A Gregory La Cava le tengo en mi panteón particular porque es el autor de una de mis comedias favoritas por alocada: Al servicio de las damas. Así que siempre que puedo descubrir alguna otra obra del director me alegro y, por supuesto, me engancho a la pantalla.
Esta vez me ha sorprendido con un melodrama que transcurre en un centro de salud mental. Ahí en los años 30 ya hay doctores que abogan por un centro de salud mental más humano, más abierto, unos doctores que saben que todos los seres humanos somos vulnerables y que todos podemos rompernos en un momento dado.
Con un reparto espectacular tenemos a una doctora competente y que ama su trabajo con los enfermos de salud mental con cara de Claudette Colbert; a su mejor amigo, compañero de trabajo y también doctor, Joel McCrea (siempre tan atractivo); a la esposa de su amigo y mejor amiga, una mujer delicada y vulnerable con el rostro de una todavía rubia Joan Bennett…, siguiendo los pasos de su hermana Constance; un doctor jefe no muy bien recibido, extranjero y con acento atractivo, que va descubriéndose como ser humano con fortalezas y debilidades, un interesante Charles Boyer, y por último, la hermana de éste, mujer frivola y fatal que todo lo remueve, con cara de Helen Vinson. Y todos presentan una red de relaciones, de seres humanos que conviven con sus miedos y debilidades, con sus fortalezas y sentimientos. Sí, curioso melodrama.
Y me quedo con una frase que dice un sabio doctor del hospital psiquiátrico. Se lo dice a su colega Claudette Colbert que le pregunta: “¿por qué van tan unidos el amor y el odio?”. El doctor la mira con cariño absoluto y sonríe: “puede que odiemos a quienes amamos porque son los únicos que tienen el poder de herirnos”.
Tiene miga la frase, ¿verdad?
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