El inocente (L’innocente, 1976) de Luchino Visconti

Sí, confieso que me quedé hipnotizada por El inocente, la obra póstuma de Visconti. Bella y decadente. Mi mirada no podía alejarse de la pantalla. Estaba absolutamente anodada por el ser más repugnante, decadente y desagradable con el que me he topado últimamente en pantalla grande. Un retrato formidable de un personaje, vuelvo a repetir, muy desagradable con nombre de viejo linaje aristocrático, Tullio Germil (Giancarlo Giannini). Tullio, seductor y amoral y finalmente hombre atormentado y nunca satisfecho, va por una vida de ociosidad, riqueza, comodidades, placeres y conocimientos pero con un vacío existencial que ante el aburrimiento le hace convertirse en hombre cruel y dominado por el lado oscuro.

Visconti, un hombre al final de su vida, que adoraba el cine como arte, eligió como obra póstuma la adaptación de una novela del polémico D’Annunzio, El inocente. El realizador Luchino Visconti mezcla la elegancia, el reflejo de una clase social decadente, el espíritu de una época, su pasión por la música clásica y la literatura y crea una obra bella, una triste despedida.

Como una ópera trágica o un melodrama de época de barroquismo elegante, el realizador italiano se despide de todos con dosis elevadas dosis de belleza y con un retrato extremo de una clase social en decadencia. Un mundo de apariencias y elegancias que se hunde en sentimientos, acciones y pensamientos oscuros.

Junto a Tullio Germil nos encontramos con su ocioso —pero quizá de mirada más limpia o con un sentido más real de su propia inutilidad— hermano Federico, el escritor romántico Filippo D’Arborio, la madre de ambos —una mujer que vive retirada y que representa las antiguas maneras de una clase—, la atormentada esposa de Tullio arrastrada a la desgracia por un marido absorbente y atrapada en un mundo de apariencias y una amante libre que sabe observar, escuchar y jugar las reglas de la apariencia pero con un espíritu observador e inteligente, la condesa Teresa Raffo. En el centro de todo el relato, de toda esta cadena de decadencias, apariencias y desaparición de una clase, el inocente, un bebé.

Visconti nos lleva de la mano a los salones de música también lugares de encuentros y chismes. A los salones donde los hombres practica el deporte elegante de esgrima. A los dormitorios y habitaciones de esta clase ociosa en pleno siglo XIX. A sus hermosas villas y jardines. A sus celebraciones, cenas o misas. Nos deleitamos con la decoración cuidada de las habitaciones, a las hermosas casas, al vestuario exquisito y los peinados femeninos elaborados, a la cuidadosa elección de los colores y tonos en cada tramo de la historia…, para imbuirnos en el espíritu enfermo de Tullio y cómo arrastra, sobre todo, a su esposa Giuliana donde ambos más que darse otra oportunidad de empezar de nuevo se unen en una relación más oscura y enfermiza si es posible. Tan enfermiza y oscura que duele.

La elección del triángulo principal llamó la atención en el momento del estreno. Giancarlo Gianni, actor de coproducciones con Alemania, Francia y España (actor todavía en activo), protagonista de populares comedias en esos momentos, ofrece un trabajo perfecto como artistócrata decadente. Para el papel de la esposa, personaje complejo, Visconti elige a una sex symbol de los setenta producto del periodo del destape, una hermosa Laura Antonelli que borda personaje torturado (actriz de vida trágica y complicada). Y, por último, para la amante reconocemos el rostro moreno y atrayente de la actriz norteamericana Jennifer O’Neill que acababa de enamora a toda una generación en Verano del 42. Y el extraño triángulo, funciona.

Visconti cuenta a través de las imágenes y las miradas. El inocente es una historia de elipsis donde el espectador va desnudando sentimientos e historias ocultas que el mundo de las apariencias sólo deja intuir. Así la historia de amor entre la esposa siempre abandonada y humillada pero nunca libre por Tullio con el escritor romántico sólo es intuida. Sólo les vemos juntos el día en el que se conocen. Y sólo sabemos las consecuencias de su amor cuando descubrimos que Giuliana está embarazada.

Tullio que no tiene reparo en decir a la esposa que desea a Teresa, que no tiene reparo en dejarla una y otra vez pero exigirla que le comprenda y ayude, cuando intuye que su esposa es infiel, es decir, que también es amante, quiere volver a poseerla pero de una manera enfermiza. Tullio rechaza y siente celos enfermos hacia el escritor romántico y hacia el hijo futuro. Piensa que su esposa sólo será de nuevo su posesión si se enfrenta con el padre y si el hijo, se intuye que fruto del amor, desaparece del mapa. Y así nace una nueva relación entre la pareja absolutamente enfermiza. Él desarrolla unos celos extremos y sibilinos y ella entra en el juego de cabeza por miedo a perder lo que ama.

El inocente envuelve por su belleza, su espiritu eligiaco y por el reflejo triste de la decadencia. Emociona ver en los créditos unas manos ancianas, las del propio Visconti, que toman un viejo libro y van pasando las páginas…, que pronto veremos reflejadas en la pantalla.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

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