Sí, Martin Scorsese es una de mis debilidades. Y La edad de la inocencia es un puro melodrama (adaptación de la novela del mismo nombre de la escritora norteamericana Edith Wharton) con toda una gama de detalles que hacen que la película gane nuevas miradas en cada visionado.
Esta película que Scorsese dedica a su padre no es sólo elegancia y belleza visual, sino que esconde una historia potente y un triángulo amoroso rico, muy rico, en matices.
Scorsese se queda por supuesto en su amado Nueva York pero se va a finales del siglo XIX —en concreto la historia parte a principios de la década de 1870—. El director plantea una violencia sutil, la violencia que provoca la doble moral, la fuerza de las apariencias, de las tradiciones ‘intocables’, el daño de los rumores y chismorreos, la jaula que crea unas relaciones sociales cerradas y duras…, una violencia tan sutil que siega la libertad del individuo, que corta la posibilidad de vivir un amor con pasión y el cumplimiento de un sueño de una vida más liberal y rebelde sin atarse a convenciones sociales que adormecen…, y matan en vida.
Scorsese para contarnos su historia, de manera absolutamente exquisita, cuida hasta la obsesión distintos aspectos de ambientación, época y documentación histórica. Se podría ver varias veces la película tan sólo analizando alguno de los aspectos que el director desarrolla: la presentación e importancia de las comidas y cenas, el cuidado en la decoración de las distintas casas donde se desarrolla la trama, la importancia como lugar de encuentro y de apariencias de sitios como la ópera, el teatro o el salón de baile, la banda sonora empleada con sumo cuidado (de Leonard Bernstein y con buenas piezas de música clásica), el vestuario de cada uno de los personajes…
Martin Scorsese analiza una historia de amor destinada a convertirse en imposible por las convenciones sociales de las clases altas neoyorquinas que conforman un mundo cerrado por unas normas férreas. El director casi lo plantea como un estudio antropológico del comportamiento humano por eso la película emplea una muy bien empleada voz en off —para la que esto suscribe, que normalmente le molesta este recurso mal empleado, sobre todo cuando tienes la sensación de que sobra totalmente— que va informando de las relaciones sociales y su funcionamiento en esa comunidad que el director presenta. La voz en off original, con un tono totalmente adecuado, te arrastra e introduce más en la historia y en la psicología de cada uno de los protagonistas y personajes secundarios. Esa voz corresponde a la actriz Joanne Woodward y logra que la escuches, logra ese arte difícil que es contar bien.
Los tres personajes principales urden su triángulo con un abanico de miradas, contenciones, silencios, diálogos con doble significado…, porque La edad de la inocencia cuenta dos historias la que vemos en la superficie y la que está en el fondo, la que se calla… Por un lado, Newland Archer (Daniel Day Lewis) atrapado entre cómo debe comportarse y cómo quiere comportarse y su amor imposible la condesa Ellen Olenska (Michelle Pfeiffer), una mujer sin doble cara, sin careta, de costumbres libres y sin prejuicios que trata sólo de ser una mujer feliz y libre; y por otro, el personaje más complejo y por ello magnífico, la joven prometida de Archer, May (Wynona Ryder), que es prima de la condesa; una joven que se comporta tal y como la han educado en un mundo de relaciones sociales que conoce perfectamente y que bajo un halo de inocencia urde todo un plan de manipulación, sin perder nunca las formas, para conseguir la vida que quiere y desa y quitarse de un plumazo, con elegancia y sonrisa angelical, a su rival.
Así los tres actores protagonistas se empapan de sus personajes dando muestras de lo que es un amor imposible condenado a ser ideal y cómo el personaje más inocente es el que se sale con la suya atrapando a Archer y a Ellen en unas redes indestructibles y cambiando el rumbo de sus historias.
Scorsese logra también, por otra parte, a lo largo de toda la película plasmar imágenes bellísimas que muestran la sensualidad y el amor nunca consumado entre Archer y Ellen. Archer quitando un guante, desnudando, a Ellen en un coche de caballos. Archer soñando que los brazos de Ellen le rodean el cuello. Archer deseando que una Ellen que mira el mar se de la vuelta para él así correr a su encuentro…
Y hasta el final vemos a Archer, envejecido, y muerto en vida como él sabe que es, resignado a no darse una segunda oportunidad. Los planes de May han funcionado incluso después de su muerte. Archer se resigna a ese amor imposible y sucumbe al ‘debo ser’, sonríe al hijo, y le dice que sólo diga a Ellen que es un hombre anticuado.
La edad de la inocencia no sólo plantea un buen melodrama sino que es una orgía de imágenes bellas e intimistas. De rostros y miradas. De unas manos modeladas, de una sombrilla exquisita, de una dama que practica tiro al arco, de un baile que no acaba…, de un amor que nunca se consuma porque se encuentra atrapado en unas rígidas costumbres sociales que priman el buen nombre de las familias y la decencia mal entendida antes que un amor real y pasional. Al fondo, Archer y Ellen sólo pueden mirarse e imaginar que se aman, siempre en secreto.
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