Catherine Deneuve

Una de las damas del cine francés, con rostro frío y bello como una máscara, distante como una diva, casi inimaginable como una musa, así vaga Catherine Deneuve por la sala oscura, por la pantalla blanca. De cutis de porcelana y melena rubia. Sólo con los años, quizá, ha concedido papeles más humanos. 

Una de las actrices europeas más prometedoras de los años sesenta fue construyendo una carrera larga llena de rarezas e irregularidades. Sin embargo, la Deneuve fue y es musa de grandes directores. Y alguna de sus intervenciones le ha dejado un hueco en el Olimpo del cine. Su rostro ya más ajado sigue siendo hermoso como una máscara que nunca se rompe en pedazos. Uno de sus últimos trabajos no necesitó de su rostro y sí de su voz. Fue la madre de Marjané en Persépolis (2007) y cosas del destino la niña iraní tenía la voz de su hija Chiara Mastroianni. 

La Deneuve distante fue reina de corazones, siempre el cine, siempre el cine presente. Desde un Roger Vadim que trabajó con ella cuando intentaba hacerse hueco en el panorama francés y siempre iba de descubrimiento en descubrimiento, de belleza en belleza (recordemos que también estuvo con Bardot y Jane Fonda) hasta el amante de las mujeres, enamorado del amor, François Truffaut, paseando de la mano con el actor italiano por excelencia, el encantador Marcelo Mastroianni…, sólo se casó una vez con el fotógrafo David Bailey. Y alrededor suyo un montón de historias y amores. 

Dicen que quizá a la Deneuve se le quedó el rostro más estático, triste y máscara cuando perdió a su hermana, prometedora actriz, François Dorleac. A Catherine nunca se la vio tan pícara, alegre y hermosa como cuando actuó junto a su hermana en la que sería su última película, ese musical encantador y loco que se llama Las señoritas de Rochefort (1967) de Jacques Demy. 

Este peculiar director ya había trabajado con la Deneuve regalándola su primer éxito universal, otro musical triste y romántico, Los paraguas de Cherburgo (1964). Los directores más innovadores del momento empiezan a ver algo especial bajo la frialdad de su rostro, bajo tanta perfección se oculta un volcán de sensaciones y sentimientos. Un mundo oscuro y oculto bajo un rostro joven y terso. Ahí está el joven Polanski que con ella realiza un retrato de la locura en Repulsión (1965) o el ya veterano Luis Buñuel que la convierte en protagonista de dos de sus películas-mundo Bella de día (1967) y Tristana (1970). En una se convierte en señora y en puta, en la otra es la obsesión de Don Lope, niña inocente que evolucionará hasta el rencor. También, Truffaut la toma como musa en una historia de cine negro, de las de siempre, de mujer fatal y loco amor en La sirena del Mississippi (1969). 

Pero en el cambio de década, los años setenta, la Deneuve se pierde por películas internacionales y sí trabaja con Dino Rissi, con Marco Ferreri, con Jean Pierre Melville, con Robert Aldrich y otra vez con Demy…, ¿pero quién recuerda o puede ver esas películas? Tiene como compañeros a Jack Lemon, Burt Reynolds, Omar Shariff, Alain Delon, Jean Marais, Marcelo Mastroianni, Vittorio Gassman o Gene Hackman…, ¿alguien los recuerda como pareja? Algo quedó claro, Deneuve siguió intentándolo pero nunca fue entendida por Hollywood o nunca la dieron el papel adecuado. Y ésta es la década en que la diva sigue trabajando y cimentando su prestigio tras la máscara pero sin éxitos visibles. Sin películas cercanas. 

En los ochenta la rescata Truffaut que ama también a los actores y lo demuestra en un homenaje sentido como es El último metro (1980). Ahí está como actriz de teatro en una película sobre el nazismo en Francia.  Y también tres años después protagoniza una película americana que con los años se ha convertido en película de culto, El ansia de Tony Scott, extraña película de vampiros contemporáneos, con una Deneuve hermosa pero sedienta de sangre y amor. La vampiro a lo largo de los siglos y los siglos busca compañeros y compañeras que siempre la amen. David Bowie pierde juventud, algo que no le pasa a la Deneuve-máscara y es hora de buscar un sustituto con rostro de mujer, una científica con una cara más humana, la de Susan Sarandon. 

Los noventa son dulces con la madurez de Catherine que sigue convirtiéndose en musa de directores europeos como Manoel Oliveira, Andre Techiné, Raúl Ruiz o Regis Wargnier. Y ahí empieza en 1992 con un melodrama de los de siempre, de mujer a la que pasa de todo en tiempos de cambio, se trata de Indochina. Pero sigue lejana para el público…, por eso esa fama de distante y fría. 

Y llega el siglo XXI y como siempre ha demostrado la Deneuve no para. En películas que no ven muchos espectadores de la sala oscura pero que la mantienen, mantienen la máscara. Y de vez en cuando, como hace siempre, pega una sorpresa y se pasea ya como nuestra amiga que lleva décadas entre nosotros. Y la Deneuve ya hace lo que la apetece, lo que puede y quiere e incluso a veces la notamos cercana y divertida. Así me ha pasado en dos de sus películas del XXI. Su personaje fue lo único que aguanté del musical de Lars von Trier, Bailar en la oscuridad (2000). La amiga de la protagonista, el único personaje con la cabeza bien amueblada, con dosis de normalidad, de buena matrona de fábrica que trata de convencer a la protagonista (insufrible personaje interpretado por  Björk) para que reaccione. 

Y sí yo fui una de las que disfrutó de lo lindo en esa mezcla de géneros que se reunieron en 8 mujeres de François Ozon y que reí de lo lindo con los ocho personajes y entre ellos la señora esposa pasada de todo, una Deneuve vestida de rojo. 

La Deneuve no se dedica sólo a ser homenajeada y visitar festivales sino que sigue y sigue incansable en películas y sigue siendo musa. Su rostro-máscara sigue cautivando, aunque sea lejana, y yo sigo esperando sorpresa de verla en la pantalla y que me haga sonreír o llorar en película cercana.

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