graham solo, un niño inteligente y sensible, complejo, que poco a poco encuentra una manera de subsistir: separar su mente de la realidad dura que está viviendo.

Desde el principio vivimos con James la tensión que se respira en el ambiente pero sin saber muy bien, como él, qué es realmente lo que ocurre. Algo se cuece en las calles de Shanghai y el modo de vida de las familias como las de Graham está a punto de extinguirse. Siguen viviendo como privilegiados en un mundo hostil y James poco entiende más que su aburrimiento en el coro (posee una voz prodigiosa) y su amor por los aviones, por todo tipo de aviones, en especial los japoneses. Una de las escenas clave de esta primera parte será el recorrido en limusina de la familia de James a una fiesta de disfraces, como si fueran absolutamente ajenos (casi de otro planeta) a lo que realmente está ocurriendo en las calles…

Después de su accidental separación de sus padres, James no asume su situación hasta que tiene hambre y en su mansión vacía no encuentra nada que llevarse a la boca. Entonces decide entregarse a los japoneses para comer y que le lleven con sus padres…, pero ya es alguien completamente anónimo en un acontecimiento histórico. Así se encuentra con su mentor en supervivencia, que le da cursos rápidos de la escuela de la vida. Aunque James busca ser su amigo y quererle…, se trata de Basie (John Malkovich), un buscavidas norteamericano. Terminan ambos en el campo de concentración de Soo Chow, cerca de un aeropuerto militar ocupado por los japoneses.

A partir de ahí James trata de buscar su hueco en el campo, formar parte del grupo líder de los prisioneros, que encabeza Basie. Y trapichear para que otros prisioneros consigan pequeños logros, como algo de comida o jabón, así como ayudar al médico en la enfermería. Por su parte sigue admirando a los japoneses (y sus aviones) y también trata de llevarse bien con ellos, logrando establecer una lejana relación con un niño japonés.

Como los verdaderos, duros y crueles cuentos infantiles, el tránsito de la niñez a la madurez de James está plagado de obstáculos que le harán incluso perder la razón, separar su mente de la realidad, así se vive uno de los momentos más estremecedores que es cuando los aliados bombardean el campo y él mira todo desde lo alto de un edificio sin parar de moverse y gritar… hasta que le coge el médico y le pide que por favor no piense más, que no piense más, que se calme. Y entonces James se permite llorar y echar de menos a sus padres a los que teme olvidar. Como vamos viendo todo a través de sus ojos, cada vez la realidad va adquiriendo un aspecto más de fantasía onírica dejando momentos bellísimos. Él reinterpreta la realidad como puede y luego se topa con la verdad que le golpea una y otra vez.

Fue una película que no conectó con el público en su momento y que recibió críticas que denotan no profundizar en la naturaleza de la película, que no es un tratado sobre la guerra sino la transformación o el tránsito de un niño de la infancia a la madurez en una situación extrema. Spielberg despliega su conocimiento del lenguaje cinematográfico y deja imágenes bellísimas e impactantes. Sabe contar en imágenes. Y además por el material del que parte (la autobiografía del autor de ciencia ficción, J. G. Ballard) y por el guionista que adapta la obra, el dramaturgo Tom Stoppard, no cae en el edulcoramiento y sentimentalismo de la historia, sino que se adentra en las partes oscuras y duras, sobre todo en la compleja relación que se establece entre el niño y el buscavidas.

Desde los ojos de un niño, que ya está creando alucinaciones en su cerebro para poder seguir con vida, vivimos el momento crudo y horrible de la bomba atómica. James no sabe lo que ha ocurrido y en su mente de niño cree que esa luz blanca es el espíritu de una mujer muerta que yace a su lado, que ha convivido con él en el campo de concentración. Después se va enterando de que ha sido una bomba y dice: “Hoy he aprendido una palabra nueva: bomba atómica. Era como una luz blanca en el cielo, como si Dios hiciera una fotografía. La he visto”. Aquí se concentró y se concentra mucho de la crítica negativa de la película expresando que Spielberg no condenaba el empleo de la bomba atómica… pero es que dentro del contexto de la película y cómo está descrito… no existe, a mi parecer, esa polémica. Es un niño que no sabe qué está ocurriendo pero intuye el horror, que no sabe la dimensión de la bomba atómica ni los daños que dejará en su camino… Si se analiza la frase, es brutal… porque nosotros como espectadores sí sabemos el arma letal y de destrucción que es la bomba atómica.

El imperio del sol es una película compleja llena de matices, detalles y riquezas además de muy bella visualmente. Hemos visto siempre los ojos abiertos de James pero termina con sus ojos cerrados… Su duro tránsito ha terminado.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

El conformista (Il conformista, 1970) de Bernardo Bertolucci

elconformista

En el capítulo 10 de la personal serie The story of film. Una odisea, que realiza el crítico irlandés Mark Cousins, el propio Bertolucci cuenta una anécdota respecto El conformista. Cuenta que Jean Luc Godard se citó con Bertolucci en una cafetería. Que él llegó y le estaba esperando, cuando el director francés apareció a su lado con unas gafas de sol oscuras. No le dijo nada sino que le pasó una nota y se marchó. Ahí estaban sus comentarios sobre la película: “Uno tiene que luchar contra el imperialismo y el capitalismo”. Toda esta frase escrita en un retrato del presidente Mao. Bertolucci se enfadó muchísimo y rompió en mil pedazos la nota. Sin embargo, en esta reciente serie documental el director italiano lo cuenta sonriendo y con nostalgia y termina diciendo que le da mucha pena su furia en aquel momento, porque en ese momento le gustaría ver y mirar de nuevo esa nota, otra vez.

Seguían las repercusiones del mayo del 68, y una de ellas era una cantera de directores europeos que vivían el cine como un instrumento político y de lucha. El cine como escritura audiovisual e intelectual para mostrar un discurso ideológico. Y esto hacía que hubiera fuertes encontronazos ideológicos e intelectuales entre los creadores (y los espectadores) que se tomaban el tema del cine como un asunto de compromiso político e ideológico. Un asunto de estás conmigo o contra mí…

Sin embargo dentro de este debate de fotogramas, se realizaron historias potentes contadas como puro cine. Y esto es lo que ocurre con El conformista, que como dice Godard no habla de imperialismo y capitalismo pero sí, a mi parecer, algunas claves para entender por qué el mundo es como es y para ello parte de un escalofriante (pero bellísimo) testimonio visual sobre la figura de un fascista (y por qué termina abrazando esa ideología), Marcello Clerici (Jean-Louis Trintignant).

Bertolucci articula su discurso con una brillante puesta en escena y cuidando al máximo la estética visual de la película. Construye una película política pero cuidadosamente orquestada y compuesta. Y realiza a la vez un escalofriante retrato de Clerici, un hombre (aquejado por varios traumas familiares además de un trauma que arrastra desde su infancia y que le marca, quizá lo más débil de la trama) que aspira a “ser un hombre normal”. Y dicho término adquiere tintes terroríficos. Porque ser normal en Italia en el momento que lo desea con todas sus fuerzas (además de tener prestigio laboral e intelectual, una determinada situación social, estar a punto de casarse con una chica bonita educada para ser mujer florero)… supone abrazar lo que en esos momentos engulle a Italia, el fascismo (pero como dice un siniestro personaje: unos seguirán el fascismo por dinero y otros por miedo, pocos por fe). La película transcurre entre los años 30 y 40 (auge y caída del fascismo en Italia)… y refleja la transformación de Clerici o más bien trata de desentrañar ese conformismo que le hará tener un giro final revelador… La normalidad produce antipatía y mucho miedo.

El conflicto del personaje es precisamente integrarse en esa normalidad o no. Por una parte tiene a su mujer florero (brillante Stefania Sandrelli) y a un amigo ciego que abraza el fascismo (la fiesta de los ciegos, la ceguera de la sociedad italiana), además de tener prestigio social y económico, pertenece a la policía secreta. Por la otra en su luna de miel a París entra en contacto de nuevo con su antiguo profesor de filosofía y su hermosa mujer (Dominique Sanda) de la que se enamora perdida y cobardemente y en la que ve una posibilidad de vida nueva y libre. El problema: Marcello Clerici precisamente tiene una misión en su viaje de novios y es entrar en el círculo de confianza de su antiguo profesor para tenderle una trampa y terminar con su vida.

Bernardo Bertolucci para contar una historia desgarradora y durísima se sirve de una novela de Alberto Moravia, de decorados impresionantes, de una puesta en escena elegante y meditada, de un uso especial del tiempo para narrar (no usa el cronológico), de unas coreografías brillantes (como el baile parisino), de una fotografía no solo cuidada sino que está totalmente al servicio de contar esa historia de una manera muy especial, de una banda sonora envolvente… y de unos actores que forman parte de esa coreografía general especial. El conformista te hace pensar en lo que cuenta, te estremece y remueve, pero también hipnotiza por la belleza de cada uno de sus fotogramas.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Verano y humo (Summer and smoke, 1961) de Peter Glenville

veranoyhumo

Durante los años cincuenta y sesenta Tennessee Williams no solo triunfaba en los escenarios sino que directores de cine como Elia Kazan, John Huston, Joseph L. Mankiewicz o Richard Brooks adaptaban al cine sus calurosas, dramáticas, tórridas, eróticas y angustiosas obras de teatro. Algunas de estas películas han alcanzado el estatus de clásico y habitualmente son proyectadas o emitidas como Un tranvía llamado deseo o La gata sobre el tejado de zinc pero hay otras que permanecen más ocultas. En el teatro, Williams era más crudo; en el cine los directores buscaron caminos para respetar el espíritu de la obra pero los elementos más escandalosos o bien aparecían en elipsis o eran eliminados o tan solo intuidos. Lo que sí se notaba es que ya a los directores les molestaba el Código Hays y se volcaban en el lenguaje cinematográfico para expresar lo que la censura no les dejaba.

Una de las obras cinematográficas que permanecen más ocultas, y que adapta una obra de Tennessee Williams, es Verano y humo del director británico Peter Glenville (director de escasa filmografía –bastante desconocido para la que esto escribe– pues estaba más volcado en el teatro pero con títulos interesantes como Escándalo en las aulas o Becket). Y cuenta con todas las claves de una buena película Williams: calor, erotismo reprimido o no, personajes femeninos inestables, padres y madres autoritarios, tragedia, personaje muy masculino que desata el drama, angustia, amores desgarrados, turbiedad, sofoco, sordidez, locura… Además, como era habitual en las películas que adaptaban obras de Tennessee Williams (que solía estar bastante pendiente de las producciones cinematográficas), los repartos eran excelentes y sus interpretaciones dejaban huella. En Verano y humo la pareja protagonista es una excelente Geraldine Page que borda su papel de la espiritual e inestable Alma Winemiller y un Laurence Harvey como John Buchanan, materialista que persigue el placer, la pasión, la verdad… y nunca se encuentra satisfecho. Geraldine Page aporta mil y un matices a su personaje (desde la pronunciación, hasta la forma de moverse o su manera de comportarse en distintas situaciones, sus ataques de histeria, sus esfuerzos por controlarse…) y Laurence Harvey que sabe convertir a su personaje en todo lo desagradable que tiene que ser para luego hacer creíble cómo toca fondo y cómo sale del pozo.

Una frase de Oscar Wilde resume la filosofía de vida de Alma (su clave de supervivencia), la hija de un recto predicador que además tiene también una madre con serios problemas de salud mental (y que a veces le dice verdades a la cara que a ella le angustian): “Todos estamos en el fango, pero algunos miramos hacia las estrellas”. Desde que era una niña ha estado enamorada de su vecino John Buchanan. Así la película empieza con un prólogo precioso. Una noche de Halloween y unos niños jugando a truco y trato, de pronto ven a una niña, como de otra época, rubia, sentada al lado de la figura de un ángel. Todos la dan de lado, menos John que se acerca a hablar con ella. Desde niños se ve la compleja relación que tienen ambos: el enamoramiento obsesivo de ella, el querer humillarla una y otra vez de él pero a la vez su atracción por alguien tan diferente. Ella le plantea que se llama Alma, que también quiere decir ánima, y que hay un mundo espiritual donde las almas habitan. Él le dice que en casa de su padre, que es médico, hay un cuadro del cuerpo humano donde se muestra todo lo que tenemos dentro… y que no hay ningún alma.

Después del prólogo, ya los dos son adultos. Ella es una mujer delicada, con miedos y angustias, soltera, que se consume en casa de un padre estricto y una madre que no está bien de la cabeza y la hace la vida imposible. Y él regresa de un largo viaje, un verano caluroso, a casa de su padre que ve cómo su hijo no se dedica a la profesión médica y sí a la juerga continua. En ese momento además, Alma y John vuelven a establecer su compleja relación. Lo interesante de la película es cómo cada uno va cambiando sus roles y creencias. Para ello es necesario un momento catártico, la tragedia absoluta. Uno aprenderá a mirar las estrellas y la otra caerá en el fango. Un triste cambio de papeles. Pero lo que nunca será posible es que los dos encuentren un resquicio para construir una relación sana y estable aunque ambos se influyan continuamente.

Resaltar también toda una galería de personajes secundarios con papeles para no olvidar. Una erótica Rita Moreno, que lleva la perdición por donde pasa. Un John McIntire como padre de John, que sabe dar matices de amor y dureza ante un hijo que le desilusiona cada día. Una Merkel como madre con problemas de salud mental. O Malcolm Atterbury como un silencioso y recto predicador. Peter Glenville, con su director de fotografía Charles Lang, juega con el color para contar la historia. Emplea tonos pastel que contrastan con otros más oscuros y apagados. El color habla de los distintos ambientes, momentos e incluso de la psicología de los personajes. Y todo envuelto con la melodía entre dramática y romántica de Elmer Bernstein.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.