El imperio del sol (Empire of the Sun, 1987) de Steven Spielberg

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Hay películas que en la infancia de alguna manera te dejan marcada y no vuelves a ver. Eso me había pasado con El imperio del sol y cuando hace apenas unos días he vuelto a verla, me he encontrado con una gran película y quizá entiendo por qué me gustó de niña, cuando casi era de la misma edad de Christian Bale. Quizá sea la película de Steven Spielberg que me parece más redonda. El imperio del sol no pretende explicar o ser una crónica de la Segunda Guerra Mundial, sino que es un relato cinematográfico sobre un niño seguro, que no le falta de nada, ni el amor de sus padres… y su descenso a los infiernos cuando ocurre el máximo miedo que le puede ocurrir a un niño: perder a sus padres, quedarse absolutamente solo y tener que sobrevivir. Y las circunstancias se dan en plena Segunda Guerra Mundial. El relato cinematográfico lo vamos viendo a través de los ojos de James Graham (Christian Bale), un niño inglés de clase alta que vive con sus padres en Shanghai a punto de ser ocupado por el ejército japonés. A lo largo de la película, vamos viendo la lucha por la supervivencia de un Graham solo, un niño inteligente y sensible, complejo, que poco a poco encuentra una manera de subsistir: separar su mente de la realidad dura que está viviendo.

Desde el principio vivimos con James la tensión que se respira en el ambiente pero sin saber muy bien, como él, qué es realmente lo que ocurre. Algo se cuece en las calles de Shanghai y el modo de vida de las familias como las de Graham está a punto de extinguirse. Siguen viviendo como privilegiados en un mundo hostil y James poco entiende más que su aburrimiento en el coro (posee una voz prodigiosa) y su amor por los aviones, por todo tipo de aviones, en especial los japoneses. Una de las escenas clave de esta primera parte será el recorrido en limusina de la familia de James a una fiesta de disfraces, como si fueran absolutamente ajenos (casi de otro planeta) a lo que realmente está ocurriendo en las calles…

Después de su accidental separación de sus padres, James no asume su situación hasta que tiene hambre y en su mansión vacía no encuentra nada que llevarse a la boca. Entonces decide entregarse a los japoneses para comer y que le lleven con sus padres…, pero ya es alguien completamente anónimo en un acontecimiento histórico. Así se encuentra con su mentor en supervivencia, que le da cursos rápidos de la escuela de la vida. Aunque James busca ser su amigo y quererle…, se trata de Basie (John Malkovich), un buscavidas norteamericano. Terminan ambos en el campo de concentración de Soo Chow, cerca de un aeropuerto militar ocupado por los japoneses.

A partir de ahí James trata de buscar su hueco en el campo, formar parte del grupo líder de los prisioneros, que encabeza Basie. Y trapichear para que otros prisioneros consigan pequeños logros, como algo de comida o jabón, así como ayudar al médico en la enfermería. Por su parte sigue admirando a los japoneses (y sus aviones) y también trata de llevarse bien con ellos, logrando establecer una lejana relación con un niño japonés.

Como los verdaderos, duros y crueles cuentos infantiles, el tránsito de la niñez a la madurez de James está plagado de obstáculos que le harán incluso perder la razón, separar su mente de la realidad, así se vive uno de los momentos más estremecedores que es cuando los aliados bombardean el campo y él mira todo desde lo alto de un edificio sin parar de moverse y gritar… hasta que le coge el médico y le pide que por favor no piense más, que no piense más, que se calme. Y entonces James se permite llorar y echar de menos a sus padres a los que teme olvidar. Como vamos viendo todo a través de sus ojos, cada vez la realidad va adquiriendo un aspecto más de fantasía onírica dejando momentos bellísimos. Él reinterpreta la realidad como puede y luego se topa con la verdad que le golpea una y otra vez.

Fue una película que no conectó con el público en su momento y que recibió críticas que denotan no profundizar en la naturaleza de la película, que no es un tratado sobre la guerra sino la transformación o el tránsito de un niño de la infancia a la madurez en una situación extrema. Spielberg despliega su conocimiento del lenguaje cinematográfico y deja imágenes bellísimas e impactantes. Sabe contar en imágenes. Y además por el material del que parte (la autobiografía del autor de ciencia ficción, J. G. Ballard) y por el guionista que adapta la obra, el dramaturgo Tom Stoppard, no cae en el edulcoramiento y sentimentalismo de la historia, sino que se adentra en las partes oscuras y duras, sobre todo en la compleja relación que se establece entre el niño y el buscavidas.

Desde los ojos de un niño, que ya está creando alucinaciones en su cerebro para poder seguir con vida, vivimos el momento crudo y horrible de la bomba atómica. James no sabe lo que ha ocurrido y en su mente de niño cree que esa luz blanca es el espíritu de una mujer muerta que yace a su lado, que ha convivido con él en el campo de concentración. Después se va enterando de que ha sido una bomba y dice: “Hoy he aprendido una palabra nueva: bomba atómica. Era como una luz blanca en el cielo, como si Dios hiciera una fotografía. La he visto”. Aquí se concentró y se concentra mucho de la crítica negativa de la película expresando que Spielberg no condenaba el empleo de la bomba atómica… pero es que dentro del contexto de la película y cómo está descrito… no existe, a mi parecer, esa polémica. Es un niño que no sabe qué está ocurriendo pero intuye el horror, que no sabe la dimensión de la bomba atómica ni los daños que dejará en su camino… Si se analiza la frase, es brutal… porque nosotros como espectadores sí sabemos el arma letal y de destrucción que es la bomba atómica.

El imperio del sol es una película compleja llena de matices, detalles y riquezas además de muy bella visualmente. Hemos visto siempre los ojos abiertos de James pero termina con sus ojos cerrados… Su duro tránsito ha terminado.

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