Besos robados (Baisers volés, 1968) de François Truffaut

François Truffaut (el director francés que amaba la vida, el amor, las mujeres y sobre todas las cosas el cine) quiso de veras a su personaje de Antoine Doinel (Jean-Pierre Léaud) así que quiso que crecieramos con él y nos permitió seguir su vida en cinco películas. Todo un lujo.

Imaginaros que todos los personajes a los que amásemos cobraran vida y pudieramos seguir sus existencias…, eso es lo que consigue Truffaut. A Antonie Doinel le vimos por primera vez en 1959 y nos golpeó a todos 400 veces y nos miró de frente junto al mar. Pero el director le amaba demasiado y no quiso golpearnos más y le dio una adolescencia, juventud y madurez con momentos tiernos. Así podemos continuar sabiendo de Doinel hasta 1978.Doinel es un álter ego del director. Es decir ese otro yo que Truffaut lleva a la ficción. En las películas de Doinel existen elementos autobiográficos (sobre todo en Los 400 golpes y mucho de la personalidad François).

El director puso un anuncio en un periódico para encontrar a un chico de 13 años que fuera el protagonista de Los 400 golpes. Se presentaron unos sesenta niños y les hizo pruebas a todos. Él quería encontrar un niño que pudiera identificar como el niño que el propio director había sido. Y ahí estaba un espabilado de 14 años, que respondía al nombre de Jean-Pierre Léaud, que dejó una prueba llena de frescura, rebeldía y ternura donde el niño se presenta porque Truffaut busca un chaval bromista y él lo es. Durante la prueba dice que él es feliz, no una persona triste. El director lo tiene claro ha encontrado a su álter ego. Y desde el primer momento conectaron de tal manera que tuvieron unos lazos fuertes. Léaud quiso a Truffaut y Truffaut a Léaud, y el niño se identificó plenamente con Doinel. En las biografías del director francés siempre aparecen unas fotografías en las que se aprecia la simbiosis entre ambos. Yo, ya lo escribí, adoro una fotografía durante el rodaje de Las dos inglesas y el amor donde se ven al actor y director riéndose y mirando ambos al objetivo.

La vida de Antoine Doinel, después de los golpes, continúa con el amor platónico que siente hacia Colette un adolescente bohemio en el episodio de El amor a los veinte años en 1962 y regresa como lindo protagonista en la película que hoy comentamos Besos robados en 1968 donde Doinel ama a las mujeres pero busca la ternura de su primera novia, Christine Darbon (Claude Jade). Le seguimos en su matrimonio como treintañero anárquico en Domicilio conyugal en 1970 y por último repasamos vida y amores en El amor en fuga en el año 1978, donde Doinel confiesa su alma de Peter Pan y su negación a madurar.

Cuando en 1984 Truffaut desapareció de nuestra vista, pero se fue al Olimpo del cine, a Léaud se le cayó el mundo a los pies. Y en una noticia de El País del año 1986 que recoge una información sobre una crisis nerviosa del actor, un compañero de rodaje de una de sus películas afirma que “Jean Pierre es algo más que el actor favorito de Truffaut. Es su doble, el auténtico Antoine Doinel. Con la muerte del director, ha perdido un punto de referencia que le permitía mantener el equilibrio de su personalidad”. Y en este mismo artículo se recoge que cuando el actor acudió al entierro de su director y amigo expresó que “una parte de mí mismo ha desaparecido hecha trizas”.

Pero volvamos a Besos robados, esa secuencia de momentos y trozos de vida de Antonie Doinel, como un joven que deserta del ejército –donde se enrola de voluntario— como le ocurrió al director y cómo trata de reconstruir su vida con esa sonrisa pícara, ese rostro de niño travieso, anarquico, rebelde y perdido y esa mirada que te deja siempre con ganas de acunarle (aquí a Hildy le sale ese instinto maternal que ella tiene). Un personaje que va con despiste por la vida de un trabajo a otro y enamoradizo hasta la médula pero que busca la seguridad sentimental en la joven Christine. Un argumento desordenado como la vida misma, llena de momentos mágicos, nostálgicos y divertidos que nos hacen enamorarnos en cada plano de ese personaje dulce y caótico que es Doinel. Besos robados se ve siempre con una sonrisa en la boca. Y deseas que a Doinel le vaya bien, deseas su sonrisa, y que se cumpla su afirmación de que él es feliz, no una persona triste. Doinel lleva el caos pero también la alegría de sentirse vivo, de amar y ser amado. Por supuesto, no abandona su afición a la lectura y a su queridísimo Balzac.

Y Truffaut nos envuelve desde los títulos de crédito con esa hermosa canción francesa, tierna y nostálgica, con la voz susurrante y a la vez alegre y fresca de Charles Trenet, Que reste t’il de nous amours. Si te encuentras en una tarde de esas que te apetece una risa, algo vivo, caótico, inocente, tierno, libre y mucho encanto, no es mala opción encender el dvd y disfrutar de Besos robados y así acompañar a un Doinel de sonrisa pícara y mirada risueña.

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