Más poderoso que la vida (Bigger than life, 1956) de Nicholas Ray

Nicholas Ray contaba y miraba la vida a través de fotogramas. A través de las imágenes se comunicaba. Sus películas hay que desvelarlas porque Ray, el hombre poeta de imágenes y colores, narraba sin palabras. Ésas sólo ayudan y complementan. El director de la soledad y el desarraigo intimaba con el lenguaje cinematográfico. Cada película es un libro secreto que como las capas de una cebolla va escupiendo mensajes, secretos e interpetaciones.

Más poderoso que la vida es un mecanismo de muñecas rusas. Dentro de cada una de ellas se esconde otra hasta el infinito. Así podemos obtener varias lecturas y significados.

Esta película no es ni la más conocida ni la más recordada de Ray pero, sin embargo, esconde todas las claves que hicieron que su director fuera un realizador especial y a tener en cuenta. El director atormentado y frágil que se expresaba a través de una cámara y escribía películas.

En un primer visionado podemos descubrir un melodrama de los años cincuenta con familia de clase media americana como protagonista. Con un uso excelente del color, también lleno de significados ocultos pero que ubican la película en una decada determinada. También basta con mirar el vestuario de los protagonistas o la casa familiar.

Una segunda mirada nos hace descubrir que Ray toca un tema siempre tratado como un suspiro en las películas de Hollywood sobre todo por la imposición del código Hays y es la dependencia a las drogas y la existencia de drogodependientes de distintas sustancias. Por aquellos años cada vez eran más los directores que querían reflejar un tema candente y real, un año antes Preminger había reflejado la adicción de la heroína en El hombre del brazo de oro. Aquí es James Mason quien ingiere una droga debido a una enfermedad incurable y los efectos de esa droga convierten su vida en un infierno. Su mente se resquebraja. Su mente se rompe en pedazos.

Pero aún nos quedan más lecturas y quizá las más interesantes. Podríamos quedarnos con una visión sencilla: una idílica y típica familia de clase media con sus problemas y alegrías habituales en un ambiente idílico y natural para su desarrollo ve cómo su vida se transforma en una película de terror y horror ante la presencia de una sustancia extraña que transforma al hombre recto y entrañable que es el señor padre, sustento moral y económico de la familia.

Podríamos también sentir como esa droga transforma a Mason en una especie de Doctor Jekyll y Mister Hyde que asusta a la señora esposa, al pequeño hijo y al amigo cercano y que genera sentimientos contradictorios porque sus comportamientos opuestos los alberga la misma persona, y esa persona es amada por aquellos que también se convierten en víctimas.

Pero vayamos más al fondo, más allá de la metáfora, y Más poderoso que la vida advierte sobre los sentimientos ocultos sepultados pero latentes en la sociedad de la clase media norteamericana de los años cincuenta (o del siglo XXI y de las clases medias de muchos pero muchos países). Una sociedad que puede desembocar en comportamientos enfermizos…, ¿y no se torna todo aún más interesante? Una sociedad capaz de generar intolerancia, crueldad, fanatismo religioso y dureza con aquel que es distinto o que no sigue los mismos cánones, con aquél que supone una amenaza para la seguridad económica y social de esa clase…, ¿y entonces no es evidente que Más poderoso que la vida desvela muchas claves y muchas historias?

No importa el nombre de la droga (cortisona, en aquellos momentos en fase de experimentación) sino lo que subyace bajo la mente de un buen hombre que ve que su mente es perturbada por un elemento extraño. Y James Mason da todos los matices necesarios a un personaje que se transforma en cada secuencia.

Y si seguimos leyendo descubrimos horrorizados que nos vamos sumergiendo más y más en el terror porque la película rompe en pedazos el concepto de familia idílica de principio a fin y convierte el núcleo familiar en un infierno y un mundo angustioso. Y muestra cómo un sistema educativo puede saltar en mil pedazos para transformarse en un mundo represivo. O cómo la religión puede crear mentalidades tan fanáticas que protagonicen una historia de miedo y horror cuando un hombre trastornado grita a los cuatro vientos que Dios se equivocó. Que tendría que haber obligado a Abraham a asesinar a su hijo Isaac.

Y Nicholas Ray parecía que sólo había empleado los mecanismos correctos para crear otro melodrama más de los años cincuenta. Con un James Mason como profesor acuciado por problemas económicos al que pronostican una grave enfermedad. Un hombre que además arrastra problemas en su familia porque ve cómo sus sueños intelectuales se han frustrado y la vida con su mujer (Barbara Rush) y su pequeño hijo se ha convertido en pura rutina…

El director juega además con los espacios y convierte una idílica casa en un ambiente opresivo. Juega también con los colores y sus significados. Un espejo roto quiere decir muchas más cosas. El lanzamiento de una pelota tiene muchos significados y un vaso de leche puede ser el desencadenante del terror o el sonido de un teléfono puede ser una llamada de auxilio. El equipo de doctores y el propio hospital se transforma en un laboratorio de experimentación no de una droga sino del interior de un ser humano.

Más poderoso que la vida es un libro de varias capas que revela infinitos significados. Nicholas Ray demuestra, de nuevo, que sabía contar sus historias a través de puro cine.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

El gran cuchillo (The big knife, 1955) de Robert Aldrich

Tenía muchas ganas de verla pero nunca la había encontrado en dvd ni había tenido posibilidades de verla en la Filmoteca (si es que la han puesto que no lo sé) ni en televisión (si es que alguna vez la han pasado). El sábado la vi en un estante de unos grandes almacenes…, esperándome (un dvd carísimo y sin ningún tipo de extra, y en la carátula ni siquiera aparece el nombre del director…, pero la tentación fue demasiado fuerte) y no me he arrepentido.

Me he quedado absolutamente noqueada ante El gran cuchillo. Sin palabras. Después de verla ha tenido que pasar un tiempo de reposo antes de ponerme a escribir. Sabía de su existencia entre otras cosas por un libro del crítico Marc Cousins, Escena por escena, donde Rod Steiger (uno de los actores) describe una de las escenas más impactantes.

La película es absolutamente despiadada y presenta de una manera dura la otra cara de Hollywood. La cara que no es agradable ver. Ese Hollywood (pero que no hace falta que sea esta industria dorada del cine, se puede trasladar a otros ambientes laborables) corrompido hasta la médula capaz de atrocidades humanas y situaciones inmorales por conservar el poder, conseguir beneficios, conservar la fama o mantener el estatus. Un mundo tan corrupto que destruye a los seres humanos que ya no son personas sino productos sin sentimientos que se pueden encumbrar o destruir, manipular o machacar. Un mundo capaz de romper a pedazos a hombres y mujeres con ideales y con actitudes artísticas e intelectuales que son abocados a un tobogán sin fondo.

Varios son los elementos que hacen de esta película una obra imprescindible. Primero la labor de un Aldrich —con una carrera tan interesante como irregular e independiente— que se sirve de un plantel de actores que se salen en sus papeles, segundo por el material que maneja que es una adaptación de la obra teatral de Clifford Odets, tercero por ese dinamismo y fuerza brutal que imprime a una obra que transcurre prácticamente en una habitación y, por último, un guión plagado de frases que son tiros de gracia.

Si me dijeran escribe sólo un adjetivo para definirla diría: BRUTAL con letras mayúsculas. El texto de Odets es potente y despiadado (y cercano a lo real por eso es una película quizá muy poco mimada por Hollywood porque el retrato que realiza de la ‘fábrica de sueños’ es más tremendo que El crepúsculo de los dioses, Cautivos del mal, Ha nacido una estrella o La condesa descalza), desnudo y sin caretas. Y no es de extrañar, la pluma de Odets —que fue dramaturgo pero también sufrido guionista— es incisiva, daña, tanto como ese otro guión que escribió junto a Lehman para dejar otra película fascinante y dolorosa Chantaje en Broadway (1957) de Alexander MacKendrick.

La historia es un volcán de sentimientos. Contarla de manera simple es un reto pero lo intentaré. Charles Castle es la máxima estrella de los estudios del productor Stanley Hoff. Está a punto de firmar otro contrato eterno de siete años con el productor-tirano. Este contrato supone renegar de nuevo de sus sueños e ideales, sabe que sólo es una estrella pero no un buen actor con buenos papeles. Sabe que si firma su mujer Marion le abandonará, cansada de ver que su marido ya no es un tigre que sueña y lucha sino un sumiso gato a las órdenes del estudio que sobrevive. Cansada de las mentiras y del ambiente que les rodea. Él sabe que ese contrato supondrá más máscaras, apariencias, hipocresías, más litros de alcohol, más dolores de espalda… para mantener su estatus, su fama y seguir siendo una importante fuente de ingresos para la productora. No puede mostrarse rebelde porque en el momento que empieza la historia corre el peligro de que vuelva otra vez a la palestra una turbia historia de la que fue protagonista (cada vez más alcoholizado, un día atropelló a una persona causando su muerte y el estudio le ‘protegió’ culpando a un amigo-publicista de Castle para que cargara con la condena. Ese día en el coche no iba acompañado de su mujer sino de una prometedora actriz ahora en declive. Y lo peor es que él ‘admitió’ ese encubrimiento). Charles Castle es consciente de que no sólo no es feliz, que es como un payaso trágico, sino que además se hunde cada vez más y con él a las personas que más ama.

Es una película de personajes que se entrecruzan con fuerza y crean una trama que te atrapa.

Sin duda mi mayor sorpresa ha sido los infinitos matices que prodiga para su personaje y la interpretación maravillosa que realiza el protagonista en un papel muy alejado al rol que acostumbraba a mostrar. Me refiero a un Jack Palance magistral que es capaz de plasmar la tragedia de este hombre, de Charles Castle, capaz de plasmar su derrota vital, sus esperanzas de ser amado, sus ganas de rebelarse y vencer, su horror e ingenuidad –a pesar de la experiencia— ante la maldad por poder y beneficios, su furia, su cariño, su dolor y pena, su angustia ante la única salida que se le ocurre para volver a ser un hombre digno y devolver la felicidad a la mujer que ama… Jack Palance sube automáticamente al Olimpo de los grandes por este papel (ya le tenía un pequeño sitio reservado pero ahora crece y se impone).  

Los demás personajes reflejan el mundo que rodea al protagonista. Todos por algún motivo pasan por el salón de su casa. Primero, una columnista de lengua viperina (Ilka Chase) que ya supone la primera amenaza a Castle sobre que se pueden airear cosas no gratas sobre su persona si no le ofrece la exclusiva de su divorcio.

Después, el cobarde, poderoso, paranoico y enfermo productor con sus gafas de sol que trata a sus empleados y actores como si fueran marionetas sin sentimientos que ensalza o hunde carreras sin un atisbo de arrepentimiento que tiene el rostro de Rod Steiger (actor secundario al que reivindico con fervor).

Por otra parte, el cerebro, el hombre sin escrúpulos que sólo mira por el negocio y sigue a todas partes al gran productor, el hombre que arregla los trapos sucios sin importar los medios… con el rostro de Wendell Corey, otro secundario ofreciendo un buen papel.

Más alla el agente que es un hombre desencantado y en el fondo bueno (Everett Sloane, otro secundario de oro), que quiere a su representado, y traga y traga y traga hasta que estalla y llora ante un mundo en el que ya no puede ser conciliador ni diplomático.

El buen amigo escritor (Wesley Addy) que ya abrumado por un mundo que no aguanta y el alcohol decide no renunciar a sus sueños y abandonar la industria que tritura… y muy enamorado de Marion, la esposa de Charles.

La increíble Shelley Winters vuelve a romper el corazón con una interpretación estremecedora de una actriz que se sabe carne de usar y tirar contra la que van los poderosos porque no saben como quitársela de encima cuando se vuelve persona incómoda. Ella será el motivo por el que por fin Charles despierte y estalle, luche y viva, decida salvar su dignidad como ser humano.

Otra secundaria de lujo es Jean Hagen como mujer frívola que sólo persigue la fama empleando todo lo que esté a su alcance para conseguir sus objetivos. Sin importarle el daño que pueda causar en el camino.

Y por último una interpretación buena, muy buena, como mujer amada y que ama, también con infinitos matices, mujer que sufre porque se metió en el mismo tobogan que su esposo-estrella pero que ya hace tiempo que quiere huir porque se da cuenta de cómo está destruyéndolos todo el mundo laboral que les rodea…, quiere huir pero no puede porque ama demasiado. Quiere empezar una nueva vida pero no puede, siempre regresa junto a Charles… No podía ser otra que Ida Lupino. Otra gran actriz y directora de cine que reivindico su recuerdo.

The big knife es un volcán de sentimientos que estalla y se desparrama por el patio de butacas. Con escenas inolvidables por su dureza, con frases que se clavan en los oidos e interpretaciones que te rompen de dolor…, con una escena final BRUTAL.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

El mensajero del miedo (The Manchurian candidate, 1963) de John Frankenheimer

¡Una de las películas más surrealistas con las que me he topado! Se la califica como thriller político y es una película fruto de una época: la Guerra Fría. No es una historia redonda pero tiene elementos tan extraños y escenas tan curiosas que merece la pena su visionado.

Frankenheimer pertenece a esos realizadores que surgieron del mundo de la televisión. Tiene películas interesantes, algunas de ellas protagonizadas por uno de sus actores fetiche, Burt Lancaster (no sólo merece la pena El hombre de Alcatraz también es muy interesante El tren). En 1966 rodó una extraña película junto a Rock Hudson que se tituló en España Plan diabólico que dejaba de nuevo una visión paranoica del mundo como ya hizo con El mensajero del miedo.

Y ésa es la palabra clave PARANOIA. Frankenheimer presenta una historia que refleja la mente paranoica de un país en una época en concreto: la Guerra Fría, donde había un enemigo invisible y colectivo temido: el comunismo. Una época donde se desarrolló con virulencia la caza de brujas en todos los ámbitos profesionales donde todo aquel que no casaba con el american way of life impuesto era inmediatamente sospechoso de comunista. Así se fue desarrollando una sociedad enferma y paranoica donde proliferaban seres humanos extraños con el único objetivo de eliminar a ese enemigo latente.

La película empieza con una patrulla de soldados que combaten en la guerra de Corea los cuales caen en una trampa. Después regresan a EEUU como héroes de guerra sobre todo Raymond Shaw (Laurence Harvey) que es condecorado y muy bien considerado entre sus compañeros desde la inconsciencia. Pero uno de los compañeros empieza a tener pesadillas continuas, Bennet Marco (Frank Sinatra), que de alguna manera dejan intuir que fueron sometidos a un lavado de cerebro durante los días que estuvieron en cautiverio.

La película presenta un ambiente opresivo, onírico y paranoico con unos personajes de rostros atormentados o excesivamente caricaturescos y desagradables. El héroe de guerra, Raymond Shaw, desde el principio es presentado como un ser humano gris, desagradable y lleno de complejos. Marco va atando cabos e intuyendo que sus pesadillas son ciertas: sufrieron un lavado de cerebro y tuvieron buen cuidado de aleccionar a Shaw para convertirlo en un asesino en serie inconsciente (por la tanto sin remordimiento ni sentimiento de culpa) con un único objetivo que es el Marco debe descubrir.

En esas pesadillas los hombres de la patrulla aparecen en una especie de convención de desagradables señoras que hablan de horticultura que de pronto se transforman en rusos y coreanos uniformados (a cada cual más desagradable físicamente) que están poniendo a prueba el efectivo lavado de cerebro que han provocado a los soldados norteamericanos y que practican in situ con dos de ellos la efectividad del asesino que han creado.

Raymond Shaw es hijo de una mujer fanática y dominante que ha tomado como batalla particular la lucha contra los comunistas en EEUU. Una mujer manipuladora que mueve los hilos, sin escrúpulos (otro particular lavado de cerebro) a través de su segundo marido, un senador sin cerebro y de extrema derecha que se deja manejar como un títere por su mujer y que logra llegar a ser candidato a la vicepresidencia. Angela Lansbury borda el papel de madre dominante que en su lucha llega a ser tan retorcida que se alía con el enemigo para desestabilizar al gobierno y que llegue la extrema derecha al poder. Lansbury es tan perversa que sigue haciendo lo que ha hecho toda su vida dominar hasta la última neurona del cerebro de su hijo.

Laurence Harvey es el actor ideal para encarnar a su antipático personaje (de hecho a mí siempre me ha resultado una cara antipática) pero a la vez atormentado. A veces logra que te conmueva por su continuo sufrimiento y tormento porque se sabe persona que produce rechazo y te conduce a la ternura cuando encuentra a una mujer que hace que salga lo mejor de él…, incluso le hace ser capaz de bromear. Harvey es una víctima y un personaje trágico a pesar de la antipatía que genera desde la primera vez que aparece en escena.

Marco se convierte en un investigador. Primero es un hombre que vive con angustia sus pesadillas y que cree que está perdiendo la cordura al igual que sus compañeros de ejército pero que va adquiriendo seguridad según se va dando cuenta de que tiene razón sobre que algo extraño pasó durante su cautiverio. Frank Sinatra cumple con su papel.

Lo más surrealista y divertido de esta paranoica historia con momentos de tensión y con una violencia explícita es que en un momento determinado pasa por ahí, en un tren, una Janet Leigh, que se convertirá en la pareja de Marco. Parece que su personaje va a tener un papel importante con una primera escena surrealista pero luego no es más que una mujer-florero con conversaciones extrañas con su futuro prometido.

Y es que la escena del tren donde se produce el encuentro entre un angustiado Marco y una extraña pasajera tiene uno de los diálogos más surrealistas que he oido jamás. Y está perfectamente resuelta, el espectador no sabe cómo tomarse este encuentro. No entiendes nada pero a la vez sientes la química entre Sinatra y Leigh que hablan en un código desconocido pero que conectan el uno con el otro de manera inmediata.

La película es una adaptación de la novela de Richard Condon y adaptada por el guionista George Axelrod. Cuentan que tuvo dificultades de estreno la película que narraba todo un complot internacional para eliminar a un presidente de EEUU porque coincidió con el asesinato de Kennedy. Sin embargo, otras fuentes cuentan que tuvo más que ver con un problema entre distribuidoras que se rifaban los intereses que provocaría la presencia de Frank Sinatra.

El mensajero del miedo no deja de ser un producto extraño y por ello atractivo que contó con una nueva versión en el año 2004 dirigida por Demme con Denzel Washington, Liv Schreiber y Meryl Streep como protagonistas.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Diccionario cinematográfico (125)

Reinas y princesas: ¡qué le corten la cabeza!, grita despiadada la reina de corazones a una Alicia-niña que no es cobarde. Mientras una reina de Inglaterra que recibe fría la noticia del accidente de la princesa Diana, a la que nombraron sus subditos princesa del pueblo no logra entender en su mundo retiraro lo que se le viene encima. A veces observa la belleza fugaz de un ciervo que corre por el bosque. Es una mujer ajena a todo. Ése es su drama. Más allá hay una reina con cara de mujer enigmática subida a un barco donde mira al infinito. Ella es Cristina de Suecia. Viste y se comporta como un hombre en un mundo patriarcal. Ama a un hombre en la intimidad de un cuarto. Pero antepone su poder a la vida tranquila con el amante perfecto.

Estas tres reinas son sólo un aperitivo de cómo han sido reflejadas en la gran pantalla.

Guerras de religiones, guerras de poder, guerras políticas y mujeres atrapadas por esos ambientes. Que luchan feroces o son movidas como piezas de ajedrez. Que se revelan o se quedan en su papel. Que tienen tentaciones pero finalmente se quedan en el trono. Que son verdaderas maestras del juego del poder y manipulan como nadie. Son retratos fuertes e inolvidables. María, Reina de Escocia, la Reina Margot, Juana La Loca,  alguna de las Isabeles de Inglaterra (recuerdan el rostro de Cate Blanchett o esa tremenda Bette Davis con frente afeitada)… Inolvidable como maestra y jugadora experta que mueve las fichas y manipula una Leonor de Aquitania con rostro de una Hepburn fantástica.

Muchas son las reinas trágicas, esas que pasaron por sus reinados y por circunstancias históricas, políticas y manipulaciones varias…, acabaron sin cabeza. Las más fámosas: la frívola y trágica a la vez encerrada en palacio de cristal Maria Antonieta (¿recuerdan la última versión de Sofia Coppola?). Otra decapitada inolvidable es sin duda Ana Bolena y esas tremendas vidas privadas de un polémico Enrique VIII.

Otras reinas y princesas reales pero protagonistas de biopic de cuentos de hadas. Alguna luego fue de nuevo rescatada en un retrato más real. El ejemplo que primero se nos viene a la cabeza, sin duda, alguna es ese edulcorado y cursi retrato de la emperatriz Elizabeth conocida popularmente como Sissi. Esa fue la leyenda que cimentó la carrera de una primeriza y bella Romy Schneider que luego sería una de las mujeres más trágicas como la propia emperatriz. Romy se quitó la espinita de esa Sissi de cuento para volverla más real y humana en el retrato que ofreció años más tarde Visconti en Ludwig. Claro, la España franquista también quiso crear a su particular Sissi. Así también en los 50 se recrea en forma de biopic romántico la triste historia de amor entre Alfonso XII y María de las Mercedes.

Luego están las reinas y princesas de mundos fantásticos o imaginarios que lucen palmito en distintas comedias, historias fantásticas, de aventuras o películas de ciencia ficción. Alguna de estas princesas es absolutamente mítica por su ternura, elegancia y protagonista de historia linda del mejor cine romántico. En primer lugar recuerdo y nunca olvido a una Audrey Hepburn recién descubierta como princesa que huye de su condición durante un día mágico acompañada del periodista con cara de Gregory Peck. Vacaciones en Roma, uno de los más bonitos cuentos de princesa desgraciada. Todavía nadie olvida, y ya se encarga la televisión para emitirla una y otra vez, a la princesa prometida. Otra princesa mítica, reina de la ciencia ficción, con sus ensaimadas como dama de Elche, es la inolvidable Leia de la saga La guerra de las Galaxias o su más moderna madre la reina Amidala. Imposible no nombrar a Camelot y los amores desgraciados y aventureros de la reina Ginebra en sus infinitas versiones.

Y por último un recuerdo a las reinas y princesas animadas con la recreación mítica de una malvada reina pero sensual entre las sensuales: ¿alguien olvida a la terrible madrasta de Blancanieves? O quién no se enternece ante la princesa Aurora o esa bella durmiente que sólo resucitará por un beso de hombre enamorado. Y como no el cuento de hadas más mágico esa cenicienta desgraciada que llegará a convertirse en princesa gracias a un zapatito de cristal…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Corazón rebelde (Crazy heart)

Bienvenidos a la triste historia de Bad Blake, un cantante de música country y compositor-poeta de tristes baladas de oportunidades perdidas. Bienvenidos a la reencarnación del eterno perdedor aferrado a la botella, a los litros de alcohol, a los miles de kilómetros por carreteras y locales de pequeñas localidades, aficionado a mujeres solitarias que sólo quieren sexo con el tipo duro de sombrero tejano que las enternece el corazón y, a veces, las hace protagonistas de sus canciones, para salir de la rutina.

Bienvenidos a la historia de un hombre cansado de cincuenta y siete años con más pena que gloria, que tras una vida alcoholizado y entregado a su guitarra y a todo tipo de escenarios, se da cuenta de que es un hombre cada vez más mayor, más enfermo de la mala vida, y más consciente de su soledad de tejano. Sus canciones cobran más auténtica realidad. El tejano, el cantante de country, reflexiona sobre el costo de su vida, sobre su soledad arrastrada y elegida… Tras el dolor que arrastra y los daños que sabe que ha hecho, sólo tiene algo claro…, su amor a la voz cascada, a sus letras que surgen tras la inspiración y la puta dura vida, a esos escenarios cutres o no donde arrastra sus canciones, a esos músicos que le acompañan, a ese público cada vez más anciano que aún siente ante sus baladas…

Corazón rebelde no es una película ambiciosa, ni innovadora, ni complicada…, puede que sin la increíble interpretación y carisma de Jeff Bridges no pasara de película de sobremesa. La película es Bad Blake, es Jeff Bridges. Desde este post le nombro mejor perdedor entre los perdedores, mejor tirado entre los tirados, porque siempre logra ser creíble, convencer y conmover. Y después está que la película refleja ese mundo de la música country (que casi es otro género cinematográfico musical genuinamente americano, claro) que nos queda lejano pero envuelven esos temas del tipo duro que se le rompe el alma en pedazos después de siempre llevar una vida agitada. Y Jeff convence con su guitarra, con su forma de cantar, con sus movimientos en todo tipo de escenarios… caer es igual que volar, dice una de sus letras.

Jeff es la encarnación del perdedor cansado al límite de sus fuerzas pero que siempre resurge por su pasión, por su espíritu de superviviente. A lo largo de su carrera ha sido ese tirado en busca de segunda oportunidad con litros de alcohol en sus venas. A veces, esa segunda oportunidad se le ha concedido, otras veces no la ha alcanzado y en Corazón rebelde se queda a medias. No podía ser de otra manera para un Bad cansado de serlo. Jeff es ese perdedor que nos rompe el corazón bien sea en Corazón roto (interpretación de Bridges que reivindico), El rey pescador, Los fabulosos Baker Boys…, o ese personaje que es El Nota, tirado por vocación.

Y es que los retratos de perdedores que quieren enmendar errores cuando ya es demasiado tarde dejan historias conmovedoras (yo no olvido cómo el año pasado me deje llevar por El Luchador con cara de Mike Rourke) sobre sus intentos de recuperar lazos del pasado o tratar de construir sólidas historias presentes a pesar de los obstáculos.

Corazón rebelde nos deja además una galería de secundarios con personajes humanos, muy humanos, que tratan de dar una segunda oportunidad o no abandonarle nunca a ese cantante country que aguanta y aguanta con sus tragos de whisky y su cigarro tras otro. La mujer periodista con niño de cuatro años que hace soñar al solitario Bad con una posibilidad de relación de futuro (Maggie Gyllenhaal), aquel joven cantante (especial Colin Farrell) que le tuvo de maestro y ahora llena estadios ahogado por la nostalgia y los recuerdos de etapas pasadas junto a un Bad en tiempos de gloria y abrumado por la caída del que fue su mentor (él sabe que es poeta, algo que a él le falta) o ese anciano fiel que no le deja ni a sol y sombra que le quiere tal y como es (Robert Duvall).

Sólo pongo peros a una cuestión: no hay química entre el niño de cuatro años y Jeff. El niño (pobrecito mío no tiene la culpa) no me enternece o conmueve. No puedo evitar recordar a Edward Furlog —cuando era un niño, ¿dónde te has metido?— (que trabajó con Bridges en Corazón roto como adolescente y me emocionó la relación en cada segundo de proyección) u otros niños (como ese gran niño vestido de Casper junto Kevin Costner en Un mundo perfecto) que consiguen establecer una química especial con los personajes maduros.

Me quito el sombrero ante ese perdedor con cara de Bridges que me hace reír y sufrir por partes iguales. Que me hace que quiera escuchar otra triste canción en un solitario escenario… Caer es igual que volar…, un corazón rebelde que se pide una segunda oportunidad a sí mismo.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Homenaje a Jeff Bridges

Jeff Bridges con su pelo largo y barba, con sus canas y sonrisa especial, lleno de energía. Sincero y sin protocolos, recoge su Oscar. Y, sinceramente a mí es el único premio de la gala que me ha alegrado y emocionado al enterarme esta mañana. Porque a Bridges le tengo un cariño especial. Muchos de sus personajes me han llenado.

Desde la primera vez que le vi aparecer en pantalla he sido espectadora fiel. Ya le he dedicado un post en la sección Un rostro en la oscuridad pero da igual. Le quiero escribir unas líneas.

Porque recuerdo que siendo niña le vi en Starman (1984) y me enamoré del personaje y el actor que lo encarnaba. Ya subió a mis altares. Desde ese momento no he dejado de visitarle cuando he tenido oportunidad en la sala oscura y en la gran pantalla blanca.

Todavía no he visto Corazón rebelde pero sí el trailer y he leido el argumento y algunas informaciones más. Y sé que me gustará. Que será de esos personajes que me emocionen. Esos perdedores en busca de segunda oportunidad y encima con guitarra y tristes canciones del mundo country. Trataré de visitarle sin falta esta semana.

Bridges era de esos actores con varias nominaciones en su carrera pero ninguna estatuilla. Le habían nominado por sus apariciones en La última película,  Un botín de 500.000 dólares, Starman y Candidata al poder. Y nunca se había alzado con el premio y le olvidaron en varias ocasiones.

Su carrera discurre entre perdedores, galanes, héroes de acción, malvados…, tiene personajes de culto como El Nota (que todo hay que decirlo, no es de mis favoritos) y Gilliam le ha querido para su Universo particular en dos de sus películas. Esa película-medicina que es El rey pescador (me encanta) y Tideland (que no he visto aún). Su carrera está llena de altibajos como su vida de luces y sombras. Como todos los que pasamos por este mundo. Altibajos, luces y sombras.

Dicen que en su discurso se le ha visto hombre emocionado y agradecido. Agradecido a sus padres, a su esposa, a sus compañeros…., agradecido por amar el cine y su profesión.

Y entonces pasan metros de celuloide por mi mente y le veo como el muchacho de la última película que luego es hombre desencantado en Texasville. Al profesor tímido que quiere estar con una mujer pero sin sexo de por medio en ese intento de regresar a la comedia romántica pura y dura de la mano de Barbra Streisand.  A sus tres míticos Jack a los que amo: el pianista solitario y desencantado que luce su cara gris junto a su hermano (también en la vida real, Beau), un hombre lleno de energía; el locutor de radio que de lo más alto cae y cae por el tobogán de la culpabilidad y desesperación o ese Jack con ukalele que siempre, siempre anda corriendo por la vida intentando alcanzar su sueño, una Alaska helada, y evitando que le rompan el corazón.

Recuerdo a ese malo malísimo que se pasea por Iron Man, calvo y con barba. A El Nota, ese hippy trasnochado, rey del porro y la vagancia, con chaqueta de lana y cara de alucinado… pero que nos enamora. O a ese hombre aterrorizado por unos vecinos peores de lo que él piensa en la temible Arlington Road. O ese otro que trata de vivir sin miedo a la vida después de haber sobrevivido a un terrible accidente. O a ese hombre marcado por una tragedia familiar, roto de dolor y enamorado que ve cómo su mujer se rompe en pedazos sin que él pueda o quiera hacer nada…

Y todos los papeles que me quedan aún por ver y recordar.

Felicito a Bridges. El único premio que me ha alegrado realmente.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Diccionario cinematográfico (124)

Mike y Scott: Qué tengais un buen día.

Mike, con sus ataques de sueños cuando el mundo le pesa.

Scott, el niño rico con vocación de rebeldía.

Chaperos de Portland.

Oyen las campanadas de medianoche con su maestro sin techo, Bob.

Uno vende su cuerpo por necesidad.

El otro porque le toca ser rebelde y libre antes de encorsetarse en las normas sociales y convertirse en rico heredero.

Juntos, siempre, recorriendo carretera con cara jodida en una moto.

Scott avisa desde el principio que olvidará su pasado. Cerrará los ojos.

Mike, siempre desnudo, desnuda hasta su alma.

Mike sueña con una madre vestida de blanco que le acaricia la cabeza y le dice al oído que todo irá bien.

Mike y Scott viajan.

Amigos con fecha de caducidad. Scott ya lo ha avisado. Mike camina en presente.

Una pequeña hoguera.

Mike se confiesa y desnuda. Ama a Scott. Se moriría por darle un beso. Porque ambos se amaran… Scott no ama. Mike sabe que siempre estará solo en una carretera con cara jodida.

A Bob, el enorme sin techo, se le rompe el corazón cuando su joven amante y amigo Scott le da la espalda. Scott pasa a la otra línea. Con cara fría e inmutable.

Bob se apaga. Mike sigue adelante con sus ataques de sueño cuando el mundo se derrumba a sus pies.

Sigue adelante.

En la carretera con cara jodida.

Esperando, siempre, pasar un buen día.

Mike amaba a Scott.

Y quería una vida normal, con una familia normal, una casa blanca y un perro.

Scott, frío, se vuelve el heredero que no rebasará la otra línea.

Mike se queda solo.

Ya lo sabía.

Una madre que crea en su mente le acaricia la cabeza: todo irá bien, todo irá bien.

Que pasen un buen día.

 Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Momento inolvidable de Antes del atardecer (2004) de Richard Linklater

Me quedo sin duda con toda la escena final cuando Jesse y Celine se reúnen en la casa de ella y el tiempo se diluye y el espacio desaparece. Vuelve la química. Sólo hay que fijarse en las miradas. ¿Es posible que un solo día con una persona deje marca toda la vida?

Celine coge su guitarra y canta a Jesse. Él sólo escucha y mira. Quizá en la letra de la canción esté la clave.

“Déjame cantarte un vals fuera de ningún sitio, fuera de mis pensamientos.

Déjame cantarte un vals acerca de esa única noche.

Tú fuiste para mí esa noche todo lo que siempre soñé en mi vida.

Pero ahora te has ido, te has ido lejos hasta tu isla de lluvias.

Para ti fue sólo cosa de una noche pero para mí fuiste mucho más.

Si tan sólo supieras… No me importa lo que digan, sé lo que significaste para mí.

Ese día yo sólo quería otra oportunidad, yo sólo quería otra noche.

Aún si no parece ser lo más correcto, tú fuiste para mí mucho más que cualquier otro que conocí antes.

Tan sólo una noche contigo, Jesse, vale más la pena que mil con cualquier otro.

No tengo amargura, mi amor.

Nunca olvidaré lo de esa única noche.

Aún mañana en otros brazos, mi corazón seguirá siendo tuyo hasta el día que muera.

Déjame cantarte un vals fuera de ningún sitio, fuera de la nada.

Déjame cantarte un vals acerca de esa adorable y única noche”.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

El inocente (L’innocente, 1976) de Luchino Visconti

Sí, confieso que me quedé hipnotizada por El inocente, la obra póstuma de Visconti. Bella y decadente. Mi mirada no podía alejarse de la pantalla. Estaba absolutamente anodada por el ser más repugnante, decadente y desagradable con el que me he topado últimamente en pantalla grande. Un retrato formidable de un personaje, vuelvo a repetir, muy desagradable con nombre de viejo linaje aristocrático, Tullio Germil (Giancarlo Giannini). Tullio, seductor y amoral y finalmente hombre atormentado y nunca satisfecho, va por una vida de ociosidad, riqueza, comodidades, placeres y conocimientos pero con un vacío existencial que ante el aburrimiento le hace convertirse en hombre cruel y dominado por el lado oscuro.

Visconti, un hombre al final de su vida, que adoraba el cine como arte, eligió como obra póstuma la adaptación de una novela del polémico D’Annunzio, El inocente. El realizador Luchino Visconti mezcla la elegancia, el reflejo de una clase social decadente, el espíritu de una época, su pasión por la música clásica y la literatura y crea una obra bella, una triste despedida.

Como una ópera trágica o un melodrama de época de barroquismo elegante, el realizador italiano se despide de todos con dosis elevadas dosis de belleza y con un retrato extremo de una clase social en decadencia. Un mundo de apariencias y elegancias que se hunde en sentimientos, acciones y pensamientos oscuros.

Junto a Tullio Germil nos encontramos con su ocioso —pero quizá de mirada más limpia o con un sentido más real de su propia inutilidad— hermano Federico, el escritor romántico Filippo D’Arborio, la madre de ambos —una mujer que vive retirada y que representa las antiguas maneras de una clase—, la atormentada esposa de Tullio arrastrada a la desgracia por un marido absorbente y atrapada en un mundo de apariencias y una amante libre que sabe observar, escuchar y jugar las reglas de la apariencia pero con un espíritu observador e inteligente, la condesa Teresa Raffo. En el centro de todo el relato, de toda esta cadena de decadencias, apariencias y desaparición de una clase, el inocente, un bebé.

Visconti nos lleva de la mano a los salones de música también lugares de encuentros y chismes. A los salones donde los hombres practica el deporte elegante de esgrima. A los dormitorios y habitaciones de esta clase ociosa en pleno siglo XIX. A sus hermosas villas y jardines. A sus celebraciones, cenas o misas. Nos deleitamos con la decoración cuidada de las habitaciones, a las hermosas casas, al vestuario exquisito y los peinados femeninos elaborados, a la cuidadosa elección de los colores y tonos en cada tramo de la historia…, para imbuirnos en el espíritu enfermo de Tullio y cómo arrastra, sobre todo, a su esposa Giuliana donde ambos más que darse otra oportunidad de empezar de nuevo se unen en una relación más oscura y enfermiza si es posible. Tan enfermiza y oscura que duele.

La elección del triángulo principal llamó la atención en el momento del estreno. Giancarlo Gianni, actor de coproducciones con Alemania, Francia y España (actor todavía en activo), protagonista de populares comedias en esos momentos, ofrece un trabajo perfecto como artistócrata decadente. Para el papel de la esposa, personaje complejo, Visconti elige a una sex symbol de los setenta producto del periodo del destape, una hermosa Laura Antonelli que borda personaje torturado (actriz de vida trágica y complicada). Y, por último, para la amante reconocemos el rostro moreno y atrayente de la actriz norteamericana Jennifer O’Neill que acababa de enamora a toda una generación en Verano del 42. Y el extraño triángulo, funciona.

Visconti cuenta a través de las imágenes y las miradas. El inocente es una historia de elipsis donde el espectador va desnudando sentimientos e historias ocultas que el mundo de las apariencias sólo deja intuir. Así la historia de amor entre la esposa siempre abandonada y humillada pero nunca libre por Tullio con el escritor romántico sólo es intuida. Sólo les vemos juntos el día en el que se conocen. Y sólo sabemos las consecuencias de su amor cuando descubrimos que Giuliana está embarazada.

Tullio que no tiene reparo en decir a la esposa que desea a Teresa, que no tiene reparo en dejarla una y otra vez pero exigirla que le comprenda y ayude, cuando intuye que su esposa es infiel, es decir, que también es amante, quiere volver a poseerla pero de una manera enfermiza. Tullio rechaza y siente celos enfermos hacia el escritor romántico y hacia el hijo futuro. Piensa que su esposa sólo será de nuevo su posesión si se enfrenta con el padre y si el hijo, se intuye que fruto del amor, desaparece del mapa. Y así nace una nueva relación entre la pareja absolutamente enfermiza. Él desarrolla unos celos extremos y sibilinos y ella entra en el juego de cabeza por miedo a perder lo que ama.

El inocente envuelve por su belleza, su espiritu eligiaco y por el reflejo triste de la decadencia. Emociona ver en los créditos unas manos ancianas, las del propio Visconti, que toman un viejo libro y van pasando las páginas…, que pronto veremos reflejadas en la pantalla.

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Recuerdo de una noche (Remember the night, 1940) de Mitchell Leisen

Los reencuentros de Barbara Stanwyck y Fred MacMurray los sitúan como pareja cinematográfica a tener en cuenta. Son tres películas las que nos sirven para enmarcarles como pareja elevada a los altares. Ya habíamos más de una vez la película más recordada de ambos Perdición de Billy Wilder, puro cine negro, y analizado un buenísimo y olvidado melodrama de Douglas Sirk, Siempre hay un mañana. Sus orígenes como pareja hay que buscarlos en esta película de Leisen que mezcla con maestría la comedia romántica y el melodrama con tintes navideños en Recuerdo de una noche, con guión de Preston Sturges. Por ahí hay un western en 3D de los años cincuenta que se llama The Moonlighter y que aprovechó el tirón que tenía la pareja pero parece ser que no con mucho éxito.

La premisa es sencilla: mujer alocada pillada in fraganti en un robo a una joyería, juicio donde el fiscal usa sus artes para poder condenarla, juicio que se aplaza hasta después de las Navidades, mala conciencia del fiscal porque la mujer no puede disfrutar de las fiestas, fiscal que se entera que la mujer es vecina de una aldea cercana a la suya en el estado de Indiana, ofrecimiento del fiscal para llevarla en coche e iniciar un viaje para que pueda pasar las Navidades en su hogar, chica malota que acepta, viaje lleno de aventuras, obstáculos y complicaciones, algunas divertidas otras trágicas, chico y chica se van enamorando profundamente…, y ahí tienen una película.

Con la elegancia habitual de una puesta en escena sencilla pero eficaz por parte de Leisen con momentos brillantes (sobre todo en las escenas de amor y en el uso de los espejos —¡ay, el juego que dan los espejos en el cine—) y con buenos diálogos, Recuerdo de una noche se convierte en algo más que una película simpática y agradable. Es una película de los cuarenta —situense en la época— y de gente normal y corriente. Es una película de relaciones humanas que nunca son sencillas. Con secundarios inolvidables, algunos rozando la caricatura (como el mayordomo del fiscal con rostro de Fred Toones, un actor afroamericano que actuó en más de 200 películas, muchas veces sin acreditar, y muchas veces representando un estereotipo determinado, esta película no es una excepción, es un mayordomo que tiene momentos lúcidos porque se ríe de las rarezas del fiscal condescendiente y la nueva chica que entra en su vida. O el personaje inocente rozando la tontuna del altísimo y peculiar Sterling Holloway, que sería una de las voces más conocidas de los personajes animados de Disney) y con gotas de screwball comedy. La madre y la tía del fiscal que dan todo su calor a la joven ladrona, personajes tiernos, serían personajes llevados a pantalla por dos secundarias de lujo Beulah Bondi  y Elizabeth Patterson.

Como digo la película empieza con tintes de comedia romántica rozando el screwball comedy y película de guerra de sexos en el que se enfrentan la muchacha de mala vida, atractiva, inteligente y pícara con el profesional en un principio cínico y que se las sabe todas pero al final hombre recto e inocente en las lides de la mala vida. Escenas hilarantes como la diatriba que echa al jurado el abogado defensor o el accidentado viaje de los protagonistas con vacas e incendio provocado incluido. Pero según va avanzando el metraje viajamos a una película con tintes trágicos en los que entendemos las motivaciones y la forma de ser de la chica cuando llega a casa de su madre y sólo recibe frialdad, nos metemos de lleno en comedia navideña de que bonito es el amor y la familia (con una madre y una tía que te las comes a besos…, aunque la mamá llega un momento que no ve con muy buenos ojos el amor que nace entre la muchacha y su retoño fiscal pensando que a su hijo le ha costado mucho alcanzar lo que tiene y claro a ver si un mal de amores le va a hacer retroceder todo su recorrido profesional…, pero gracias a esto tenemos una escena preciosa con espejo entre chica y madre de fiscal y un desenlace de órdago) y terminamos en un drama romántico que nos deja escenas de amor y sacrificio dignas del mejor de los melodramas.

Así que no es mala película para descubrir. No es obra maestra pero tiene los suficientes ingredientes y análisis como para disfrutar de una buena tarde. Ah, y claro, está esa pareja genial con química desde el primer momento, Barbara y Fred.

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