Las aventuras de un guionista en Hollywood de William Goldman (Plot Ediciones, 2002)

Estoy volviendo a leer este libro entretenido como pocos del guionista William Goldman, fundamental para entender la industria cinematográfica hollywoodiense de los años setenta y ochenta (el guionista lo publicó por primera vez en 1983). Y me encanta, y me divierte, y me entretiene. Lo disfruté muchísimo en mi primera lectura y esta segunda vuelve a cubrir mis expectativas. No sólo te cuenta los secretos de un guión y de la industria sino que las páginas del libro están llenas de anécdotas maravillosas de actores, directores, guionistas, productores y habla de películas inolvidables de aquellos años. 

De anécdotas me quedo con el maravilloso segundo enamoramiento entre Robert Wagner y Natalie Wood. Goldman recuerda que la Wood era uno de los personajes más queridos de la época y que cuando murió ahogada en trágico accidente fue un momento triste. Me embarga la emoción cuando cuenta la profesionalidad de un ya anciano Laurence Olivier en Marathon Man. ¿Saben que las megaestrellas con las que todo el mundo quería trabajar en los años setenta eran Robert Redford y Steve Mcqueen? 

O el fenómeno que supuso para la industria Rocky y Stallone. ¿Sabían que una de las estrellas que no ha bajado del podium desde aquellos años –y sigue en la cresta de la ola como director en la actualidad— es Clint Eastwood?  Goldman escribe sus anécdotas con gracia y humor y se presenta como una especie de guionista maniático e hipocondríaco pero lleno de encanto. Con una sencillez y un espíritu práctico memorable desgrana sus experiencias como escritor en el mundo del guión con películas como: Dos hombres y un destino, Todos los hombres del presidente, Harper, Marathon Man, Un puente lejano o El carnaval de las águilas… cuenta sus alegrías y penas, sus fracasos y triunfos con una frescura envidiable. El libro es un manual para un guionista repleto de ejemplos, trucos y experiencias. Un lujo recomendable.

La lágrima

¿Recordáis esa lágrima que cae por el rostro de una Glenn Close que se desmaquilla? Ese rostro del juego ha terminado…, ella es la condesa Merteuil.

Yo muchas veces recuerdo esa lágrima y lo que significa.

Tiemblas.

El juego ha terminado.

El tiempo pasa para todos. Y la soledad también llega…

Aprenderé a nadar

He visto ya varias veces La vida secreta de las palabras (2005) de Isabel Coixet y siempre me provoca un torrente de sentimientos. Confieso, aquí desde este blog, que Hildy siempre se enamora un poco de Josef, el protagonista (con rostro de un gigantesco Tim Robbins).

La película me interesa por muchos temas: por como toca la soledad, el aislamiento, el dolor, el sufrimiento, la verdad, la mentira, el humor, la supervivencia… en ese impresionante paraje o lugar apartado del mundo que es una plataforma petrolífera.

La película me atrapa por esa preciosa relación entre Hanna y Josef a través de la palabra, a través de historias…

La película me toca porque una y otra vez recuerda un conflicto cercano del que ya no se habla, la guerra de Yugoslavia. Porque muestra cómo hombres y mujeres quedaron afectados para siempre. Porque habla del trabajo de organizaciones como el Consejo Internacional para rehabilitación de víctimas de la tortura y nos acerca a la figura real de una neuróloga danesa que se llama Inge Genefke (con el rostro de Julie Christie en la ficción cinematográfica).

La película te lleva a un viaje a la soledad y el horror pero con un final con una pizca de esperanza porque sus personajes lo merecen.Y me resultan inolvidables un montón de escenas. Al igual que las canciones de su banda sonora. Pero me voy a quedar con una. Con la penúltima escena. Cuando Josef va a por Hanna. Cuando él quiere estar a su lado. Y Hanna, que sabe el dolor que guarda, un dolor que ha compartido de Josef, no quiere dar ese paso. Cree que es mejor para ella seguir aislada del mundo. Que todo el mundo la deje en paz.Y Hanna, con lágrimas, le dice a Josef sus motivos: “Porque tengo miedo de que si vamos juntos tú y yo a un sitio uno de estos días, quizás hoy no, quizá mañana tampoco… Sólo un día de repente… puede que empiece a llorar y llore tanto, tanto, tanto, que nada ni nadie pueda pararme, y las lágrimas llenen la habitación y me falte el aire y… y… te arrastre conmigo y nos ahoguemos y…»

Y entonces Josef la escucha, y ve que ella se aleja, pero no la deja escapar y la dice: “Aprenderé a nadar, Hanna, te lo prometo, aprenderé a nadar».

Y es un momento tan mágico y hermoso… lo entenderéis totalmente si veis la película entera porque ya sabéis que las palabras tienen una vida secreta.

La carta (The letter, 1940) de William Wyler

De nuevo el bueno de Somerset Maugham es llevado a la pantalla. Me ocurre algo curioso conozco la obra de este autor por sus adaptaciones cinematográficas. Y ganas no me faltan de leerle porque pocas películas que adaptan sus novelas u obras de teatro me han decepcionado. 

Lluvia, Cautivo del deseo (adaptación de Servidumbre humana), El velo pintado, Al filo de la navaja, Conociendo a Julia o la película que nos ocupa… surgen de las páginas de este escritor. Todas estas obras, excepto Conociendo a Julia, han sido por lo menos dos veces adaptadas al cine. 

La carta cuenta con los mejores ingredientes del melodrama, con unos intérpretes en estado de gracia, un blanco y negro y realización impecable, el buen oficio de William Wyler, una música envolvente, un ambiente que atrapa, una puesta en escena elegante y escenas e imágenes inolvidables. 

La carta nos lleva a lo exótico, a un mundo oriental que se rige por otras reglas, y allí se encuentra un personaje excepcional, Leslie, con la cara y los enormes ojos de Bette Davis. La Davis es una mujer británica, de la colonia, que mata a tiros a un hombre, un amigo. Y lo mata según cuenta ante su marido y su abogado en defensa propia. 

Leslie es la amada esposa de un hombre de negocios, un hombre honrado, llevan una vida según las convenciones sociales y morales. Viven entre la población oriental pero sin mezclarse con ella. Si miramos la historia así funcionaba el colonialismo británico. Los orientales trabajan para ellos pero ése es el único contacto permitido. 

Leslie controla desde el principio la historia y lleva con valentía su condena con la seguridad de que el jurado va absolverla porque su versión es absolutamente coherente. Trataba de defender su honestidad. Su marido confía ciegamente en ella, porque ciegamente está enamorado de ella. Además el acusado tiene una mancha para los británicos. Estaba casado con una asiática (enigmática Gale Sondegaard). 

Pero la Davis, mujer calculadora –según vamos descubriendo la trama— no cuenta con que la viuda posee una prueba que la inculpa: una carta escrita por ella misma en la que invita al hombre asesinado a que vaya a verla porque está desesperada, una carta que pone en total evidencia un adulterio. Leslie consigue que su abogado realice la compra de la carta para que esta prueba no aparezca en el juicio. El abogado sólo lo hace por su amigo, el marido de Leslie. Aunque la maldición de la carta no termina ni con la absolución del juicio. La mujer tiene que confesar finalmente a un marido roto su infidelidad durante años. El marido (un siempre correcto Herbert Marshall) dice que como está enamorado la perdona, pero aquí Leslie se siente incapaz de ocultarse bajo la doble moral y no acepta el perdón, grita a su marido, que aún está enamorada del hombre al que mató. 

Melodrama de pasiones desatadas, llena de simbolismos, e inquietudes. El mundo oriental y los personajes de esa Malasia distinta llevan en el rostro otra moral, otro código, el misterio y la inquietud, otras leyes… son sigilosos pero se vengarán lentamente, y en forma de ritual, de la mujer infiel que ha asesinado. No la dejarán escapar. No hay caretas, ni dobles morales, ni tienen que guardar ciertas convenciones sociales… su venganza no la parará nadie. 

Wyler rueda como nadie ese tramo final donde Leslie no sólo no se redime sino que se encuentra cara a cara con la venganza. Son momentos inquietantes y hermosos. De nuevo la luna llena, el brillo de un puñal y un bordado que no se acaba…, mientras, el baile continúa. Y, Leslie termina sola y sin defensa alguna. Arrastrada por una pasión desbordada de sentimientos y celos que terminan con ella. Destruyen a la perfecta y moral esposa casada… pero dejan libre a la mujer capaz de desbordarse de amor y de realizar los actos más irracionales.

Sally Bowles canta…

Fred Ebb fue el autor de las letras de las canciones del musical Cabaret.

Bob Fosse las llevó a pantalla, las escenificó, y Liza Minelli puso su voz y personalidad.

Y recuerden, en momentos críticos, la vida es un cabaret.

Ya lo dice Sally, con sus uñas verdes o negras, su pelo negro, sus largas pestañas, y ese lunar inolvidable.

Diccionario cinematográfico (71)

Tren: si miramos a nuestra querida RAE nos dice que un tren es un “medio de transporte que circula sobre raíles, compuesto por uno o más vagones arrastrados por una locomotora”. 

Sin embargo, si miramos al tren cinematográfico es uno de los escenarios que más juego da en el mundo del celuloide. 

El tren es el lugar de enamoramiento y encuentro. O las estaciones los lugares de despedida o de comienzo de una nueva aventura sentimental. 

El tren es el escenario del misterio, de la persecución o el asesinato. 

El tren es el comienzo de un viaje, el sitio de aprendizaje, la oportunidad de conocer nuevos paisajes, nuevos mundos. 

El tren es lo que separa el viejo y el nuevo mundo en el cine del Oeste. Es la vía de las comunicaciones. 

En el tren también hay sitio para el horror y la guerra. 

Pon un tren en una película, y tienes asegurada una escena. 

¿Con faldas y a lo loco sería lo mismo sin esa party en el tren? 

¿Breve encuentro o Estación Termini o El expreso de Shangai contarían esas historias de amor exacerbado con la misma intensidad sin contar con los relojes de las estaciones, con los vagones o con los largos pasillos? 

¿El Oeste de Dos hombres y un destino o de Sólo ante el peligro tendrían la misma emoción sin las estaciones y trenes? 

¿El misterio, el asesinato, la inquietud y el horror estarían tan bien encadenados en Con la muerte en los talones, Extraños en un tren o Asesinato en el Orient Express si no fuera por el juego que dan los distintos personajes en los distintos vagones y departamentos? 

¿No vemos la belleza y el enamoramiento de un paisaje africano en ese viaje que emprende Karen Blixen en Memorias de África? 

¿Las screwball comedies no tienen escenas de surrealismo divertido en esas escenas en trenes de la diversión como Medianoche, Una mujer para dos, Las tres noches de Eva o Un marido rico? 

¿El horror de la guerra no está mostrado en escenas tremendas al bordo de un tren en películas como La lista de Schindler o El tren?  

¿Entenderíamos igual la depresión o el crack de los años 30 sin los sin hogar que suben como polizones en los trenes como en la dura El emperador del norte? 

¿Alguien olvida el viaje en tren de Juan Nadie o de Longfellow Deeds en El secreto de vivir?

Lecho de rosas (Bed of roses, 1933) de Gregory La Cava / Un marido rico (The Palm Beach Story, 1942) de Preston Sturges

Al principio decidí unir estas dos películas por un actor, Joel McCrea, pero luego me he dado cuenta de que hay otra razón poderosa para unirlas a ambas: el olvido en el que han caído tanto sus actores principales como sus directores —también guionistas—. Pese a que tanto en festivales o filmotecas e incluso ahora en el mundo dvd se trate de rescatar del olvido a sus directores y actores…, no es suficiente. Son obras minoritarias, apenas llegan. El olvido sigue pesando. La televisión tampoco hace mucho por rescatar estos clásicos. Y, de nuevo, saco a relucir el tema del acceso y distribución de estas obras mucho menores que otros clásicos y que por tanto no llegan a calar en la memoria colectiva como otro tipo de películas. 

Así algunos que brillaron con luz propia en años treinta y cuarenta (e incluso en los veinte)… ahora en el siglo XXI apenas se les recuerda a no ser que seas un buscador incansable del baúl de los recuerdos. ¿Por qué apenas se recuerda a Constance Bennett (la hermana de Joan), Joel McCrea, Claudette Colbert o Mary Astor…, por no nombrar toda una galería de ilustres secundarios? ¿Por qué nos suenan mucho menos Preston Sturges o Gregory La Cava que otros creadores del mismo periodo? 

Las dos películas que nos ocupan tienen mucho interés. Una además de recuperar a una de las Bennett nos permite imaginar que tipo de cine se hubiera ido haciendo en Hollywood si nunca hubiera existido el código Hays o los que es lo mismo el código de censura que se puso en marcha en 1934. La otra nos deja ver lo mejor de las screwball comedy, los ingredientes de locura, risa, cinismo y crítica rociados con lucha de sexos, amor, lucha de clases y todo aromatizado con el suficiente surrealismo. 

Lecho de rosasNo es una película redonda pero está llena de curiosidades y momentos además de ser un maravilloso ejemplo de cómo podría haber evolucionado el cine sin el código Hays. 

Algunos de los ingredientes de esta película que mezcla como quiere el drama y la comedia, como la vida misma, desaparecieron años y años del cine. Por lo menos de manera tan explícita. 

Pasen y vean: las dos protagonistas salen de la cárcel y las dos son chicas malas, jóvenes de la calle que en ningún momento lo ocultan. Dos chispeantes chicas tanto en su comportamiento como en su forma de vestir, sus acciones, sus diálogos y métodos: dos geniales intérpretes con el rostro de la bella Constance Bennett (absolutamente olvidada mucho más que su hermana, Joan) y Pert Kelton (secundaria más olvidada aún, yo no la conocía). A la salida de la cárcel las dos tienen claro que no tienen intención de reformarse. 

Seducen, emborrachan, roban a todo hombre que se ponga en su camino para conseguir sus objetivos. Son chicas prácticas, tienen claro que no quieren volver a prisión pero… quieren tener dinero y no pasar más penalidades.Sus aventuras las llevarán a una a casarse por conveniencia y a la otra a vivir a lo grande como amante de un famoso editor soltero (cada vez que hay una escena de celos o posible ruptura, ella siempre amenaza con el suicidio por amor). Pero ambas nos son simpáticas por estar llenas de vida y por luchar para encontrar una mejor posición en la vida. 

La protagonista, la Bennett, se encuentra en una encrucijada… seguir de amante de lujo de su editor celoso —que podría ser su padre— donde los dos saben muy bien cuál es su papel o abandonar todo por el amor verdadero que siente por un marino trabajador…pero sin blanca (bellísimo Joel McCrea).  

Entretenida y corta película que nos deja ver la química maravillosa entre McCrea y Bennett con diálogos y situaciones ingeniosas. Sin ningún tipo de juicio moral. Lorry (la Bennett) y Minnie (la Kelton) siguen siendo las mismas a lo largo de toda la película, sólo que una se enamora realmente. 

En los años treinta la Bennett era toda una estrella cinematográfica y un reclamo en la prensa de los chismorreos. Siempre cuentan que sus escándalos amorosos tienen que ver con su retiro del cine…y su caída en el olvido…ninguna de sus películas ha tenido numerosas reposiciones o se han convertido en grandes clásicos. 

Gregory La Cava deja ver su personalidad sincera y su manejo de la diferencia de clases o su facilidad para diálogos geniales. Este director relegado en los recuerdos cinéfilos toma el tema de la diferencia de clases en todas sus grandes películas: la maravillosa y divertida Al servicio de las damas, la interesante Damas del teatro o la entrañable La muchacha de la quinta avenida. 

Un marido ricoAquí el atractivo Joel McCrea no sólo es protagonista sino que se encuentra en uno de los momentos álgidos de su carrera. Además, es actor fetiche del gran director de comedias Preston Sturges (hombre aventurero y peculiar que con su muerte temprana no pudo ser muy prolífico). Al final de su carrera McCrea sólo protagonizaría películas del oeste (algunos muy buenos), sin embargo, había demostrado su versatilidad en dramas sociales, comedias alocadas u otro tipo de géneros durante los treinta y cuarenta. 

Su pareja en esta alocada y divertida comedia es la gran dama de la comedia (y a veces del melodrama), Claudette Colbert… también en el siglo XXI de capa caída. ¿Y qué me dicen de la mejor mujer fatal o en el futuro madre bondadosa aquí en un papel de millonaria excéntrica y encantadora, Mary Astor?¿Quién la recuerda? 

Preston Sturges es un maestro de la risa. Nos hace reír del amor, de la forma de vida y de la manera de pensar de los millonarios, de la vida en sí, de la vida en pareja, de los equívocos…, y nos deleita de nuevo con mujer aventurera con mucho encanto (la Colbert). Sturges nunca olvida dosis de surrealismo y risa. En esta película hay varios secundarios maravillosos, tan excéntricos y tan divertidos… ese anciano sordo, el rey de la salchicha, irónico y cínico, que reparte su dinero, ‘porque está forrado’, a los jóvenes enamorados. O ese ¿mantenido?¿amante?¿acompañante? extranjero, que recibe el nombre de Totó, y que siempre anda detrás de la genial millonaria con cara de Mary Astor… 

Además, como nos tiene acostumbrados el director (en, por ejemplo, Las tres noches de Eva, divertidísima, o en la inteligente Los viajes de Sullivan) construye una genial idea original. Un matrimonio de jóvenes enamoradísimos pero que viven penosamente en el plano económico. Ella decide abandonar a su marido y conseguir un divorcio rápido por amor… quiere casarse con un hombre rico para que los sueños de su marido (un arquitecto e inventor pero sin dinero para llevar a cabo sus proyectos) y los de ella se hagan realidad. Pero su marido no está dispuesto a que ella cumpla su descabellado plan, ambos se ven envueltos en mil y una aventuras y convertidos en hermanos ante otros hermanos millonarios y extravagantes…, puro screwball comedy. Diversión asegurada.

Chaplin en imágenes

El otro día fui a Caixa Forum Madrid y disfruté como una enana con la exposición de Chaplin en imágenes. Y es que yo tengo debilidad por Charlot. El viaje que propone la muestra me sedujo totalmente además está montada con muchísimo cariño —por lo menos ésa fue mi sensación—.

También, me parece muy interesante el programa de actividades alrededor de la exposición y espero poder acercarme a alguno de los eventos. De momento, en este mes de julio hay programado un interesante ciclo con algunas de las películas más emblemáticas de Chaplin y Keaton. Y en el mes de octubre hay preparado un ciclo de conferencias para analizar desde distintas perspectivas el fenómeno de Chaplin. También, trataré de acercarme algún día al espectáculo organizado para las noches de verano: Chaplin, los herederos. Acciones gestuales itinerantes.

Charlot y su fuerza visual es mágica. Me quedo pasmada al comprobar como Charlot sigue haciendo reír a carcajadas. Fue un momento especial cuando varias personas, de todas las edades, estábamos viendo la escena del combate de boxeo en Luces de la ciudad (una de mis películas favoritas de Charles Chaplin) y ver como todos reíamos. Niños, jóvenes, mayores… todos al unísono.

Disfruté con la cuidada selección de fotografías tanto de rodajes, como de películas, como de la vida familiar de Chaplin…y con selección de escenas. Me volvieron a encantar los cárteles que anunciaban las películas. Viajabas por la vida pública de un creador.

La exposición es muy completa para hacerte una idea del fenómeno Charles Chaplin: su influencia en el arte y otras disciplinas, los imitadores, los comienzos, el arte de la pantomima, la evolución del personaje…, por supuesto, no podía faltar ese momento prodigioso y despedida de Charlot cuando el creador le dio por vez única una voz, una canción en lenguaje inventado, en la maravillosa Tiempos modernos. Charlot es un personaje universal y ahí radica su misterio. Difícil es quien no identifica hoy en día esas botas desgastadas, el bombín y el bastón. O esos andares peculiares o esa mirada tierna o esa travesura entrañable. Charlot evolucionó ante la vista de todos: le vimos cómo le iba creciendo el corazón pero sin perder la gracia. Charlot sufre, siente, y su vida está plagada de risa ante la adversidad, con alguna que otra lágrima, sobrevive en el día a día, a veces, se queda con la chica otras la pierde. A veces avanza solo por el camino, otras veces le dan la mano. Charlot es humano y a veces comete errores, o es duro con el otro pero siempre le queda un halo de ternura.

Y me fui con una sonrisa, dando una patadilla hacia atrás.

Funny games (1997) de Michael Haneke

Ya está en las pantallas la versión americana que Haneke realiza de Funny games. Yo todavía no había visto la versión original y el otro día me decidí. Y digo me decidí porque Haneke me produce sentimientos ambiguos. Por una parte, me llegan hondo Código desconocido o Caché. Por otra parte, me incomoda tremendamente La pianista y Funny games me ha hecho pensar mucho y tampoco me ha dejado muy tranquila (aquí Haneke se convierte en un manipulador extremo nos lleva por un camino por otro… y nos presenta una película violenta… ¿o una reflexión sobre la violencia en el cine?) Sin duda Haneke es un hombre que sabe provocar y sabe utilizar el cine como maza para golpear cabezas. ¿Podemos llegar a entender sus pensamientos y planteamientos? Reconozco que me desconcierta. 

Muchos han criticado su propio remake porque es un calco a su versión original y lo único que cambia son los actores y obviamente la forma de distribución. Y lo que critican son sus motivos. ¿Lo ha hecho por motivos económicos o porque realmente piensa que la película sigue siendo igual de efectiva y es una manera de llegar a más gente? Incógnita. 

Yo con ver la obra original tengo suficiente. No creo que me apetezca enfrentarme al remake americano. La historia de Funny games es una historia de terror y violencia. Cuenta cómo una idílica familia de clase alta, padre, madre, hijo pequeño y perro, serán protagonistas de los ataques de dos jóvenes que sin motivo aparente emplean la violencia contra ellos y les hacen entrar a la fuerza en un juego macabro. La entrada de los dos “inmaculados” jóvenes (uno patoso, poco agraciado, incoherente y estúpido y el otro con atractivo diabólico, bien parecido e inteligente) dará comienzo a una pesadilla inexplicable. 

La familia se ve sometida al horror. Y, como muestra Haneke, el espectador acompaña a la familia y a los dos jóvenes irracionales hasta el final. El director nos está contando algo horrible y lleno de violencia pero el espectador no se mueve de la butaca. Y, de pronto, el joven más inteligente empieza a dirigirse a nosotros porque sabe que estamos mirando. Haneke llega un momento que hace ver al espectador que lo que está viendo es ficción…, pero el espectador está asistiendo a una historia espeluznante de principio a fin. Sí, la vi de principio a fin. Pero como con La pianista me quedé con una sensación muy incómoda. Y ya lo dice Haneke, el espectador puede levantarse y dejar de ver sus películas. 

Lo que nunca me deja claro Haneke, en esa manera que tiene de contar y manipular sus imágenes cinematográficas, es si realmente como señala en numerosas entrevistas quiere hacer una reflexión sobre el uso de la violencia en el cine o simplemente es una película violenta (Haneke emplea todos los tópicos de este tipo de thrillers: familia idílica, perro fiel, niño encantador, padres majos, par de perturbados mentales que rompen la cotidianidad…pero obviamente tópicos muy bien utilizados y muy bien rodados. ¿Qué me dicen de ese contraste idílico de música clásica y ópera y de repente esa atronadora música de instrumentos estridentes y gritos?). No sé si me entienden. 

Por último, señalar en el reparto, como padre de familia, a Ulrich Mühe, que murió poco después de dejarnos una interpretación conmovedora en La vida de los otros.

Seguro que lo habrán notado, Haneke me desconcierta… 

Una mujer para dos (Design for living, 1933) de Ernst Lubitsch

A Lubitsch le tengo especial cariño, sus películas siempre me hacen sonreír, sus comedias me dejan esa sensación de que la vida es bella y ya se sabe que era uno de los maestros del entretenimiento. Un entretenimiento elegante e inteligente con sus dosis de cinismo y su risa ante el comportamiento humano. Entre toda su filmografía me cuesta decir una única obra como favorita, quizá, y no sabría explicar por qué la que más conecta conmigo es, sin duda, El bazar de las sorpresas, me encanta. Me enternece una y otra vez. Pero también tengo siempre en mi memoria –quizá son las que más he visto de él— Ninotchka y Ser o no ser. También, es cierto, que sobre todo las dos últimas películas que he nombrado son las más fácilmente accesibles de su filmografía (las han puesto más veces por televisión, han salido más pronto en los diferentes formatos vhs, dvd…) 

Sin embargo, siempre es un placer encontrarse con otras obras de este director berlinés. Hoy quito el polvo del viejo baúl de películas y rescato Una mujer para dos. Si tengo que definirla en una palabra diría que es ENCANTADORA. Si me dejaran dos: ENCANTADORA Y LIBRE. 

Una mujer para dos contiene muchos de los elementos que hacen a este director grande y maestro. Primero, es una buena comedia (está inspirada en una obra de Nöel Coward aunque parece ser que de sus diálogos sólo rescató una frase). Segundo, un reparto mágico: Miriam Hopkins, Fredric March, Gary Cooper y Edward Everett Horton. Tercero, vuelve a mostrar la magia de su puesta en escena, la habilidad y la elegancia en los gags y su inteligencia para emplear las elipsis y las escenas fuera de plano. Como siempre es una película de sugerencias. Sugiere más que muestra. Lo demás corre en nuestra imaginación. Por supuesto, no faltan las puertas. Un mago. 

Algo que podemos encontrar diferente respecto a otras películas del director berlinés es que se trata de una película pequeña en reparto y en decorados. Sencillísima. No creo que manejara un gran presupuesto. A través de la sencillez y de la labor de cuatro actores (brillando con luz especial, Miriam Hopkins), Lubitsch muestra una historia bohemia sobre lo fácil que podría ser un amor compartido –con el consentimiento de los protagonistas— entre tres. El director cuenta el encanto de tres personajes y su vida de libertad e inocencia frente al encorsetado mundo normal y establecido. Los tres optan por salirse del sistema, y los tres sabemos van a ser mucho más felices. Y nos encanta. No hay elección. Los tres juntos es la mejor solución. 

La historia cuenta con los ingredientes de la comedia romántica. Encuentro (en un tren –¿hay medio de transporte más romántico?)… pero de los tres personajes: una creativa publicitaria, un pintor y un dramaturgo en ciernes. El lugar de la historia no podía ser otro que París. Enamoramiento pero de los tres. Obstáculos en el amor. Desencuentros y, por último, enlace feliz…, pero para los tres. 

Las situaciones que plantea la película siempre nos dejan una sonrisa. La maestra de ceremonias de la historia, la que maneja los hilos, es una resplandeciente Miriam Hopkins que encarna a una mujer que se enamora de dos hombres y a los dos los quiere por igual. Si le falta uno, se siente incompleta. Se siente tan bien con ambos (no tiene desperdicio el diálogo en que se lo explica a un Gary Cooper rudo pero tierno y a un elegante pero divertido Fredric March…les compara a ambos con distintos tipos de sombreros). 

Y de pronto toda mujer quiere a un pintor y a un dramaturgo bohemios en su vida. Y vivir en el destartalado y polvoriento ático que comparten los pretendientes amigos desde hace once años. Y reírse a todas horas con las ocurrencias y cuadros del pintor y las obras del dramaturgo. Y bromear. Viajar juntos. Y hacer juramentos de caballeros (para saltárselos una y otra vez porque como dice la pícara Hopkins, “por desgracia no es un caballero”). Y reír. Y gastarse bromas. Y reñirse y discutir. Y besarlos a ambos cada noche. Y amarlos… 

¿Y dirán y dónde entra el bueno de Horton? Ese cómico entrañable, ese secundario de lujo en un montón de comedias de oro. Él es el representante de la vida normal, de la vida dentro del sistema, de la aburrida vida bien vista y que todo el mundo asume…, y otro pretendiente importante en la historia de la Hopkins. 

De principio a fin, esta película te arranca la sonrisa, y una sensación de lo bonito que es la libertad y la bohemia –y comer esas salchichas ahumadas— y ese polvoriento colchón donde la Hopkins se echa una y otra vez para contar su confusión amorosa a sus dos pretendientes. 

Creo que nunca se contó de manera tan encantadora una relación a tres bandas. Esa escena final de la Hopkins en un taxi besando primero a uno y luego a otro no tiene desperdicio. 

La película se rodó en el momento en que estaba a punto de ponerse en marcha el Código Hays y ya estaban los estudios con la mosca detrás de la oreja. Es decir, el código de censura que a partir de 1934 se pondría en marcha. El código que impediría que muchos temas fueran tratados de determinada manera o que eliminaría totalmente distintos aspectos de la vida por considerarlas inmorales. Una mujer para dos se salvó por los pelos de la quema moral… ¡¡¡y cómo se agradece!!!