La mujer del teniente francés (The French Lieutenant’s woman, 1981) de Karel Reisz

Hace tiempo que escribí un post sobre el dramaturgo Harold Pinter y su relación con el cine sobre todo en su labor de guionista. Uno de sus trabajos fue adaptar a guión cinematográfico la novela de John Fowles. Como director, uno de los integrantes del free cinema, Karel Reisz (Sábado noche, domingo mañana).

Leí la novela de Fowles pero hace muchísimo tiempo y no la tengo nada fresca en mi memoria, sí tengo más reciente el haber leído sobre ella, de tal manera, que me atrevo a decir que la adaptación no era fácil y el planteamiento de la película atrapa en clave de cine una de las claves de la novela. Fowles cuenta una historia del siglo XIX pero con ojos del siglo XX e implica al lector en el enfoque que da a su tragedia y le da posibilidades de cambio en el destino de los protagonistas. Pinter acerca este punto de vista metiendo de pleno el siglo XX planteando en el argumento que es en este siglo cuando se está realizando una película sobre una historia que transcurre en el XIX. Cine dentro del cine. Así tenemos a los protagonistas actuales, dos actores que tienen el rol protagonista en la película que se está realizando. Ella es Sarah, heroína melancólica y romántica del XIX y también Anna, actriz de éxito. Él es caballero del XIX cautivado por la misteriosa mujer del teniente francés, Charles Henry Smithson, y también actor que vive un romance/adulterio con la actriz protagonista, Mike.

De esta manera atrapa ver la representación ficticia de una buena película de época con una historia contemporánea que muestra que en sentimientos, apariencias y demás relaciones humanas no avanzamos en exceso. Y que siempre a lo largo de todos los tiempos se ama y se daña.

Sarah/Anna y Charles/Mike tienen los rostros de dos actores que en los años ochenta se encontraban en la cumbre y ambos están magníficos en su doble papel donde muestran su habilidad como actores: Meryl Streep y Jeremy Irons. Ambos llevan su química adelante tanto vestidos de época como cuando se encuentran sumergidos en pleno siglo XX.

La película expone un romanticismo exacerbado espolvoreado con dosis de melancolía y con todas las claves del melodrama para filtrar una reflexión sobre las relaciones humanas, sobre las reglas sociales, sobre las apariencias…, y sobre todo en la parte que refleja la historia de época imágenes bellas como el primer encuentro entre la misteriosa institutriz, de personalidad compleja, y el caballero científico comprometido con una joven burguesa a la orilla del mar en plena tempestad.

Pinter y Reisz exponen un ejercicio de ficción y no ficción y juegan también con los posibles finales, los finales que puede tener una película y el final que tiene la historia contemporánea. La mujer del teniente francés atrapa por la vía de la melancolía. Una melancolía exacerbada que analiza, y la película expone y estudia también el papel de la mujer y sus roles en una determinada época y lo traslada también al siglo XX. La película ofrece múltiples lecturas y apunta sobre todo al cerebro.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Momentos inolvidables de Leaving Las Vegas (1995)

Ben y Sera.

Dos ángeles caídos.

Dos excluidos de la sociedad.

A pocos les importa lo que les pase.

Él es alcohólico y quiere autodestruirse a toda costa. Beber y beber hasta morir. Ha perdido a su familia, a sus amigos, su trabajo y cae y cae por el tobogán de su infierno interior.

Ella es prostituta. La vida no se lo ha puesto fácil. Y vive día a día arrastrando humillaciones y distintas violencias hacia su persona. Pero guarda, dentro de sus heridas, una capacidad sensible de amar y de dar.

Ambos se unen en Las Vegas.

Y ambos, destruidos, construyen una relación de amor, respeto, comprensión, tolerancia y aceptación total del uno y del otro.

Y su historia es dura, muy dura.

Pero Mike Figgis les rodea de una banda sonora maravillosa y de unas imágenes bellísimas y nos arrastra por su relación, muy hermosa.

Pasan los años y sus imágenes me persiguen. La sonrisa de Ben, la dulzura de Sera. La unión de su dolor y el amor que se profesan ambos.

Difícil de olvidar.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Diccionario cinematográfico (135)

Seductores: te atraigo con mis artes de seductor, nena, voy a ser muy egoísta. Jamás me comprometeré contigo ni permitiré que cortes las alas de mi libertad. Yo seré siempre el que abandone y trataré por todos los medios de evitar los problemas. No estoy hablando de sentimientos…, hasta que un día una mujer me deje y desprecie como yo he hecho tantas veces. Hasta que sea consciente del daño que causo. Entonces tal vez piense. Ah, se me olvidó presentarme soy Alfie.

El seductor busca el placer sexual y pasarlo bien o encontrar una manera fácil de acceder o bien al poder o al dinero. El seductor daña pero también puede ser dañado.

David Niven, Marlon Brando y posteriormente Michael Caine y Steve Martin se convirtieron en Dos seductores. Es su forma de vida, su diversión, de lo que se nutren sus confidencias…

Niven también es el seductor padre de una adolescente que también vive los placeres de la vida. Es un playboy y su hija así lo quiere. Cuando ve que su padre puede enamorarse realmente… se desencadena de la tragedia en la melancólica, Buenos días tristeza.

Seductor también es ese peluquero que quiere negocio propio y para conseguir sus influencias no duda en ir de flor en flor siendo infiel a su rubia novia y dando la espalda a sus verdaderos sentimientos hacia la mujer que es el amor de su vida. Al final es demasiado tarde en Shampoo.

En Luna de papel el estafador simpático que engatusa y seduce a las viudas se siente transformado por su amistad con una niña que le hace reconsiderar su forma de ser.

Los seductores por naturaleza, los vividores, crean envidias insanas y enfermizas que se lo pregunten al personaje de Jude Law, ese millonario viva la vida que seduce continuamente a pesar de tener una novia dulce que le ama, que verá cómo su vida se convierte en pesadilla cuando conoce a un joven que quiere absorber su personalidad en El talento de Mr Ripley. También este actor se convirtió en Alfie.

Don Siegel convirtió a Clint Eastwood en El seductor, un soldado herido que acaba en una escuela de señoritas del sur donde cada una de ellas acabará en sus brazos y donde el ambiente se convertirá en un torbellino de celos y sentimientos encontrados.

Otro seductor y farsante con cara de Burt Lancaster vivirá una tragedia junto a Jean Simmons en El fuego y la palabra. Donde el seductor se cree su papel de predicador y cuando quiera amar realmente se encontrará de frente con un fanatismo que no podrá contener.

Nos vamos al seductor cazafortunas de época y lo representaremos con el rostro de Monty Clift y su ambiguo personaje en La heredera. Su seducción le pasará factura.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Madres&hijas de Rodrigo García

Madres&hijas presenta las luces y sombras de Rodrigo García. No es película redonda pero sí interesante en sus aciertos y desaciertos. Rodrigo García vuelve a mostrarse como director sensible que apunta directamente a la emoción del espectador y que ofrece radiografías intensas de distintas mujeres. Sí, como Cukor u otros directores del Hollywood clásico plasma y se siente a gusto en el reflejo del alma femenina desde diferentes prismas. E inmerso en el alma femenina emplea la emoción y los ingredientes del melodrama.

Como ya nos tiene acostumbrados (soy fiel seguidora de García que me atrapó en Cosas que diría con sólo mirarla y me fascinó en Nueve vidas), García se rodea de un reparto femenino de quitarse el sombrero y ellas, las actrices, absorben sus personajes y nos dejan unos retratos que nos golpean el corazón y la cabeza. Sus interpretaciones, desde la emoción, elevan al espectador a un mundo de sentimientos, dolores, soledades, frustraciones, nuevas oportunidades… Aquí son tres las mujeres retratadas —y muchas otras secundarias (es de agradecer que García vuelva a dar importancia a los personajes secundarios)— que pueblan un universo íntimo y femenino que se centra en las relaciones complejas entre madres e hijas. Así los rostros de Annette Bening, Naomi Watts y Kerry Washington envuelven la película.

Hasta aquí todo bien. Annette Bening como esa mujer amargada por una acción del pasado que, de pronto, encuentra una segunda oportunidad en la vida. Naomi Watts como esa mujer que defiende su independencia económica y sexual, que no quiere echar raices en ningún lugar para combatir el dolor que siente, que la convierte en mujer solitaria y que su inesperada maternidad le hace replantearse las ausencias de su vida. Y Kerry Washington que tiene claro su deseo de ser madre, aunque biológicamente no puede, y que se enfrenta a lo desconocido como cualquier madre pero a través de la adopción.

Entonces ¿cuáles son las sombras de esta película que no la convierten en obra redonda? García no se desmelena y muestra su baraja de cómo está contando la historia y así se resta naturalidad. García no logra guión redondo que falla sobre todo en el último tramo de la historia. García quiere contar demasiadas cosas y aturde al espectador con subtramas…, e incluso la historia de Kerry Washington podría haber sido otra película diferente y está metida con calzador para que tenga sentido dentro de la historia principal. García guía en exceso al espectador sobre cómo debe sentir. Así emplea un recurso —a mi gusto no muy acertado— de cámara lenta en determinados momentos de la trama. Tampoco en pleno siglo XXI —y en el lugar en el que desarrolla la trama— se entiende muy bien el destino final que depara el guión al personaje de Naomi Watts (sí, por ejemplo, entendible en un melodrama clásico de los años 30, 40 o 50). García se deja llevar por muchos elementos de este tipo de melodramas clásicos sin pasar la revisión del siglo XXI, esta fórmula podría funcionar pero como digo a García se le escapa sobre todo en el último tramo y en algunos personajes secundarios.

Por último, acompaña a sus mujeres de unos paternaires masculinos que cumplen totalmente su función de secundarios y también emocionan dejando tres buenos retratos de cómo los hombres se relacionan con las mujeres protagonistas. Así nos encontramos con Jimmy Smits, habitual de García; con Samuel L. Jackson y David Ramsey. Por supuesto, también el director se rodea de personajes femeninos secundarios que tienen el rostro de actrices que ya han trabajado con él en otras ocasiones como Amy Brenneman, Lisa Gay Hamilton o Elpidia Carrillo.

Así Madres&hijas me dejó un sentimiento extraño porque a veces me dejaba llevar por sus luces pero, de pronto, una sombra me sacaba de la trama y la emoción.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Ángel (Angel, 1937) de Ernst Lubitsch

Hacía tiempo que no visitaba a Lubitsch, uno de tantos de los directores emigrados de Europa (en concreto Alemania) y que construyeron el Hollywood clásico. Y lo visito con una de sus películas más olvidadas o menos nombradas cuando se revisita su filmografía. Estoy hablando de Ángel.

Ángel es puramente Lubitsch. Un ejercicio de elegancia y sofisticación entre la alta comedia y el puro melodrama. Un juego en el que Lubitsch emplea como nadie el lenguaje cinematográfico, la magia de contar a través de imágenes, y a la vez burla como nadie la censura instaurada, el código Hays con una inteligencia sutil. Lubitsch era el maestro de la sugerencia y Ángel lo demuestra continuamente.

La película transcurre en ambientes sofisticados y en el mundo de las apariencias y sugiere todo lo que hay detrás. Lubitsch invita al espectador a descifrar, a mirar a través de las caretas y las apariencias. Invita a un juego maravilloso de pleno disfrute.

El argumento o trama de Ángel no puede ser más sencillo y banal pero lo maravilloso es cómo está contada esa trama. Cómo nos envuelve y engancha. Siempre que se habla de Lubitsch, se nombra su famoso toque. Toque es igual a sugerencia, a empleo magistral de la elipsis, a saber cómo emplear recursos cinematográficos a través de la escenografía (las famosas puertas), la banda sonora o la colocación de una cámara para dar determinado punto de vista.

En Ángel se plantea la historia de una dama de clase alta que se aburre en su matrimonio perfecto con un diplomático aristócrata donde hace tiempo que se apagó la pasión y queda el cariño, la rutina y la buena posición social. La dama en cuestión, que pasa largas temporadas en soledad, decide convertirse en dama misteriosa parisina, y en un local de lujo de dudosa reputación dirigido por una madame —aristócrata rusa emigrada— entra en contacto con un seductor casanova americano. Ambos viven una noche que revive la llama pasional de la dama pero cuando va a llegar a la culminación…, desaparece. La dama oculta su verdadero nombre, y el amante americano la llama Ángel. Las casualidades de la vida harán que vuelvan a reencontrarse en Londres donde Ángel es la respetable esposa de un diplomático. El triángulo amoroso está servido.

Este argumento sencillo se convierte en sofisticación en las manos de Lubitsch que además ofrece un estupendo estudio de clases y visiones. Con esos secundarios maravillosos que pobablan el sistema de estudios, muchas partes de la historia son vistas desde el punto de vista del servicio de estos elegantes señores. Siendo impagables las escenas del valet y el mayordomo así como cada uno de sus comentarios (con los rostros de Edward Everett Horton y Herbert Mundin).

Y las sutilidades no sólo son a través de unos diálogos llenos de dobles sentidos, obra de uno de los guionistas habituales en las películas del maestro del toque, Samson Raphaelson —adaptando una obra de teatro de un autor húngaro— sino de esos puntos de vista, elipsis y recursos en los que Lubitsch era maestro. Ángel tiene varios ejemplos. La primera desaparición de Ángel en París, que deja en plantón a su amante americano no es vista por el espectador directamente, sabemos lo que ocurre por la mirada y reacciones de una anciana vendedora de ramos de flores que es testigo de la acción principal, haciendo partícipe al espectador de lo que está viendo. La tensión y la reacción de los tres protagonistas del triángulo durante su primera cena juntos la sabemos no por ellos sino por cómo van llegando los platos de comida al comedor y los comentarios de los mayordomos y camareros. Cuando el marido es consciente de la posible infidelidad no es porque pille a los amantes o los escuche sino es a través de una llamada telefónica y una melodía que escucha (melodía fundamental que el espectador también conoce e importante dentro de la historia entre la esposa y el amante)…, y así un montón de ejemplos increíbles. No puedo dejar de nombrar cómo Lubitsch muestra de manera elegante el local de dudosa reputación que dirige la princesa rusa destronada en París a través de un travelling desde el exterior del edificio en el que vemos a través de sus ventanas, las numerosas habitaciones y las distintas actividades que allí se desarrollan en un ambiente fino en apariencias.

Otro acierto es la construcción del personaje principal, el más complejo, la dama aburrida que trata de volver a encender la pasión en su vida y sus dos paternaires que quedan en segundo plano pero complementan perfectamente las reacciones de la protagonista. Son tres estrellas del Hollywood dorado que exaltan elegancia y sofisticación. Por una parte una bellísima y dulce Marlene Dietrich que deja sus personajes a lo Sternberg para convertirse en la aburrida esposa en busca de la aventura… elegante siempre elegante. Y se convierte en ese Ángel sofisticado que se mueve en el mundo de las apariencias como una diosa y que nunca tira la careta que debe elegir entre una vida acomodada y un esposo al que tiene cariño o la incertidumbre de la pasión que le proporciona el amante. Así la Dietrich, insatisfecha en carne y hueso por no ser dirigida por su descubridor traslada esa insatisfacción al personaje creando una personalidad arrolladora adornada con increíbles modelos. Los dos hombres que la colocan en la encrucijada son Herbert Marshall (actor habitual en comedia pero también en melodramas románticos), caballero por excelencia, y el elegante seductor Melvyn Douglas (inolvidable en Ninotchka).

Ángel es una obra elegante y sofisticada donde se sugiere mucho más de lo que vemos de un mundo de apariencias donde se nos dan las claves para descubrir las caretas. Bocado delicioso.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Los hermanos Karamazov (The brothers Karamazov, 1958) de Richard Brooks

De uno de los reyes de la adaptación al cine de grandes obras literarias, Richard Brooks, reviste Los hermanos Karamazov de tragedia con ingredientes melodramáticos, románticos, heróicos, saga familiar conflictiva con tintes shakesperianos de una Rusia zarista con aires de western y un reparto espectacular. Removemos este cóctel explosivo y surge Los hermanos Karamazov, ‘libre adaptación’ y espectáculo maravilloso de Brooks.

Empecemos por el reparto. Siempre aparece una anécdota cuando se habla de esta película y es de los deseos que tenía Marilyn Monroe por ser Grushenka. Un objetivo que no pudo cumplir. Y aunque es cierto que María Schell recrea bien el personaje, viéndola no cuesta imaginar que la Monroe no hubiera estado nada mal. La Schell construye una Grushenka con unas ganas de vivir y disfrutar insaciables, con ganas de conquistar una libertad deseada y también de ser amada, ella es un volcán emocional y sensual… Una de las escenas que guarda la memoria cinéfila es ese baile loco y sexual —entre zíngaro y ruso (podríamos hacer un listado de bailes estrambóticos de actrices con talento que tienen que demostrar su sensualidad aunque no tengan ni idea de bailar pero salen ilesas de la prueba, ¿recuerdan a una Ava Gadner bailando flamenco?)— que hace la Grushenka frente a un Dimitri embobado…

Yul Brynner como oficial zarista y el hermano rebelde ofrece su peculiar y atractivo sex appeal ofreciendo un Dimitri con fuerza y Lee J. Cobb se come la pantalla a dentelladas como ese padre Karamazov vital y dantesco. Todos ellos secundados por una Claire Bloom con su compleja y orgullosa Katia, con el ateo y periodista y también Karamazov, Iván, con el rostro de Richard Basehart (¿os acordáis de su papel de ‘El loco’ en La Strada?), o ese hermano bastardo, enfermo y débil que admira a Iván y odia al padre con el rostro de William Shatner.

Aunque todo el pensamiento y reflexión psicológica del escritor ruso Dovtoievski se diluye y es imposible de plasmar, sí queda un espectáculo de más de dos horas sobre una tragedia familiar que engancha con historia de amor con ribetes de inolvidable (¡ay ese encuentro entre Grushenka y Dimitri en la pista de patinaje!¡Ay, esos celos de Dimitri que le lleva a cometer locuras!¡Ay, esa orgullosa Katia que se esconde como mujer enamorada!).

Brooks ofrece pasiones humanas con dosis de vitalidad, misterio, humor, emoción (esa historia secundaria de niño enfermo pero orgulloso que desea admirar a su padre y que éste se defienda)…en una historia que es inevitable que enganche. Con celos, relaciones complejas entre hermanos, entre mujeres y hombres y con un canto continúo a la vitalidad. No falta nada: discusiones, asesinato, sala de juicios, enamoramientos, fiestas zíngaras, escenas intimistas…

Los hermanos Karamazov promete una vibrante tarde de cine.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Un lugar en el sol (A place in the sun, 1951) de George Stevens

Un lugar en el sol da para comentar y escribir largo y tendido. Me gustaría señalar varias cuestiones: es una de las películas más recordadas de Stevens, director muy interesante del Hollywood dorado que empezó su carrera con éxitos que le mostraban artesano de buenas comedias sofisticadas (por ejemplo, La mujer del año con la Hepburn y Tracy) pero que dio un giro en su carrera después de su experiencia durante la II Guerra Mundial, a él y a su equipo se deben las escalofriantes imágenes que se filmaron durante la liberación del campo de concentración de Dachau que mostraba todo el horror del nazismo. Y uno de esos giros es que el humor desapareció de sus películas y se dedicó a un cine más dramático y profundo respecto a su visión del mundo. A esta segunda fase de su carrera responde Un lugar en el sol.

Hace poco escribí un post sobre otra película de la misma época que era una adaptación cinematográfica de una obra de Theodore Dreiser (Carrie, y como dije hoy caída en olvido) que no superó el éxito de Un lugar en el sol. La película adapta su novela más conocida y difundida Una tragedia americana (que no he leido). La novela a su vez se inspiraba en un caso real a principios del siglo XX donde un joven humilde asesinaba a su novia y se descubría que mantenía relaciones con otra joven de una clase social alta. Stevens en su lectura de la novela, y en su trabajo conjunto con los guionistas, trasladan la época del suceso a una sociedad de posguerra (II Guerra Mundial) e incorporan a la hora de narrar la película —aunque sin perder de vista un punto fundamental que comentaré posteriormente— todos los elementos que construyen un intenso y buen melodrama.

La novela ya había llamado la atención a Hollywood durante los años 30 por una propuesta del director ruso Eisenstien durante su estancia en EEUU. Alguno de los problemas que se plantearon para no llegar a un acuerdo final era la lectura y el planteamiento ideológico de la película. Un punto de vista compartido por el autor y por Eisenstein. El culpable del asesinato no era todo responsabilidad del joven sino del sistema capitalista y la lucha de clases en la que estaba inmerso, era una bofetada al sueño americano. Los productores no se mostraron muy de acuerdo con esa interpretación y no se llegó a un acuerdo. Pero ya tenían los derechos y no se podía meter el proyecto en un cajón. Al final, pusieron la película en manos de Josef von Sternberg que realizó la versión de 1931 después de mucho discutir y dialogar con el propio autor. Una tragedia humana es una película olvidada, que yo no he podido ver nunca, pero valorada dentro de la carrera de Sternberg que además no contó con la presencia de su musa Marlene Dietrich. El reparto principal tuvo los rostros de Sylvia Sidney, Phillips Holmes y Frances Dee.

George Stevens volvió a retomar Una tragedia americana en los cincuenta y quiso mostrar su mirada. Como digo empleó todos los ingredientes de un buen melodrama y los agitó con un romanticismo extremo. Sin embargo, a mi parecer, no hace desaparecer el conflicto fundamental de la obra y es el golpe al sueño americano. Y tampoco deja de lado el conflicto ideológico y la lucha de clases aunque revestido de elementos melodramáticos y con unos personajes humanos perfectamente construidos.

Uno de los elementos que influyó en el éxito de la cinta fue sin duda la elección arriesgada del trío protagonista —y sus interpretaciones— y la química que traspasa la pantalla. Por una parte, para el papel de Ann Vickers, la joven de clase social elevada, se buscó el rostro fresco y joven de una actriz infantil que ya pedía a gritos un papel serio, Liz Taylor (que todavía no había cumplido los 20 años) y supuso un giro para su posterior carrera. Para el papel del complejo George Eastman se buscó el rostro atormentado de una de las promesas del momento, con 29 años, Monty Clift. Y, por último, para el papel de la obrera enamorada y embarazada de George, se contó con una actriz que hasta ahora había realizado papeles como sex symbol, la gran Shelley Winters que está increíble.

Uno de los puntos complejos de esta película es que un perfil complejo como el de George Eastman que tiene una conducta negativa hacia su novia, hacia su vida y que le pueden las ganas y sus ambiciones de aspirar a un mundo de clase alta que casi roza pero al que no le dejan pertenecer…, se convierte en una víctima y el espectador se pone de su lado, comprende aunque no comparta sus actos. Él es un fuera del sistema que aspira a un sueño y quiere alcanzarlo a toda costa y se encuentra con todos los obstáculos posibles. Así la problemática ideológica y de lucha de clases no desaparece de Un lugar en el sol dejando patente el drama del protagonista. Pero está revestido de una relación romántica, casi de amor fou, al presentar a un personaje idealizado y positivo de la clase alta. Y es el objeto del amor de George. Una Liz Taylor, realmente enamorada. Ann Vickers es lo máximo para George, no sólo la mujer que ama sino el acceso a su mundo. George Stevens muestra a unas clases altas distantes, despreocupadas, prejuiciosas, como grupo cerrado que no permite la escala social…, y pone ahí a la mujer ideal, la Taylor, que realmente se enamora. Pero el otro papel dramático pone los pelos de punta y es doblemente víctima, y es esa novia obrera que no busca a George, es él el que la busca a ella, la joven que cae en sus brazos y enseguida al olvido ante la posibilidad que se le ofrece a George de ascenso profesional y social (por su amor por Ann Vickers). La joven embarazada que exige apoyo, realismo y una boda a George y que se convierte así en el principal obstáculo del protagonista para alcanzar su sueño. La Winters está portentosa.

Por último, destacar la forma en que está rodada: esa sublimación del amor con esos enormes primeros planos con los rostros de los amantes. La maravilla de los claroscuros como la escena de la seducción de George al personaje de la Winters. O esa escena magnífica y llena de tensión dramática de Clift y Winters en la barca en un lago solitario y hermoso (con ecos a Amanecer). Un lugar en el sol es una película de interesantes análisis y que cada secuencia tiene su significado. Es de esas obras maravillosamente contadas y que nada le sobra ni le falta. George Stevens muestra su pesimismo postbélico, su manera de enfrentarse a las complejidades de la vida y entender la humanidad de sus personajes.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Dos exposiciones: Federico Fellini. El circo de las ilusiones y Quinquis de los 80. Cine, prensa y calle

Me esperan este verano dos citas que no me quiero perder por nada del mundo. Y es que queda demostrado que el cine da unas posibilidades interesantísimas para realizar exposiciones vivas y valiosas. Así las dos citas nos llevan al Caixa Forum Madrid y a La Casa Encendida y nos analizan dos fenómenos del mundo cinematográfico. El cine es un instrumento que posibilita la apertura a otros conocimientos, abre ojos y mentes, y permite una capacidad de análisis innegable.

Así del 15 de julio al 26 de diciembre se puede disfrutar de Federico Fellini. El circo de las ilusiones donde se aborda la figura del realizador, la creación de su mito y su mundo cinematográfico en Caixa Forum Madrid. La muestra trata de ofrecer una amplia lectura de la obra cinematográfica de Fellini y lo hace con una exposición que despierta mis ganas de visitarla. La exposición se divide en cuatro áreas donde se analiza a Fellini y la cultura popular, Fellini en su trabajo, la ciudad de las mujeres y Fellini o la invención biográfica. Así el visitante podrá ir analizando todos aquellos temas que pueblan la obra del maestro italiano y quizá aporte una mirada nueva y completa o haga comprender mejor la figura del director. Tengo muchas expectativas.

En La Casa Encendida la muestra que ofrece del 9 de julio al 29 de agosto muestra un fenómeno cinematográfico (1978-1985) en el cine español donde se muestra al séptimo arte como importante instrumento sociológico. La exposición analiza la figura del quinqui o delincuente juvenil que se convirtió en aquellos años en un icono donde el quinqui aparecía en los medios de comunicación y sus vivencias pasaban inmediatamente al mundo de la ficción (a veces protagonizadas por los propios protagonistas de carne y hueso). Además de analizar profundamente este icono en su vertiente de ficción y en su vertiente real y mostrar una radiografía de un grupo social de aquellos años, también está programado un ciclo de cine donde podremos volver a ver películas imprescindibles de aquellos tiempos como Deprisa, deprisa, Navajeros, El pico, Colegas… Me muero de ganas por pasarme por la exposición.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

39 escalones (The 39 steps, 1935) de Alfred Hitchcock

No podía ser de otra manera. Soy adicta a un blog de cine que se llama igual que esta película de Hitchcock. Y desde que soy adicta a él (ya casi tres años) siempre me recordaba una y otra vez que tenía que volver a ver 39 escalones de Hitchcock, de su periodo británico, que tenía muy enterrada en la memoria. Alfredo, va por ti.

Y ya en esta película el mago del suspense nos deja ver aquellos ingredientes y fórmulas que hacen de su cine un espectáculo muy especial. Y no miento. Me lo pasé estupendamente con esta película de ritmo trepidante y realizaba con esa consciencia que tenía el realizador para atrapar al espectador en su butaca, entretenerle, no dejarle respirara y además ofrecer buen cine. Su etapa británica fue una etapa intensa de formación donde el maestro del suspense iba articulando las claves de sus obras más famosas. Donde iba practicando con la técnica y el lenguaje cinematográfico tan amados por Hitchcock. Donde iba perfilando sus temas eternos. Y así 39 escalones es un compendio y una lección de su cine futuro.

Con duración breve pero sin dejar descanso al espectador, Hitchcock desarrolla uno de sus temas favoritos. El de el falso culpable, el hombre cotidiano que de pronto ve cómo su vida da un giro radical al verse implicado en un asunto que ni él mismo entiende y que tiene que defenderse y convertirse en investigador para poder salvar su vida y regresar a su existencia cotidiana. Ésa es la situación que vive el personaje con rostro de Robert Donat (galán que cumple cuando todavía no había encontrado a Cary Grant o a James Stewart). Hannay, de Canadá, pasa un periodo de vacaciones y descanso en Gran Bretaña y se verá inmerso en una trama de espionaje sin comerlo ni beberlo. Así su situación nos recuerda a la de otros héroes de Hitchcock como Con la muerte en los talones, El hombre que sabía demasiado, Falso culpable o La ventana indiscreta.

A Hitchcock le interesa la cadena de situaciones que vive el héroe y la forma de crear tensión y suspense en el espectador. Así se sustenta la historia. El motivo que genera esta situación carece de importancia y a veces es inverosímil pero el espectador está ya tan metido en la trama de sobresaltos que poco importa. Así nace y desarrolla película tras películas la técnica del Macguffin. Aquí consiste en un secreto militar y una organización de espias que sirve de pista, los 39 escalones. Punto. ¿Recuerdan uno de los Macguffin más célebres en la maravillosa Encadenados, esas botellas con una sustancia vital —uranio— para la fabricación de bombas?).

No falta el sentido del humor para aplacar la tensión y esa famosa manera que tiene Hitchcock de presentar el enamoramiento y la tensión sexual entre sus personajes protagonistas. Los 39 escalones cuenta con un montón de escenas resueltas con humor y con replicas divertidas que no empañan el suspense y el ritmo trepidante sino que la acompañan y nos permite, a veces, poder respirar. El humor casi nunca faltará en su cine con geniales personajes secundarios que a veces sólo aparecen en una escena pero ya increíblemente resueltos. En esta película de espionaje no faltan esos momentos, hay una cadena y lluvia de ellos: las preguntas a Mister Memoria (personaje fundamental de la trama), los diálogos entre Donat y su rubia, la escena del meeting político que tiene que dar el protagonista mientras trata de huir…

Llama la atención la manera que tiene el personaje de Donat de tomarse las situaciones por las que está pasando. Sufre en su piel la insolidaridad de cada uno de los personajes con los que se encuentra a los que pide ayuda, ninguno le cree, ninguno le ayuda (excepto la joven esposa con un marido mayor, maltratador, aprovechado y profundamente religioso), todos le ponen la zancadilla, e incluso le cuesta lo suyo recibir el apoyo de la rubia con rostro de Madeleine Carroll que no duda en traicionarle dos veces hasta que finalmente termina creyendo su historia. Y a pesar de ser traicionado, de huir continuamente, de estar pisándole la muerte los talones…, nunca pierde su sentido del humor y su convencimiento de que saldrá de ésta.

Una de las primeras rubias míticas de Hitchcock fue Madeleine Carroll y en 39 escalones su papel es absolutamente delicioso y vital, el que sufre una mayor transformación. Robert Donat se cruza con ella como fugitivo de la justicia y ella durante dos veces se convierte en ciudadana que denuncia hasta que la trama les une mediante unas esposas y se entabla una preciosa relación de amor-odio, humor y tensión sexual que conduce a que la rubia termine creyéndole y se convierta en un apoyo vital para el protagonista, en compañera de aventuras. La escena que viven ambos en un hotel y encadenados mediante unas esposas no tiene desperdicio.

El maestro del suspense es consciente de escenas que le funcionan y que empleará de manera eficaz en otras películas memorables. Por ejemplo, la muerte al principio mediante un puñal del personaje que pone en brete al protagonista. Así aparecen escenas similares en El hombre que sabía demasiado o en Con la muerte en los talones. Las tensiones que se pueden provocar y el suspense en el interior de un tren (de nuevo Con la muerte en los talones o Extraños en un tren). El uso de un escenario y de un espectáculo como clímax del suspense (imposible olvidar El hombre que sabía demasiado o Testigo de cargo). El hacer pasar a su protagonista por una situación insólita en su vida cotidiana que este aprovecha para poder huir o pensar, aquí esa escena es en la que se convierte en improvisado orador en un meeting político local, que es similar a lo que le ocurre a Cary Grant en un salón de subastas en Con la muerte en los talones.

Así 39 escalones se convierte en una película de análisis casi obligado y en toda una lección de dónde situar la cámara o cómo construir una secuencia (por ejemplo, esa reunión que tiene Donat entre los esposos donde recibe la ayuda de ella y el rechazo de él). Además de una película fresca y dinámica de un maestro del suspense que empezaba a construir todas sus claves futuras.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Semilla de maldad (The Blackboard Jungle, 1955) de Richard Brooks

A veces hay temas en el mundo del cine que casi se convierten en género y uno de ellos es el de maestro que se enfrenta a un curso con jóvenes conflictivos o el maestro que de alguna manera cambia los métodos de enseñanza influyendo en cada uno de sus alumnos. Así te vienen a la cabeza películas como Rebelión en las aulas, El club de los poetas muertos, Sister Acts, Mentes peligrosas, La sonrisa de Mona Lisa, Precious, Half Nelson, La clase…, algunas con mayor fortuna que otras.

Uno de los primeros intentos y que para mi sorpresa es un buen drama —con buen ritmo, bien realizado, buenos conflictos y alguno de los personajes bien planteados— fue Semilla de maldad que además incorporó a su banda sonora la música que en aquellos momentos causaba furor, el rock and roll, abriendo y cerrando la película con Rock around the clock.

Detrás está un buen director (famoso por sus adaptaciones de obras literarias al cine) y guionista, Richard Brooks que iba abriéndose camino como director y esta obra cinematográfica fue su espaldarazo definitivo. Lo bueno de esta película es que trata, de modo dramático, las dificultades del sistema educativo, centrándose en la labor de los profesores y en la situación de los alumnos. Y a pesar de ser una obra de los años cincuenta y con características de esa época (por ejemplo, el papel que desempeñan las dos únicas mujeres que aparecen en la cinta y que expondremos más tarde), no deja de ser una película que encara temas de plena actualidad y sin dejarse llevar por la ñoñería o por los estereotipos que después poblaron este tipo de películas. Además es mucho más extrema y valiente en la exposición de las problemáticas que expone que otros dramas del mismo tipo más actuales.

Así nos presenta a un profesor (con cara de Glen Ford) que trata de no rendirse y buscar cuál es el método para poder dedicarse a lo que realmente quiere: enseñar. Y se demuestra que para ser maestro y enseñar hay que tener mucha pero que mucha vocación, paciencia y dedicación. Muestra cómo en un instituto masculino conflictivo ubicado en un barrio conflictivo, el acoso al que son sometidos los maestros puede ser brutal (incluso excesivo además de mostrar cómo es una profesión en absoluto bien pagada cuando es fundamental) pero a la vez explica los motivos y razones por los que surge este acoso y esa falta de motivación por parte de unos alumnos que no ven ninguna salida a sus vidas y que ven más fáciles otras salidas como la delincuencia u otro tipo de empleos prácticos que les ayudarán a salir adelante en un entorno complejo sin pasar por la Universidad. Y Ford no culpa sólo al entorno o a los alumnos sino al mismo sistema educativo y a la manera de actuar de cada uno de los maestros o profesores (el desencantado, el que pasa de todo, el que se limita a decir que el instituto es basura al igual que los alumnos que hay en él que no harán nada por estudiar y también muestra el que ante el acoso continuo por parte de los alumnos decide –y no le faltan razones– abandonar). Él mismo, el protagonista, dice que es un incompetente.

Así que a pesar de los acosos, dificultades y demás trata de buscar el método adecuado para poder motivar. Y no lo tiene fácil. No deja de ser bonita la escena (especialmente para mí) de cómo consigue que por primera vez los alumnos participen en la clase y es… a través del cine. A través de la proyección de una película de dibujos animados. También se presenta las dificultades en un instituto multicultural donde cada alumno posee un origen y cultura diferente que es motivo para que salten problemas raciales, así como la formación de bandas y líderes con códigos muy cerrados…

Y me gusta cómo está planteado el trabajo de este profesor que trata de no rendirse porque los resultados no son esplendorosos pero sí se abre una vía para lograr que algunos alumnos reaccionen y continuen estudiando o para que ciertos profesores cambien su manera de ver la enseñanza y el propio trabajo que estaban realizando. La película termina con un la vida continúa…

Así la sorpresa es haber visionado un buen drama de los años cincuenta, fresco y con asuntos válidos para una proyección hoy en día, pero con algunos asuntos que valdrían también como debate sobre la representación de la mujer en la pantalla. Aquí sólo hay dos mujeres relevantes para simplemente una trama secundaria que pone en jaque al profesor protagonista. Por una parte, su esposa, frágil de salud que espera un hijo que teme perder, que ama al esposo y al que insta para que abandone ese trabajo complicado que pronto es acosada por uno de los alumnos a través de llamadas y cartas que le advierten que su marido es infiel (con consecuencias penosas para su estado de mujer embarazada y sensible). De pronto, el maestro en cuestión la lleva a cenar para celebrar su recién conseguido trabajo y hablan del futuro niño y Glen Ford sin despeinarse suelta, en plan hombre y esposo amantísimo: “nuestro hijo saldra con tu belleza y mi inteligencia”… chúpate esa. La otra es una maestra a la que se le podría considerar como explosiva (y por supuesto a la que se señala como candidata para que el bueno de Glen sea infiel), que en su primer día de clase es acosada sexualmente, y que incluso profesores y la propia esposa del protagonista advierten que no debe vestir provocativamente para enseñar… chúpate esa también.

Como siempre en este tipo de películas se elabora durante la narración cinematográfica una relación especial entre el profesor y uno de los alumnos. Y Semilla de maldad construye así una relación veraz y bien conseguida entre el profesor con un alumno carismático y con madera que se llama Miller y tiene el rostro de un jovencísimo y ya muy eficaz (me encanta cómo trabaja) Sidney Poitier. Y también muestra el reverso es decir el alumno que más complica las cosas y que Ford nunca va a lograr motivar por más que lo intente interpretado por Vic Morrow (padre de Jennifer Jason Leigh) que debutaba en este papel y que tendría un final tremendamente trágico mientras rodaba una película.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.