El gran cuchillo (The big knife, 1955) de Robert Aldrich

Tenía muchas ganas de verla pero nunca la había encontrado en dvd ni había tenido posibilidades de verla en la Filmoteca (si es que la han puesto que no lo sé) ni en televisión (si es que alguna vez la han pasado). El sábado la vi en un estante de unos grandes almacenes…, esperándome (un dvd carísimo y sin ningún tipo de extra, y en la carátula ni siquiera aparece el nombre del director…, pero la tentación fue demasiado fuerte) y no me he arrepentido.

Me he quedado absolutamente noqueada ante El gran cuchillo. Sin palabras. Después de verla ha tenido que pasar un tiempo de reposo antes de ponerme a escribir. Sabía de su existencia entre otras cosas por un libro del crítico Marc Cousins, Escena por escena, donde Rod Steiger (uno de los actores) describe una de las escenas más impactantes.

La película es absolutamente despiadada y presenta de una manera dura la otra cara de Hollywood. La cara que no es agradable ver. Ese Hollywood (pero que no hace falta que sea esta industria dorada del cine, se puede trasladar a otros ambientes laborables) corrompido hasta la médula capaz de atrocidades humanas y situaciones inmorales por conservar el poder, conseguir beneficios, conservar la fama o mantener el estatus. Un mundo tan corrupto que destruye a los seres humanos que ya no son personas sino productos sin sentimientos que se pueden encumbrar o destruir, manipular o machacar. Un mundo capaz de romper a pedazos a hombres y mujeres con ideales y con actitudes artísticas e intelectuales que son abocados a un tobogán sin fondo.

Varios son los elementos que hacen de esta película una obra imprescindible. Primero la labor de un Aldrich —con una carrera tan interesante como irregular e independiente— que se sirve de un plantel de actores que se salen en sus papeles, segundo por el material que maneja que es una adaptación de la obra teatral de Clifford Odets, tercero por ese dinamismo y fuerza brutal que imprime a una obra que transcurre prácticamente en una habitación y, por último, un guión plagado de frases que son tiros de gracia.

Si me dijeran escribe sólo un adjetivo para definirla diría: BRUTAL con letras mayúsculas. El texto de Odets es potente y despiadado (y cercano a lo real por eso es una película quizá muy poco mimada por Hollywood porque el retrato que realiza de la ‘fábrica de sueños’ es más tremendo que El crepúsculo de los dioses, Cautivos del mal, Ha nacido una estrella o La condesa descalza), desnudo y sin caretas. Y no es de extrañar, la pluma de Odets —que fue dramaturgo pero también sufrido guionista— es incisiva, daña, tanto como ese otro guión que escribió junto a Lehman para dejar otra película fascinante y dolorosa Chantaje en Broadway (1957) de Alexander MacKendrick.

La historia es un volcán de sentimientos. Contarla de manera simple es un reto pero lo intentaré. Charles Castle es la máxima estrella de los estudios del productor Stanley Hoff. Está a punto de firmar otro contrato eterno de siete años con el productor-tirano. Este contrato supone renegar de nuevo de sus sueños e ideales, sabe que sólo es una estrella pero no un buen actor con buenos papeles. Sabe que si firma su mujer Marion le abandonará, cansada de ver que su marido ya no es un tigre que sueña y lucha sino un sumiso gato a las órdenes del estudio que sobrevive. Cansada de las mentiras y del ambiente que les rodea. Él sabe que ese contrato supondrá más máscaras, apariencias, hipocresías, más litros de alcohol, más dolores de espalda… para mantener su estatus, su fama y seguir siendo una importante fuente de ingresos para la productora. No puede mostrarse rebelde porque en el momento que empieza la historia corre el peligro de que vuelva otra vez a la palestra una turbia historia de la que fue protagonista (cada vez más alcoholizado, un día atropelló a una persona causando su muerte y el estudio le ‘protegió’ culpando a un amigo-publicista de Castle para que cargara con la condena. Ese día en el coche no iba acompañado de su mujer sino de una prometedora actriz ahora en declive. Y lo peor es que él ‘admitió’ ese encubrimiento). Charles Castle es consciente de que no sólo no es feliz, que es como un payaso trágico, sino que además se hunde cada vez más y con él a las personas que más ama.

Es una película de personajes que se entrecruzan con fuerza y crean una trama que te atrapa.

Sin duda mi mayor sorpresa ha sido los infinitos matices que prodiga para su personaje y la interpretación maravillosa que realiza el protagonista en un papel muy alejado al rol que acostumbraba a mostrar. Me refiero a un Jack Palance magistral que es capaz de plasmar la tragedia de este hombre, de Charles Castle, capaz de plasmar su derrota vital, sus esperanzas de ser amado, sus ganas de rebelarse y vencer, su horror e ingenuidad –a pesar de la experiencia— ante la maldad por poder y beneficios, su furia, su cariño, su dolor y pena, su angustia ante la única salida que se le ocurre para volver a ser un hombre digno y devolver la felicidad a la mujer que ama… Jack Palance sube automáticamente al Olimpo de los grandes por este papel (ya le tenía un pequeño sitio reservado pero ahora crece y se impone).  

Los demás personajes reflejan el mundo que rodea al protagonista. Todos por algún motivo pasan por el salón de su casa. Primero, una columnista de lengua viperina (Ilka Chase) que ya supone la primera amenaza a Castle sobre que se pueden airear cosas no gratas sobre su persona si no le ofrece la exclusiva de su divorcio.

Después, el cobarde, poderoso, paranoico y enfermo productor con sus gafas de sol que trata a sus empleados y actores como si fueran marionetas sin sentimientos que ensalza o hunde carreras sin un atisbo de arrepentimiento que tiene el rostro de Rod Steiger (actor secundario al que reivindico con fervor).

Por otra parte, el cerebro, el hombre sin escrúpulos que sólo mira por el negocio y sigue a todas partes al gran productor, el hombre que arregla los trapos sucios sin importar los medios… con el rostro de Wendell Corey, otro secundario ofreciendo un buen papel.

Más alla el agente que es un hombre desencantado y en el fondo bueno (Everett Sloane, otro secundario de oro), que quiere a su representado, y traga y traga y traga hasta que estalla y llora ante un mundo en el que ya no puede ser conciliador ni diplomático.

El buen amigo escritor (Wesley Addy) que ya abrumado por un mundo que no aguanta y el alcohol decide no renunciar a sus sueños y abandonar la industria que tritura… y muy enamorado de Marion, la esposa de Charles.

La increíble Shelley Winters vuelve a romper el corazón con una interpretación estremecedora de una actriz que se sabe carne de usar y tirar contra la que van los poderosos porque no saben como quitársela de encima cuando se vuelve persona incómoda. Ella será el motivo por el que por fin Charles despierte y estalle, luche y viva, decida salvar su dignidad como ser humano.

Otra secundaria de lujo es Jean Hagen como mujer frívola que sólo persigue la fama empleando todo lo que esté a su alcance para conseguir sus objetivos. Sin importarle el daño que pueda causar en el camino.

Y por último una interpretación buena, muy buena, como mujer amada y que ama, también con infinitos matices, mujer que sufre porque se metió en el mismo tobogan que su esposo-estrella pero que ya hace tiempo que quiere huir porque se da cuenta de cómo está destruyéndolos todo el mundo laboral que les rodea…, quiere huir pero no puede porque ama demasiado. Quiere empezar una nueva vida pero no puede, siempre regresa junto a Charles… No podía ser otra que Ida Lupino. Otra gran actriz y directora de cine que reivindico su recuerdo.

The big knife es un volcán de sentimientos que estalla y se desparrama por el patio de butacas. Con escenas inolvidables por su dureza, con frases que se clavan en los oidos e interpretaciones que te rompen de dolor…, con una escena final BRUTAL.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

El mensajero del miedo (The Manchurian candidate, 1963) de John Frankenheimer

¡Una de las películas más surrealistas con las que me he topado! Se la califica como thriller político y es una película fruto de una época: la Guerra Fría. No es una historia redonda pero tiene elementos tan extraños y escenas tan curiosas que merece la pena su visionado.

Frankenheimer pertenece a esos realizadores que surgieron del mundo de la televisión. Tiene películas interesantes, algunas de ellas protagonizadas por uno de sus actores fetiche, Burt Lancaster (no sólo merece la pena El hombre de Alcatraz también es muy interesante El tren). En 1966 rodó una extraña película junto a Rock Hudson que se tituló en España Plan diabólico que dejaba de nuevo una visión paranoica del mundo como ya hizo con El mensajero del miedo.

Y ésa es la palabra clave PARANOIA. Frankenheimer presenta una historia que refleja la mente paranoica de un país en una época en concreto: la Guerra Fría, donde había un enemigo invisible y colectivo temido: el comunismo. Una época donde se desarrolló con virulencia la caza de brujas en todos los ámbitos profesionales donde todo aquel que no casaba con el american way of life impuesto era inmediatamente sospechoso de comunista. Así se fue desarrollando una sociedad enferma y paranoica donde proliferaban seres humanos extraños con el único objetivo de eliminar a ese enemigo latente.

La película empieza con una patrulla de soldados que combaten en la guerra de Corea los cuales caen en una trampa. Después regresan a EEUU como héroes de guerra sobre todo Raymond Shaw (Laurence Harvey) que es condecorado y muy bien considerado entre sus compañeros desde la inconsciencia. Pero uno de los compañeros empieza a tener pesadillas continuas, Bennet Marco (Frank Sinatra), que de alguna manera dejan intuir que fueron sometidos a un lavado de cerebro durante los días que estuvieron en cautiverio.

La película presenta un ambiente opresivo, onírico y paranoico con unos personajes de rostros atormentados o excesivamente caricaturescos y desagradables. El héroe de guerra, Raymond Shaw, desde el principio es presentado como un ser humano gris, desagradable y lleno de complejos. Marco va atando cabos e intuyendo que sus pesadillas son ciertas: sufrieron un lavado de cerebro y tuvieron buen cuidado de aleccionar a Shaw para convertirlo en un asesino en serie inconsciente (por la tanto sin remordimiento ni sentimiento de culpa) con un único objetivo que es el Marco debe descubrir.

En esas pesadillas los hombres de la patrulla aparecen en una especie de convención de desagradables señoras que hablan de horticultura que de pronto se transforman en rusos y coreanos uniformados (a cada cual más desagradable físicamente) que están poniendo a prueba el efectivo lavado de cerebro que han provocado a los soldados norteamericanos y que practican in situ con dos de ellos la efectividad del asesino que han creado.

Raymond Shaw es hijo de una mujer fanática y dominante que ha tomado como batalla particular la lucha contra los comunistas en EEUU. Una mujer manipuladora que mueve los hilos, sin escrúpulos (otro particular lavado de cerebro) a través de su segundo marido, un senador sin cerebro y de extrema derecha que se deja manejar como un títere por su mujer y que logra llegar a ser candidato a la vicepresidencia. Angela Lansbury borda el papel de madre dominante que en su lucha llega a ser tan retorcida que se alía con el enemigo para desestabilizar al gobierno y que llegue la extrema derecha al poder. Lansbury es tan perversa que sigue haciendo lo que ha hecho toda su vida dominar hasta la última neurona del cerebro de su hijo.

Laurence Harvey es el actor ideal para encarnar a su antipático personaje (de hecho a mí siempre me ha resultado una cara antipática) pero a la vez atormentado. A veces logra que te conmueva por su continuo sufrimiento y tormento porque se sabe persona que produce rechazo y te conduce a la ternura cuando encuentra a una mujer que hace que salga lo mejor de él…, incluso le hace ser capaz de bromear. Harvey es una víctima y un personaje trágico a pesar de la antipatía que genera desde la primera vez que aparece en escena.

Marco se convierte en un investigador. Primero es un hombre que vive con angustia sus pesadillas y que cree que está perdiendo la cordura al igual que sus compañeros de ejército pero que va adquiriendo seguridad según se va dando cuenta de que tiene razón sobre que algo extraño pasó durante su cautiverio. Frank Sinatra cumple con su papel.

Lo más surrealista y divertido de esta paranoica historia con momentos de tensión y con una violencia explícita es que en un momento determinado pasa por ahí, en un tren, una Janet Leigh, que se convertirá en la pareja de Marco. Parece que su personaje va a tener un papel importante con una primera escena surrealista pero luego no es más que una mujer-florero con conversaciones extrañas con su futuro prometido.

Y es que la escena del tren donde se produce el encuentro entre un angustiado Marco y una extraña pasajera tiene uno de los diálogos más surrealistas que he oido jamás. Y está perfectamente resuelta, el espectador no sabe cómo tomarse este encuentro. No entiendes nada pero a la vez sientes la química entre Sinatra y Leigh que hablan en un código desconocido pero que conectan el uno con el otro de manera inmediata.

La película es una adaptación de la novela de Richard Condon y adaptada por el guionista George Axelrod. Cuentan que tuvo dificultades de estreno la película que narraba todo un complot internacional para eliminar a un presidente de EEUU porque coincidió con el asesinato de Kennedy. Sin embargo, otras fuentes cuentan que tuvo más que ver con un problema entre distribuidoras que se rifaban los intereses que provocaría la presencia de Frank Sinatra.

El mensajero del miedo no deja de ser un producto extraño y por ello atractivo que contó con una nueva versión en el año 2004 dirigida por Demme con Denzel Washington, Liv Schreiber y Meryl Streep como protagonistas.

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