Demonios en el jardín (1982) de Manuel Gutiérrez Aragón

Dice el proyeccionista del pueblo que las buenas películas son en blanco y negro. A Juanito le encanta la cabina de proyecciones.

Años 50. Entre el NO DO y la vida de posguerra, Silvana Mangano baila el bayon, por supuesto, en blanco y negro. Y el cine del pueblo se llena.

Todo empieza en una boda.

Una familia que se enriquece con el estraperlo y tiene la tienda de la localidad El jardín.

Dos hijos mimados. Falangistas.

Dos mujeres de armas tomar y ambas caen en las redes de un mismo hombre, el señorito inútil que se va de la casa tras discutir con el hermano mayor y parece que se convierte en el hombre de confianza de Franco y no hace más que pedir dinero.

Su hermano siempre quiere matarle y siempre le pide perdón. Son cosas de familia. Las envidias de siempre. Ahí está la madre para manejar los hilos cuando puede.

Pero quien maneja y maneja es el nieto, el ilegítimo, el niño enfermo pero que apunta maneras de hombre listo. Logra crear todo un mundo a su alrededor. Un mundo debajo de su cama. Y a su madre… que ni la toquen.

El niño consigue que su madre, su tía y su abuela se desvivan, se desvelen y cumplan sus deseos.

Él quiere conocer al padre al que cree poderoso.

Y su búsqueda se desinfla cuando descubre que su padre, el señorito, el que va dando tumbos y dejando noticias de que es un hombre grande, es el camarero del generalísimo.

Pasiones, secretos, rumores, amores…

Y una Ángela Molina de melena larga y ojos inyectados en sangre. Y por supuesto la voz rasgada. Siempre rebelde, siempre bella. Nunca sumisa.

Ana Belén cual figura de cine negro, no sólo sabe contar historias-películas, fumar cigarrillos, sino que con vestido negro empuña una pistola mejor que nadie.

Las enemigas se vuelven amigas. Al fin y al cabo el hombre de sus desvelos, es un galán de capa caída. Un inútil. Un Imanol Arias que empieza a despuntar.

De fondo, siempre un toro fiero.

Y una abuela que sabe de apariencias, de rumores y cotilleos. Y que maneja los hilos cuando puede. Ella es una Encarna Paso vestida de negro y moño. Mujer tremenda.

Al final fotografía familiar.

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Marlon ha muerto

No el actor.

Marlon, mi gato.

Le puse ese nombre por Marlon Brando porque la primera vez que le vi me pareció tan guapo que me vino a la cabeza enseguida el nombre del actor de Un tranvía llamado deseo o La ley del silencio.

A Marlon Brando, el actor, le encantaban los gatos.

Así que espero que acoja a mi gato Marlon y le cuide. Estoy casi segura de que se caerán bien. Se gustarán.

Con mi gato Marlon he vivido momentos bonitos. Me ha dado mucho y le estoy muy agradecida. Tengo recuerdos de casi nueve años de convivencia. Si tengo que definirlo diría que era un gato bueno. Y tenía una mirada…

Hoy he llorado bastante pero también me he reído cuando me han venido a la memoria miles de recuerdos.

Sé que sólo es un gato pero no lo puedo evitar.

Sentirme un poquito rara en casa porque al abrir la puerta no aparecerá enorme, gigante…, porque ya no se me subirá encima para que le acaricie y le de mimos. Porque ya no me pedirá comida.

Bueno, veíamos muchas películas juntos, con mi otra gata Sally (ya saben de Sally Bowles de Cabaret. Mi gata Sally, que es despierta, inteligente e imaginativa como la Bowles, ha sentido que algo extraño ha pasado y está apagadilla a mi lado) así que creo que habrá ido a mi Olimpo particular y ya está pidiendo comida a Marlon Brando o ya está cuidando de Carole Lombard o estará mirando con mirada fija y tímida a John Garfield.

Un beso a todos y en especial a Marlon.

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Jude Law en la marquesina del autobús…

Nevando y nevando esperaba yo un autobús y de pronto en la marquesina estaba él. En enorme fotografía en blanco y negro. La publicidad acude a menudo a los actores y a las actrices de Hollywood y ellos prestan su imagen. Yo a veces ni me acuerdo de lo que anuncian pero les veo en otra faceta. No crean, me he sentido a gusto mirando la foto de Law, qué guapo.

A veces, me viene a la cabeza la imagen de un Bill Murray, estrella apagada, que acude a Japón para realizar anuncios que es como si fuera el final de su carrera. ¿Lo recuerdan en Lost in traslation?

Sí, a veces, los anuncios aprovechan estrellas del pasado para alimentar la nostalgia. Como ejemplo me viene a la cabeza ese Bud Spencer que va pegando mamporros a diestro y siniestro a todo aquel que ve por la calle porque no puede sacar dinero de un cajero. Como en los viejos tiempos.

Otras veces la publicidad aprovecha incluso aquellos actores que ya son iconos y que, por supuesto, hace tiempo que nos dejaron. Marilyn Monroe, Steve Mcqueen incluso Bruce Lee se volvió de nuevo popular con ese anuncio donde decía frase encriptada que todo el mundo repitió:”Vacía tu mente. Líberate de las formas. Como el agua. Pon agua en una botella y será la botella (…) Sé agua, amigo”.

Los perfumes crean con actrices pequeñas películas, algunas de una calidad exquisita, la primera que me viene a la cabeza es Nicole Kidman en esa breve historia de actriz famosa cansada que huye a casa de un bohemio con cara de bello Rodrigo Santoro. Este año encantada cada vez que aparecía ese encuentro apasionado de Kate Winslet con un desconocido en un puente o viajando junto a Andre Tautou en su viaje hacia al amor.

Algunos directores se sacan de la manga anuncio de Freixenet con reminiscencias hitchckonianas… ¿recuerdan la mini historia de Scorsese? Ese concierto donde en un palco transcurre una misteriosa trama. Por cierto, Freixenet durante años contó con una galería de estrellas que nos felicitaban el año…

George Clooney es el rey tan pronto le vemos en anuncio cinematográfico de bebida alcohólica como anunciando una máquina para hacer café…, e incluso se acompaña de Malkovich en las puertas del cielo. Eso sí nunca pierde el sentido del humor.

Hay otras estrellas que son eternas…, así parece que por Andie McDowell no pasan los años anunciando siempre productos para mantener su belleza. O esa Jane Fonda que nunca envejece o mejor dicho que se conserva estupendamente.

O, de pronto, un actor dramático como Jonathan Rhys Meyers nos sorprende no sólo mostrando que no está nada mal sino que también sabe bailar y mover muy bien el esqueleto. ¿Y qué me dicen de los anuncios de Charlie Theron y Scarlett Johanson explotando totalmente su lado más sexy?

Como ven los actores y actrices de Hollywood no sólo viven de películas…, y aquí servidora…, suspirando por una fotografía en blanco y negro…, sin ver ni lo que anuncia ese Jude Law que te mira fijamente a los ojos.

¡¡Ahhh!!! Se me olvidaba, este matrimonio entre publicidad y estrellas lleva muchos años en funcionamiento.

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La conquista del oeste (How the west was won, 1962) de Henry Hathaway, John Ford, George Marshall

La conquista del Oeste fue un espectáculo especial absolutamente pensado para aprovechar las posibilidades técnicas de un nuevo sistema para hacer películas con una proyección especial en pantalla gigante a través de tres proyectores. Este sistema era el cinerama. Un adelanto técnico pensado para competir con el mayor rival del cine en los años 50 y 60, la televisión. Los estudios pensaban sistemas para atraer a los espectadores y que pasaran una tarde en el cine y no delante de la pantalla pequeña. Ahora se recupera esta película en una edición especial en DVD.

Así que con La conquista del Oeste no se escatimaron recursos, además de los avances técnicos, se aprovechó para llevar a pantalla una película épica y espectacular sobre el Oeste y su historia a través de generaciones de la familia Prescott. Largo metraje y toda una galería de estrellas al servicio de las imágenes más espectaculares además contaron con dos grandes directores y un buen artesano John Ford, Henry Hathaway y George Marshall  para narrar los diferentes segmentos de esta mega historia. También se escucha a un narrador de lujo que ofrecía su voz y unía los distintos segmentos, Spencer Tracy. Otro asunto que no descuidaron en absoluto fue la banda sonora a cargo de Alfred Newman, uno de los imprescindibles.

Como ven el adjetivo más empleado hasta ahora es espectacular. De eso se trataba. Y el western era el género apropiado para poder crear escenas que hicieran vibrar al público en sus butacas y pudieran sentir ‘el adelanto tecnológico’, la grandiosidad que ofrecía el cinerama en proyección en pantalla gigantesca. Así que La conquista del Oeste introduce todos los ingredientes imprescindibles del género: descenso peligroso por un río con rápidos trepidantes, caravana de colonos hacia California con emocionantes persecuciones de indios, grandiosa construcción del ferrocarril, estampida alucinante de bisontes, escenas de batalla de la guerra civil americana, asalto y persecución en un tren a toda mecha…

La conquista del Oeste también recrea todo tipo de personajes identificables en la mitología del género y también enlaza con presteza momentos emocionantes con momentos íntimos. No es una película original de este género ni aporta nada nuevo sino que bebe más bien de esta mitología creada para que sirva como fin de este adelanto técnico y para que el público disfrute a tope.

En esta recreación de la historia del Oeste, desde el punto de vista de los colonos y de la creación de una nación virgen, los directores se encargan de cinco segmentos diferentes que estructuran la película. Destacaría que cuenta una historia épica pero muestra la dura vida de aquellos que conquistaron, hombres y mujeres, fuertes que sobrevivían a los cambios; la muerte era un compañero de viaje habitual. También señalar que a pesar de que los indios aparecen como colectivo y como meros secundarios, sí se muestra que fueron los colonos, la construcción de trenes, los nuevos asentamientos los que fueron arrebatando tierras e historia a los pueblos indios. Y que aunque hubo intentos de acercamiento y momentos de paz, el hombre blanco arrasó. También destaca cómo habla de la guerra civil, que no fue el momento de gloria que muchos esperaban, sino una triste, cruel y dura guerra entre el Norte y el Sur. Estos segmentos son Los ríos, Las llanuras, La guerra civil, El ferrocarril y Los forajidos. Henry Hathaway se ocupó de dar vitalidad y garra a Los ríos, Las llanuras y Los forajidos. Un John Ford inspirado muestra el horror y la poca heroicidad y gloria que supone una guerra en La guerra civil, y George Marshall dirigió El ferrocarril con la impresionante estampida de bisontes.

Todos estos segmentos siguen las andanzas de la familia Prescott centrándose en los destinos de dos de las hijas del matrimonio formado por Zebulon (Karl Malden) y Rebeca (Agnes Moorehead). Son unos cincuenta años de historia. Las hijas después de quedarse huérfanas toman rumbos distintos: Eve (Carroll Baker) se queda asentada en las tierras donde murieron sus padres y une su destino con un cazador, un fuera de ley, que deja su vida itinerante por ella. Ambos sacan adelante una granja y la vida es dura. Él es Linus (James Stewart), un hombre aventurero que decide asentarse por amor, posteriormente sabemos que el antiguo aventurero tiene que luchar en la Guerra Civil.

La otra hermana, Lilith (Debbie Reynolds) no puede quedarse quieta y se convierte en una exitosa chica de Saloon que va de un espectáculo a otro. Ahí conoce a un jugador de póquer, un hombre atractivo que siempre tiene una apuesta a punto (Gregory Peck). Sus vidas se unen para siempre cuando emprenden un viaje hacia California. Ella para heredar una mina de oro…, y él para ver que puede sacar de provecho… Pero el amor llama a ambas puertas.

Eve y Linus tienen dos hijos, uno de ellos, será como su padre no puede estar quieto en un sitio concreto. Se llama Zeb (George Peppar) y no sólo vive el horror de la guerra civil sino que después como miembro del séptimo de caballería vive la dificultad para mantener la paz entre el hombre blanco que arrasa las tierras con los trenes y las nuevas ciudades y los indios que ven cómo van perdiendo terrenos y cotos de caza. Sus andanzas ante la desilusión que vive por no poder mantener la paz le llevan a convertirse en Sheriff de esas nuevas ciudades que nacen sin ley alguna. Estas poblaciones sufren las luchas entre los ganaderos y los agricultores, y también los fuera de ley que roban y matan para conseguir sus objetivos. Zeb tiene difícil encontrar la tranquilidad para su familia. Finalmente, unirá su destino a una viuda y fuerte tía Lilita que posee un rancho al que hay que sacar adelante. Y ella, por supuesto, cuenta con Zeb…

El reparto combina apariciones de grandes actores habituales en películas del Oeste como James Stewart, Gregory Peck, un John Wayne grande o un Henry Fonda en papel agradecido como un hombre fuera de ley, solitario y cazador, que vive en las montañas y se entiende con los indios, antiuo conocido de Linus y consejero de Zeb. Con secundarios de Oro como Walter Brennan, Lee J. Cobb, Richard Widmark, Robert Preston, Thelma Ritter, Andy Devine o Raymond Massey. Y con jóvenes promesas que en aquellos momentos eran un reclamo para un público ávido todavía de nuevas caras: la rubia que se quedó en promesa Carroll Baker, el joven George Peppard que empezó con fuerza en la gran pantalla y se desinfló al poco tiempo con la caída de los estudios, Debbie Reynolds reina del musical se enfrenta a papel serio de vital chica de Saloon y no decepciona o un secundario Russ Tamblyn en alza desde West Side Story que deja la danza a un lado para enfrentarse a un rol dramático, breve pero intenso.

Preparense en su sillón…, no conseguiremos el efecto de proyección en pantalla gigante, pero entenderemos su espectacularidad. Una historia entretenida aunque no redonda y la oportunidad de ver todo un elenco de estrellas. Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons 

Jean Arthur

Rubia, de voz profunda, cara agradable. Jean Arthur, a pesar de sus famosas inseguridades y miedos escénicos, era capaz de convertirse en actriz versátil. Fue reina de las screwball comedies de Frank Capra…, y de muchos otros.

Hay una hermosa coincidencia en su carrera que tiene que ver con el western. La lanzó en el cine mudo John Ford, el futuro director de películas del Oeste, en Sota, caballo y rey (1923). Al no encontrar papeles atractivos en pantalla siguió su carrera en Broadway. Ya en el sonoro de nuevo Ford la hizo destacar en una de sus escasas comedias alejadas del Oeste, se trataba de Pasaporte a la fama (1935) donde la rubia trabaja junto a Edward G. Robinson y ya muestra sus dotes para ser una mujer divertida, irónica y moderna. Su siguiente éxito será en un western espectáculo a lo Cecil B. de Mille que la empareja con el hermoso Gary Cooper en Buffalo Bill…, ella por supuesto, es Calamity Jane. De nuevo visitará este género en los cuarenta junto a William Holden en la olvidada Arizona…, y la actriz de comedia, cierra su carrera  en 1953 con una película del Oeste mítica, dirigida por uno de sus directores fetiche, George Stevens, la famosísima Raices profundas, su papel popularmente más recordado. En 1923 abre su carrera con Ford, treinta años más tarde abandona el cine con una buena película del Oeste.

Sin embargo, entre medias Jean Arthur fue una actriz popular, una estrella de la comedia. Y su año fue sin duda 1936 cuando trabaja por primera vez con Frank Capra que exprime toda la comicidad de Arthur como periodista que engatusa a un inocente y bello Gary Cooper, recien heredero millonario que le sobra mucho pero que mucho corazón. La Arthur, mujer dura y sabia de la vida, después de manipularle un poco, se enamora de su inocencia y admira su filosofía de vida…, le coge de la mano y le guía a sobrevivir en la gran ciudad. La comedia se tituló El secreto de vivir.

La screwball comedy es su género y al año siguiente Mitchell Leisen la convierte en protagonista de Una chica afortunada. De nuevo comedia de enredo tremendamente divertida donde Arthur, una chica trabajadora y humilde y con un punto de locura, entra en contacto, por casualidades de la vida, con un famoso banquero…, y también más tarde con su hijo. La Arthur genial en todas las situaciones absurdas de la trama. Curiosamente, ese mismo año protagoniza película de romanticismo extremo junto a Charles Boyer que se encuentran en un barco en Cena de medianoche de Frank Borzage (película que tengo ganas de ver).

Los dos años siguientes trabaja bajo las órdenes de Capra en dos comedias absolutamente geniales: Vive como quieras donde Arthur es miembro de una familia alocada que vive como quiere, una preciosa filosofía de vida y Caballero sin espada donde se convierte en la secretaria cínica del inocente senador. En ambas su pareja fue James Stewart, que especialmente en la segunda está grande en su interpretación.

El gran realizador Howard Hawks toma a Arthur como una de las protagonistas femeninas del drama Sólo los ángeles tienen alas, película mítica de un grupo de pilotos que arriesgan cada día sus vidas. Y en este mismo año 1939 también fue una de las aspirantes al papel del siglo, el de Scarlett O’Hara para Lo que el viento se llevó.

En el año 1942 comienza su colaboración con el director George Stevens que dirigió a la  actriz en otras dos notables comedias, pero bastante olvidadas, El asunto del día y El amor llamó dos veces. Por la segunda logró su única nominación a los Oscar.

Jean Arthur ya iba espaciando cada vez más sus apariciones cinematográficas y dedicando su vida a otros asuntos (se dedicó, sobre todo, al teatro, a la televisión y se convirtió en profesora de interpretación), sin embargo, tuvo tiempo de aparecer en una genial comedia de Wilder en 1948, y bastante olvidada, Berlín-Occidente en la cual Arthur vuelve a ser una mujer divertida, una americana de ‘principios’ pero con corazón de oro que choca con una electrizante Marlene Dietrich. Una película que se situaba en un Berlín destruido y derrotado.

Y como dije al principio se despidió de la profesión con Raíces profundas. Como mujer granjera que cuida de su familia, de su tierra y de su casa…, un día llega Shane, y la vida cambia para todos.

Siempre quedará la melena rubia (que se tiñió de este color al principio de su carrera cinematográfica) y su voz profunda. Siempre quedará una Jean Arthur capaz de reírse de la vida y vivirla intensamente en sus comedias.

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Margarita Cansino y Norma Jean, metamorfosis de estrellas y tristes casualidades

Me estoy volviendo a leer Si aquello fue felicidad… que recorre la vida, no muy afortunada, de una de las sex symbols de los cuarenta, Rita Hayworth que antes fue Margarita Cansino.

Margarita Cansino se metamorfeó en Rita en un cambio de imagen y modales increíble. Nada tienen que ver esas fotografías de una jovencita que danza bailes españoles de larga y abundante cabellera morena con frente pequeña por la cantidad de pelo que posee.

Y me viene a la cabeza las imágenes de Norma Jean, jovencilla saludable y rellenita que se transformó en la venus rubia más deseada y sexy, Marilyn Monroe.

Ambas actrices no llamaban la atención antes de convertirse en las estrellas que fueron. Eran chicas jóvenes con la belleza de esos años…, sin embargo, ambas tenían una cualidad única: el objetivo de la cámara las adoraba y con unos cuantos cambios estéticos el idilio con la cámara era sorprendente. Se transformaban en todos los sentidos.

Y ambas fueron primero una creación publicitaria…, las lanzaron antes de demostrar que además tenían cualidades como actrices. Ambas fueron consideradas ‘propiedad’ absoluta de grandes estudios (una Columbia, otra la Fox) y vivieron relaciones laborales tormentosas.

Cuando la cámara dejaba de mirarlas, ellas volvían a ser las chicas tímidas y frágiles. En la pantalla eran divas, mujeres inalcanzables, de una hermosura especial. En la vida diaria eran mujeres con el alma partida en pedazos, frágiles.

De Rita se enamoró el niño terrible Orson Welles y de él es la frase Si aquello fue felicidad…, refiriéndose que si los años más felices de la artista fueron los que pasó a su lado… ¡¡¡cómo serían los peores!!! La estrella siempre se quejaba de que los hombres creían que se acostaban con Gilda pero se levantaban con ella. Welles no trajo la estabilidad y la calma. También Welles quizá sólo se enamoró de la diosa de la pantalla y cuando se enfrentó a la mujer frágil, de carne y hueso, no supo relacionarse con ella. Algo similar le ocurrió a la Monroe, que también unió su vida al intelectual Arthur Miller, que también quedó cautivado por la imagen y la divinidad de la estrella pero no tampoco supo enfrentarse a la realidad, una Norma Jean frágil.

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Diccionario cinematográfico (120)

Sensualidad: pero la sensualidad que tiene que ver con las sensaciones de los sentidos y relativo sobre todo al deseo sexual. El séptimo arte durante años tuvo vedada la sexualidad explícita, así que los guionistas, directores, actores y actrices, directores de fotografía se volvieron expertos en el arte de la sensualidad dejándonos momentos de alto nivel erótico. Aún hoy es más fuerte el impacto de una escena sensual que una sexual.

Y toda esta reflexión vino a partir de una escena de La edad de la inocencia donde Archer quita un guante a la condesa Ellen…, que parece totalmente que la está desnudando dentro de un carruaje y es fuerte la sensualidad que despierta en el espectador.

Seguimos con el juego de los guantes y no vamos a irnos a Rita y su guante negro en Gilda que ya todos lo recordamos, sino que vamos a visitar a Marlon Brando y Eva Marie Saint en La ley del silencio…, cuando Brando juguetea con uno de los guantes de ella. Y Eva trata de quitárselo. Toda la escena cuenta con una sensualidad latente de gran atracción entre dos personas que empiezan a conocerse.

Hace un año vi uno de esos melodramas de Bette Davis y me pareció el colmo de la sensualidad cada vez que Paul Henreid (sí, el marido de Ingrid Bergman en Casablanca) encendía dos cigarros uno para él y otro para su pareja en La extraña pasajera.

Vuelvo al cine de época y nunca podré olvidar las escenas entre Holly Hunter y Harvey Keitel con piano de fondo, miradas, caricias y silencios en El piano.

Un rey de la sensualidad latente era un joven Gary Cooper, bellísimo, que nos regala miradas impagables junto a Marlene Dietrich en Marruecos o escenas entre oníricas y poéticas del joven Cooper con Helen Hayes en esa versión de Adios a las armas.

Nadie más alejado de la sensualidad que John Wayne y, sin embargo, lo es junto a Gail Russell en esa pequeña gozada de western intimista que es El ángel y el pistolero.

Si alguien sabía de sensualidad era ni más ni menos que el maestro del suspense que creó alguna de las escenas más sensuales de la historia del cine. Baste recordar Encadenados y ese beso interrumpido una y otra vez o sólo volver a rescatar alguna de las miradas entre Grant y Bergman. Basta pasearse por La ventana indiscreta y recordar ese beso ralentizado y en primer plano de una Grace Kelly elegantísima a un Stewart convaleciente.

Y siguiendo por caminos de romanticismo y sensualidades no puedo dejar de nombrar a la Straisand y Redford en Tal como éramos y en esa escena en la que el joven y bello pijo ata los cordones de un zapato de la joven progresista y revolucionaria. Miren el juego de manos y miradas de ambos…

Ya lo he recordado en uno de los momentos inolvidables: Redford lavando el pelo a una Streep-Blixen en Memorias de África o la misma Streep bañándose en una gran bañera mientras le caen las gotas de la ducha y ella sólo piensa que minutos antes ha estado ahí duchándose el hombre amado con cara de Eastwood en Los puentes de Madison.

El cine negro también ha regalado sensualidad a raudales como la que surge entre Bogart y Bacall, y no es un tópico, sólo hay que verles juntos en Tener y no tener, y esos silbidos y esos cigarros que se encienden, y esas miradas e ironías, que se repiten en El sueño eterno.

O ese homenaje al cine negro rebelde y rupturista que ofrece Jean Luc Godard en Al final de la escapada…, ¿hay más sensualidad posible entre Belmondo y Serbeg en la escena del dormitorio?

¿Y el melodrama puro y duro a lo Kazan en Esplendor en la hierba? No es cada escena de Natalie Wood junto a Beatty un tributo a la sensualidad, al erotismo (nunca mejor dicho) contenido.

Y es que la sensualidad da para muchas entradas como ésta…, porque ahora, son tantas las escenas que se agolpan en mi mente que veo que el texto puede ser interminable e inabarcable. Así que os dejo con un último recuerdo. Una mirada de un adolescente que mira por un agujero en un viejo baño para ver bailar a la adolescente amada Amapola y la ve mientras se cambia de ropa. O esos mismo adolescentes, mirándose, ella leyéndole e interpretando a su modo el Cantar de los Cantares…

Son todas escenas que ya nos han visitado múltiples veces en el blog…, pero es nombrar la palabra sensualidad y vuelven a mi memoria. Recobran vida.

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Una frase de Mundos privados (1935) de Gregory La Cava

A Gregory La Cava le tengo en mi panteón particular porque es el autor de una de mis comedias favoritas por alocada: Al servicio de las damas. Así que siempre que puedo descubrir alguna otra obra del director me alegro y, por supuesto, me engancho a la pantalla.

Esta vez me ha sorprendido con un melodrama que transcurre en un centro de salud mental. Ahí en los años 30 ya hay doctores que abogan por un centro de salud mental más humano, más abierto, unos doctores que saben que todos los seres humanos somos vulnerables y que todos podemos rompernos en un momento dado.

Con un reparto espectacular tenemos a una doctora competente y que ama su trabajo con los enfermos de salud mental con cara de Claudette Colbert; a su mejor amigo, compañero de trabajo y también doctor, Joel McCrea (siempre tan atractivo); a la esposa de su amigo y mejor amiga, una mujer delicada y vulnerable con el rostro de una todavía rubia Joan Bennett…, siguiendo los pasos de su hermana Constance; un doctor jefe no muy bien recibido, extranjero y con acento atractivo, que va descubriéndose como ser humano con fortalezas y debilidades, un interesante Charles Boyer, y por último, la hermana de éste, mujer frivola y fatal que todo lo remueve, con cara de Helen Vinson. Y todos presentan una red de relaciones, de seres humanos que conviven con sus miedos y debilidades, con sus fortalezas y sentimientos. Sí, curioso melodrama.

Y me quedo con una frase que dice un sabio doctor del hospital psiquiátrico. Se lo dice a su colega Claudette Colbert que le pregunta: “¿por qué van tan unidos el amor y el odio?”. El doctor la mira con cariño absoluto y sonríe: “puede que odiemos a quienes amamos porque son los únicos que tienen el poder de herirnos”.

Tiene miga la frase, ¿verdad?

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Avatar

Si miramos en la red el significado de la palabra avatar —fue lo primero que me llamó la atención— nos encontramos con infinitos significados. En wikipedia nos informan de que “en Internet y otras tecnologías de comunicación modernas, se denomina avatar a una representación gráfica, generalmente humana, que se asocia a un usuario para su identificación. Los avatares pueden ser fotografías o dibujos artísticos, y algunas tecnologías permiten el uso de representaciones tridimensionales”. Si nos vamos a nuestra querida RAE nos encontramos con que “(Del fr. avatar, y este del sánscr. avatâra, descenso o encarnación de un dios).

1. m. Fase, cambio, vicisitud. U. m. en pl.

2. m. En la religión hindú, encarnación terrestre de alguna deidad, en especial Visnú.

3. m. Reencarnación, transformación”.

Y es que Avatar de James Cameron recoge todos los significados de esta palabra. Los actores y escenarios virtuales ya son un hecho. Avatar supone una evolución de las nuevas tecnologías en el séptimo arte. Una evolución donde ya es posible combinar la actuación de actores de carne y hueso con otros virtuales y creérnoslo a pies juntillas. Hay una escena en la película donde una actriz virtual, una Navi, se encuentra con un actor de carne y hueso e interactúan. Y se nos olvida totalmente que uno de los actores es ‘virtual’, generado por ordenador (aunque hay que reconocer que para que esto sea posible es fundamental la existencia de un actor real que ‘done’ sus rasgos y movimientos minúsculos…, pero vamos que yo de técnica ya sabéis que lo que puedo aportar es mínimo, soy todo lo contrario a una experta, pero intento comprender… Para todos aquellos que queréis indagar en este mundo ya sabéis que podéis acudir, entre otros sitios, a cine.com —donde tengo ubicado mi blog— al blog de todo un experto en la materia, Jordi Alonso).

La RAE nos habla de un origen religioso de la palabra, ‘la encarnación terrestre de alguna deidad’…, sólo hay que fijarse un poco en el argumento. Ese marine con una discapacidad física, en silla de ruedas, que gracias a la tecnología científica toma posesión de un cuerpo biológico controlado de forma remota, un avatar, y de pronto sentir que ya no sufre esa discapacidad sino que puede de nuevo andar, correr…, y así este hombre llega a Pandora, una paraíso natural, y conoce a los Navi y su conexión con la naturaleza. Él forma parte de ‘esos hombres del cielo’ que no todos vienen con buenas intenciones. Sin embargo, él se convierte en una especie de elegido, viene del más allá pero se empapa de la ideología y formas de vida del pueblo Navi que le acoge y se transforma en un líder. Avatar es también reencarnación y transformación. Y eso es lo que vive sobre todo el personaje del marine discapacitado físico (Sam Worthington), una transformación primero física y posteriormente espiritual.

James Cameron tira la casa por la ventana con las nuevas tecnologías y se saca de la manga todo un mundo nuevo, Pandora, y lo crea con todo lujo de detalles tanto en apariencia y paisajes como en habitantes y criaturas que lo habitan. Después está su proyección en salas de cine de 3D donde todos los espectadores lucen felices sus gafas psicotrónicas para vivir y sentir un espectáculo. Porque eso supone el 3D, más espectáculo y entretenimiento. Y así lo he vivido yo como todo un espectáculo visual en el que hundirme y sentir. En lo que no se ha arriesgado el equipo de Avatar, que encabeza Cameron, ha sido en el contenido y en la estructura del guión ahí se ha optado por lo seguro, por la formula que funciona. Y, claro que funciona.

Avatar se ha ido al cine épico, de aventuras, al cine de indios y vaqueros con fondo ecológico. A personajes estereotipados, pero bien hechos, a la fantasía y situaciones de narraciones fantásticas. Ahí no nos sorprende pero tampoco aburre. Pensemos en películas como Bailando con lobos, Pequeño gran hombre o más atrás en el tiempo a Flecha rota… ¿a qué les suena el argumento?

Respecto a los aspectos de ciencia ficción volemos a aquellos replicantes de Blade Runner (¿no se crean mundo también fantásticos a base de maquetas o escenografías?) o a ese traspaso de mundos ‘reales’ y ‘ficticios’ a tiempos ‘pasados’ y ‘presentes’ y pensemos en estéticas, viajemos a Matrix o 12 monos, ¿no les sigue sonando todo?

Extranjero acogido, historia de amor incluida con mujer de población que le acoge, hermano guerrero que desconfía del extranjero pero que finalmente ambos se admiran como guerreros, invasores malos malísimos que les importa un bledo cultura y naturaleza que sólo quieren lo que pueden extraer de ese mundo aunque sea sembrando violencia y muerte, dentro de los invasores grupo de rebeldes (en este caso todos científicos y algún que otro militar) bueno buenísimos que se ponen de parte de la comunidad que acoge y como no pueden mediar luchan a su lado convirtiéndose en héroes y poseedores de estrategias que tratan de salvar a todo un pueblo que cuenta con valentía y sentimientos equilibrados con el entorno en el que viven (¿también huele a La misión?) y con técnicas de lucha.

Cameron claro está se va a la épica, a la lucha, a la guerra, a la violencia que mueve al hombre a la destrucción, a su afán de conquista irracional por obtener en este caso un mineral, llama la atención a la poca atención del ser humano a los entornos en este caso Pandora y a cómo aplasta a todo un pueblo si con ello obtiene beneficios económicos. Pero ese pueblo, el que habita en Pandora, responde y lucha. Y ahí viene la música celestial, los cánticos, las escenas heroicas a ser posible a cámara lenta…, y el espectador se muerde las uñas y se mete en la épica. Nada en el contenido es original pero lo que hay no deja de funcionar (aunque quizá con tanto presupuesto también hubiera estado bien una innovación en la forma de contar la historia, en el tipo de personajes…).

El director da un papel a su heroína particular, a una Sigourney Weaver tan guerrera como la teniente Ripley y tan comprometida y científica como en Gorilas en la niebla. ¡¡¡Y con una actitud incorrecta políticamente ahora en EEUU…, nuestra científica particular fuma como un carretero…!!! Ironías aparte, la Weaver ahí está en su papel de tía dura e inteligente que se convierte en la mejor cómplice del marine que se transforma. Ese marine que se transforma porque se empapa de ese pueblo o comunidad enemiga y descubre la conexión con otros seres y con un mundo natural y aprende a mirar, a comprender, a respetar…, de esa comunidad que le permite la oportunidad de recuperar sus piernas, de sentirse completo. Y cuando los seres humanos, ‘los seres del cielo’, destruyen el entorno natural, él sufre también la pérdida de un mundo equilibrado.

Así que si quieren espectáculo, entender qué es un ‘mundo virtual’ (¡¡¡oye, mira que son atractivos y bellos los Navi!!!) y qué significa evolucionar en nuevas tecnologías (es decir, ir algo más allá de Parque Jurásico, El señor de los anillos o la segunda trilogía de La guerra de las galaxias…), si quieren épica, dramatismo, amor, visitar otros mundos distintos y disfrutar de fauna y flora diferente, sentirse dentro de la pantalla, lucir unas gafas futuristas, adentrarse en un mundo de fantasía, emocionarse, vivir un espectáculo a lo teatro barroco lleno de sorpresas…, en fin, su película es Avatar.

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La edad de la inocencia (The age of innocence, 1993) de Martin Scorsese

Sí, Martin Scorsese es una de mis debilidades. Y La edad de la inocencia es un puro melodrama (adaptación de la novela del mismo nombre de la escritora norteamericana Edith Wharton) con toda una gama de detalles que hacen que la película gane nuevas miradas en cada visionado.

Esta película que Scorsese dedica a su padre no es sólo elegancia y belleza visual, sino que esconde una historia potente y un triángulo amoroso rico, muy rico, en matices.

Scorsese se queda por supuesto en su amado Nueva York pero se va a finales del siglo XIX —en concreto la historia parte a principios de la década de 1870—. El director plantea una violencia sutil, la violencia que provoca la doble moral, la fuerza de las apariencias, de las tradiciones ‘intocables’, el daño de los rumores y chismorreos, la jaula que crea unas relaciones sociales cerradas y duras…, una violencia tan sutil que siega la libertad del individuo, que corta la posibilidad de vivir un amor con pasión y el cumplimiento de un sueño de una vida más liberal y rebelde sin atarse a convenciones sociales que adormecen…, y matan en vida.

Scorsese para contarnos su historia, de manera absolutamente exquisita, cuida hasta la obsesión distintos aspectos de ambientación, época y documentación histórica. Se podría ver varias veces la película tan sólo analizando alguno de los aspectos que el director desarrolla: la presentación e importancia de las comidas y cenas, el cuidado en la decoración de las distintas casas donde se desarrolla la trama, la importancia como lugar de encuentro y de apariencias de sitios como la ópera, el teatro o el salón de baile, la banda sonora empleada con sumo cuidado (de Leonard Bernstein y con buenas piezas de música clásica), el vestuario de cada uno de los personajes…

Martin Scorsese analiza una historia de amor destinada a convertirse en imposible por las convenciones sociales de las clases altas neoyorquinas que conforman un mundo cerrado por unas normas férreas. El director casi lo plantea como un estudio antropológico del comportamiento humano por eso la película emplea una muy bien empleada voz en off —para la que esto suscribe, que normalmente le molesta este recurso mal empleado, sobre todo cuando tienes la sensación de que sobra totalmente— que va informando de las relaciones sociales y su funcionamiento en esa comunidad que el director presenta. La voz en off original, con un tono totalmente adecuado, te arrastra e introduce más en la historia y en la psicología de cada uno de los protagonistas y personajes secundarios. Esa voz corresponde a la actriz Joanne Woodward y logra que la escuches, logra ese arte difícil que es contar bien.

Los tres personajes principales urden su triángulo con un abanico de miradas, contenciones, silencios, diálogos con doble significado…, porque La edad de la inocencia cuenta dos historias la que vemos en la superficie y la que está en el fondo, la que se calla… Por un lado, Newland Archer (Daniel Day Lewis) atrapado entre cómo debe comportarse y cómo quiere comportarse y su amor imposible la condesa Ellen Olenska (Michelle Pfeiffer), una mujer sin doble cara, sin careta, de costumbres libres y sin prejuicios que trata sólo de ser una mujer feliz y libre; y por otro, el personaje más complejo y por ello magnífico, la joven prometida de Archer, May (Wynona Ryder), que es prima de la condesa; una joven que se comporta tal y como la han educado en un mundo de relaciones sociales que conoce perfectamente y que bajo un halo de inocencia urde todo un plan de manipulación, sin perder nunca las formas, para conseguir la vida que quiere y desa y quitarse de un plumazo, con elegancia y sonrisa angelical, a su rival.

Así los tres actores protagonistas se empapan de sus personajes dando muestras de lo que es un amor imposible condenado a ser ideal y cómo el personaje más inocente es el que se sale con la suya atrapando a Archer y a Ellen en unas redes indestructibles y cambiando el rumbo de sus historias.

Scorsese logra también, por otra parte, a lo largo de toda la película plasmar imágenes bellísimas que muestran la sensualidad y el amor nunca consumado entre Archer y Ellen. Archer quitando un guante, desnudando, a Ellen en un coche de caballos. Archer soñando que los brazos de Ellen le rodean el cuello. Archer deseando que una Ellen que mira el mar se de la vuelta para él así correr a su encuentro…

Y hasta el final vemos a Archer, envejecido, y muerto en vida como él sabe que es, resignado a no darse una segunda oportunidad. Los planes de May han funcionado incluso después de su muerte. Archer se resigna a ese amor imposible y sucumbe al ‘debo ser’, sonríe al hijo, y le dice que sólo diga a Ellen que es un hombre anticuado.

La edad de la inocencia no sólo plantea un buen melodrama sino que es una orgía de imágenes bellas e intimistas. De rostros y miradas. De unas manos modeladas, de una sombrilla exquisita, de una dama que practica tiro al arco, de un baile que no acaba…, de un amor que nunca se consuma porque se encuentra atrapado en unas rígidas costumbres sociales que priman el buen nombre de las familias y la decencia mal entendida antes que un amor real y pasional. Al fondo, Archer y Ellen sólo pueden mirarse e imaginar que se aman, siempre en secreto.

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