Parentesis cinéfilo de fin de semana

Mis queridos compañeros en unas horas me voy de fin de semana así que no podré escribir durante dos días en mi adorado blog.

Me voy, de nuevo, a aislarme en las montañas. A desconectar y a respirar aire puro.

Veré si tengo tiempo de terminar una de las novelas que estoy leyendo a la vez. Se trata de El paciente inglés que me está sorprendiendo gratamente y os lo contaré pronto en un post.

Me voy a un sitio que no viene marcado en los mapas con Almásy, Hana, Caravaggio (maravilloso) y el personaje revelación de la novela (no así de la película), el joven sij, Kip.

Catherine Deneuve

Una de las damas del cine francés, con rostro frío y bello como una máscara, distante como una diva, casi inimaginable como una musa, así vaga Catherine Deneuve por la sala oscura, por la pantalla blanca. De cutis de porcelana y melena rubia. Sólo con los años, quizá, ha concedido papeles más humanos. 

Una de las actrices europeas más prometedoras de los años sesenta fue construyendo una carrera larga llena de rarezas e irregularidades. Sin embargo, la Deneuve fue y es musa de grandes directores. Y alguna de sus intervenciones le ha dejado un hueco en el Olimpo del cine. Su rostro ya más ajado sigue siendo hermoso como una máscara que nunca se rompe en pedazos. Uno de sus últimos trabajos no necesitó de su rostro y sí de su voz. Fue la madre de Marjané en Persépolis (2007) y cosas del destino la niña iraní tenía la voz de su hija Chiara Mastroianni. 

La Deneuve distante fue reina de corazones, siempre el cine, siempre el cine presente. Desde un Roger Vadim que trabajó con ella cuando intentaba hacerse hueco en el panorama francés y siempre iba de descubrimiento en descubrimiento, de belleza en belleza (recordemos que también estuvo con Bardot y Jane Fonda) hasta el amante de las mujeres, enamorado del amor, François Truffaut, paseando de la mano con el actor italiano por excelencia, el encantador Marcelo Mastroianni…, sólo se casó una vez con el fotógrafo David Bailey. Y alrededor suyo un montón de historias y amores. 

Dicen que quizá a la Deneuve se le quedó el rostro más estático, triste y máscara cuando perdió a su hermana, prometedora actriz, François Dorleac. A Catherine nunca se la vio tan pícara, alegre y hermosa como cuando actuó junto a su hermana en la que sería su última película, ese musical encantador y loco que se llama Las señoritas de Rochefort (1967) de Jacques Demy. 

Este peculiar director ya había trabajado con la Deneuve regalándola su primer éxito universal, otro musical triste y romántico, Los paraguas de Cherburgo (1964). Los directores más innovadores del momento empiezan a ver algo especial bajo la frialdad de su rostro, bajo tanta perfección se oculta un volcán de sensaciones y sentimientos. Un mundo oscuro y oculto bajo un rostro joven y terso. Ahí está el joven Polanski que con ella realiza un retrato de la locura en Repulsión (1965) o el ya veterano Luis Buñuel que la convierte en protagonista de dos de sus películas-mundo Bella de día (1967) y Tristana (1970). En una se convierte en señora y en puta, en la otra es la obsesión de Don Lope, niña inocente que evolucionará hasta el rencor. También, Truffaut la toma como musa en una historia de cine negro, de las de siempre, de mujer fatal y loco amor en La sirena del Mississippi (1969). 

Pero en el cambio de década, los años setenta, la Deneuve se pierde por películas internacionales y sí trabaja con Dino Rissi, con Marco Ferreri, con Jean Pierre Melville, con Robert Aldrich y otra vez con Demy…, ¿pero quién recuerda o puede ver esas películas? Tiene como compañeros a Jack Lemon, Burt Reynolds, Omar Shariff, Alain Delon, Jean Marais, Marcelo Mastroianni, Vittorio Gassman o Gene Hackman…, ¿alguien los recuerda como pareja? Algo quedó claro, Deneuve siguió intentándolo pero nunca fue entendida por Hollywood o nunca la dieron el papel adecuado. Y ésta es la década en que la diva sigue trabajando y cimentando su prestigio tras la máscara pero sin éxitos visibles. Sin películas cercanas. 

En los ochenta la rescata Truffaut que ama también a los actores y lo demuestra en un homenaje sentido como es El último metro (1980). Ahí está como actriz de teatro en una película sobre el nazismo en Francia.  Y también tres años después protagoniza una película americana que con los años se ha convertido en película de culto, El ansia de Tony Scott, extraña película de vampiros contemporáneos, con una Deneuve hermosa pero sedienta de sangre y amor. La vampiro a lo largo de los siglos y los siglos busca compañeros y compañeras que siempre la amen. David Bowie pierde juventud, algo que no le pasa a la Deneuve-máscara y es hora de buscar un sustituto con rostro de mujer, una científica con una cara más humana, la de Susan Sarandon. 

Los noventa son dulces con la madurez de Catherine que sigue convirtiéndose en musa de directores europeos como Manoel Oliveira, Andre Techiné, Raúl Ruiz o Regis Wargnier. Y ahí empieza en 1992 con un melodrama de los de siempre, de mujer a la que pasa de todo en tiempos de cambio, se trata de Indochina. Pero sigue lejana para el público…, por eso esa fama de distante y fría. 

Y llega el siglo XXI y como siempre ha demostrado la Deneuve no para. En películas que no ven muchos espectadores de la sala oscura pero que la mantienen, mantienen la máscara. Y de vez en cuando, como hace siempre, pega una sorpresa y se pasea ya como nuestra amiga que lleva décadas entre nosotros. Y la Deneuve ya hace lo que la apetece, lo que puede y quiere e incluso a veces la notamos cercana y divertida. Así me ha pasado en dos de sus películas del XXI. Su personaje fue lo único que aguanté del musical de Lars von Trier, Bailar en la oscuridad (2000). La amiga de la protagonista, el único personaje con la cabeza bien amueblada, con dosis de normalidad, de buena matrona de fábrica que trata de convencer a la protagonista (insufrible personaje interpretado por  Björk) para que reaccione. 

Y sí yo fui una de las que disfrutó de lo lindo en esa mezcla de géneros que se reunieron en 8 mujeres de François Ozon y que reí de lo lindo con los ocho personajes y entre ellos la señora esposa pasada de todo, una Deneuve vestida de rojo. 

La Deneuve no se dedica sólo a ser homenajeada y visitar festivales sino que sigue y sigue incansable en películas y sigue siendo musa. Su rostro-máscara sigue cautivando, aunque sea lejana, y yo sigo esperando sorpresa de verla en la pantalla y que me haga sonreír o llorar en película cercana.

El cartero siempre llama dos veces (The Postman Always Rings Twice, 1946) de Tay Garnett

Siempre había leído de esta película y siempre había querido verla. Y aunque no es de difícil acceso nunca había podido conseguir la cinta en vhs, en dvd o verla en alguna filmoteca o pase televisivo (aunque cada vez en las cadenas que vemos todos es más difícil que se programe cine clásico).

Sólo había visto la versión de Bob Rafelson en 1981, película de éxito y que siempre será recordada por la erótica escena en la cocina entre Jessica Lange (que se convertía en el icono sensual de los ochenta) y Jack Nicholson. Que si os digo la verdad, hace bastante que la vi, no me impresionó en exceso y me gustó pero creo que al final llegó a aburrirme.

Tampoco he podido ver nunca la versión anterior a ésta que hoy hablamos, la mítica Ossesione de Visconti que la llevó a la pantalla en 1942 y muchos historiadores reconocen como el principio de la corriente neorrealista en el cine italiano. Pero sé que la veré.

El cartero siempre llama dos veces es la adaptación de una novela corta de J. M. Cain (que publicó en 1934) y una de las películas que se suele nombrar cuando se habla de cine negro y mujeres fatales.

Pero amados lectores, Hildy quiere señalar que Cora no es una mujer fatal al uso. Es una mujer víctima de los tiempos, la Gran Depresión, y con sueños de llegar a ser alguien o de por lo menos lograr ser feliz.

Nos encontramos con una película que refleja la Gran Depresión en los personajes de Frank Chambers, un vagamundo, hombre sin rumbo que de vez en cuando para en algún lugar para trabajar durante algún tiempo; Cora, una esposa infeliz e insatisfecha que ve pasar la vida en una cafetería de carretera sin futuro; y en el tacaño pero tierno Nick, un hombre mayor que regenta el negocio y que se casó con una mujer joven y hermosa. Un triángulo que el destino golpea siempre dos veces.

También, es una película de amor, de ambición, de odio y poderes corruptos. Ni un personaje secundario, con los que se relacionan la pareja protagonista, sale bien parado. Y eso que dos de ellos son directos representantes de la ley (el fiscal del distrito y el abogado defensor). Y, también, una película sobre la confianza que en cada momento salta por los aires. Una pareja que se destruye y se rompe poco a poco por la mentira, los intereses, la traición, los malentendidos…, y sin embargo, Frank y Cora sobre todas las cosas intentan seguir amándose y dándose una y otra vez una oportunidad. Pero el destino nunca les deja tranquilos…, y el cartero siempre llama dos veces.

El irregular Tay Garnett ofrece una película solida en la que cuenta con una pareja protagonista con química y además mítica: una impresionante Lana Turner como Cora y un atractivo y, actualmente olvidado, John Garfield. Además, muy bien acompañados por buenos actores secundarios (nunca se les hace la suficiente justicia) como Cecil Kellaway como Nick (ese hombre al que odias  –lo vemos con los ojos de Cora y Frank al que en un momento dado sólo le vemos defectos– pero también da pena en su papel de pobre hombre tacaño, algo alcohólico, machista, ingenuo y no con muchas luces…, es una víctima a la que nadie importa). O los rostros cínicos y personajes desagradables que llevan a cabo con maestría Hume Cronyn (que hace poco le vi en el papel impresionante de policía malo en Brute force) o Leon Ames.

Tay Garnett cuenta no sólo con buenos actores sino con un buen guión de Harry Ruskin y Niven Busch, una buena fotografía en blanco y negro y una música envolvente. De esta manera nos queda en la retina un montón de momentos cinéfilos: ya había visto varias veces la aparición de Cora de blanco impoluto y sensualidad a flor de piel. Las escenas de la playa. Los dos momentos en que los protagonistas tratan de asesinar a Nick, el que ellos creen, equivocadamente, que les impide cumplir sus sueños. Todas las escenas en que los protagonistas luchan por combatir las dudas que tienen sobre el otro…, en fin, a qué esperan para sentarse y disfrutar de una historia de destino y amor fatal.

Topol baila y nos dice a todos lo que haría si fuese rico…, ¡Tradición!

El rostro de Chaim Topol llena la pantalla de El violinista en el tejado (Fiddler on the roof, 1971) de Norman Jewison.

La película llevaba a las pantallas un musical de Broadway de éxito que en Estados Unidos fue protagonizado por Zero Mostel. Pero Jewison decidió que el papel era para el actor israelí Chaim Topol que también estaba representando la obra en Londres. La historia era una adaptación de varias obras del escritor ruso y judío Sholem Aleijem.

La metáfora de la película es un violinista en un tejado, ¡difícil no!, que contó con la interpretación de Isaac Stern, uno de los mejores concertistas en este instrumento del siglo XX.

La historia transcurre en una aldea ucraniana, Anatevka, en el año 1905, una comunidad en la que conviven judíos y ortodoxos de manera más o menos cordial. Es un periodo de cambios. Cambio de tradiciones, de ideologías, de costumbres…, un momento de crisis. Ya los rusos se plantean otra Rusia que no sea bajo los mandatos del Zar. Los tiempos anteriores a la Revolución. Pero hay otros cambios familiares que van transformando las tradiciones en este caso judías y de una familia humilde. El padre de familia, el lechero Tevye, fuerte, poderoso, protector, travieso… tiene cinco hijas que casar, sobre todo a las tres mayores, pero ellas se revelan a las tradiciones. Aman al padre pero le hacen ver que los tiempos cambian y avanzan. Y él que es buen hombre va asumiendo esos cambios. Pero también cambia el país, las creencias y sobre todo viven en su propia piel los problemas del pueblo judío bajo los mandatos del zar que les hace abandonar sus tierras y fijar el rumbo a otros mundos o países distintos. Nuestros protagonistas terminarán dirigiéndose a Nueva York.

El violinista en el tejado es un musical de los de siempre que salió adelante en un momento de pánico en los estudios de Hollywood que estaban en crisis porque el sistema en el que se había sustentado caía en picado. Una superproducción que bajo la batuta de Jewison llegó a buen puerto con mil y una penurias para ajustar presupuestos.

El director cuenta con una filmografía variada y a tener en cuenta de las que yo destacaría En el calor de la noche, El caso de Thomas Crown (la primera versión con Stevie McQueen y Faye Dunawy), Jesucristo Superstar,  Agnes de Dios o Hechizo de Luna.Y como musical, que además es un hermoso documento de un momento de cambio, y también de cómo eran las costumbres de la comunidad judía a principios del siglo XX, está plagado de secuencias inolvidables.

La secuencia: como pasa habitualmente son muchos los momentos a destacar. Pero Topol me entusiasma porque tiene un rostro que dice mucho y un cuerpo que expresa más. Con ese movimiento de brazos, me enloquece con sus firmes canciones de Tradición y Si yo fuera ricoTopol es ideal como buen hombre, fuerte, y amante de lo único que posee, sus cinco hijas y su señora esposa. Es protector pero también divertido. Y él imprime fuerza.

Sus tres hijas hacen que se caigan sus convicciones pero como buen padre sólo quiere la felicidad de sus niñas…, y aunque siempre le cuesta, asume. Porque él sabe, aunque le cueste reconocerlo, que los tiempos cambian.

Así cede a que Tzeitel se case con el amigo de la infancia, el tímido sastre Motel, en vez de con el viejo y rico carnicero del pueblo con el que había sellado el compromiso. La escena de la boda es emocionante y hermosa.

Y cede también separarse y dar su bendición (que no su permiso porque ni siquiera se lo piden) a su adorada Hodel que se enamora del protegido del padre, un chico con ideas comunistas que cree en una Rusia Libre pero por ello es detenido. Y Hodel decide irse a Siberia a estar junto al amado y deja a un padre desolado y preocupado en las vías de un tren. El padre no sabe si volverá a verla. Pero la entiende, a ella también la duele pero está enamorada.

Y, finalmente, aunque le cuesta, acepta la decisión de la dulce Chava. La más joven y valiente. Porque cree que judíos y ortodoxos pueden convivir y mezclarse. Y para demostrarlo se une a un joven ortodoxo que la ama.

También, querría lanzar lo inolvidables que son todos los personajes secundarios que pueblan esta historia: la madre, la casamentera, el rico carnicero, el delicioso rabino, el ortodoxo soldado que cumple órdenes aunque sabe que no son justas…

¿Quieren más momentos inolvidables?

Diccionario cinematográfico (78)

Ninotchka: no me encierres nunca en un cajón, no podría respirar. Camaradas, mis queridos camaradas…, ese sombrero ridículo. Los recuerdos no pasan censura. ¿Sabes, Ninotchka? No terminará nada el jueves, porque arrancaremos el jueves del calendario. Otro beso más, dame otro beso más. ¿No te ríes nunca? No existe el amor sólo químicas que se atraen, su química y la mía nos acerca bastante. Ninotchka, Ninotchka…, ¿cuántas escaleras tiene la torre Eiffel? Señor noto que esa mujer le está transformando, he encontrado en su mesilla de noche El capital de Carlos Marx. Padrecillo, váyase a la cama, ¿qué hace trabajando? Es usted muy mayor. Por qué quiere llevar mis maletas, ¿no se da cuenta?, le están explotando. Depende de las propinas. Señor, tiene que entrar al aseo de las damas, la señora que le acompaña está dando un meeting y las está invitando a que se pongan en huelga. ¿Ahora puedo hablar? Mis camaradas, mis camaradas… Nunca he probado champaña. Qué difícil me lo estás poniendo, León.

Ninotchka, Ninotchka, Ninotchka…

Diccionario cinematográfico (77)

Prostitutas (2º parte): ayer por la noche disfruté con una comedia de los años setenta: La gatita y el buho (1970) de Hebert Ross, que llevaba al cine una obra de éxito en Broadway. La película cuenta el encuentro entre dos solitarios fracasados: una prostituta con aires de actriz y un dependiente que nunca logra ser el escritor de éxito que sueña. 

Así decidí volver a mi saga de prostitutas eternas en el mundo del cine. Barbra Straisand encarna a Doris, una prostituta “enervante” que sueña en convertirse en gran actriz y va dando bandazos por la vida hasta que se cruza en su vida Félix, un hombre que intenta convertirse en un intelectual y está igual de perdido y fracasado que ella. El choque es divertido, tierno y brutal.

Y entonces se me pone la cara triste cuando recuerdo a esa alucinada niña prostituta con cara de Jodie Foster que conoce a un extraño taxista que pretende sacarla de esa vida y se convierte de manera violenta y compleja en su salvador en la magnífica e inquietante Taxi Driver (1976). 

No puedo evitar regresar a las clásicas y modernas. Así que vuelvo a hablar de la increíble cortesana Satine con la cara hermosa de Nicole Kidman, que se prostituye para sobrevivir y a la vez poder ser una artista de éxito y se queda desarmada ante el amor que siente por un escritor joven e inocente y carcomida por la enfermedad del París bohemio, la tuberculosis. Y de la contemporánea Moulin Rouge me voy directa a otra célebre prostituta y tuberculosa con el rostro de Greta Garbo que en Las damas de las Camelias nos rompe el corazón como cortesana que cuando encuentra el amor, sabe que va camino a la muerte. 

Sigo la senda de prostitutas divinas y clásicas para que me vengan a la mente dos: la gran Holly en esa joya que es Desayuno con diamantes en su búsqueda incansable de millonario que la permita descanso de sus días rojos y que muy coqueta gana 50 dólares por cita para ir al tocador…, que divide a los hombres en canallas y supercanallas pero que siempre tiene una sonrisa para el escritor-gigoló Paul porque le recuerda a su hermano Fred. O esa otra Liz Taylor que va de mujer marcada en los sesenta y de paso consigue su primer oscar como prostituta de lujo en New York en melodrama de época. Todo muy escandaloso, sí señor.

Pero entonces regreso a la prostituta de barrio, la de siempre, la que sufre en el día a día y quien mejor que una increíble Anna Magnani dirigida por Pier Paolo Pasolini en una dolorosa historia de una madre coraje que quiere dejar la calle y prosperar para dar lo mejor a un chico que se le pierde por los barrios y pandillas, genial y brutal Mamma Roma.

O, de pronto, me viene a la cabeza otra prostituta memorable, cabaretera también, que pasea por la vida y si puede destruye hombres como la impagable Lola, Lola en el Ángel azul. Tremenda Marlene Dietrich que sabe cómo seducir y ganar…

La prostituta, la mujer sin caretas, sin doble moral, se pasea como mejor amiga del héroe. Belle, la puta más famosa de Lo que el viento se llevó muestra una honestidad sin dobleces que tranquiliza a Rhett de su tormentosa historia con Escarlatta.

A veces las prostitutas ocultan historias amargas. De frente, tenemos a una madame, toda una mujer de negocios que ha pasado de hermosa a ocultar sus manos y su rostro que se deforman y a regentar un negocio de mala muerte. La prostituta que envejece y de pronto se encuentra con un pasado que odia al ser encontrada por uno de los hijos a los que abandonó, un James Dean confundido. Al este del Edén muestra el rostro lleno de odio y rabia, de miedo a la vejez, de una tremenda Jo Van Fleet.

Muchas actrices se pusieron en la piel de la gran Sadie Thompson esa prostituta que en mitad de la selva es severamente juzgada por un pastor de la iglesia…, pero la venganza sabe dulce y ella nunca será mujer humillada. Me quedo con la recreación de Joan Crawford y su impecable Lluvia.

Otro camino es el de la prostituta salvadora, la prostituta que ama y se enamora del héroe destructivo. Y nunca hubo una mejor, más tierna y más triste, que una olvidada y desaparecida de la pantalla Elisabeth Shue que enamoró a todos en Leaving Las Vegas.

Puesto que empecé con comedia quiero continuar en ella y recuerdo el cuento de hadas de Julia Roberts en Pretty Woman o esa tierna prostituta con cara de Mira Sorvino en Poderosa Afrodita.

Forajidos (The killers, 1946) de Robert Siodmak / Código del hampa (The killers, 1964) de Don Siegel

Ernest Hemingway publicó en 1927 un relato corto titulado Los asesinos. Un cuento en el que básicamente se cuenta cómo dos tipos entran en un bar de un pueblo y se comportan de manera violenta con el dueño del bar, un cliente y el cocinero. Les informan de que están esperando a que llegue el Sueco a cenar para dispararle. Confiesan que no le conocen de nada, que es un asesinato por dinero. El Sueco no va esa noche a cenar. Cuando los asesinos se van, los tres testigos reaccionan de manera distinta ante el asunto. El dueño del bar opina que alguien debe avisar al Sueco, el cocinero afirma que él no quiere saber nada de esta historia y el cliente decide que va a ser él el que va a avisar al Sueco a la pensión donde vive. El cliente se acerca a la pensión y le cuenta todo al Sueco. Éste no reacciona, dice que no se va a mover de la habitación, que no va a escapar, no le sorprende la historia y dice que una vez cometió un error. Le da las gracias y se queda en el cuarto. Una de las mujeres que cuida la pensión informa al cliente de que el Sueco es un buen hombre, un hombre educado, que fue boxeador y que sin duda en ese momento no se encuentra bien porque en todo el día no ha salido del cuarto. El cliente vuelve al bar indignado porque no puede entender cómo el Sueco no ha huído de una muerte segura y se siente impotente por no poder impedir un asesinato a sangre fría, sugiere que quiere abandonar el pueblo. El dueño del bar considera que ha cumplido con su deber y ha hecho lo que está en su mano para impedirlo y el cocinero sigue sin querer saber nada.

Un relato simple, construido a través del diálogo, directo. Con final abierto. ¿Quiénes son los asesinos?¿Por qué van a matar al Sueco? ¿Quién es el Sueco?¿Fue boxeador? ¿Por qué no huye ante una muerte inminente? ¿Qué error cometió?

Y entonces entra en acción el cine y dos películas americanas para contarnos todo. Para cerrarnos ese final. La primera la dirige Robert Siodmak en los años cuarenta, con un guión de Anthony Veiller y la segunda la realiza Don Siegel, con un guión de Gene L. Coon.

Las dos cuentan con reparto impresionante. La de los años cuarenta con un maravilloso Burt Lancaster, una bella y mujer fatal Ava Gadner y con un siempre correcto Edmond O’Brien además de una galería de actores secundarios que realizan sus roles con precisión. La segunda no se queda corta con Lee Marvin, Angie Dickinson, John Cassavetes, Ronald Reagan y un siniestro matón con cara de Clu Gulager.

Si me tengo que quedar con una de los dos, sin duda, con la de Robert Siodmak. Código del Hampa es una buena película de violencia, acción y cine negro de los sesenta pero parte más que del relato de Hemingway, de otra interpretación, un remake encubierto de Forajidos. Pero también está llena de aciertos y da en el clavo en muchos asuntos.

El clásico de Forajidos relata en la primera secuencia todo el relato de Hemingway y a partir de ahí desarrolla en maravillosos flash back toda la historia del Sueco y por qué se deja matar, sin huir de su destino. No se me puede ocurrir otro Sueco que no sea un maravilloso Burt Lancaster que se transforma en un boxeador fracasado que cae rendido y cegado por amor a una mujer que es la mantenida de un gángster. Por ella, delinque. Ella le mata en vida en ese quiero y no quiero. En ese te amo ahora, me salvas, y mientras te pudres en la cárcel te olvido, y cuando sales vuelvo a amarte. Y te ayudo y te aviso de que te traicionan pero yo también te traiciono y te dejo tirado. Y al Sueco se le rompe el corazón y la vida en pedazos. Se cansa de huir.

Forajidos nos cuenta todo sobre el Sueco a través de la investigación que lleva a cabo un agente de seguros y un policía amigo. Burt Lancaster consigue que el espectador empatice con él y entienda su conducta. El Sueco es víctima del mundo que le rodea, de un destino que él, finalmente, se niega a modificar. Los asesinos sólo aparecen en la primera secuencia y cumplen con su trabajo.

En Código del hampa, los asesinos son los grandes protagonistas, Lee Marvin y Clu Galager cumplen con su cometido. Asesinan a un hombre por encargo. Pero el asesino curtido, un Marvin en estado de gracia, quiere entender por qué un hombre no hace nada para evitar su muerte. E investiga. Interroga a los que le conocieron y a través de ellos conoce todo lo que quiere saber sobre su víctima. Ese muerto en vida. Éste es uno de los grandes aciertos de esta película. Sin embargo, el cambio de profesión del Sueco y de nombre no son en absoluto acertados. Sí que es cierto que está más en consonancia con la época en la que se rodó la película. El Sueco se transforma en un corredor de coches (¡¡¡Ay esas transparencias de los sesenta!!!) con cara de John Cassavetes (y lo siento por John pero no me convence ni me enternece hasta los extremos que lo logra Lancaster).

El tratamiento como se permitía en los años sesenta es más violento. Y la mujer fatal llega a todo su esplendor con una Angie Dickinson bellísima y compleja. Pero Código del Hampa no es del Sueco, se lo comen con patatas los asesinos. Al final también es un acierto el ver cómo todos se ven abocados a un destino escrito en sus caras desde el principio de la trama. La violencia genera más violencia. La ambición desbordada y el culto al dinero sólo puede llevar a una calle sin salida. No hay puerta abierta ni para el asesino que se las sabe todas.

Como curiosidad última, también existe un corto del ruso Andrei Tarkovsky que adapta literalmente el cuento de Hemingway, lo realizó en 1958 como un ejercicio de clase mientras se preparaba para ser director.

Diccionario cinematográfico (76)

Ellen Berent: consumida por los celos arrasa y destruye a todos los que quiere. Como mantis religiosa con gafas de sol, no duda en mostrarse impasible ante la muerte ajena…, porque eso la vuelve más imprescindible para la persona amada. Ellen Berent es tan hermosa, tan etérea, tan distinta como mala malísima. Su mente siempre en desequilibrio. Primero, el padre, después, el marido. Ella no ama, absorbe y consume amor. Irradia energía negativa. Sólo quiere poseer al otro. Sus actos son tan viles y a la vez tan inconscientes… que el cielo la juzgue. Ella siembra el mal incluso después de muerta. Siempre quiere estar presente. Y echa sus garras venenosas con la mirada más dulce… o más helada. Ellen siempre elegante, altiva, lejana… enamora. Pero cuidado…es la más peligrosa. Te hechiza con una mirada y luego sólo te quiere en soledad. Y si alguien se lo impide, lo elimina. Sin concesión. Da igual que sea madre, hermano, amigo, hermanastra, prima o hijo de sus entrañas. Ella quiere a su escritor con tal locura que todo el mundo que les rodea le molesta. Sólo tiene que pensar y ponerse unas gafas de sol, impasible, y si alguien se ahoga, no gritar, no salvar, no ayudar…, quieta. Y si siente que el hijo de sus entrañas le separa de su amor, no importa, con la mayor frialdad quizá pueda caerse accidentalmente por las escaleras. Ellen nunca pierde, nunca la abandonan, y si su prima enamorada y confidente le arrebata al escritor débil y anulado por el amor absorbente de la esposa… no importa. Si puede se mata ella misma y lo deja todo preparado para destrozarles la vida. No importa. Ella ama sobre todas las cosas y exige el mismo trato.

Besos robados (Baisers volés, 1968) de François Truffaut

François Truffaut (el director francés que amaba la vida, el amor, las mujeres y sobre todas las cosas el cine) quiso de veras a su personaje de Antoine Doinel (Jean-Pierre Léaud) así que quiso que crecieramos con él y nos permitió seguir su vida en cinco películas. Todo un lujo.

Imaginaros que todos los personajes a los que amásemos cobraran vida y pudieramos seguir sus existencias…, eso es lo que consigue Truffaut. A Antonie Doinel le vimos por primera vez en 1959 y nos golpeó a todos 400 veces y nos miró de frente junto al mar. Pero el director le amaba demasiado y no quiso golpearnos más y le dio una adolescencia, juventud y madurez con momentos tiernos. Así podemos continuar sabiendo de Doinel hasta 1978.Doinel es un álter ego del director. Es decir ese otro yo que Truffaut lleva a la ficción. En las películas de Doinel existen elementos autobiográficos (sobre todo en Los 400 golpes y mucho de la personalidad François).

El director puso un anuncio en un periódico para encontrar a un chico de 13 años que fuera el protagonista de Los 400 golpes. Se presentaron unos sesenta niños y les hizo pruebas a todos. Él quería encontrar un niño que pudiera identificar como el niño que el propio director había sido. Y ahí estaba un espabilado de 14 años, que respondía al nombre de Jean-Pierre Léaud, que dejó una prueba llena de frescura, rebeldía y ternura donde el niño se presenta porque Truffaut busca un chaval bromista y él lo es. Durante la prueba dice que él es feliz, no una persona triste. El director lo tiene claro ha encontrado a su álter ego. Y desde el primer momento conectaron de tal manera que tuvieron unos lazos fuertes. Léaud quiso a Truffaut y Truffaut a Léaud, y el niño se identificó plenamente con Doinel. En las biografías del director francés siempre aparecen unas fotografías en las que se aprecia la simbiosis entre ambos. Yo, ya lo escribí, adoro una fotografía durante el rodaje de Las dos inglesas y el amor donde se ven al actor y director riéndose y mirando ambos al objetivo.

La vida de Antoine Doinel, después de los golpes, continúa con el amor platónico que siente hacia Colette un adolescente bohemio en el episodio de El amor a los veinte años en 1962 y regresa como lindo protagonista en la película que hoy comentamos Besos robados en 1968 donde Doinel ama a las mujeres pero busca la ternura de su primera novia, Christine Darbon (Claude Jade). Le seguimos en su matrimonio como treintañero anárquico en Domicilio conyugal en 1970 y por último repasamos vida y amores en El amor en fuga en el año 1978, donde Doinel confiesa su alma de Peter Pan y su negación a madurar.

Cuando en 1984 Truffaut desapareció de nuestra vista, pero se fue al Olimpo del cine, a Léaud se le cayó el mundo a los pies. Y en una noticia de El País del año 1986 que recoge una información sobre una crisis nerviosa del actor, un compañero de rodaje de una de sus películas afirma que “Jean Pierre es algo más que el actor favorito de Truffaut. Es su doble, el auténtico Antoine Doinel. Con la muerte del director, ha perdido un punto de referencia que le permitía mantener el equilibrio de su personalidad”. Y en este mismo artículo se recoge que cuando el actor acudió al entierro de su director y amigo expresó que “una parte de mí mismo ha desaparecido hecha trizas”.

Pero volvamos a Besos robados, esa secuencia de momentos y trozos de vida de Antonie Doinel, como un joven que deserta del ejército –donde se enrola de voluntario— como le ocurrió al director y cómo trata de reconstruir su vida con esa sonrisa pícara, ese rostro de niño travieso, anarquico, rebelde y perdido y esa mirada que te deja siempre con ganas de acunarle (aquí a Hildy le sale ese instinto maternal que ella tiene). Un personaje que va con despiste por la vida de un trabajo a otro y enamoradizo hasta la médula pero que busca la seguridad sentimental en la joven Christine. Un argumento desordenado como la vida misma, llena de momentos mágicos, nostálgicos y divertidos que nos hacen enamorarnos en cada plano de ese personaje dulce y caótico que es Doinel. Besos robados se ve siempre con una sonrisa en la boca. Y deseas que a Doinel le vaya bien, deseas su sonrisa, y que se cumpla su afirmación de que él es feliz, no una persona triste. Doinel lleva el caos pero también la alegría de sentirse vivo, de amar y ser amado. Por supuesto, no abandona su afición a la lectura y a su queridísimo Balzac.

Y Truffaut nos envuelve desde los títulos de crédito con esa hermosa canción francesa, tierna y nostálgica, con la voz susurrante y a la vez alegre y fresca de Charles Trenet, Que reste t’il de nous amours. Si te encuentras en una tarde de esas que te apetece una risa, algo vivo, caótico, inocente, tierno, libre y mucho encanto, no es mala opción encender el dvd y disfrutar de Besos robados y así acompañar a un Doinel de sonrisa pícara y mirada risueña.

Vicky Cristina Barcelona

Comentarios cercanos a la salida de la proyección de Vicky Cristina Barcelona: a mí me ha encantado la película, todos nos podemos sentir identificados con alguno de los personajes a la hora de concebir el amor y las relaciones de pareja.

A mucha gente no le ha gustado la película, no lo entiendo. A mí me ha encantado.

De las últimas de Woody Allen es de las que más he disfrutado.

¡Qué bonito es Barcelona!

María Elena está como un cabra, qué fuerte.

Todos los personajes están perdidísimos.

¡Qué bello Juan Antonio! Vaya camisas que llevaba, cómo le sentaban.

Joder, qué bien viven todos, ¿has visto que casas?

Recuerda lo que te digo, Penélope Cruz se lleva el oscar a la mejor actriz secundaria.

No entiendo porque últimamente todas las interpretaciones de Scarlett Johansson son criticadas. Aquí está muy bien.

¿No te parece que la película es como antigua? Como si no fuera del 2008.

A mí la película me ha gustado mucho pero ya comentaremos cuando la veas. Lo único que la falla es algo relacionado con el tiempo en la película. Demasiadas cosas en el poco espacio temporal en el que transcurre.

No entiendo porque cuando estaban juntas las parejas, las desenfocaban. ¿Por qué?

Pe, genial como musa.

Pobre Vicky, qué aburrimiento de vida la que va a llevar…

¿Conoces a Eric Rohmer? Es un absoluto homenaje. 

Mis comentarios: Así es Woody Allen. No es la película que más me ha gustado de él pero sí la he disfrutado. Sus diálogos, sus personajes, sus actores, sus reflexiones, sus golpes de humor, su desencanto, su Barcelona particular, sus ambientes, su música… Porque Allen es natural. Porque a Allen a pesar de los pesares le gusta el pulso de la vida. Porque a Allen le gustan las relaciones entre los seres humanos y le gusta trata de entenderlas. Porque con Penélope Cruz te ríes. Con Javier Bardem quieres vivir y él es sensualidad pura y dura. Pero perdido como todos. Porque Rebeca Hall tiene cara linda y personaje lindo que ve una vida abocada al aburrimiento con el Doug de turno con breve paréntesis en Barcelona. Al final su vida ordenada sigue su curso. Porque Scarlett Johasson es digna mujer woodilliana y su Cristina representa aquellas personas que están habitualmente insatisfechas y nunca encuentran su sitio. Porque ambas, Vicky y Cristina vuelven a su caos particular con parada en Barcelona. Porque María Elena y Juan Antonio no pueden vivir juntos pero tampoco separados. Les falta la sal, que quizá por breve periodo es Cristina. Porque Woody Allen sabe, como siempre, transmitir, como si nada ocurriese. Porque hay un poeta que no publica su obra. Su venganza particular porque no le gusta el mundo que habita… Porque Allen, guste o no, siempre da que hablar.

Porque Allen ama el cine y cada año tiene algo que contar.